LA VIDA EN RETAGUARDIA DURANTE LA GUERRA CIVIL EN ZONA FRANQUISTA: COCA – SEGOVIA – ( 1936-1939 ).
Antonio Fontecha, José Carlos Gibaja, Francisca Bernalte
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TRANSCRIPCIÓN DE ENTREVISTAS
1. ENTREVISTA CON LORENZA (18 mayo 1986, 105')
2. ENTREVISTA CON AGAPITO (24 y 25 de mayo de 1986, 204')
3. ENTREVISTA CON NICOLASA (24 de mayo de 1986 - 180')
4. ENTREVISTA CON ELEUTERIO M. (24 de mayo de 1986 - 150')
5. ENTREVISTA CON LEONCIO (4 de junio de 1986, 90')
6. ENTREVISTA CON ANDRÉS (24 de mayo de 1986, 48')
7. ENTREVISTA CON FRUTOS (18 de mayo de 1936, 55')
1. ENTREVISTA CON LORENZA (18 mayo 1986, 105')
E.-Hoy es el 18 de mayo. y estamos en Coca. Procuraremos no entretenerla mucho. Ya sabe que la finalidad de la entrevista es recoger materiales y documentos para un Congreso de Historia que habrá en Salamanca en septiembre. Si no quiere contestar algo, pues, paramos el cassette. Y tampoco tiene que damos nombres de personas...
¿En qué año nació usted y en qué sitio?
R.-Yo, los años..., 74. Nací en Moraleja, porque fueron mis padres a trabajar ahí y ahí nací.
E.-¿Está eso también en la provincia de Segovia?
R.-Sí, en la provincia. Fueron mis padres a trabajar y allí nací. Pero me trajeron pequeñita aquí. Yo, éste es mi pueblo, eh. El otro no le conozco siquiera. Aunque hubieran puesto Coca es igual. Porque Coca es muy histórico, majo. Coca tiene mucha historia, pero no la sabemos más que los viejos. Los jóvenes no lo saben. Mi hija lo ha vivido porque era pequeña y ha vivido un poco, pero todavía el otro día regañé con ella. No regañé, bueno, ya sabe usted. Me dijo ahora: -«Madre, que la vida está que no dan trabajo, en fin la vida»; «Aunque pase hambre -dije-, no me importa, porque la he pasado ya, y ya estoy acostumbrada».
E.-¿Sus padres también eran de Coca?
R.-Mis padres, de Coca, todos, y mis hijos, todos. Y yo porque fue mi padre a trabajar y eso, y allí me tuvo.
E.-¿Fue a la escuela en Coca?
R.-Poquito, porque entonces no nos mandaban a la escuela. E.-¿Y hasta qué años fue, más o menos?
R.-Pues mire, lo poquito que sé de leer y escribir fue porque había unas monjas que eran muy buenas y llevaban a las mocitas que tenían 12 ó 13 añitos, las llevaban al colegio, y entonces, yo, en vez de irme de paseo, me iba con las monjas, y lo poco que sé es así, y luego me puse a trabajar. Esto es la vida, y después fue el sufrimiento para los que éramos de izquierdas, que para los que eran de derechas fue la vida, que hicieron el caldo gordo.
E.-¿Usted se acuerda, por ejemplo, de cuándo se tuvo que marchar el rey Alfonso XIII y vino la República?
R.-¡Qué lástima que no le pueda oír bien! ¡Me cago en diez!
E.-Que si recuerda usted de cuándo se marchó el rey Alfonso XIII y vino la República.
R.-Sí, hijo, 19 años tenía.
E.-¿Y los celebraron aquí o no?
R.-Aquí no, porque aquí no estaba. Estaba en Madrid trabajando. Porque yo estaba en casa, por eso claro me gusta la religión, estaba en casa de un cura que era el teniente mayor de la parroquia de la Concepción, pero era un republicano cura, ése fue el que me enseñó las instrucciones. Don Juan Ochoa. Allí me tiré yo cuatro años trabajando sirviendo. Estaba de segunda doncella porque tenía cuatro de servidumbre y yo era segunda doncella porque era bajita y había otra más alta. Pero yo casi más, como tenía cuatro sobrinos, el que con el cura más andaba, porque ese señor está en el cielo, si hay algo arriba, porque era santo, se lo digo yo, era buenísimo. Porque iba un pobre a su casa y no se iba sin la limosna. Porque si le veía sin trabajo les mandaba hacer astillas o lo que fuera en su casa. Era bueno, lo que se dice bueno.
E.-Usted, entonces, allá en Madrid, oiría hablar de Azaña, de Lerroux, de...
R.-Sí, sí, sí señor, de eso mucho. El día que se proclamó la República, eso no lo olvido jamás, porque era el señor muy corretón e iba a todos los sitios, no se crea usted. Que tenía su smoking e iba hasta las salas de fiesta. Yo, ya ve, tenía 19 años. Y llorábamos todos: «Ha estallado la República y el señor que no ha venido». Que eran, que estaban dando las doce y el señor entraba en casa. A las doce, un poquito antes. Pues, ¡menudo! Que ya le vemos, ¡ay!: ¿Qué pasa?, por todos los sobrinos, todos, lloriqueando y la servidumbre, porque era bueno, y le digo bueno, era bueno y, ¿sabe usted lo que entró diciendo mi señor?: «¡Viva la República!». Los señoritos se quedaron... «Pero, tío, ¡cómo vienes!». Una República bien montada lo mejor que hay en España, y le cogieron y le subieron en alto, don Juan Ocho, por las calles de Madrid fue paseado por todo Madrid, para que lo sepa usted, y nosotros llorando por él.
E.-¿Y en qué año vino usted luego a Coca? ¿En qué año?
R.-Pues, luego. Mire usted, me tiré yo allí cuatro años, y a los cuatro años -yo tengo una historia muy larga, no crea usted que no-, conocía a mi marido, que no nos conocíamos siquiera, era él del pueblo y yo del pueblo, pero como no estábamos aquí, pues no le conocía. Y hubo una boda aquí, y entonces, ¿sabe usted lo que se le ocurrió a mi marido decir? Dice, iba yo con mi padre agarró: -«Debía ser a estilo Rusia». Dijo esa palabra nunca la olvidaré, y ya ve usted que han pasado años. «Me gusta esta chica para irme con ella, pero con ella para siempre», y salta mi padre, el pobrecito, «Pero, Justo, hijo, Petón -que le llamaban Petón, que por el nombre le tuve que preguntar cuando me fui a casar que cómo se llamaba-, si es mi hija», -«Anda, si tienes esta hija, pues yo la mayor sí que la conozco, pero ésta no te la conozco». Así pasó, en ese momento él ya no me dejó ni a pie ni a sombra, en siete meses me casé con él. Fueron las relaciones que tuve...
E.-¿Y en qué año fue?
R.-Pues fue a los cuatro años de estallar la República, que no pasó nada. Que se proclamó la Repúblicaa y allí no hubo nada, ni un palo ni nada. Nosotros cerramos las puertas y todo, y no pasó nada, porque el señor era cura, y creíamos que al entrar la República pues que mataban a los curas; como había mucha ignorancia. Pues tan panchos diciendo viva la República y le pasearon por allí, porque era republicano. Sabe usted que era cura y era republicano.
E.-¿Y entonces usted, cuando se casó, se quedó a vivir aquí en Coca?
R.-Luego conocía a mi marido y ya mis padres era su ojo predilecto, de mi madre y de mi padre. En cuanto se acercó a mí, ya tuve que decir a los señores que ya mis padres no me dejaban volver y que no me iba. Lo sintieron bastante.
E.-Su marido, ¿qué ideas tenía? ¿Tenía ideas políticas o no le interesaba?
R.-Mi marido, cuando murió, 74 años... Mucho, lo vivía hijo.
E.-¿Y de qué partido era?
R.-Era del partido izquierdas. Aquí no había más que dos partidos, derechas e izquierdas. Las derechas, ¿lo digo?... Fueron muy malos. No sé si ustedes son de derechas...
E.-Nosotros somos historiadores y estamos aquí para escuchar lo que sea.
R.-Si hubieran estado las derechas todavía, no lo digo, que tengo miedo. Las derechas creen que soy de derechas, es mentira, porque soy religiosa. Hay una mano que nos lleva. Ese me dirige a mí; y es verdad, eh, no lo duden. Hay un Dios verdadero. Hay quien dice que no hay Dios, es mentira. Y es verdad, eh, hay Dios. Decimos Dios porque así nos lo han enseñado, pero una mano que nos lleva es verdad, hijo, y eso no lo dudéis, eh, que hay algo.
E.-Cuando su marido pidió a sus padres que si se casaban ustedes, ¿pusieron algún tipo de problemas por las ideas de su marido, o les encantó y no pusieron ningún tipo de problemas?
R.-Pues tuvimos problemas, porque le voy a decir la verdad: como yo siempre he tirado más a las derechas que a las izquierdas, eso es la verdad, pues cuando nos fuimos a casar mi suegro era el republicano del pueblo, porque,dijo al morir: «Cuando yo me muera, nada de lutos, pondréis la gramola y os vistiréis de colorado todos». Pero Dios le escuchó, se murió antes, porque si no se muere antes de la guerra mi suegro es uno de esos que hubieran fusilado. Bueno, los hijos ya han vivido en esa cosa. Toda la familia de mi marido, de esto de la religión y eso no creen nada. El único que le hice creer fue yo a mi marido. Mire usted si se lo tendría metido en los sesos que cuando murió, murió como un verdadero cristiano. Como un religioso, pero bueno, que le dio una lección a todo el pueblo...
E.-Y su suegro, por ejemplo, que dice usted que era republicano, ¿decía él que era republicano o pertenecía él a algún partido?
R.-Pertenecía a la Casa del Pueblo, que aquí formaron una Casa del Pueblo, que fue detrás de la iglesia. Y la Casa del Pueblo mi marido se asoció porque el que no se asociaba no le daban trabajo, hijo. Y entonces había que asociarse todos los obreros allí. Como estalló el movimiento y eran de la Casa del Pueblo, los lagartos de las derechas fueron a por ellos, como, como, como..., como serpientes...
E.-Entonces, el alcalde en la épocaa de la República...
R.-El alcalde le salvó el que luego se hizo aquí alcalde, que era su sobrino. A él le tenían que haber... Si habíamos hecho algo malo, porque él se tiró el primero a la plaza, que yo eso no lo olvido tampoco. No me acuerdo de lo que he almorzado ya, pero esto no se olvida. Se tiró a la calle y nos hizo avanzar a todos a la calle, mujeres, niños y todo, y dijo: «Moriremos todos juntos». El fue el primero que se tiró a la calle cuando estalló el movimiento.
Hubo de huelga, pues, unos..., qué le voy a decir, más de un mes. Pero de miedo que tenían a Coca, porque está amurallado y todo. Nada, no había nada, no teníamos ni una mala escopeta, íbamos con palos, fíjese usted. Pero ellos fueron muy traicionistas. Nosotros no hicimos nada, pero estalló el movimiento, y ¡la que se lió!, majo... Uno a uno, los fueron llevando, y luego escogieon las seis flores de Coca, las mejores, y los mataron. Los mataron, los juzgaron malamente con unas denuncias..., que es cuando yo ya creía en Dios, pero dije yo: -«Esto ya me huele muy mal a mí». Yo creía en algo, pero me cambié la chaqueta y ya no volví a la iglesia. No volvía a la iglesia porque no podía entrar, porque venían con los santos así de grandes y se salían y nos matan; ¿pero, qué era, qué religión era ésa?, es cuando me di cuenta. Pero luego ya, mire usted, como yo siempre he tirado a esa cosa, me iba a confesar a Segovia, porque aquí no entraba. Pero yo, mi conciencia, e iba a confesar cuando me parecía a Segovia. Me confesaba allí y contaba mi historia y decía «Hija, llévalo con paciencia -me decía un Padre-, que Jesucristo llevó su condena así». ¿Sabe usted? Y luego ya, al venir mi marido... Que mire usted la historia de mi marido, que me dejó a mi hija de quince meses y cuando vino no quería a su padre; decía a sus tías: -«Ha venido un señor a mi casa y se acuesta con mi madre. A mí eso no me gusta, eh».
E.-¿A su marido se le llevaron?
R.-El alcalde que es ése que ha estado tantos años, Arturo Acosta, vive todavía, es quinto de mi marido, ése fue el que llevó a mi marido. Y luego mi marido se metió en la cama, y vino a verle, que estaba en la habitación de dentro, y le dijo: -«Justo, quinto, ¡cómo estás, pareces un príncipe!». Dice: «No me falta nada». De nada le faltó a mi marido: «No me falta nada, Arturo, gracias a Dios», «y por eso no te lo ofrezco, Justo». Pero, ¿qué era?, el remordimiento. Y muy bonito meterse en la cama y tenerla limpia, e ir ahora a comulgar, que las hay que tienen que agacharse la cabeza conmigo; porque voy con ellas, sí señor, y las digo que menos comuniones y más acciones, que la comunión se debe de ir como Dios manda.
E.-Al comienzo de la guerra, cuando dice usted que tenía mucho miedo a Coca y que no tenían ustedes escopetas ni nada, ¿vinieron soldados o vinieron falangistas, o vino alguien a tomar el pueblo?
R.-Vinieron los falangistas, hijo. Y vinieron los curas, que llevaban los pantalones abajo, pero eran curas.
E.-¿Y vinieron con fusiles y con armas a tomar el pueblo?
R.-¿Sabe usted lo que dice una sobrina que tengo, de una hermana?. Pues: «Canallas, criminales, bandidos, iros de ahí». Y mi madre, la pobrecita, tapándole la boca: -«Calla, hija, que Maruja...». Y la decía la vecina, que era de derechas, de los que si podían nos fastidiaban, decía: -«Marujita, ¿quién son los criminales y los falangistas?». Y respondía: -«Todos iguales, que a mi tío lo han llevado a la cárcel y era bien bueno». Y, «¿quién le ha llevado?», «los falangistas -decía-, ¿y qué hacen a mi tío los falangistas?». Y mi madre y hermana la pisaban el pie para que se callase: -«No me pises abuela...».
E.-A su marido, cuando se le llevaron, ¿le llevaron a Segovia?
R.-Pues, mire usted, le voy a contar otra poquilla. Es muy larga, así que, aunque estemos mucho tiempo... Cuando estalló el movimiento vinieron los falangistas, ya le digo al mes, porque creían que estaba amurallado, y luego cuando mandaron los Oviedos, ya mandaron los Oviedos que podían venir a tomar el pueblo. Entonces, le tomaron. Andaron los pobres desmandados, con el terror y el miedo, todos huyeron y los iban reconciliando. A unos los maltrataban. Mi marido tuvo suerte, no le tocaron. Eso lo digo, que es verdad, ni en la cárcel, ni dentro, ni fuera. Pero, ¡ay, majo!, pobrecitos, lo que les hicieron a muchos. Muchas cosas. Entonces tomaron el pueblo, y a mí... Estaba de carcelera en el Arco de la Villa, porque recogía a los presos y recogía a los pobres que venían por ahí y yo me levantaba de la cama y los hacía unas sopillas y se las llevaba y me decía mi marido: -«Algún día te vas a encontrar con algo». Y yo le contestaba que no me encuentro con nada, que viene heladito de frío. Hacía las sopillas y se las comían, e inclusive cuántas veces les he dado cobijo de lo que tenía para que se arroparan. Entonces tomaron el pueblo, que como yo era de izquierdas, que mi marido era republicano, en una hora tuve que desalojar la casa, sin tener dónde ir. Esa fue la primera que me hicieron los falangistas. Y una cuñada mía de mi marido dijo: -«Recogedlo, hala, y ponedlo aquí, y ya que sea lo que Dios quiera». Entonces nos fuimos allí, pero ya con el temor, majo. Llegaba anochecido y ya se habían reconciliado todos los hombres, y nos sintió un pánico, que venía una camioneta con una mano negra y venía recogiendo todos los hombres; pegaban a las puertas... ¿Lo está usted grabando? ¡Vaya película que está usted viendo! Entonces mi marido fue el último en salir. Se llevaron a mi cuñado. Y estaba otra cuñada recogida allí con otro marido. Nos miramos, a ver quién tocaba; y me tocó a mí y se le llevaron. Ya, aquella noche sin dormir, y ¿qué hacer? y ¿dónde vamos, si no podíamos salir? Y ni podíamos mover el pico, hijo...«¡Que viva la libertad!». Y yo pensaba, «si pudiera me los comía a todos». «Cállate y no hables», me decía. Encima callar. A los pocos días, hijo, vinieron a por mi marido y vinieron a por el otro cuñado y toda la familia de mi abuela la barrieron, nos quedaron a una anciana. Otro hermano que tenía mi hermano estaba en la zona roja; se pasó aquí. Yo, como tengo una cuñada casada con un hermano mío, que son de pura derechas, que viven muy cerquita de aquí; dice la Angeles, mi cuñada, «que ha escrito Santiago y dice que con un aval le sacan del campo de concentración». ¿Y adónde vamos? Yo he dicho que al señor..., como es de justicia, nos avala y ya está. Pues, vamos allá. Entramos por las puertas, pues tampoco lo olvido, ¡qué lo voy a olvidar!, eso ya lo llevo para dentro; eran vecinos, se habían criado juntos. «Ha escrito Santiago, y le han cogido porque era teniente y estaba en las milicias. Y mire usted, nos dice que con aval del Ayuntamiento, que puede venir con su madre». Y dice, «¿y quién es?». «Pues, Santiago, el hijo de mi suegra, de la abuela Vicenta, ¿no le conoce usted?». Pero, «pues no me dio cuenta, hija». Con que diciendo que no le conocía, nos miramos con mi cuñada y nos salimos y... hasta ahora...
