Heraldo de Madrid. 21-08-1900

VIDA RURAL

El pueblo está en un llano entre dos ríos medio secos, el Eresma y el Voltoya…
Tiene tres calles paralelas y unas cuantas laterales, y en ellas, en casas bajas a modo de cabañas, viven trescientos vecinos.
El pueblo es arenoso, y sobre él juegan grupos de chiquillos, descalzos y sucios, o se revuelcan mansos burros hartos de palos.
La entrada es pintoresca. Una torre cuadrada, resto de la primitiva fortaleza, y a los lados almenas que sirven de nidos a las golondrinas. Antes de llegar a la puerta de la villa, el famoso castillo, que fue base del señorío antaño, y hoy es ruina veneranda, olvidada por su propietario, el duque de Alba.
Y todo esto rodeado en diez leguas a la redonda por dos y tres millones de pinos.
Sin los pinares, el pueblo, los cincuenta pueblos de la comarca, se morirían de hambre. Los pinos son la riqueza del país, y las fábricas de resinas de Coca, Arévalo, Aguila Fuente, Cuéllar, con un movimiento mensual de veinte o treinta mil duros cada una, mantienen a todas las poblaciones rurales. Todos los habitantes son resineros: cada uno tiene adjudicados dos mil, tres mil, cuatro mil pinos. De Abril a Noviembre, remondan y sacan la miera; de Noviembre a Marzo, ganan mil o dos mil pesetas, y además piden dinero adelantado para invernar. Durante el invierno comen, beben y duermen, y se lo gastan todo. Mientras haya pinos, serán dichosos. Mientras viva D. Calixto, vivirán ellos.

Don Calixto Rodríguez es el dios de estas tierras. Los que le ven en Madrid, en las Cortes o en el Casino, no saben ni se figuran la obra colosal que ha llevado a cabo. Por él viven diez mil familias, existe la gran Sociedad resinera y los pueblos, ayer miserables, son hoy felices. La industria resinera ha tomado un incremento extraordinario, y las anchas calderas que recogen del alambique la colofonia y el aguarrás, producen millones. El gran tendedero, con sus mil tarteras de blanco metal llenas de la colofonia recién salida de la caldera, con su color de ámbar, parece un gran banquete en el momento de servir a seis mil gigantes. El aroma que despide el alambique vuelve la vida al pulmón fatigado; en el pinar, por la mañana, y en la fábrica, por la tarde, se respira un aire que ensancha el alma.

La vida del pueblo es triste y aburrida; pero el aburrimiento es una cura indicada para las fatigas del cerebro. Comer, beber y dormir. Después de haber pasado veranos en Spa, en Cabourg, en Trouville, en Biarritz, en San Sebastián, en el Sardinero, el veraneo de un pueblo de 300 vecinos, enclavado en un pinar que no se acaba nunca, tiene su encanto. A las seis de la mañana, la campana de la iglesia toca el Angelus; a las siete llama a misa; a las tres, a vísperas; a las cinco dobla a muerta, a las siete anuncia la fiesta del día siguiente, al obscurecer suena el Angelus de la noche. Por la campana se sabe todo: que hay bautizo del niño del tío Lesmes; que se ha muerto el soldado aquél que vino de Cuba; que mañana es San Roque; que están alzando la hostia; que la misa de cabo de año…

Con el alba empieza a hablar a los vecinos, y al crepúsculo se calla; y después ya no se oye más que el llanto de los chicos, que no quieren irse a la cama, o los suspiros de amor de la burra del corral de enfrente, respondidos por el burro del corral lejano, interrumpiendo el silencio de la noche. El capitán de la Guardia civil les llama Romeo y Julieta. ¡Que paz!
Por casualidad llega algún periódico en el se leen telegramas de la guerra de China, revistas de toros, crónicas de playas de moda, listas de vanidosos que veranean y quieren que se sepa, crímenes, cosas de política, noticias del calor. Aquí, la casa es fresca; el zaguán es salón, comedor, jardín y tertulia.