E.-Y, por ejemplo, ¿cómo se enteraron ustedes de que empezó la guerra? ¿Por la radio, alguien que lo dijo, los periódicos?
R.-Nos enteramos de la guerra porque había en casa de Julio Anaya un aparato. Ese nos dijo que «ha estallado un movimiento». Entonces, al decir que había estallado un movimiento, el alcalde dijo que a armarnos, pero nos tiramos a la calle y dijimos que hasta la última gota. Pero, ¡qué gota ni qué narices!...
E.-¿Y tiraron pinos en la carretera para que no pasaran?
R.-Pues, sí, eso sí que lo cortaron, pero muchas cosas que hicieron, no señor. Que pusieron allí, en casa de los Oviedos unas denuncias infames, que habían cortado la vía, que habían hecho esto, que habían hecho lo otro. Mentira, no hicimos na... Y meternos con nadie. Ellos sí que se metieron con nosotros, pero nosotros no nos metimos con nadie. ¿Sabe usted lo que le pasó a mi marido? Le gustaba mucho la pesca y se fue a pescar, porque como estaban en huelga, y no porque fuera mi marido, que era un pobrecito, un buenazo, se fue a pescar; le vio uno de derechas que estaba pescando, le cogió el zarandajo y se quedó con él. ¡Cuántas veces le he dicho en mi vida...!
E.-¿Y su marido, dónde trabajaba, en la resina?
R.-Estaba de obrero en la resinera, de primer obrero. Luego cogió pinos. Era resinero. Luego hemos estado en Galicia. Estaba como forestal en la resinación, que estuvimos siete años por el mundo alante, porque cuando salió de la cárcel le sacaron todavía bajo condi..., vamos que no podía moverse... Porque les echaron el día del juicio 30 años y un día. Fuimos al juicio, 30 años y un día. Y mi marido, como estaba inocente que no había hecho nada, le dijeron que si tenía algo que alegar, y dijo: -«Yo sía, que soy inocente, que yo no he hecho nada de lo que me culpan aquí». Yo a mi marido, entre la camisa le metía las notas, aquí, y no las veía nadie; y le decía: -«Mírate, a ver si te está bien el cuello». Y era la contraseña porque le descosía esto, lo sacaba poquito a poco y ya no lo veía. Y le dijeron a mi marido, el que le denunció, que habían ido a saquearle la casa y que le habían roto colchones y otro, y mi marido no... Estaba casado ese que era el Cuerdo. Y luego mi hija, que sabía que estaba metido por ése, que había puesto la denuncia, pues le decía «Cuerdo marrano», y como no pronunciaba bien, pues el señor ese no entendía y decía: «No sé qué me llama»; y ya un día le dijo: -«¿Qué dices?», «Pues que eres un marrano». Pues todos los días tenía esa canción, porque como vivía cerca de mi madre...
¿Y sabe usté lo que le dijeron? Pues si este señor dice que es inocente, porque es la trinca de los pueblos. Entonces dijo que siguiera y les llevaron a Pamplona, cinco años. Mire, yo jovencita, arrastrándome por todos los sitios para ganar cuatro pesetas. Mi padre el pobrecito llevaba bata y miera de pinos, y sí nos daba de comer a otra hermana y a mí. A otra hermana que estaba peleándose con mis hermanos aquí en la guerra. El cuñado y los hermanos, uno al otro. Nos juntábamos cuatro, y yo tener que mandar a mi marido a la cárcel, porque les daban lentejas con sapos, y pocas... Y cuando los incomunicaban no nos dejaban meterlos merienda, nada más que pan solo. Y raro era el día que no se moría la gente. ¿Eso está grabado? ¡Uy, madre de Dios!
E.-¿Y aquí en el pueblo había muchos de camisa azul, muchos alangistas?
R.-Muchos, porque el que no se hacía le daban la guillotina. Muchos ;ran como nosotros, se volvieron la chaqueta porque, ¿qué remedio les Luedaba? Si yo me dicen, fíjese usted, que mi marido no le llevan a la cárcel, ne pongo siete camisas azules; por el miedo.
E.-¿Y la gente del pueblo, les ayudaba o no les ayudaba?
R.-No. Luego pusieron un comedor y a ese comedor iban todos los Liños de los presos. Yo, como tenía mi niña que tenía 15 meses... Todavía vive la cocinera que guisaba, que bien rebuena fue. Se lo he dicho a mis hijos la he llevado dos veces galletas -«Que no tienes que traer nada», -«Que e las tienes que comer, María». Es la abuela del Facio, de Luis Facio. Pues ;sa se lo digo. Su padre, como era viudo, se casó con la cocinera falangista. castigaban a los chiquitos cuando hacían travesuras y los quitaban el postre, iba la pobrecilla aparte y se lo daba. Y les quitaba los calcetines, que iban ;on las alpargatas mojadas, y se los secaba alrededor. Y llegaba la presidente te la jefe de Falange, que es la Antolina Aceves -bueno, usted, porque no ;s de aquí no conoce a nadie del pueblo-, y decía: -«Pero María, María, Lija, si Dios te lo tiene que tener en cuenta». Porque fue buena, la jefe de ?alange fue buena.
E.-¿Era de la familia de la fábrica?
R.-Ella fue buena. Con los niños fue muy buena y era humanitaria. Pero os falangistas... Había unas allí, donde es el J.J. -la chocolatería- vivían un Ladre, que murió en la guerra, con dos hijas. A la mayor la cortaron el pelo, a pasearon por el pueblo y qué sé yo las cosas que la hicieron. Eso fue sin )ermiso de los jefes de Falange. Ello es que mire usted, acabó la guerra, se üeron del pueblo y no han vuelto. Una ha muerto, pero no quisieron saber cada de Coca, de lo que vieron.
E.-¿Usted cree que en Coca hicieron más barbaridades que en los )ueblos del contorno o no?
R.-Pues no lo sé, porque el pueblo de Coca fue muy castigado. No uvieron que hacer lo que hicieron, porque toda la gente de las izquierdas no ienen valor de matar una mosca, prueba de ello ahora lo tienen. Ahora lo ienen: van a la iglesia, comulgan, hacen lo que sea...
E.-¿Usted se acuerda del párroco de aquella época, del sacerdote, del -ura?
R.-Ese en los infiernos arde. Mire usted, un día estábamos en el ,ementerio. No acabamos nunca. No me callo. Ni me he callado, ni me callo, si me quieren hacer algo que me lo hagan. -«Uy, qué raro, esta sepultura ;stá al revés». -Pero, mujer -dijo una que estaba allí y era de derechas-, -s don Anastasio». Digo. «Ay, Dios mío, que si creo que hay Dios, en los nfiernos está ardiendo».
E.-¿Se llamaba Anastasio Heredero?
R.-Se llamaba Anastasio, sí. Ese tiene que arder vivo. No tiene perdónde Dios, si le hay, que yo creo que le hay, no tiene perdón. Fueron cuando ya iban a fusilar a los de Coca, que eran dos flores, el presidente de la Casa del Pueblo y otro hermano, tipazos, buenos, fuertes, no porque sean lo que sean, pero eran muy buena gente, y otros dos chiquitos, uno de diecisiete años, que era una madre que tenía ocho hijos, y era la flor, que todavía tengo grabadas las palabras que me dijo cuando ya les iban a fusilar. Que eran las cuatro de la tarde, y no nos habíamos desayunado las familias y yo. Porque de ellos algunos eran algo familia mía y me dijo: -«Lorena, vengad nuestras muertes, vengad nuestras muertes, que vamos inocentes a morir». Eso me dijeron hijo.
E.-¿Y los fusilaron en Segovia?
R.-Y mire usted por qué nos enteramos que los fusilaron. Había una gitana incluida con los de Coca, que al gitano también le iban a matar y esa gitana se subía en un árbol todos los días para ver cuándo fusilaban a su novio, que eran novios. Y entonces iban las mujeres de aquí, derechitos porque fueron a un lado, a otro y no les encontraban, no les localizaban. Y entonces dijo: -«Que están ya en la cárcel nueva, y los tienen preparados ya para llevarlos, y ya les habían matado». Pero estaba la gitana en el árbol, y dice: -«Señores, ¿adónde van ustedes?», -«A ver qué han hecho con los de Coca», -«Vuélvanse, que ya están muertos todos». Dice: -«Todos han muerto con los puños en alto -dice-, menos uno gordo que ha dado la espalda y no ha podido dar la cara, que ha muerto por detrás», que fue el padre de los Madraos...
E.-¿Y la Casa del Pueblo la cerraron y nada?
R.-Todo, lo deshicieron todo.
E. ¿Sabe usted si en las casas de los que se llevaron se quedaban alguien con ellas y las vendieron o las subastaron o algo así?
R.-Las familias recogieron a -las familias, y las demás, que no tenían amparo, de rondada... Con la gente, ¿sabe usted lo que hacía? Tenía yo una sobrina que era el mayor de mi suegra, porque ésos tienen mucha historia, porque son los únicos socialistas del pueblo, ¿sabe usted? Esos no, no, jamás. No le digo más que cuando yo me fui a casar, me dijo mi suegro: -«Hija, siento mucho, pero no te voy a poder acompañar», -«¿Y eso?», -«Yo a la iglesia no entro». Y entonces dije yo: -«Bueno, hijo, pues si usted no entrra y mi padre tampoco, pues qué le vamos a hacer, salirnos antes...». Y entonces dijo mi marido: -«Yo me caso por la Iglesia, porque así le gusta a mi novia». Y metí a mi suegro, y metí a todos en la iglesia, para que lo sepa usted... O sea, que me ha gustado. No es de ahora, me ha gustado, y nada más. Pero a mí no me gusta, sepa usted, ir a la iglesia y luego no salir y hacer mal. Yo si puedo hacer un bien se lo hago al que sea, y por decir la verdad..., la digo a quien sea, aunque sepa que voy a morir, la digo. Me matan, ¿qué voy a hacer?...
E. ¿Se acuerda usted, el comedor de los niños acogidos, dónde estaba? R.-Pues mire usted, estaba donde el transformador del agua, en esto de
las monjas. Ahí estaban las monjas.
E.-¿Eran las jesuitinas?
R.-Está ahora, vive una. Está muy derrumbado, pero ahí era el comedor le los niños, que era un convento donde tenían unas monjas, que luego al estallar la República las mandaron y lo quitaron. Porque, claro, la República, los hay republicanos que creen en que hay algo y hay republicanos que no ,reen en nada.
E.-Aquellas monjas, las que echaron, ¿daban clase a las criadas?
R.-Sí señor, daban dos horas. Yo allí fui. Y luego decían: -«La que se quiera quedar, puede quedarse una horita o dos». Yo me quedé y lo poquito que sé me lo enseñaron ellas. Siquiera, mire, luego me marché a Madrid y me sabía defender allí, y ver las calles por donde iba y esas cosas.
E.-¿Usted se enteraba de cómo iba la guerra, de quién iba ganando, de lo que iban tomando?
R.-Yo me creía siempre que ganaban los de izquierdas, pero venía mi hermano, que estaba en el Alto de León, que fue uno, que vive aquí, muy cerquita de aquí, y venía y me decía lo contrario, y me peleaba con él. Algunas veces hasta nos queríamos pegar. Y, ¿sabe usted que mi hermano era uno de los que se quedaron en el alto sujetando el Alto del León?, cuando llegaron las tropas quedaban 8. Y fue uno mi hermano, que tiene sus medallas.
E.-¿Su hermano del lado nacional?
R.--Sí. Le cogió un capitán que era de aquí de Coca y le alzó el gorro así: “Coño, Tapia, quítate de ahí, que quiero mucho a tu madre". Entonces le metió le cocinero en los sótanos abajo, y guisaba para los mayores. Y por eso se salvó, porque ahí sembraron el campo... Y mi hermano metido entre las trincheras, así está ahora de reuma, ¿sabe? Y el vientre de vez en cuando le duele mucho.
E.-¿Se fueron muchos voluntarios de aquí, de Coca, a luchar?
R.-Los falangistas, pues muchos fueron. El pueblo de Coca es muy..., que le voy a decir, que va al sol que más calienta. Ahora la familia de mi marido, que mi hijo ya lo lleva en la sangre de su padre; y ese, lo que es, es y no se cambia la cha¬lueta. Que aquí somos muy chaqueteros, que van al sol que más calienta. Y me piden parecer: -«En la guerra, éstos fueron buenos»... Cuando elegimos al alcal¬le que tenemos hoy, a mí no me engañó, pero le cogió a mi hijo muy jovencito y le metió en la política. Tenían sus reuniones y todo, y se pusieron los indepen¬3ientes, y mi marido sentado me dijo: -Lorena, qué traición le vamos a dar». Y salieron los independientes. Se volvió a colocar y le volvió a apoyar. Ha sido el traidor más grande de Coca.
E.-¿Ya vivía en tiempos de la guerra el alcalde de ahora?
R.-Sí, él era jovencito. Ya sabe usted lo que le dije a mi hijo: -«No, hijo, que te tiene engañado...». No quiero que los grabe.
E.-Ahora ya grabamos otra vez. ¿Ustedes cómo se enteraron de que había acabado la guerra?
R.-Pues eso, radió la radio y dijo que había estallado el movimiento. Al empezar.
E.-¿Y cuando acabó, cómo se enteraron?
R.-Pues lo mismo. Parece que lo estoy viendo a Julio, me dijo: -«Lorena, que ya ha acabado la guerra y van a soltar a los presos». -«¡Ay!, hijo, Dios lo quiera».
E.-¿Y usted, qué sintió cuando acabó la guerra y ganaron los...?
R.-Mucha emoción, pero mucho disgusto. Mucho disgusto, porque se lo dejaron llevar.
E.-¿Y usted, por qué cree que se produjo la guerra?
R.-¿Cómo? ¿Que por qué empezó la guerra? Quítalo... (CORTE).
E.-¿Cuántos maestros había entonces en el pueblo?
R.-Pocos. Dos, y nos daban poca lección. Así sabían los chicos, así eran de analfabetos. Ya podía estar ahora la guerra, que se iban a dejar como mi marido.
E.-¿Y les hicieron algo a los maestros o no les molestaron para nada?
R.-No, nada. Ellos, mire usted, iban «ordeno y mando», «chito-callón». A ver. Una vez hablé yo con el que era alcalde, que, lo puso Segovia, y no sé qué le dije. Y dice: -«Oye, parece que te estás subiendo de tono. Me estás insultando. A ver si vas a ir a la cárcel». Digo: -«Pues por menos metieron a mi marido», le contesté. No hizo nada y estuvo cinco años, con que yo te haya dicho esa palabra, si me quiere meter..., o sea, no se podía hablar nada.
E.-¿Y el Ayuntamiento daba mantas, comidas, esas cosas a la gente, o no?
R.-El Ayuntamiento, estábamos igual que estábamos antes. No ha habido cambios. Estamos igual. No hay ningún socialista... Aquí, mira, el pueblo de Coca estamos gobernados por derechas. De izquierdas no hay porque quisimos meter a un Galindo: Resulta que no es Galindo, que es la mujer la «Galinda». Aquí no ha habido cambio de ningún estilo. Si va usted a la iglesia, mucho de aquí, mucho de aquí, pero nada de lo demás. Y aquí lo que hace falta es poner un alcalde, un obrero, que mire por el pueblo y los intereses del pueblo, pero no para sí...
E.-¿Usted se acuerda si durante la guerra había fiestas?
R.-¡Qué va a haber alegría, hijo! No había nada, no había más que odio, odio y miedo, las dos cosas.
E.-¿La gente, por la calle, se miraba mal? ¿Había problemas?
R.-Nos mirábamos de reojo, hijo. Y no te creas que algunas miran todavía muy derechas, que algunas que son fuertes aún miran torcidas. Las que somos mayores, como yo, aún guardamos el miedo. Yo, el miedo, no se me_ ha quitado. Y le voy a decir otra cosa, y el odio de lo que me hicieron tapoco, porque a mí me destrozaron la vida. Estaba empezando a vivir, me desalojaron la casa, tuve que vender todos los trastos, porque todo se me hacía poco para mi marido, para sacarle de donde le habían metido. Me quedé tristemente con la cama. Cuando llegó mi marido, mi madre tuvo que decir: -«Arma la cama, que yo creí que no la ibas a armar». Y tuvimos que irnos a un trabajo que le solicitaron a mi marido, allá en Albacete. Y yo me casé dos veces, la primera y la segunda. Porque fíjese después de cinco años, cómo iba yo a creer que me iba a juntar con mi marido. Así que me casé dos veces con el mismo.
E.-¿Y para ir de un pueblo a otro había libertad? ¿O había vigilancia por las carreteras y registraban a la gente?
R.-No, los guardias andaban y vigilaban porque había mucho estraperlo, el pan y todas las cosas. Unos hacían el caldo gordo y otros estaban con el diente así de largo... Entre cuatro de ellos lo tenían, y los demás a rabiar. No teníamos nada. Cayó una nevada así de grande, y me encontré con un primo carnal y me tuve que tirar a la calle, que venía la hora del talego de mi marido y no tenía pan ni nada que darle. Pues no hay más remedio que reconocer a todos los primos. Y mi madre descendía de Ciruelos, y era mi abuela de todos los labradores. Eran riquillos, porque tenían cuatro tierras. Pues' reconocí a todos los primos, hijo, no tuve más remedio que pasarme la mano por la cara. Tenía una hermana de mi madre allí casada, en Ciruelos, y me encontré en el pinar, salí, heladita, y al llegar veo a uno con unas alforjas y se destapa Flores. Era un primo carnal mío, y -«¿Dónde vas?», -«En ca de tía a ver si me da una mediana, que estamos en casa rabiando de hambre», y entonces, -«Vamos allá, que nos da la tía bien de almorzar». En cuanto vimos una hogaza de pan, nos miramos el uno al otro. Esto no crea usted que es mentira, que es el Evangelio. -«Pero hijos, qué hambre traéis», dijo mi tía; -«Y más que no sabes, tía». Y el médico que había allí en Ciruelos, que era del puño, le pedía a mi tía Señora María, una hogaza de pan dele usted a su sobrina de mi parte para su marido». Fulano, y las alforjas llenas. Con la nevada que había, cogimos las alforjas y venía mi primo más contento... Y tan contenta, a comer pan, hijo, porque estábamos rabiando de hambre. Y de eso hay muchas.
E.-Hubo una vez aquí en Coca una reunión de todos los falangistas de la provincia, en el castillo...
R.--No me lo mientes hijo, lo que le tocó a esta hacer, majo: coser todas las flechas para todos los falangistas y mi suegra de ochenta y tantos años, que nunca había dicho señorito a nadie: -«Hija, que yo tenga que llamar señorito». Y les limpié las botas, y les cosí las flechas, y más porque no valí para ello, pero que lo sepa usted...
E.-Y el último día hubo un gran banquete... ¿A la gente del pueblo les convitaron algo?
R.-Yo pasé mucho hambre, pero tenía una compañera que verá usted lc que me pasó. No olvido nunca. La dije: -«Cristina, qué hambre tengo. Nc puedo aguantar más». Me dijo: -«¿Es que tienes tanta hambre?», y me di( un cacho de pan... Me vas a recordar eso, a mí, hijo, ¡por Dios!, si llevi churros a vender que los hacía una cuñada mía. Si ese día, el último me puse hasta un mostrador allí para vender a todos los jefates esos gordos y ganamo: unas perrillas; ¡qué contentas estábamos con las perrillas que ganamos! Y ¿sabes lo que me dijo el alcalde que es hoy?, por eso vino a ver a mi marido porque tenía también la conciencia un poco sucia... Había la otra que era un poco joven, como yo, pero era de otra manera que yo no era. No quiero de más, ni me quiero molestar, tenga cuidado. Cada uno es su alma. Yo tenía ,In cuñada que hace los churros, que vive todavía, se ha quedado ahorexcelentes; yo iba con mi cesta, con un mandil blanco que me puse, pero corazón lo llevaba negro, a vender churros para los falangistas. Di-«Abuela, he cosido cinco flechas, seis flechas, siete flechas, ocho flechas-«Hija, lo que tienes que hacen», -«Pero miralo que me han pagad-«Yo decir señorito, hija», decía mi pobrecita suegra. Pues, ¿sabe lo que dijo el alcalde, -«Cuando usted haya vendido una cesta, ésta tiene que venotra». Porque los churros, a los falangistas no les gustaban de la otra. D-«No hagas más, porque me ha dicho Arturo que no venda más». ¿Sabe uslo que dijo uno que era de Cuéllar, -«Y, ¿por qué no vende usted churros-«Por que no me deja el alcalde de mi pueblo»; dice: -«Pero si tengo para comprar todo éste... este territorio de aquí de Coca y todos los pinostodos los Acosta y todo». Y, ¿sabe usted lo que hizo aquel falangista?, qvendiera yo los churros. Y le dije que no, que estaba a la orden de mi alcalde,
para que lo sepa usted. Me va usted a recordar a mí eso, hijo, que lo he vivido en la guerra... ¡Bendito sea Dios!
E.-Las radios, ¿las tendría la gente rica? R.-Había dos o tres en Coca. E.-¿Había médicos y botica?
R.-Sí, médico siempre ha habido. Médico en Coca, siempre. El médico se portó bien... El hospital funcionaba bien, porque teníamos una monja que ha estado aquí mucho tiempo, que era maravillosa, que era tan médicaa como los médicos. Se llamaba Elena, era de Navas de la Asunción, y mi marido tuvo un grano así, que le salió después de la guerra, cuando nos fuimos a Galicia. Así pasó 37 años y de eso murió, y le supuraba. Y la monja dijo: -«Deja al mundo como está». Era mayor cinco años, pero nada viejo y más tieso que mi nieto, y más salao que las pesetas. Ibamos a bailar a los 64 años o se enganchaba a una joven... Se jubiló a los 65 años, pero él ha seguido trabajando hasta el último, porque llevaba a sus hijos.
E.-¿Y todos los compañeros de trabajo de sus amigos, pensaban igual?
R.-Todos eran de la Casa del Pueblo. Había que asociarse, si no, no había trabajo. Y por eso eran todos.
E.-¿Y había algún partido de derechas con nombre?
E.-Eso lo tenían en secreto. Aquí era una plaza que iban muchos a ver
lo que pasaba. Se sabía que iban a lo que iban, pero no había más que una Casa del Pueblo para todos.
E.-¿Y en la Casa del Pueblo había anarquistas y comunistas, o eran todos socialistas?
R.-Todos éramos de izquierdas, aquí no había más que dos partidos: derechas e izquierdas. Las derechas a un lado, las izquierdas a otro. Así que nos dividieron en la guerra: las piojosas a Escalleres, las que no eran piojosas a los caños. Y no podías chillar, porque en el momento que chillabas: -«Que vas donde está fulano, ¡eh!». Es la primera palabra, así que tenías que callarte, no te decían más que eso.
E.-Aquí, ¿vinieron militares, bombardeos, vieron la guerra de cerca?
R.-Pues no. Bombardearon una vez la estación y mataron a uno o dos. Es lo que vimos más cerca. Bombardeo aquí no se vio. Aquí la guerra lo tomaron, nos quedamos con éstos y se pasó todo. El que lo tenía lo cogía y el que no lo ayunaba. Y como estaba entre cuatro de ellos, iban las izquierdas a pedir a las derechas, y sabes lo que decía la madre del alcalde: -«Que os lo remedie Largo Caballero». Eso nos lo han dicho a una sobrina mía que todavía vive, que quedó con cinco y fue la desaparición de Pamplona, que fue una fuga muy grande. Pues en la fuga esa, quince días antes pasó mi mardio desde el penal de Pamplona aquí con otros. Tuvo suerte. Porque prestaron voluntarios quién quería trabajar y entonces mi marido el primero; entonces le trajeron con otros del pueblo. Fíjese usted en cómo vendría que no le conocieron y en la estación al ver la escolta, dice: -«La familia de Galindo pasa para Cuéllar. Un hijo de Galindo. Que den recuerdos en casa de Emilio Tapia». Y el jefe de la estación se lo vino a decir a mi madre: -«Ha pasado un chico, pero yo no sé quién es». Venía..., pero, majo, viene. Y yo quería ir a verle. Entonces, otra vez a las derechas. Mi cuñada tenía unos tíos en Cuéllar, que eran los guardias del penal, más malos que..., y digo: -«Ha pasado Justo». Que luego, vaya lección que le dio cuando ha muerto: no sabe usted lo bien que se han portado con mi marido, mi hermana y mi cuñada, porque han visto lo que era mi marido, que según se estaba muriendo caían las lágrimas de unos y otros hasta el suelo. Las cosas que decía mi marido..., históricas. Y digo: -«María, que como están sus tíos de guardianes, yo quería llevar a la niña para que la viera su papá», -«Bueno, pues ya se lo diré yo a a mis tíos». Mire, yo los conocía los que eran de derechas y los que eran de izquierdas a la legua; porque los de derechas me daban con las culatas de los fusiles y los de izquierda me decían: -«Acércate, acércate». Entonces la vestí a mi niña, la corté el faldón de cuando nació, porque no teníamos ropa para ponernos. Ibamos cubiertas algunas de sacos, de sacos. Que yo la, corté el faldón a mi niña y la llevaba como un sol. La puse un collar, que la hice una fotografía aquel día, una fotografía que todavía la tengo, y la llevé a ver a su padre. Pero tuve una suerte..., pero yo fui rezando por el camino, majo, y no me oían las otras, porque si me oyen me pondrían de carca. Y yo, -«Y si mi niña pudiera ver a su padre». Aquello fue una película y bonita. La guardia era de izquierdas, un sargento así. Entonces yo no me atrevía por temor, porque tenía tanto temor que no me atrevía a arrimarme al penal. Que lo levantó mi marido el penal de Cuéllar, le levantó con otros muchos. Todos trabajando. Allí trabajó la negra. Venía a trabajar, para que lo sepa usted. Con más miedo... Y entonces, se acerca a mi Julia, que era muy salada, como es, -«Soldadito, majo», fue y le dio un beso, -«¿Eres mi papá?». El sargento se le saltan las lágrimas, dice: -«No soy tu papá, pero te ayudaré a que le veas»..., la dijo a la niña. Venga, venga, hasta que se le cayó el anillo y lo perdió. -«Deja, hija, ya te hará papá otro». Yo, del sitio que me dejó allí me quedé. Entonces dijo: -<¿Cómo se llama tu papá?», --«Mi papá?, Justo», -«Y el apellido», -«Galindo», -«Pues mira, tú te vas a poner aquí, donde está tu madre, y yo voy a ir a por tu papá». Lo ves lo que hacían las cosas de la política... Dios me iluminó y yo así con mi niña. Y mi marido, le veo que sale con un carretillo de tierra desde el penal afuera, que lo mandó él, el sargento aquél. Pero no me atrevía a echarme a mi marido. Me entró un... Ya me estaban entrando escalofríos, hijo. Y yo, parada. Y el sargento: -«Salude a su marido, que no le pasa nada, que me juego yo todo lo que tengo de sargento, que tengo una hija, que tengo más ganas de verla...». Era casado, claro. Yo que no me atrevía, y la chicaa según estábamos hablando esto, como las películas, se echó a su padre y dijo: -«Este es mi padre querido». Le abrazó así y fíjese usted qué película, y la madre que no se atreve a abrazarle. Con que ya sale para afuera, y el sargento tras de mí, y yo que no me atrevo, y dice: -«Abrace usted a su marido, y estese hablando todo el tiempo que quiera, que pierdo los galones hoy», me dijo el sargento. Y un ratito, y nada, no me salía nada de dentro, no tenía qué decirle, pero nos vimos y nos abrazamos, y llevamos mucho tiempo sin vernos. Yo, las lágrimas hasta el suelo, y mi marido, las lágrimas hasta el suelo, y digo: -«¡Ay, Dios mío!, nc siento más que si le comprometo a usted»; y, -«No, señora, no me comprende usted». Mi marido se mete al penal, ni niña me agarra a mí: -«Ya sé quién es mi padre». Pero desde aquel día hasta luego que salió, ya no le conocía a su padre. Cuando vino ya dijo que no era su padre y no era su padre, que el vio ella no era ése. Como luego ya le metíamos comida, cada quince días. Llevábamos aceite, llevábamos patatas, llevábamos de todo, y una señora la teníamos allí pagada para que metiera a seis de Coca la comida calentita. Había uno que estaba enfermo, y mi marido tenía el dinero y todc de él, de aquí de Coca. Le decía: -«Petón, tú eres el padre de mi hijos. Yo, ya sabes que voy a morir aquí, pero tú serás el padre de mis hijos». Nc queremos que usted no vea, porque salió de la cárcel y al poquito tiempo se murió. No crea usted que no es película.
E.-Pues esto que nos cuenta usted, si no nos lo cuenta usted no lc sabemos, no podemos saberlo nunca, porque en los libros no viene, no viene En los libros vienen las batallas, vienen los «altos», lo que le pasaba a la gente no lo sabemos...
R.-Y mire usted, los incomunicaron cuando la fuga de Pamplona y ¿sabes dónde se subía esta vieja? A un alto que había altísimo, altísimo, el Cuéllar, que le conocerá usted... Allí me subía, y mi marido desde una ventana teníamos la contraseña de que me soltaría un pañuelito, y ya ve usted... Y yo le hacía así. Y cuando la guardia era buena, pues nos decía -«Bajaros del muro. Bajar para abajo». Y metíamos la comida, y metíamosbde todo, porque nos lo dejaban. Y cuando eran..., nos quitaban la comida: -«Llevadlo a casa, que con pan y agua no se mueren». Que eso es el Evangelio, lo que le cuente es la verdad. Sí, señor, hay muchas cosas, muy largas de contar. Me llevé yo allí en Cuéllar muchos culetazos de los falangistas. Que a mí no me hablen de Falange, eso si que no...
E.-Mientras iba a Cuéllar, ¿dejaba a la niña con sus suegros?
R.-Ibamos cada ocho días. Mi hija se quedaba con mis padres, que mi padre me recogió siendo mayor, y me mantenía y mantenía a mi hija hasta que pusieron el comedor. Porque luego esa que he dicho yo... Yo mire, todo lo que la doy me parece poco. A la cocinera, pues la dije yo: -«María, maja, lo siento mucho, pero me han quitado a mi marido y a mi hija no me la arrebatan de comer. Arañaré y comeré piedras, pero yo tengo que comer con mi hija». Y, ¿sabe usted lo que me dijo la cocinera?: -«Yo, vas a traer una cazuelita, y voy a apartar la comida a la niña, y tú comes con tu niña». Esa era, y echaron una papelita más y daban dos platos. A los niños les dieron muy bien de comer.
E.-¿Y la comida de esos niños, quién la daba?
R.-Falange. La Angelina y esa gente que era buena. Sí señor, las cosas hay que decirlas como son. Pero, ¿sabe usted lo que hacían? Iba a decir un pecado. (CORTE DEL APARATO GRABADOR EN CASSETTE.)
E.-¿Pedían por el pueblo limosnas o dinero y ponían una banderita para «Auxilio del Combatiente»? ¿No venían chicas de Falange a pedir dinero?
R.-Nada, una corona para los falangistas, una corona para éstos, y para los tiraos nada. Y a los pobrecitos de izquierdas, ¡Uy, Dios mío!, ¿y eso lo va usted a grabar?
E.-Si quiere usted, sí; si no, no...
R.-Les dieron las corrientes hasta en sus partes. Y los dieron a uno, que se ha muerto ahora hace poco, un litro de aceite de ricino, y los cortaron el pelo y los mandaron a casa. Uno de aquí del pueblo. Que el otro día una cuñada mía, que es muy dura... Porque hay aquí tres o cuatro que ésas aunque las maten... Y va la hermana ahora a jugar la partida. Porque tenemos la partida. Ahora mi cuñada está en una comunión, y echamos una partidita las mayores. -«Mira, Gloria -su padre, el cajero, era muy bueno, pero su hermano mayor fue el sinvergüenza más grande del pueblo- y que nunca te lo he dicho, pero te lo voy a decir ahora, si te enfadas como si te contentas, Gloria: tu hermano quiso matar a mi marido, porque no le dejaban que si no le mata». --«¿Mi hermano?», se quedó la chica, -«Tu hermano». Y ya le digo, se ha deshecho la partida por haber hablado eso.
E.-Y durante la guerra hubo odios y enfrentamientos. Antes de la guerra, durante la República, ¿ya había odios y enfrentamientos entre la gente, o no?
R.-Andaba un retintín, porque las derechas, porque las izquierdas. Pero bueno.
E.-¿La gente tomaban vinos en la taberna, los de unos y los de otros juntos?
R.-Sí, alternaban, lo que nada más unos se picaban a otros, 'pero picadito, pero sin violencia. El odio vino de la guerra y los ideales vinieron de la guerra... Porque si de derechas son, y buenos son, dice que el quinto no matar, ¿por qué mataron?... Ya sabe usted que las obras de misericordia son catorce, pero ellos no las ejercieron... Como le dije una vez aquí a uno de derechas: -«¿Tú te sabes las obras de misericordia?», -«Sí», -«Pues poco las ejerces. Hay que ejercerlas, que no las enseñó Dios...».