Aquí, la actualidad está reducida a saber que están vistiendo a San Roque para la procesión; que va habiendo más pesca que el año pasado; que la cebada está a cintiuno; que se ha muerto una vaca.
A las horas de la siesta pasan los vendedores. El tío de los pimientos, el pañero, el que vende peras y se enfada si le regatean el precio, y dice:- No compare usted estas peras con las que venden los demás; “porque eso es lo mesmo que comparar a Dios con un gallego”.Este vendedor se llama Trifino; por estas tierras las gentes tienen nombres estupendos. ¡La sirvienta de mi casa se llama Iluminada!
Hay un cura joven, un médico joven, un boticario joven y un barbero joven. Todos muy tolerantes y muy ilustrados, y se llevan bien, cosa rara en los pueblos. Con el cura o con el médico doy mis paseos; los chiquillos, que en este pueblo son la mayoría de la población, salen de las casucas o vienen de los ribazos corriendo para besarle la mano al párroco; después se quedan mirándonos asombrados, porque un forastero aquí es como un cometa. Y mientras me contemplan se rascan los piojos.

Todas las autoridades se sientan por la noche a la puerta de la botica: el alcalde, el cura, el capitán de la Guardia civil y sus señoras. La calle tiene dos metros de ancha; de vez en cuando pasa un vecino en un burro, rozando con las sillas.
-Buenas noches.
-Muy buenas noches.
Hay que pasar el día saludando a todo el mundo, a los que están a las puertas, a los que vienen del campo, caballeros en asnos. El burro es el ómnibus, el tranvía, el coche de punto, el automóvil, todo.

Por las noches, los sábados, los indígenas de esta parte de Castilla encienden hogueras con resina, y bailan alrededor una especie de jota. Visto desde lejos, parece aquello una danza salvaje. A las once se apaga la única farola de la calle, y aparece el sereno cantando la hora:
-¡Las oooonce… y sereeeeno! Cuando hay nubes dice:- ¡Nublado… a corros!
El periódico de la población es un tamboril manejado por un pregonero. “¡Se hace saber que mañana se han de reunir en el Ayuntamiento los amos de viñas para nombrar un guarda!” O bien: “¡Mañana, a las nueve, se verificarán los exámenes de los parvulitos!” Un redoble y andando.

A las seis de la mañana suenan las tres campanadas del Angelus y el cuerno del porquero. Al son de esta trompa de Hernanz salen de todas las casas los marranos (mejorando lo presente), y en número de cien o doscientos siguen a su director general, jefe superior de la administración cochinal. A la tarde, cuando vuelven levantando una nube de polvo, cada puerco va derecho a su casa sin que nadie lo guíe.
¿Qué harán ahora en Luchon, en Cauterets, en Ostende, en todas aquellas playas donde yo pasé tres meses de agitación y de gasto inútil? Aquí, a lo menos, el respirar no cuesta dinero. A un cuarto de hora está el pinar, y a la entrada del pueblo, la fábrica, con su taller de barriles, sus hornos y sus pegueras: el movimiento industrial y la vida del taller, junto a la suma paz de la aldea…

La campana voltea otra vez; son las ocho. La cena espera, el patio está fresco; el señor cura anuncia la procesión de mañana, en la que saldrá San Roque por las calles, y delante de él irán bailando los mozos al son del inevitable tamboril. En la cocina exhalan el último grito de dolor las gallinas que vamos a comernos, y el resplandor de la fogata en la ancha cocina y el chirriar de las chuletas en la lumbre, abren el apetito. Los resineros vuelven de sus faenas montados en los burros, llevando al costado el largo palo, que parece una lanza. La pálida luna alumbra el portal, y a lo lejos se oye el son de la fuente…
¡Oh ubi campi!, como dijo el poeta…

Eusebio BLASCO.

Extraído del libro "Crónicas de antaño" de Luis Sanz Rodríguez.