E.-¿En aquella época estos barrios, estas casas, existían, o no estaba hecho?
R.-No, esto nos lo hizo el alcalde. Nos hizo mucho mal, pero luego mucho bien. Porque luego, ¿sabe usted?, pudo hacer otras cosas más grandes. Pero bueno...
E.-¿Se acuerda usted en qué año?
R.-Sí, está puesto en el encabezamiento, en la calle. Los ladrillos y los adobes están hechos a cuatro pesetas la lanzada. Y aquí hicieron un rollo muy grande. Aquí, estas casas estaban en 14.000 pesetas, y luego hicieron un rollo, que hasta que lo solucionó con la escritura. Y estuvieron por ahí y salieron por 32.000 ó 33.000. Pero él se metió muchos millones.
E.-El Instituto, ¿tampoco estaba?
R.-El Instituto y estas casas, todas estas barridas. Echó una de cal y otra de arena. Luego nos dio y se portó muy bien el alcalde con nosotros, porque estábamos ya en Galicia y recibimos una carta del alcalde, y nos decía: -«Amigo Justo, te tengo una casa reservada». Este era el Almacén de donde tenían todos los materiales. Y la tuvo. Cartas, porque ya no íbamos a venir, y para quitárnosla y eso. Pero él dijo que esta casa era para su amigo Justo, que eran quintos losdos. El alcalde viejo, y nos la guardó. Y fue mi padre con la brazaleta que puso y la medalla y las cosas: -«La cosa sigue igual. La casa es para Justo, no hay quién me la revoque». Y vinimos, y vinimos a la casa Y él nos la cedió. O sea, me metió a mi marido en la cárcel, pero luego nos dio vivienda para vivir, y nos traía lentejas sin sapas y con sapos, y muchas lentejas y muchos garbanzos, que nos mató mucho el hambre. Pero no hizo todo lo que debió de hacer, porque nos debió plantar aquí una fábrica, para todos los obreros, que no se tuvieran que ir a la emigración, como se tuvieron que ir. Con la emigración de Francia, se marchó el hambre de esta casa. Que dicen que si hay ahora obreros, pues entonces también los había. Lo que es, que se fueron a Francia, como le tocó a mi hijo de dieciséis años; de dieciséis años tuvo que ir a Francia, a dar el callo, con su hermana. Y ya me vino la alegría a mi casa. Ya con las perras que me trae mi hijo, lo primero que ganó, fue los dientes que tiene su madre puestos, que los tenía hasta malos de tanto, de tanto comer bien... Y ya esta casa fue la alegría y ya teníamos comida. Pero nunca se ha vivido como se vive hoy, te lo juro. Cuando se fue mi hijo a Francia, aquí en casa no había nada de nada; con decirte que cuando se casó mi hija hicimos el gasto mi yerno y yo: aquí di la comida yo, en este comedor, vinieron los más allegados, y me dijo... -porque tengo unos yernos que Dios me ha ayudado, tengo tres yernos que son tres tesoros, ni escogido no sé quién es el mejor de los tres. Son los tres iguales-. Y se fueron a Francia, y ya mi hijo me trajo las cuatro perras. Tenía dieciséis años, le pisaba los riñones su hermana, porque no podía, pero dura como una piedra. No crea usted que ha dejado de trabajar. No crea usted que no es historia la que tengo. Si aparece usted aquí ocho días, aquí se lo cuento...
E.-Cincuenta años no se pueden contar en ocho días, ni en una hora, ni en dos semanas.
R.-Dicen que las películas, ¿qué más película que la mía?
E.-Pues por eso estamos aquí, para que la gente sepa no solamente la historia de los grandes, sino la gente..., la mayoría.
R.-Pues espérese usted, que todavía muchas cosas no las cuento, porque tengo el miedo todavía metido dentro. Que lo dice mi hijo: --«Madre, que todavía estás con el miedo». Ay, tira una de cal y otra de arena, que vi lo que hicieron con mi marido y si cambiara me lo hacían con mi hijo. Porque mi hijo lo lleva en la sangre; ése es socialista, mi hijo. Aquí hay pocos socialistas, son pancistas. Tenemos el gobierno formado aquí del pueblo, que no hay ninguno de izquierdas, ninguno... Les hay, pero figuran. Resulta que dice, entre todos los Galindos, socialistas, vamos a meter a uno. Ya le he dicho, que hemos metido a uno que no es Galindo. La «Galinda» era la hija. Teníamos que haber puesto a la hija de concejala, porque su marido no es Galindo. Es otra cosa, porque ésa tiene una historia que si la fuera usted a recoger, más grande que la mía, y mire usted que es grande, pues ella la tiene más grande... Esa pobrecita se quedó más jovencita todavía que yo, y su marido lo ha sabido hacer muy bien y ahora le tenemos de concejal. Se va al frente, lo cogen prisionero. Como aquí no tenía partida, la mujer se echó fuera. Vuelve a las filas, se pasa él, a contar todo lo que le ha pasado a su familia, con los Galindo. Entonces quiere volverse a pasar aquí otra vez. Andaba en la guerra, así en Madrid. Cuatro penas de muerte, ninguna le mataron. No creas que no es historia, hijo...
E.-Sí, desde luego, una capacidad de supervivencia...
R.-La cogen a la mujer, con una hija que se le ha muerto luego, pequeñita, a la cárcel, porque su marido se ha pasado a la otra zona. Es la Nicolasa. Llevaba la contabilidad del economato de todo lo que tenía. Se lleva a la niña. La daban las viruelas allí, que ya se le ha muerto la niña. Lo que pasó la Nicolasa, usted no lo sabe. Fue otra vez la Nicolasa. Sale de la cárcel, que estuvo la madre, se volvió loco el hermano y ya se ha muerto el pobrecito. El padre, si arriba hay algo, está en buen sitio, porque era... Con todo lo que pasó y todo lo que le hicieron, se ponía detrás de la iglesia y oía misa y se la sabía. Era el mayor converso del pueblo. La familia de mi marido, la más castigada del pueblo. Ha sido la familia que más ha sufrido, la nuestra. Son los socialistas, y no han cambiado la chaqueta, porque tengo algunos cuñados, y le digo muchas veces a algún primo mío. Y son buenos como el pan, pero lo llevan en la sangre. Los han zurrado y cualquiera los olvida. La familia de mi marido son los socialistas. Y a mí, se muere mi marido, me dejaron una paguita, y ya 15.600 pesetas. Usted sabe, tres años que cogí la paguita, lo feliz que he sido en esta casa, lo que he disfrutado con mi familia, las cositas que compraba y lo que yo he disfrutado esos tres años... Se murió mi marido y me le llevaron, que me quitan la paga de mi marido, y me dejan 10.000 pesetas. ¿Quién lo ha hecho todo? Las derechas, que no gobernaban todavía las izquierdas. A los ocho meses sale González y yo con las lágrimas aquí, solita en el comedor, si me hubiera usted visto lo que yo viví aquella noche, y recordando mi marido, y diciéndole: -«Viva, y viva»... Y que te quiero ver siempre ahí, hasta que te mueras; y aunque me muera, yo le quiero a González. El voto mío es para él, siempre, siempre, siempre... Porque si tenemos que pasar hambre, ya estamos acostumbrados. Pero si tienes que llamarle a uno lo que le tienes que llamar, se lo llamas y se tiene que aguantar. Y como es verdad, tiene que agachar las orejas, ¿no comprende usted?
E.-¿Usted cree que habría alguien más de su edad, amigas suyas, hombres o mujeres, con los que podríamos hablar?
R.-No sé. Si te quisieran contar la historia...
E.-Aunque no fueran cosas muy... Simplemente hablar un rato.
R.-Una cuñada mía, que también te daba buen repertorio. Porque a mi cuñado le hicieron mucho, mucho, mucho... Yo, ya digo, yo, mi marido le conocía. Ya le digo que ha muerto como un cristiano, pero como un santo. Ahí están mis hijas, que yo desde entonces comulgaba todos los días, pero al morir mi marido, y ver las cosas que decía, le dio por la religión... ¡Ay, qué maravilla! ¿Y sabe usted lo que dice mi nuera, que se le ha muerto ahora el marido?: -«No seas tonta, no seas ignorante, que te dio el abuelo gusto hasta para morir». Yo no sé, pero era maravilloso. ¿Sabe usted lo que nos dijo con las manos así en alto?: -«Hijos, amaros los unos con los otros. Hijos, el que tenga pan que se lo dé al que no tenga. Hijos, yo no voy a estar aquí -pero no dijo que se moría-, pero esta casa seguirá igual que cuando yo estaba. Todos juntos y a hacer las cosas». Y así sigue esta casa, para que lo sepas. Lleva cuatro años que va a hacer el día 29 que murió, pero aquí el día de Nochebuena se reúnen todos cuando vivía y siguen las cosas igual. Si tiene que hacerse la familia, todos estamos unidos. Todos, todos unidos.
2. ENTREVISTA CON AGAPITO (24 y 25 de mayo de 1986, 204')
(Parte de los párrafos de la presente entrevista están resumidos)
E.-Estamos en Coca, es 24 de mayo. Vamos a hablar con Agapito para el trabajo que presentamos al Congreso de Historia y Memoria de la Guerra Civil que se va a celebrar en Salamanca a últimos de septiembre...
R.-Mañana, 25, mataron a seis de Coca. Uno que mataron en Pamplona, siete. Otro que se escapó cuando la fuga, en el 38, no estoy seguro. Mataron de Cocaa a dos, un hermano mío. Hubo una fuga en el penal. Además, con fusil en mano quién es el que no sale a la calle. Todos fuera, todos fuera, pues todos a la calle. Ya venían con los focos, venían como leones para nosotros. El que fue un poco más vivo se echó. Salieron 700 u 800 y la mitad quedó en el camino.
E.-¿Usted es de Coca?
R.-No soy de Coca, pero llevo aquí sesenta y tantos años. Ahora, soy de Coca. Nací en Almuña.
E.-¿Fue al colegio?
R.-Al colegio, nada. Nosotros tuvimos mala suerte. Mi padre tuvo quince de familia, y a comer en la mesa doce hemos estado muchos años. Todos en familia y todos comíamos de la misma cazuela. Si eran patatas, todos patatas. Y si daban media docena de sardinas para los doce, las partían por la mitad, cola y cabeza. Hasta el 28. Yo nací en el 11. Tengo 75 años. Y me han pegado muchos palos. Y me han quitado la piel que me echó mi madre, de palos. Es de palos. He echado piel nueva y es más dura que aquélla. Tenía veinticinco años cuando me cogieron. Que yo no había hecho nada, y nada había hecho, nada. Estábamos en la zona «nacionales», decían aquéllos. Yo creo que era al revés, que los nacionales eran los otros y éstos eran los revolucionarios. Bueno, pues nacionales, rojos, blancos... Pero es que tenían la sangre blanca y criminales. Yo te digo que un hombre, no me he metido con nadie, porque tenía buena conducta. Y tenía el estómago así. Y una o dos.: ¡O reviento o resisto! En la placa que pusieron hay un hermano mío. Los Frías era el presidente de la Casa del Pueblo. El Galindo, Mariano Galindo, es el hermano mío, que quedó en Pamplona. Todo el tiempo que estuvimos juntos nos llevaban conducidos siempre a los dos hermanos. Ellos no lo sabían... Si íbamos a una celda o a una nave, hemos tenido la suerte de ir juntos.
E.-Bueno, entonces, hemos quedado que a la escuela no pudo ir.
R.-Cuando he ido yo a la escuela ha sido en el 33 ó 34, que hubo un maestro aquí que, por bueno y que porque enseñaba, se sacó unos discípulos. Tenía un sobrino que murió y ése era un hombre maravilloso de listo. Ese enseñó a algunos en el pueblo de Coca, una media docena que salieron destacados. En la cárcel estudió y era un chico que venía cualquiera... A ver una cuenta... Lo decía de cabeza. No le hacía falta a él... Le echaron fuera al maestro, antes todavía de la guerra. Llevamos más de cien años que hemos estado sometidos a cuatro de ellos y al tío que no le convenía le daban el bote. «Esto no nos conviene», porque a lo mejor habla contra ellos. Sacó unos discípulos muy buenos. Viven cuatro o cinco. Mi sobrino en la cárcel se volvió loco. Loco, no, tonto. Estaba ido. Y su madre ha estado en la cárcel más tiempo que yo y allí se volvió loca de las cosas que la hicieron. No ha salido de casa, que vive y tiene muy cerca de los noventa años. Aquí la llaman la «pasionaria». Y los canallas, en casa de unos ricos había una burra y todos los satélites y todos ellos la llamaban la «pasionaria» a la burra. Y vive todavía. Ha estado loca, hoy no la ataca tanto...
E.-¿Usted, cuándo empezó a trabajar?
R.-Yo he empezado a trabajar a los nueve años. Estuve en la resina, porque mi padre era resinero y todos los hermanos íbamos a los pinos.
Mayores y pequeños teníamos que trabajar a la fuerza. Y cuando llegó ya que cogí los quince años, nos tuvimos que ir de la provincia de Madrid, que estuvimos cinco años pasando hambre. Eramos muchos y el kilo de miera recogida valía cinco céntimos... Entonces no había seguros, ni subsidio. El subsidio se ha puesto estando con la dictadura de los fascistas. Había el subsidio de la perra gorda, y te daban una miaja de jubilación. Pero mi padre no la llegó a cobrar. Yo creo que la tendría que haber cobrado, pero cuando me he jubilado a los 62 años, porque yo ya no quería que me agotaran... Me jubilé con 1.600 pesetas y he estado tirando ocho o diez años. No era jubilado total, sino podía trabajar no siendo en la resina 90 días al año. No sé si tenía suerte o me querían, o era trabajador, no me faltaba nunca trabajo. Yo he trabajado de todo, la resina, he pelado con el hacha, sacar los tocones verdes en la postguerra, he cargado muchos camiones de madera, he cargado muchos en el tren, también la madera, he sacado patatas... Y entonces estaba en fábrica de Aceves, pero no me interesaba. Hoy está la fábrica, pero no existe. Y he pasado hambre de todo. Y le voy a decir más: cuando mi familia tenía un duro, porque desde el año 30 ó 32, trabajando, nosotros veníamos todos los inviernos desde Albacete y aquí estábamos en el invierno, porque teníamos que ir allí ya que aquí no había trabajo para todos. Había trabajo en Coca, a lo mejor para mi padre, pero para todos los hijos no. Y allí ganábamos siete pesetas, que era un invierno y era un jornal. Mi padre mataba dos o tres cerdos. Y creían que éramos tragones. Y los matábamos para el verano y los metíamos en las ollas para llevarlos allí, para luego comer allí y traer cuatro perras. Vino esto: «a la puta calle». Nueve de familia hemos estado en la cárcel. Hermanos hemos estado tres, cuatro, cinco; una hermana, seis; una sobrina, siete; una bisobrina, ocho, y el marido de mi sobrina, ése tuvo pena de muerte.
E.-Me parece que hemos entrevistado a alguien de su familia. Se llamaba Lorenza. La semana pasada...
R.-Sí, es cuñada mía.
E.-Y sus amigos del pueblo, ¿se movían, más o menos, en el mismo nivel?
R.-Entonces no contaba eso, porque, aunque los hubiera de... Le voy a decir que entonces no lo sabíamos si éramos de derechas o de izquierdas. Luego lo supimos después y cada uno pensó como pensó. Se conoce que nací con esas ideas, así sigo... Y luego he venido de la cárcel y he tenido amigos de derechas, y en el hogar hay quien vota a Alianza Popular, y conmigo no se han metido y yo no me he metido con ellos. Yo salgo a los bares, y no hay quien me diga «Agapito es malo o es jodido». Se lo dicen ellos hablando, «ése no hay quien lo tuerza». Yo he seguido y sigo, y si a alguien le tengo que decir que es un canalla o un criminal, se lo digo a la cara... Ahora, ellos no pueden decir nada. ¿Por qué me metieron en la cárcel? «Porque entonces estábamos todos confundidos». Eso lo decís ahora, si España tuvo una guerra que no la tenía que haber tenido. Tuvimos la guerra con vosotros. Por mí, no, porque yo no quiero las armas. No he tenido nunca un arma, y si tengo una navaja tiene que ser chiquinina, para comer, porque no tengo dientes. Si me da la locura... Ahora, si tú me quieres decir que si es negro me dices blanco, pues no. Yo te digo esto, esto. ¿A mí qué me importa? Yo no voy a sufrir. Amigos, pero de aquí no te pases conmigo. Yo te respeto, respétame. Lo primero para llevarse uno bien te tienes que respetar y hacerte respetar para que te respeten.
E.-Ya me ha contado usted cómo era el trabajo...
R.-La resina, después han venido doscientos mil trabajos.
E.-¿Y el nivel de vida?
R.-No podíamos ahorrar mucho, pero después vino la guerra y nos quedamos en la puta calle. Mas le voy a decir: mi hermana y mi cuñado, el padre de ese chico que era inteligente, la saquearon... Tenía el comercio más grande que había en Coca. Y era el comercio de los pobres. Entodavía, si no ha roto los libros, los tiene así, llenos, porque no los habían pagado. La casa de los pobres y luego la saquearon, se llevaron todo lo que tenían. Fue a la cárcel. Luego mi cuñado ha estado trapicheando con lo poco que le dejaron, sacando para malcomer. Así hasta que murió.
E.-¿Cuántos habitantes eran entonces?
R.-500. Las cosas de aquí no estaban hechas. He tenido yo una suerte loca, pero de mal. Yo me casé a los 32 años, después de venir de la cárcel. No la conocía muy bien a la mujer, que estaba sirviendo aquí en una casa. Pero bueno, entonces yo no me acordaba. A los 25 años me metieron en la cárcel y he salido a los 30 casi.
Después de venir de la cárcel ibas a pedir trabajo y te decían: -«Ya te pondré un bujerillo». Y no iba a pedir trabajo. Como era trabajador tenían que buscarme.
El alcalde es el culpable de todo. El no los metería, pero no se quería manchar los dedos por si venían torcidas. No se quería lavar las manos... Esos hombres, pues, ¿cómo te van a atender a ti o a otro que vaya? Y si te atienden te dicen lo contrario. Hoy está medio payaso, medio tonto, pero todavía chincha a los demás.
E.-No, si ha ido mi amigo, que es profesor aquí destinado en el Instituto, y no le quiso contestar.
R.-A lo mejor le conozco, porque voy a tomar café donde ellos. Casualmente hay uno pequeño, morenete, que estuve hablando con él ayer, del Líbano, y los cojones ésos, y de Suárez. Si no mete al Partido Comunista no hay democracia. Tenemos que estar todos en el bombo. Y el chaval ese decía que había estado en la Universidad y los comunistas catedráticos eran los más listos (disgresión sobre Tamames, los comunistas, la Universidad, los profesores, etc., de unos siete, ocho o nueve minutos). Ahora lo que se debe de evitar es tener mala sangre. Respetarnos y ser como tiene que ser y todos a vivir y ayudar. Unos que sepan más, otros que sepan menos, poner un granito de arena. Teníamos que ser como las hormigas y cada uno llevar su granito de comida, de trigo, de cebada o de hierba a guardarlo. Nosotros matamos por ocio, porque un animal que mate por comer, se puede perdonarlo. Y tú, si matas a una persona humana, ¿por qué la matas? Yo creo que la persona humana es peor que las fieras.
E.-Vamos a hablar sobre la infraestructura sanitaria, los comercios, las escuelas.
R.-Pues, comercios había cinco ó seis. Médicos, antes de la guerra había dos. Uno tenía la titular y otro puso una consulta, tan lleno o mejor que el de la titular y más bueno que el de la titular. Porque el de la titular se fue a la guerra y allí murió, y le estuvo bien. Si hubiera estado cuidando a los enfermos... Se fue a la guerra. Yo creo que le dieron el título de alférez, porque tenía una carrera, pero le vino mal la guerra...
E.-¿Había gente que iba más tiempo al colegio, los Oviedo o los Aceves?
R.-En esa época salían pocos, no iban a estudiar. De mi quinta a lo mejor dos o tres a estudiar fuera. Iban a hacer una carrera de médico o lo que fuera y no ha llegado ninguno. Los Gruños, que son los más ricos del pueblo, de las tierras de su familia, que eran ricas y habrán ido comprando. Tienen tierras y riberas, todo eso (y Agapito describe las propiedades de esa familia en centros urbanos), pero no llegó a médico, sino a maestro interino. Ya ves qué listo sería, cómo tuvo que dejarlo. La televisión habla de los hombres sabios después de muertos. Si eso no me hace falta a mí que me digan. Los hombres inteligentes, la mayoría eran pobres que no tenían dos reales, como los poetas. Muchos han salido con su carrera y no son inteligentes. Si es inteligente no le ha hecho falta el dedo. Todo el inteligente ha salido porque ha valido, y al valer no han tenido más remedio que reconocerlo. Los españoles llevamos siglos. Hemos tenido una raza, otro, otra... Unos celtas, otros árabes, otros íberos, que tenemos una ensalada que hasta que no se pueda remediar, no hay Dios que nos entienda. ¿Es verdad lo que digo?
Yo, trabajador, si estoy con un patrono tengo que dejarle un duro. Pero que me dé mis derechos y no se los coma. Yo le pongo el trabajo para que él viva y él me pone el dinero. Tú trabaja y pides tus derechos. Trabaja y luego pides tus derechos.
E.-¿Había teatros, charlas y cines?
R.-Sí, teatro venían algunos rodados. Teníamos una sociedad en el pueblo que era un organillo. Aquí desapareció. También la banda del pueblo, que lleva mucho tiempo... Además, hay tres o cuatro orquestas para tocar a otros pueblos si los llaman, porque aquí no hay vida. La banda que tenemos nosotros aquí la patrocina el Ayuntamiento casi desde que se fundó. El pueblo no paga a los músicos, más que al director. Entonces a lo mejor les daban una prima de dos duros o más. Tenemos banda en el pueblo porque van a tocar a otros sitios y allí les dan dinero. El director se lleva casi millón y medio que se lleva, y otro millón y medio o más que se sacaa porque es el capitán de los bandidos, y hace dos o tres partes para él y la otra para los que quedan. El cine lo pusieron después. Con la dictadura de Franco había más cine, y ya había televisión. Yo me acuerdo que si alguien tenía dos o tres televisiones, que una la tenía el cura en su casa para explotar a los parroquianos y les pedía un real o una peseta.Si te voy a decir la verdad, había algunas a-radios, cinco o seis. Uno la tenía el estanco. Otro lo teníamos nosotros en la Sociedad del baile. En el Centro Obrero no había para a-radio, no había para nada. No conocíamos las radios. Pues eso, que todos decían que éramos humanos y hermanos, y luego vino lo que vino, y vaya...
E.-¿Se notó en Coca que vino la República?
R.-Cuando vino la República, ya sabes quién la trajo... Los canallas de los militares. ¿Cuando echaron al rey, quién fue? Queipo de Llano, el otro, el otro... Dice que no quería sangre y se fue, o le dijo: -«Vete, que si no, te voy a liquidar». Y luego los militares quitaron la República y montaron una gorda. El canalla de Queipo de Llano, que era el yerno de Alcalá Zamora. Que soy poco inteligente, pero lo sabía. El Alcalá Zamora es de la provincia de Valladolid, de Tordesillas, y era el yerno de Alcalá Zamora. Y entró Azaña y no les pareció bien, y después Largo Caballero, y no les convenía. Y te voy a decir la verdad, y si no vienen los animales, los alemanes y los italianos, el franquismo ni triunfa, porque sin armas nos les comemos a todos. Aquí vienen a experimentar las armas. Si no, el cabrón de Franco, que es un cabrón, que no ha defendido ni siquiera su pueblo... He sabido que siendo él de Vigo, no tenían cartilla de racionamiento los gallegos. Al no mirar por su pueblo, no va a mirar por los demás.
E.-Entonces, los diferentes partidos, ¿cuáles eran?
R.-Era la Casa del Pueblo. No había ni socialistas, ni coministas, ni na. Era Casa del Pueblo. El que no tenía trabajo, si podía, le daba trabajo. Era un sindicato, suponiendo como ahora se dice el sindicato de UGT. Entonces estaba la UGT, porque lleva muchos años, pero aquí era la Casa del Pueblo. Todo el que quería ir allí, pues iba. Estaban todos juntos, derechas también. Lo único que hacía la Casa del Pueblo era dar trabajo. Nosotros, cinco o seis resineros que no lo eran, les dimos pinos. Y tenían más libertad que el que sabía y a vivir se ha dicho. Lo único malo que ha hecho es favorecer a todo el mundo. Ahora, si hubiera hecho algo malo también lo habría dicho. La Casa del Pueblo llevaba muchos años. No había nacido yo y ya había Casa del Pueblo. Era del pueblo, como si fuera una oficina, y a funcionar. Los afiliados pagaban una cuota, como se paga en Comisiones Obreras o en UGT. Para escribir cuatro papeles.
Se organizaba igual que un sindicato. Y ya te digo, a buscar trabajo. Pero entonces negociar salarios no existía. Buscar trabajo, eso sí. Entonces no había convenios. Con el sindicato vertical no era ningún convenio legal.
E.-¿En la Casa del Pueblo tenían literatura, prensa...
R.-Si acaso, podía haber algún periódico: El Adelantado de Segovia. Entonces no había nada. En Madrid, sí; en los pueblos, no. ¿Pero es que nos íbamos a preocupar entonces de leer el periódico? Te voy a decir la verdad, yo no he aprendido a leer y escribir hasta que he estado en la cárcel, porque allí tenía tiempo y no antes. No iba a la escuela, porque tenía que ayudar a mis padres, y no me preocupaba. A ver si puedo aprender a escribir una carta a mi familia, a mi madre, que todavía existía... Que si sé muchas cosas de los
puntos cardinales de España, lo sé porque he andado mucho y lo otro se me ha quedado en el oído. He corrido mucho España, pero no los puertos de mar, porque estaba en las afueras, y no creo que llegue ya.
E.-¿Había mítines o charlas?
R.-Sí, hombre, cómo no va a haber. Los de la Casa del Pueblo. La Casa del Pueblo era un centro de trabajo, abierto a todos. Partido político no era ninguno. Era un centro, un centro, un centro. Entonces no podía haber desunión de sindicatos de unos o de otros. Todos creíamos que éramos unas hermanas buenas. Vivíamos en comunidad de otros, no pensando en que uno te estaba metiendo la pucha por el otro lado. No se echó a ver hasta que no se reventó el saco. Los ricos de siempre, buenos ricos no había aquí, porque los labradores pasaban hambre. Esperaban que vendieran las cosechas y después pagaban. El que estaba más saneao podía tener 1.000 duros, que eran un capital entonces, y tenía que esperar...
E.-Es usted muy amable, pero vamos a concretar porque me da reparo molestarle. Ya llevamos hablando casi hora y media.
R.-Mira, yo no puedo decir lo que no es. Si no, sería dar contra mí. Decir una cosa falsa yo, jamás, jamás lo diré. Si tengo que decirle algo a alguno, tengo valor para decírselo en la cara. Lo que he pasado por ser una persona humana es lo único que puedo decir. Pero yo digo la verdad y lo que me ha pasado. No voy a decir lo que le ha pasado a Fulano, que lo diga él. Y yo digo la realidad, y si alguno le sienta mal que venga y me lo diga aquí. Y se acabó. Si no lo hubiera sabido, no se lo digo.
E.-¿Y las elecciones, se acuerda?
R.-Una vez me parece que vino este médico, que era el cuñado de los Basilios Mesas de Navas de Oro, que era el que pitaba en Segovia. Vino a dechar una charla, que no puedo decirle cómo era. Ni haberle visto, acaso.
E.-Y el 18 de julio del 36, Coca queda en poder republicano...
R.-La huelga general ya estaba el 17. Me parece que el movimiento estalló el 17 en Africa y aquí el 18. Le voy a decir más. El jefe del movimiento no estaba aquí, estaba en Portugal, era Sanjurjo. Luego pusieron a Cabanellas, que era en la Zaragoza y estuvo cuatro meses. No sé, pero mira... Yo era joven y recuerdo, ¿me entiendes? Yo creo que si no le eliminaron, bueno... Le echaron a la reserva. Y luego fue cuando Franco, que estaba en Canarias. Y a Franco le trajo una avioneta de Inglaterra. ¿Es verdad? Mira que yo... Franco estaba camuflado allí. Nunca ha tenido barba y yo creo que allí la tenía. Y ya tuvo una revolución antes, estando en la República. Y para dejarle libre le mandaron a Canarias. Si le hubieran metido en la cárcel..., pues no hace lo que hizo.
E.-¿Se llegaron a enterar de la revolución de Asturias?
R.-Ya había movimientos antes del 34. En el 32, estando en la mili yo, hubo revoluciones en Asturias, en Salamanca y una reflesta cojonuda en Casas Viejas. Ahí me pilló a mí haciendo guardias en el juicio, eso porque duró ocho días o más. Estaba yo en el cuartel militar de Salamanca. Te puedo decir quién fueron los defensores y otros. Fue el que fue ministro del Gobierno, el de los trescientos, Gil Robles por la Guardia Civil, y Manso por los obreros. Y te voy a decir más: luego, cuando estalló el movimiento a Manso le mataron como a un toro, en Salamanca. Y todo eso lo tengo yo mamao, porque lo he visto. Pues me enteré, claro, estaba haciendo guardia. En la parte de la misma compañía. El juicio estaba en una sala que tenemos para los soldados. En el 33, no sé si en marzo, abril o mayo. Las guardias no las hacíamos en las garitas, porque había miedo. En los sótanos, arriba, hacíamos las guardias, en la azotea, no sea que te echaran mano en las garitas.
E.-¿Y en el pueblo, qué sucede?
R.-Algún curioso, algún tío de mala leche que era de ellos, estando aquí de guardia tiró un tiro o dos para decir luego después que habían tirado tiros. Yo lo único que puedo decir es que no ha pasado nada. El fulano tiró un tiro para enrollar a los inocentes. Y después aparecieron falangistas... Te voy a decir la verdad... Después de estar aquí los ocho días no pasó nada. Antes de entrar los falangistas, y algunos nos tiramos al campo, por lo menos para evitar la avalancha esa.
Estuve yo dos días, con otro compañero, a ver si me podía escapar a la zona roja. Pero dio la casualidad que fue la época de cuando mataron a Décimo (sic) Redondo. Teníamos que pasar por el puente de Voltoya, y para atrás, escondido entre las matas. Comíamos frutas verdes, lo que podíamos comer, lo que pillamos. Y cuando regresamos nos echaron el alto falangistas, pero eran del pueblo. Y los que estaban en el Ayuntamiento no eran del pueblo. El primero no tenía insignia alguna. Le llamaban teniente y era un fraile que llevaba un crucifijo así. Era un fraile vestido de falangista y con un crucifico así. Nos tomaron declaraciones'y nos pedían armas. No tenía armas. Y sí la tenía, tuve el valor de una escopeta de mi casa, que era de mi padre, yo no la podía entregar. Y la enterré. Vine de la cárcel, y voy a buscarla y ya no la encontré. Muchos del pueblo que pidieron las escopetas se quedaron con ellas. Todavía las tienen algunos vecinos. ¿Hay derecho a eso?
E.-Entonces sucedió lo del alcalde, ¿no?
R.-Mira, te voy a decir la verdad. Entonces el alcalde no estaba en el pueblo. Seria el jefe de Falange. Yo siempre le he conocido ordeñando vacas y llevando leche a la estación. Tendría él en Valladolid algo. Según dicen, fue una figura y fue diputado y todo. O eran todos como él, digo yo. Y me acuerdo que venía por la carretera de Nava con el caballo, como diciendo, haciendo ver que traía miedo. Y con el caballo al pueblo...
Pero, de los que cogieron no todos eran dirigentes: el secretario, el presidente, el tío del otro alcalde, así. Los demás no eran de la Junta. A lo mejor, incluso algunos que no estaban. Mataron a tres que eran menores de edad, a los 18 años. Entonces, la mayoría de edad era a los 20 6 a los 22. Mataron a los tres menores de edad. A mi sobrino, que era menor de edad le echaron veinte años y luego le quédó en seis, no tenía los 18 años. A otro hermano del secretario, de Pinilla, pues también. Que si tienen los 18 años los matan también. Y ya te digo, mataron a un compañero mío que le llamaban Rigaera, a otro que está en Arévalo y a uno que había cojo, compañero mío,y ésos son los que estaban liados con las denuncias del alcalde. Pero, por librar al alcalde, su sobrino, pues mataron a los que no tenían pena de muerte. Se las pusieron después. El que estaba con pena de muerte era Romualdo, Riguera y el Cabra, y Mauricio González. Pero para salvar a su tío hicieron el cambio, mataron a los otros y se salvaron. A la mayoría los echaron treinta años. Luego vino la revisión de causa y nos los dejaron en menos. Pero como los tíos era para salvar a mi tío y salvar a éstos y meter a éstos.
Eso fue la verdad. Si tenían el delito esos señores, que no tienen delito alguno. Dijeron que encontrados con el Régimen. Pero, si no había régimen. Era el Gobierno español y lo cambiaron. Si tienen delito, bien, que los maten. Si éste ha hecho algo, que es responsable, hay que matarle, pero no matar al inocente.
E.-Después, ¿hubo más denuncias? ¿A cuántos cogieron?
R.-Mira, no estoy seguro de los que metieron. A éste, a los dos Frías, seis, a mi hermana, ésta que te he dicho. Eso fue el día 16 de septiembre. Les llevaron a Segovia y soltaron al presidente, a Frías, y estuvo en casa dos días. A los dos días, fue el 12, le volvieron a coger. Y luego el día 16 nos cogieron otra redada donde otros eran como yo, mi hermano y los jóvenes. Luego tardaron también otros dos días y otra remesa, que fue el alcalde y otros cuantos. En total, seríamos unos veintitantos. Después de que nos juzgaron ya no hicieron más remesas.
E.-¿Los pusieron a todos juntos?
R.-Yo estuve... Estábamos repartidos. Unos estaban en el hospital Penitenciario para los enfermos. Tres fuimos a la cárcel Nueva y otros fueron a la Vieja. Luego, a los dos meses, o no sé. Sacaron antes muchos de la cárcel para hacer un cementerio. Se conoce que ya habían llenado el viejo y se hicieron un cementerio nuevo. Sacaban por brigadas. Sacaron también a hacer una carretera desde Santa María de Nieva a este jodido pueblo de la parte de Avila, aquí abajo..., ahí, cerca, cerca... Bueno, por ahí. A lo mejor, hablando así me acuerdo. Pero bueno, ya sacaron a algunos. Y a mí también me sacaron y a mi hermano. Trabajar de esta manera no me gustaba, pero no iba a decir que no. Nos sacaron. Llegamos a Santa María y pasamos la noche allí y por la noche va el guardián y nos llama que nos preparemos que mañana a las siete van para Segovia. Tú verás, con los recorridos que nos habían dado... Llegar por la tarde en coche de linea y luego darnos la cena, y al poco tiempo, estén preparados. Y yo pensando que nos iban a sacudir en el camino, otra vez. Pero nos cambiaron de coche y a la cárcel otra vez. Y a mi hermano y a mí nos confudieron y en vez de la Cárcel Nueva nos llevó al Penitenciario. Mi hermano se cayó, se mareó, se cayó dentro y se partió todos los dientes... Y dice el oficial: -«Estos señores, no son para aquí. Son para la Cárcel Nueva».
Y así estuviemos cuatro meses. Luego nos trasladaron a la Vieja y allí nos hicieron el sumario.
E.-¿Y allí estaban juntos con otra gente del pueblo?
R.-Del pueblo y de toda la zona. Sí, había algunos de la Casa del Pueblo, porque no nos metieron a todos. Los repartieron. En la Cárcel Nueva, por regla general, nos daban bien de comer. Por lo menos te daban de comer Ahora, agua no.
E.-¿Entonces, cómo se las arreglaban?
R.-Te lo voy a decir. La gente de Segovia andaba mal de agua o lo que fuera. Iban con botijos. Llevaban los botijos a la cárcel y a los presos no nos la daban. Daban un traguito, una copita de anís, es lo que te daban de agua. La gastarían para hacer la comida o tirarla.
E.-¿Y la gente no se ponía enferma con esas raciones de agua?
R.-El que se moría, se moría. El que no, le sacaban. Esa es la realidad, que la gente de la capital no tenía agua. Pero a nosotros no nos llegaba. Y lo demás, el rancho de la Cárcel Vieja era malísimo y tenían que pasar.
E.-¿Ustedes tenían noticias de la gente que había quedado en el pueblo?
R.-Mi padre había muerto ya, el 35. Mi madre, sí. Ya te digo, mis hermanos y mi cuñado también estuvieron en la cárcel. Y quedaron, pues, de varones, uno. Que ha muerto hace tres o cuatro años. Y también le llamaron al Ayuntamiento y salió un individuo falangista y dijo: «Pero, oye, rojo, ¿qué haces aquí? Venga, vente conmigo». Y le sacó del Ayuntamiento. Y fue el único que se salvó, porque tendría amistades o lo que fuera. Los demás hemos estado todos en la cárcel. Uno, en el Segre le echaron mano, estaba en la zona roja; y que era capitán. Había llegado a capitán. El entró como voluntario y había terminado la mili, pues era dos años mayor que yo. Y estuvo, pues, corrió todo. Ya te digo... En la zona ésta, al otro lado de la sierra estuvo aquí mucho tiempo. Allí estaba el suministro para lo militar. De militar se pasó a carabinero y cogió el grado de sargento. Luego, por el Segre, le cogieron y estuvo en el campo de concentración.
E.-Entonces, llegó un momento que llegaron a estar prácticamente todos los hermanos varones en la cárcel.
R.-Y casados también. El más pequeño, dos años menor que yo; como estalló, le llamaron a la quinta en el 34, y se pasó a la Legión. Y en la Legión le echaron mano, y estuvo en la cárcel.
E.-¿Y su madre, cómo se las arreglaba para tener noticias de ustedes, de todos los hijos?
R.-Si se quedó con los nietos y con la viuda. Se quedó con los nietos y la viuda. A ver, los demás estábamos todos en la cárcel. La viuda andaba por ahí para fregar, para dar de comer a los hijos, que eran pequeños, y mi madre estaba imposibilitada. Así, hasta que vine yo, y tardé dos o tres años en casarme y ayudaba yo. Poco, porque a primeros no te daban trabajo. Luego, después, sí, y ya íbamos tirando.
E.-Vamos a ver el papelito éste. ¿Cómo piensa que actuaron las gentes?
R.-Pues mira, te voy a decir una cosa según pienso yo. Yo no lo veo tan malo. Se podía haber hecho más, digo yo. Han hecho cosas buenas y cosas malas.
E.-En la cárcel, por ejemplo, ¿les echaban charlas?
R.-Lo único que nos decían era sacarnos al patio y levantar la mano y decir «¡Franco!», «¡Franco!». Y decíamos «¡Rancho!», «¡Rancho!». No tenían capacidad de decirnos eso, porque a lo mejor algunos habíamos sido más y les hubiéramos convencido al revés. No eran capaces más que de estar allí, y como no os damos de comer ni os damos na, moriros y a tomar por culo, y se acabó. Ellos creían que dejarlos y que se iban a morir solos.
E.-¿En qué año le soltaron a usted? ¿Y me puede contar algo de Pamplona?
R.-Mi hermano salió y no volvió. Me parece que fue el 1 ó 2 de mayo del 38. Ahora, la fecha del 21 ó el 22 de mayo, por ahí. Me parece que el 20 salió mi hermano de Pamplona para Cuéllar, y al otro día fue cuando se hizo lo que se hizo. Yo no estaba al alcance de eso; en el 40 volví.
E.-¿Cómo encontró el pueblo al llegar?
R.-¡Ufl, pues la misma gente. Ni te hablaban, ni te querían ver. Ya sabes, unas redes, pero no grave. Algún chivatazo que hubo y detuvieron a uno o fue y el que tiró de la otra manera, ni verte, de verdad, ni verte.
E.-¿Y usted se juntaba con otros afiliados a la Casa del Pueblo?
R.-Yo me he estado jugando el tipo muchos años. Yo, con unos compañeros, en el pueblo de Coca, teníamos una célula comunista. Pillaron unas redes, pero no grave. Algún chivatazo que hubo y detuvieron a uno o dos. Un compañero mío estuvo en la cárcel tres o cuatro días. No lo sabía, nada más que nosotros. Hace falta tener... Venir de allí sabiendo lo que te habían hecho, te la estabas jugando. Pero, a mí, como no me importaba. Y hoy se lo digo yo a éstos: -«Canallas. Vosotros sois unos peleles».
E.-Claro, es que todos y todo hay que entenderlo...
R.-Y teníamos una peña que estábamos enrollados con los falangistas. Eramos, me parece, que cinco de nuestra parte y treinta y dos para salir por el pueblo de Coca. Y habíamos las de San Quintín, sin meternos con nadie. Armábamos el escándalo y llevábamos hasta gente de Somatén. Eramos los dueños del pueblo, hostias, 32 tíos los domingos y los días de fiesta. Nos íbamos a las cantinas y a cantar por la calle. El que sabía la aragonesa, la aragonesa; el que sabía otra, otra. No, antes de la guerra salían cuatro o seis amigos, pero como ésa no ha habido otra en el pueblo. Además que eran amigos nuestros; 32 tíos como uña y carne.
E.-Y ya la última pregunta que le voy a hacer: ¿usted piensa que fue irremediable el conflicto bélico?
R.-Sí, se pudo evitar. No sé la causa. Yo digo que si hubiera habido un diálogo entre una parte de los militares, otra parte de la República. Pero se conoce que no hubo nada. Si éstos tuvieron culpa, aquéllos también. Yo los culpo más a éstos que no a aquéllos, porque aquéllos en paz estaban. Estaban al mando del pueblo, lo habían sacado y no puedo decir otra cosa. Si le lió, el perjudicado soy yo. ¡Pues que me muera! Y muchos estarán ahí, porque ya les va quedando poco. Y peor que yo. Porque yo dormía; ellos no dormían. Digo yo qde les saldrían las sábanas blancas o los fantasmas.
Ahora, mira, te voy a decir una cosa. Si esto se publica, escucha: si se pone en el periódico, quisiera coger un periódico de esta encuesta y lo que yo diga... Yo tengo ese capricho.
E.-Esto lo hacemos para que la gente se entere. A los historiadores profesionales de toda la vida no les importa esto.
R.-Y que lo nuestro no figura en ningún sitio. Ahora, si hubiéramos sido sabios, sí. Si hubiéramos sido sabios o hubiéramos matado, a lo mejor hubiéramos tenido un fichero ahí. Aunque a lo mejor en el cuartel de la Guardia Civil estamos fichados.
E.-Otra cosa, ¿qué pasó con la Guardia Civil aquí, esos días?
R.-Se marcharon a Segovia, y los que quedaron aquí no se supo nada, no se movieron. Luego, cuando entraron, levantaron la cabeza. Bueno, detenernos, eran los falangistas. A mí me detuvieron tres falangistas del pueblo.
Otra cosa curiosa. Un día vino el «pájaro negro». Y habíamos ido mi hermano y yo con ideas de estar toda la noche pescando, pero a la puesta del sol viene el «pájaro negro». Tiró bombas y nos marchamos para la casa. Me acuerdo que había esa noche arroz, arroz con patatas, y a lo mejor una cola de bacalao. Según estaba yo cenando, me quedé con la cuchara en la boca, y llegaron para detenerme. Y al Ayuntamiento, cerrado toda la noche, hasta el otro día, el 16 de septiembre. Cogieron unos ocho o diez. Yo creo que el más joven era yo. Yo estaba cansado de oír cuando salí de las checas, y me lo tenía que tragar. Si en el otro lado había checas, aquí sí que las he visto yo. Había dos cantinas de la misma familia, y ahí era donde firmaban las denuncias. Muchos los llamaban y si no llamaban tenían que firmar por huevos. Mucha gente no se daba cuenta que aquí había checas.
E.-Bueno, pues le quedo muy agradecido. Es lo menos que puedo decir.
R.-Pues, mira, además, tengo el Sumario del Consejo de Guerra. Tiene mucho, ¿eh? Hay las denuncias y lo que pusieron para juzgarnos.
3. ENTREVISTA CON NICOLASA (24 de mayo de 1986 - 180')
E.-Podríamos empezar diciéndome en que año nació usted.
R.-Pues yo nací un 6 de diciembre de 1917, aquí, en Coca.
E.-Su padre, ¿en qué trabajaba?
R.-Mi padre era comerciante. Fuimos siete hermanos, se murieron dos pequeños y quedamos cinco. Luego en la guerra se murió una niña de nueve años.
E.-El comercio de su padre, ¿en qué consistía?
R.-¿El comercio de mi padre? Ferretería. Tenía comercio mixto:
tornillos, cazuelas, pucheros, ultramarinos, se vendía fruta... Más o menos un comercio mixto como el mío.
E.-¿De dónde se surtía su padre?
R.-Bueno, mi padre era de Carbonero, mi madre era de Coca. Entonces mi padre vino aquí de panadero, en casa de un señor que era panadero, como empleado. Aquí conoció a mi madre y se casaron, y nada más casarse pues se establecieron ya ellos con su negocio.
Se suministraban de Valladolid, de Medina del Campo, de Madrid. Los tejidos y la ferretería la traían de Madrid. De Segovia, no; de Avila, también. En Segovia no porque había poco.
E.-¿Podían comprar directamente los productos a los campesinos?
R.-Sí, sí, sí. Les compraban los garbanzos y las judías... Y mi madre solía cambiar; por ejemplo, si una señora tenía una huerta, iban las señoras y decían: -«Aurelia -a mi madre todo el mundo la conocía por Aurelia-, ¿me cambias cinco kilos de judías, por arroz, azúcar o aceite», -«Pues sí», mi madre, sí. Mi padre andaba de ambulante, por ejemplo, en los pueblos de Ciruelos..., casi más traía a cambio que en dinero, porque decían: -«Te vendemos una fanega de garbanzos a cambio de unas sábanas», o lo que sea. Entonces regía poco el dinero. Pollos, mi padre traía, y mi hermano y yo salíamos a venderlos. Y así pues casi todo.
E.-¿La cultura de sus padres?
R.-Bueno, pues mi padre era listo, pero no había estudiado. Mi padre, sus principios quiso haber sido cura, pero sus medios no le llegaron...
Y mi madre es que era muy lista. Fue una criada de servicio, pero desde niña tenía la inclinación de vender, porque ella desde chiquitita ya vendía con una cesta castañas, naranjas; se ponía en la plaza, iba a pescar -pescaba cangregos y luego los vendía-. Siempre le tiró esa inclinación. Mi madre tenía, ¿cuántos hermanos fuerón?, espere..., mi abuela tuvo 17 y a la mesa fueron 12 hermanos; y mi madre era la tercera, y entonces se la llevaron unos abuelos, a mi madre la criaron unos abuelos, y para no hacer gravoso a mis bisabuelos, ella iba a vender sus cositas. Y luego a mi madre la enseñaron un poquito de cosas, mis bisabuelos la llevaron a Valladolid y allí la dieron unas lecciones de coser. Mi madre era muy lista, y era guapa y presentable; lo era y lo es, porque tiene noventa y dos años, y aún vive, a pesar de lo que pasó ella en la guerra porque la metieron hasta en la cárcel, sí señora.
E.-¿En el orden de hermanos, qué lugar ocupaba usted?
R.-Yo era la mayor. Me tocó luchar mucho con mis hermanos y ayudar mucho a mi madre, porque yo a los nueve años ya no fui al colegio.
E.-¿Fue a las jesuitinas?
R.-Sí, pero hasta los nueve años nada más.
E.-¿No pasó al otro colegio?
R.-No. Había dos colegios, el de los maestros, había una maestra y un maestro, el maestro para los chicos y la maestra para las chicas. Y había las jesuitinas. Ibamos desde los tres años, por ejemplo, hasta los siete; y a los siete pasaba la que quería a los adultos, que ya era de pago, hasta los siete años era gratis, pero al pasar los siete años pasábamos a las adultas, de pago.
E.-¿Qué les enseñaban? ¿cuántas horas de clase tenía?
R.-Bueno, pues teníamos de las 9 a las 12, y luego desde las 2 hasta las 5. Por la mañana llegábamos al colegio y leíamos «El Libro del Corazón», dábamos luego el catecismo, y luego pues escribíamos al dictado, y luego las cuenta. Teníamos días: por ejemplo, el lunes a mí no me gustaba ir el lunes, porque yo de matemáticas estaba muy mal, y así he seguido toda la vida, y como era los lunes, muchos lunes hacía novillos. Luego, los martes a lo mejor se daba aritmética, gramática. El sábado escribíamos al dictado y leíamos «Las Visitas», que se llamaban entonces «Las Reglas de Urbanidad». Y por la tarde llegábamos al colegio y leíamos «El Libro del Corazón» y luego nos poníamos a la costura, ¿me entiende?, rezábamos nuestro rosario y un día le tocaba a una y otro día le tocaba a otra. Y teníamos una media hora de recreo, ¿me entiende?, por la mañana y por la tarde.
E.-¿Iba mucha gente?
R.-Sí, íbamos muchas. Estaba el colegio lleno.
E.-¿Había diferencias entre las niñas que pagaban las jesuitinas y las que pasaban al Colegio Nacional, que era gratuito?
R.-Sí, claro, sí. Al colegio de las jesuitinas iban siempre las que vivían un poquito desahogadamente en su casa.
E.-A los maestros, ¿les pagaba el pueblo?
R.-Bueno, les pagaba, supongo yo, el Ministerio. Luego había también, luego ya, por las tardes, un maestro, que se llamaba don Toribio, que sacó unos muchachos muy listos, entre ellos mi hermano.
E.-¿Sus padres eran religiosos?
R.-Mi padre, mucho, mi madre también, aunque luego durante la guerra les señalaron como antirreligiosos, pero mis padres, fíjese usted la voy a contar, ¿quiere usted que se lo cuente?
E.-Sí, claro.
R.-Bueno, pues mi padre era de Carbonero el Mayor, y en Carbonero el Mayor son muy religiosos. Ya le he dicho a usted que mi padre quiso estudiar carrera de cura, pero era hijo de un guarda y no pudieron dársela; pero mi padre se sabía mejor la misa que el señor cura, porque cuando iba aquí les sacaba las faltas. Tanto es así, que cuando murió mi padre le dejó escrito cómo le teníamos que decir la misa, pero no se la dijimos así, ¿me entiende? Creía en todo, en todos los santos religiosos, a nosotros..., yo he sido hija de donde se rezaba el rosario por las noches. Y mi padre, pues, tuvimos una niña muy mala, ¿me entiende?, pues entonces mi padre ofreció a la Virgen de su pueblo el gustar que él rodaría la carroza y todo lo que pesara mi hermana se lo regalaría en cera; y le llevaron dos cirios de los kilos que pesaba mi hermana. Mi madre ofreció la mortaja de mi hermana, porque estuvo amortajada,
porque ya la creían muerta, ¿me entiende? Y allí estaba en la Virgen del Henar el retrato de una hermana más de treinta años. Mi padre rodó la carroza, que la tenían que rodar doce, y él dijo que la rodaba solo, la carroza de su pueblo. Pertenecían a todas las cofradías: mi padre era de San Roque, de la Santa Cruz;; y mi madre era la fundadora del Carmen, nos metió a todos del Niño Jesús y de la Purísima. Pero, amiga, cuando estalló la guerra la pusieron una denuncia de antirreligiosa, la condenaron a nueve años.
E.-Nos han contado en otras entrevistas que después de un primer momento hubo muchas denuncias, a veces sin motivo.
R.-Sí, sí. Hubo muchas denuncias, pero algunas no, siempre hay algún motivo. Pero denuncias todas falsas, porque ahí tiene usted una de ellas. Porque cuando a mi madre la juzgaron, ¿me entiende?, pues claro, como la pusieron una denuncia por antirreligiosa, y había sido religiosa y estaba cotizando al Carmen y Santa Agueda, que cogió la bara dos o tres años, porque no quería serlo nadie, y a sus hijos les tenía en la Purísima, en todo. Cuando se la murieron los hijos, les enterró como Dios manda; me casé yo la primera, en plena República, que era el 35, me casó; nacieron niños durante ese tiempo, les bautizó, ¿me entiende? Eso no es de ser ninguna antirreligiosa, en cambio la pusieron una denuncia por antirreligiosa.
E.-Volviendo a lo que estábamos hablando. A los nueve o diez años sale usted del colegio, ¿antes había ayudado usted a sus padres?
R.-Bueno, pues ayudaba a mis padres si me decían despacha. Ellos se echaban la siesta y nos quedábamos mi hermano y yo a despachar. Y mi madre, como era muy lista y muy viva, nos decía: -«Hijos, tenéis que ir a vender», y cogía y nos preparaba unas crucecitas con unas puntillas, nos ponía el precio, y mi hermano y yo íbamos por las calles vendiendo; y cuando no eran las puntillas o las cintas, era fruta o patatas que nos la ponía en unas cestas con papeles diviviendo los kilos. Y nosotros nos ganábamos el pan. Así que hemos trabajado desde niños.
E.-¿Por qué dejó el colegio?
R.-Bueno, pues dejé el colegio, pues porque tenía que ayudar a mi madre, y el negocio pues no daba para meter una criada extraña, pues no daba. Mi madre tuvo, sí tuvo una criada y tuvimos una niñera y todo, pero de más joven; luego, ya se llevaba sobrinas, las pagaba como criadas, pero eran sobrinas, porque en una tienda no puede entrar cualquiera. Primero, se llevó a una que estuvo nueve o diez años, y luego se llevó a otra que era de mi tiempo y dejábamos todo sin hacer y nos íbamos por ahí, ¿me entiende? Y ya me sacó de la escuela y a ayudar a mi madre. A esa edad yo ya sabía de todo: yo lavaba, yo planchaba, yo hacía la comida, yo cuidaba a los niños. Porque mi madre, eso sí, ha sido muy señorita. A ver si me entiende, ella atendía el comercio, se levantaba tarde, y yo me levantaba a dar las papillas a los niños, a ponerles las bragas, desde pequeñita, desde que se fue mi prima la criada, yo ya me las entendía solita, solita, ¿me entiende? Y mi madre, luego se levantaba y se ponía detrás del mostrador, y ella ya no se preocupaba de hacer camas, lavar, ni de barrer, solamente de hacer la comida, y algunas
veces, que yo de chiquitita también las hacía. Yo he sido, como decía mi madre: -«Eras mis pies y mis manos». Yo me casé muy joven.
E.-¿A qué edad?
R.-A los diecisiete años.
E.-¿Cómo se conocieron?
R.-Bueno, pues ya lo diré. Yo era una chica que no aparentaba tener pocos años, siempre me he criado robusta y era una chica alegre, y me gustaba mucho el baile, y los chicos me bailaban mucho porque estaba de buen ver. Mi marido vino de dependiente a un comercio y le conocí en una borrachera.
E.-Pero, ¿no era de aquí?
R.-No, mi marido es zamorano. Y vino aquí de dependiente en el 32. Y yo no me había fijado nunca en él, pero llegó el Día de los Santos y había cine y estaba borracho, y me hizo tanta gracia que me fije en él. Y al poco tiempo nos hicimos novios, y me casé de diecisiete años y el de veinte.
E.-El paso, por ejemplo, a la República, ¿se notó en algo?
R.-Sí, sí. Mis padres eran republicanos, aunque eran religiosos, pero eran republicanos, eso no tiene nada que ver. Ya sabe usted lo que son las cosas, mi padre cuando entró la República era concejal con Berenguer, con la dictadura de Berenguer, y luego entró la República y echaron a los concejales. Fue concejal por mayorista, por mayorista de matrícula; en la dictadura de Berenguer se conocía que entraban los que tenían mayores matrículas, y mi padre fue uno de ellos.
E.-¿Su padre pertenecía a algún partido?
R.-Pues mi padre pertenecía a un partido..., esto a la Sociedad, a una Sociedad que había de republicanos.
E. ¿Aquí, en Coca?
R.-Sí, aquí, detrás de la iglesia, se llamaba Centro Republicano. Mi padre fue tesorero, pero fue tesorero un par de años.
E.-Esta sociedad, ¿tenía que ver algo con la Casa del Pueblo?
R.-Era ésa, la Casa del Pueblo era de republicanos. Mi padre fue tesorero.
E.-¿Qué recuerda usted de la actividad de su padre?
R.-Tenía reuniones cuando tocaba, pues, hacer cosas... Pero nunca para hacer mal a nadie. Aquí tuvimos un baile republicanos.
E.-¿Y cómo se organizaba el baile?
R.-Muy bien. Bueno, el baile republicano se organizó porque aquí hubo unos sucesos en el 32 entre republicanos y no republicanos.
E.-Una mujer nos ha contado que hubo una pelea en un baile...
R.-Sí, ¿quiere usted que le cuente toda la historia?
E.-Sí.
R.-Pues, para que vea, lo tengo escrito. A mí no me importa, porque como es verdad, esto no lo oculto ni a San Pedro bendito. Vamos a ver..., como fui poco a la escuela yo no tengo ortograña.
«La guerra civil en Coca no empezó en 1936 sino en 1932. Una tarde, el 29 de julio, San Pedro, como la derecha siempre ha tenido muy mal perder, pues esa tarde empezó la guerra civil en Coca. Unos cuantos mozos de derechas empezaron, esa tarde, a dar Viva a la República, y otros decían abajo (los mismos derechistas), éstos habían bebido. Por la noche, como era festivo, había baile en el Salón; estaba tocando el baile un chico de 17 años que se llamaba Joselito, de izquierda (que luego se volvió falangista), y sus padres también lo eran por esas fechas. Este chico solía dejar tocar el pianillo al joven que se lo pedía. Y fue un muchacho de izquierdas y le dijo: -"Me dejas tocar". Y éste le dejó. Entonces fue el de la derecha, como estaban faltones le quitó la manivela de tocar y discutieron. Entonces el muchacho que tocaba el piano se la quitó a los dos, y el de derechas que era de los caciques del pueblo por entonces, le pegó, y éste fue corriendo a casa de su madre. En lugar de quitarle importancia al muchacho la madre, ésta fue a la Casa del Pueblo, que allí estaba su marido con los socios pasando el rato, y al ver a la señora que iba gritando: -"¡Que a mi hijo le han pegado los de derechas!".
Los de izquierdas fueron al baile, y allí se preparó un buen jaleo pegándose unos a otros, y salieron a la calle porque todo el baile estábamos asustados, porque ya sacaron armas blancas. Abrieron las puertas y salíamos todos envueltos entre grandes escombros, que por cierto estaban todos por la calle repartidos porque se los tiraron unos a otros. Vino la Guardia Civil, y un guardia tiró tiros al aire y mientras éste tiraba al otro fue herido, y un muchacho de derechas, uno de los que empezó el jaleo. Pero lo que son las injusticias, el muerto no le mató el de izquierdas, sino el de derechas, que según iba a meterse se cruzó y le mató a su compañero. Todo esto pasó enfrente de la casa de mis padres que vivían enfrente del baile, que mis padres tenían un comercio y abrieron las puertas. Las gentes se metieron donde pudieron.
Al morir el chico de derechas, los de izquierda nos separamos de la derecha (¿me entiende?) y abríamos un baile en otro salón, para no tener ningún contacto, y le llamábamos el baile republicano (que luego nos marchamos al otro baile porque decían los chicos de derechas: -"Veniros con nosotros, que sois muy guapas. Nosotros, ¿qué tendremos que ver?"). Cuando salió el juicio fueron a casa mis padres para que hicieran de testigos; y como mis padres no vieron quién fue, ellos dijeron que no podían actuar de testigo falso para nadie, no porque pasara el suceso enfrente de su casa lo tenían que haber visto, que ellos estaban por dentro y no habían visto nada. Y de allí vino las venganzas en la guerra de 1936.»
E.-¿Usted cree que en algún momento, cuando empezó la guerra, que la denuncia aquélla estaba relacionada con este suceso?
R.-Sí, sí, sí. Es que mi madre no tuvo una denuncia sola, tuvo muchas. Tuvo una, cuando estalló la guerra civil. ¿Sigo o lo dejo?
E.-Yo prefiero que me lo vaya usted contando en vez de leerlo.
R.-Bueno, pues mire, cuando estalló el movimiento, no sé si sabrá usted que se proclamó una huelga general. Los obreros bajaban al pinar con el burro a por leña. Al subir con la leña les cogieron los guardias y les llevaron a la cárcel. Las cargas de leña las llevaron al retén, unos corrales que tenía el Ayuntamiento adonde tenían que ir a por la leña cuando pagaban la multa, ¿entiende? Bueno, pues a esos señores, como estaban en huelga, en el paro, fueron y les cogió la Guardia Civil y les levantó un atestado y les paró al juez. Entonces, pues, ya le he dicho que mi madre era muy lista, unas señoras quisieron ir a hablar con el juez para que a esos señores les dieran las herramientas y los burros. Y fueron a por mi madre, porque era más educada que todas ellas.
E.-¿Cuándo ocurrió esto?
R.-En 1936. Unos días antes, unos días antes del 18 de julio. Y luego ese señor juez le puso una denuncia como que mi madre, le había roto el expediente.
E.-¿Había manifestaciones aquí en Coca?
R.-Sí, sí. Y luego, durante la guerra, fueron garrafales. Había manifestaciones el 1 de mayo, que fue ahí donde a mi madre la pusieron otra denuncia por llevar la bandera, y mi madre no llevó bandera, que la llevó una hermana suya, pero esa hermana no tenía valor y mi madre sí que lo tenía, porque mi madre había dado de comer a mucha gente, ¿sabe?, a mucha gente, a muchos obreros, porque mi madre daba cartillas hasta que la podían pagar. Y mi madre hacía ventas a plazos, y había vestido a todo el pueblo. Porque caía uno enfermo, y yo soy testigo de ello, porque mi madre me mandaba a mí con la cesta llena de leche, de azúcar..., hasta que ese enfermo se ponía bueno; y caía otro enfermo y mandaba a las que traían la leche: -«Lleva la leche a esa señora dos meses». Podía usted preguntar a cualquiera. Y claro, pues, como mi madre era muy lista, y era una mujer que valía y todo, pues entonces iban a por ella las otras.
E.-Nos han contado que desde el 18 al 30 no llegaron los falangistas a Coca.
R.-Sí. El 26 ó el 27 fue cuando vinieron aquí los falangistas, entraron por los cuatro costados disparando, y ese amanecer fue horroroso. Porque, aunque estaban en huelga, aquí estaba todo pacífico, aquí no pasó nada de nada, nada, ¿me entiende?, nada de nada. Sí, una vez dijeron que entraban los falangistas y los pobrecitos, fíjese usted, salieron con palos a recibirles; ya ve usted, cuando ellos entraban con ametralladoras. Bueno, pues aquí cuando entraron con los golpes de mano, el 26 o el 27 (...). Que aquí se sabían las noticias por una radio que había en el estanco.
E.-¿El periódico?
R.-El periódico yo creo que vino hasta el día 16, el Ahora. Nosotros cogíamos el Ahora. Y yo creo que vino el periódico cuando traía la muerte del teniente Castillo y la muerte de Calvo-Sotelo.
E.-Además de el Ahora, ¿se recibieron otros periódicos?
R.-Sí, sí. Se recibía El Liberal, el ABC. A mí me gustaba Ahora, porque venía todo fotografiado. Y ya le digo, que a partir de esta fecha que venían los falangistas por la carretera de la Nava, y resulta que era una camioneta con unos cables de teléfono. Y salieron los pobrecillos obreros con palos.
E.-Nos han dicho que con los falangistas llegaron frailes.
R.-Sí, sí, e hicieron mucho bien, porque cuando estaban registrando la casa de mis padres, abrieron el cajón de la cómoda nuestros escapularios, los libros de misa, las medallas, los escapularios, y entonces uno que iba con ellos dijo: -«Pero qué hacemos aquí, si somos todos iguales».
E.-¿Antes había en Coca falangistas?
R.-Si los había no lo sabíamos. Aquí se llamaba derechas y republicanos. De cara a la gente no había falangistas. Luego ya, a partir de esta fecha, ya sí, ya salieron muchos falangistas. Que me acuerdo que ese día cuando entraron los falangistas llevaron al Ayuntamiento a todos los hombres, lo mismo de derechas que de izquierdas, les llevaron al Ayuntamiento, y allí había un señor que seleccionaba, que él había sido el del baile, precisamente, que había sido de izquierdas y luego se hizo falangista e iba diciendo «este rojo», «este azul». Y así transcurrieron unos días, hasta el día 5 de agosto pasaron unos aviones, había unos falangistas en la estación, tiraron al avión y éste respondió y mató a dos falangistas. Entonces esa noche vinieron a por treinta. Los falangistas venían cargaditos de coñac, que venían cargaditos de coñac... Vinieron los falangistas de fuera, a por 30 socialistas, para sacarlos de sus camas y matarlos, darles el paseo; pero entonces, las autoridades que había entonces, Arturo Acosta y los que hubiera, ¿me entiende?, pues ya se opusieron y ya no sacaron a ninguno.
E.-El nuevo Ayuntamiento, además del alcalde, el resto de la gente que estaba en él, ¿era marcadamente de derechas?
R.-Sí, toda. A dedo, todas escogidas a dedo de derechas; aquí, eso ya no, de socialistas nada, todos ya eran escogidos a dedo, ¿me entiende?
E.-Entonces, ya luego viene una época de denuncias...
R.-Sí, mire. Eso pasó el día 10, el día 5 de agosto, luego ya pues se les fueron llevando poco a poco. El primer grupo que salieron fueron nueve, entre ellos mi madre, el día 10 de septiembre. Pero no la he contado lo que vinieron a hacer el día 11 de agosto, que se lo voy a contar. El día 11 de agosto, pues, salieron las quintas, la quinta del 32, 33 y 34, me parece que eran esas quintas, las que venían a por ellas, ¿me entiende?, entonces en esas quintas iba un hermano de mi madre, y vino mi madre y mi padre a despedirlo a la plaza, y al regresar de la plaza estaba un coche de Segovia de falangistas esperándoles a la puerta y cuando llegaron mis padres les preguntaron: -«¿Este es el comercio de Aurelia?», y dijeron que sí. Y entonces entraron dentro y le saquearon a mi padre, llevándose lo que quisieron: piezas de pana, lienzos, zapatillas, ultramarinos, todo les venía bien, ¿me entiende? Y había uno apuntando con otro fusil, estaba para que no entrase nadie, entonces llegué yo, porque fueron mis hermanas a decirlo lo que estaba sucediendo, y fui a entrar y no me dejó, y me dijo que me sentara en un cantoncito allí en la puerta, y le dije que yo era de la familia, y me dijo: -«Usted no va a remediar allí dentro, nada. Lo único es que va a pasar un mal rato y va a dar el pecho malo a la niña», porque yo llevaba a mi niña de diez meses. Y luego volví a entrar, y ya me dejaron, y vi a esos señores que todo les parecía poco, ¿me entiende? Ya cargaron y dejaron a mi padre las estanterías medio vacías, y nos dijeron: -«¡Arriba España! ¡Viva España!», y con eso nos pagaron.
Cuando se fueron, mi padre se fue a estar con Arturo Acosta y le dijo: -«Isaac, te has opuesto a ello», y mi padre dijo: -«Pero hombre, ellos con fusiles y yo con las manos en los bolsillos, ¿qué iba a pintar yo?», y dijo: -«Si vienen mañana haz lo mismo». Entonces nosotros al día siguiente, al amanecer, pues las cosas que había de valor, las sacamos en casa, pues de las personas que había buenas de derechas, porque en las derechas había personas muy buenas que nos querían, que nos ayudaron en la guerra a sufrir con nosotros los malos ratos que pasamos, porque luego pasábamos unos cuantos malos ratos.
Eso pasó el día 11 de agosto. Y así se transcurrió, registros y registros cuando les daba la gana en casa de mis padres. Y el día 10 de septiembre fue la primera saca, la, primera saca de los socialistas para la cárcel, entre ellos iba mi madre. Los detuvieron a las diez u once de la noche, y los tuvieron hasta las dos de la madrugada ahí en el Ayuntamiento, a ella y a otros ocho con ella. Y al sacarla, a los hombres los llevaban en la camioneta, en una camioneta, ¿me entiende? Mi madre montó en la cabina con el jefe de Falange de Sanchidrián, y al subirla, pues, la dijo a mi madre: -«No tema usted -porque a mi madre le dio un mareo porque en ella eran frecuentes-, que yendo conmigo no la pasará nada», entonces la dijo a mi madre; -«Ya se habrán quedado a gusto algunas señoras de su pueblo, porque por ellas la habíamos sacado a fusilar a la torre de San Nicolás». Cogió el señor, abrió su termo y la dio un vasito de café y una copita de coñac, y fue con ella a Santa Maria.
En la cárcel de Santa María de Nieva, allí la metieron y estuvo no sé si fueron dos noches y un día. La metieron en una habitación que había tenido carbón, que estaba llenita de ratas, que la comida que le daban a mi madre se la tenía que dar a las ratas para que no la mordieran, ¿entiende? Y ahí, uno del pueblo, un falangista, la confesó; cogió los hábitos de los jueces, que estaba el Juzgado y la cárcel juntos, cogió la túnica de uno de los jueces y la confesó. Y la preguntó por mi primo; la dijo estas palabras: -«¿Conoces a tu primo Marino el de Olmedo? -dijo, "sí"-, pues vas a correr tú el mismo riesgo». Le habían afusilado a ese chico, le habían dejado en las carreteras de Olmedo, ¿me entiende?, de pena. Y luego cogieron a mi madre y a esos ocho, y los llevaron a Segovia, al Gobierno Civil de Segovia.
En Segovia los hombres los metieron en el sótano, para darles la paliza, que les daban una paliza, y a mi madre la llevaron a una habitación, ¿me entiende?, pues allí las mujeres de los guardias, cuando llevaban la comida a su marido, allí a mi madre la insultaron, la quisieron cortar el pelo y pasearla por Segovia, pero no lo hicieron, no lo hicieron, ¿sabe? Nada más que eso, que al montarla en el coche para asustarla más, también le dijeron: -«Echad
la pala y el azadón -fíjese usted que maldad-, y al kilómetro dos con ella». Y como siempre hay buenas personas por todos los sitios, pues el portero la dijo: -«No se asuste usted, señora, que el kilómetro dos es la cárcel».
Y fíjese usted si iría asustadita mi madre, que a los dos años cuando entré yo en la cárcel y me fueron a mí a cachear, me dijo la directora: -«Pobrecita de tu madre, cuando la fuimos a cachear nos dijo, "pero es que me vais a quitar la ropa para que me entren mejor las balas"»; y la dijo la directora: -«Usted no se apure, esto es la cárcel y aquí no la va a pasar nada», eso la pasó a mi madre. Allí estuvo, pues, unos meses, en la cárcel de Segovia, que, por cierto, cuando tomaron Toledo también le dieron un mal rato los moros, porque querían entrar en ella, y mi madre del susto que se llevó se mordió el dedo y se lo atravesó.
Mi madre fue trasladada luego a La Granja, ¿sabe?, y allí la pobrecita, pues, lo llevó muy mal, la cárcel la llevaba muy mal, porque cuando fuimos nosotros a Segovia a verla nos estuvo contando esto que le cuento a usted, y cuando fuimos a verla por primera vez estaba hecha un mar de lágrimas, allí no había consuelo para ella, y nos decía que por qué a ella le tenía que pasar esto, que por qué. Total, que estuvo unos meses en Segovia y la trasladaron a La Granja, y allí cogió las calenturas palúdicas; no tuvo asistimiento de nada, de nada, el único asistimiento fue la quinina que le llevaba mi padre, ¿sabe? Y allí ella, como no tenía ganas de comer, apañó una anemia y se nos trastornó, se nos trastornó, y así ha estao..., bueno, está hasta la fecha, que tiene 92.
E.-¿Y cuando sale su madre?
R.-Espere... Allí estuvo en La Granja hasta el 38, en octubre del 38 la trasladaron otra vez a Segovia, porque dijeron que por el suceso ese de Segovia iban a entrar los rojos en Segovia, el caso es que a los de La Granja, porque estuvo por allí el frente, les trasladaron a Segovia, que estaba yo aquí ya en la cárcel, estuvo aquí unos días. Y luego, ya el día 14, nos trasladaron a Santa María de Nieva, aquí ya conmigo y con mi niña, ¿me entiende?
Yo entré en la cárcel el 20 de mayo de 1938, y en Segovia estuve seis meses y en Santa María cinco. En Segovia estuvimos muy bien. Yo tenía mi camita, y en fin, muy bien, nos daban escuela, ¿me entiende?, allí había hasta una maestra que nos daba varias horas colegio, nos daban muy bien de comer, los directores eran muy buenos y la comida en abundancia. Pero en Santa María muy mal, hija, en Santa María muy mal. Una cárcel que tocábamos con la mano el techo, el piso de ladrillo, 80 mujeres en una nave con diez niños, en un rincón (...), con dos cubos allí hacíamos nuestras necesidades, y luego los teníamos que sacar, mejor dicho, los tenían que sacar los ordenanzas y les dábamos a los ordenanzas de los hombres, y tenían que sacar los pobrecitos nuestra mierda. Porque nos daban una hora solamente para bajarnos a asear al patio, y no había water, había una pocita y allí hacíamos nuestras necesidades; y allí en una hora teníamos que comer, teníamos que lavarnos, teníamos que lavar la ropa y todo.
Ahora, yo en eso tuve suerte, porque los directores fueron para mí muy buenos, tanto el director como la directora. A mí me pusieron de ordenanza en Santa María, y me pusieron como una especie de economato y despachaba a las reclusas lo que me pedían, chocolate y, en fin, cosas que se podían vender en la cárcel, y estuve allí, aparte lo mal que estábamos, muy mal, pues estaba considerada por ellos. Pero comíamos muy mal, hija, muy mal, si aquello era comer que baje Dios y lo vea. Comíamos unas lentejas con más bichos, llenas de paja, y ¿qué más nos daban de comer?, sí nos daban de comer zanahorias y nabos, que no los había comido en mi vida...
E.-¿Cuándo salen ya?
R.-Estuvimos, yo estuve allí cinco meses, yo salí a la terminación de la guerra, el 29 de abril de 1939. Pero mi madre no, rica, mi madre después de haber estado tres años de gubernativa, ¿me entiendes?, a la revisión de causa, pues, de Santa María me la llevaron al Asilo Penitenciario de Segovia otra vez, pues la procesaron, de Santa María ya fue procesada, que tuvo mi madre un careo con el juez, precisamente con el del atestado.
Pues a mi madre, como la digo, se la llevaron al Asilo Penitenciario, ya iba mi madre trastornada, porque había perdido las facultades mentales. En el juicio la condenaron a nueve años. Mi madre allí estuvo unos meses y después fue trasladada a las Ventas, a la cárcel de las Ventas de Madrid; desde las Ventas, estuvo otros días en Guadalajara, de Guadalajara a Gerona, y allí estuvo trastornada perdida, y cuando la dieron la libertad tuvo que escribir una carta el señor director a mi padre para decirle que fuera a por ella, «...porque esta señora no puede ir sola». Y mi madre cuando salió de casa salió con 72 kilos y cuando entró pesaba 35 kilos. Como estaba enferma no comía, y cuando se la llevaron lejos nosotros estuvimos un año sin verla, porque había pocos medios, porque todos habíamos estado en la cárcel. Cada quince días mi padre iba a vemos, a llevamos el paquete, nos dejaba cinco duros.
E. ¿Y su hermano, que huye cuando llegan los falangistas a Coca?
R.-Sí. Bueno, pues total, la quiero decir que mi padre se quedó con cuatro estanterías, entre unos que le robaban y otros que nos lo llevaba para comer, pues se fue quedando el pobrecito sin nada, ¿me entiende? Y luego a mi padre le embargaron lo único que tenía, la casa, porque ya le quedaba poco. A unos les embargaron y luego se lo dieron, a mi padre no se lo devolvieron.
¿Mi hermano?, y ¡mi marido! Si tengo un buen repertorio, hija. Mi hermano, el 24 de septiembre de 1936 le metieron en la cárcel, un chico con dieciséis años. Y a primeros de octubre le llevaron a Santa María. Pero entre medias, entre medias ya unos falangistas, cuando estaba aquí en la cárcel, quisieron entrar a pegarle, a él y a otros dos que había, pero un sereno les dijo: -«Tenéis que entrar por encima de mi cadáver para entrar a pegar a estos muchachos, que no se han metido nunca con vosotros». ¿Me entiende? Así que mi hermano, pues, luego a primeros de octubre le llevaron a Santa María de Nieva, y en Santa María de Nieva estuvo mes o mes y algo, luego le trasladaron a la Cárcel Vieja y estuvo en la Cárcel Vieja hasta que salió el juicio en marzo. Salieron unos 40 con Consejo de Guerra que les formaron; salieron nueve penas de muerte, me parece que fueron 31 penas de treinta años, y mi hermano y otro chico, como eran menores de edad, pues a veintiún años y un día. Mi hermano estuvo en la cárcel, como era listo, porque mi hermano era muy listo, pues estuvo enseñando a mucha gente a leer y escribir; estuvieron unos profesores dándole allí clases, y mi hermano en matemáticas no había otro.
E.-¿Le conmutaron la pena?
R.-Sí. Mi madre estuvo cinco años y medio y mi hermano seis años, el pobre, salió de 22. Estuvo cuatro años, y a los cuatro años al ver a mi madre que estaba así, enloqueció, se trastornó él también. Y así le hemos tenido hasta el año pasado, que ha muerto de 65 años. Un niño de dieciséis con esos malos ratos ya me dirá usted a mí si no es para volverse loco. Le tuvimos ingresado dos veces en el manicomio, hija mía.
E.-¿Algún otro miembro de su familia estuvo en la cárcel?
R.-Sí, hija, sí. Todos 1ol hermanos de mi madre fueron a la cárcel, porque mis tíos eran obreros. Los hermanos de mi madre eran obreros, porque aquí se vive de la resina, y mis tíos eran obreros y pertenecían, pues, a la Casa del Pueblo. Entonces vinieron y éste quiero, éste no quiero y se les fueron llevando. Y también les salieron treinta años, a mis tíos, y uno en los sucesos de Pamplona quedó, allí murió un tío mío. Luego fueron viniendo, les conmutaron las penas y fueron viniendo.
E.-¿De sus hermanos...?
R.-Mis hermanos, pues eran pequeños. Mi hermana tenía once años, otra de nueve y otra de siete. Esa pobrecita de siete se nos murió a los nueve años, cuando terminó la guerra, y ella no vio a su madre, ni su madre a la hija. Y mi madre sigue creyendo que vive, no que está muerta, sino que vive. Pero no acaba ahí, salgo yo de la cárcel, pero a los ocho días me meten a mi marido.
E.-¿Y eso por qué?
R.-Pues porque mi marido se fue con los rojos. Estaba aquí, en este bando, y a mí que me tenían que dar el subsidio de él, pues hasta eso me lo quitaban, no me lo daban, yo me tenía que morir de hambre y mi niña. Mi marido tenía que estar peleando para ellos, yo me tenía que morir de hambre y su hija. No me daban el subsidio porque era hija de Isaac, porque así se lo dijeron, como yo era hija de Isaac pues yo me tenía que morir. Y mi marido le cogieron y a los ocho días de venir le metieron en la cárcel, y estuvo en Segovia hasta septiembre, y en septiembre le trasladaron a San Martín de Valdeiglesias, y de San Martín de Valdeiglesias le metieron en la cárcel de Porlier, hasta mediados de diciembre, que le salió un Consejo de Guerra y le salió pena de muerte.
E.-¿A usted, por qué la detienen?
R.-A mí me cogen como rehén, porque al marcharse él me cogieron a mí.
E.-Entonces a su marido le meten en la cárcel por cambiarse de bando en un momento determinado.
R.-Sí, que a mi juicio hizo lo que debía, porque, fíjese usted, a mí me tenían que haber dado el subsidio por estar él en el frente y hasta eso me lo quitaban.
E.-Nos ha contado alguna señora que por sus maridos que estaban en el frente les daban nueve duros, y tenían derecho a escardar.
R.-Sí, eran... me parece que eran tres pesetas diarias, que no estoy segura, porque no me lo llegaron a dar. A mí no me lo dieron porque la Junta... El capitán de mi marido me mandó unos papeles que yo tenía que llevar al Ayuntamiento, y el Ayuntamiento mandar adonde fuera para que me dieran el subsidio. Entonces, como era hija de Isaac, no me rellenaron los papeles y no me los mandaron. Entonces yo me presenté a cobrar y me dijo el alcalde, que, por cierto, le tomé un odio que no puedo verle todavía, y me dijo: -«Aquí no viene usted», y yo le contesté: -«Claro, si no he ido como voy a venir. Y como nunca falta quién te dice las cosas, pues uno de la Junta se lo dijo a mi padre, que era del pueblo de mi padre y, amigo de mi padre, y le dijo a mi padre: -«Mira, a tu hija no le dan el subsidio porque es hija tuya».
E.-Aquí existía un comedor...
R.-Sí, aquí había el Auxilio Social que se llamaba, que era socorrido por todos, porque, aunque a mi padre le habían hecho lo que le habían hecho, mi padre se puso con un kilo de lentejas mensual, ¿entiende?, y se socorría se conoce entre toda la gente del pueblo.
E.-¿Se les pasaba alguna clase de «auxilio» a las mujeres con los esposos detenidos?
R.-Nada, nada. Tenían que ir con el cacharrillo al Auxilio Social a por la comida, y los niños a comer, ése era el auxilio que tenían, ni más ni menos. Y luego venía, y a lo mejor le decía una señora, pues, «vete a coger miera», y la pagaba el jornal, ni más ni menos, hija, que las pobrecitas no sé cómo sobrevivieron.
E.-Nos han dicho también que los falangistas celebraron reuniones en
Coca, e incluso hacían instrucción por las calles del pueblo.
R.-Anda, claro, hacían instrucción y pasaban todas las noches vestidos, haciendo guardias, que también metían su miedo.
E.-¿Quién organizó las fuerzas falangistas en Coca una vez comenzada la guerra civil?
R.-Bueno, pues eso sería la central de Segovia, supongo yo. E.-¿Ustedes seguían los partes de guerra?
R.-¿Los partes de guerra? Pero si aquí no había ningún..., a los de izquierdas les requisaron los aparatos, el que tuviera se los requisaron. Aquí no había nadie más que tuviera que Julio en panadero.
E.-¿Qué año se pasó su marido al otro bando? y ¿cuándo la detienen a usted?
R.-A mí me detuvieron el 20 de mayo de 1938, y él se pasa el 25 de marzo de 1938, cuando la Aurora Boreal, que hubo una Aurora Boreal.
E.-¿Usted sabía que existía este medio de coacción?
R.-Se oyó decir que se tomaban esas represalias para que no se pasaran más.
E.-Usted se llevó a su hija...
R.-Sí, cuando llegó aquí la Guardia Civil a detenerme, el 20 de mayo por la tarde, fue el cabo Arévalo y otro guardia, el marido de la Josefa, que entonces estaba soltera -que, por cierto, a ése se le caían buenos lagrimones cuando me fue a detener-; y le dijo mi padre: -«Pero otro más, hasta mi hija se llevan», y se echó a llorar mi padre, y yo entonces dije: -«Yo quiero llevarme a mi niña conmigo, donde vaya yo tiene que ir mi hija», y entonces me dijeron: -«Bueno, si se porta usted bien...». (Corte de la entrevista porque la entrevistada temía que el relato perjudicase a segundas personas que la ayudaron en los momentos difíciles.)
E.-Entonces, ¿usted ya viene a Coca cuando acaba la guerra?
R.-Sí. Y luego a trabajar...
E.-Después de todo lo que han vivido usted y su familia, ¿cree que la situación estaba tan tensa en Cocaa cuando se proclama la guerra como para provocar todos los odios y rencillas que se sucedieron?
R.-Pues no, no. Yo creo que aquí fue a partir de eso del baile... E.-¿Y que se provocaría una guerra?
R.-No, hija. ¿Usted cree que de saber que venía una guerra iba a estar la gente desprevenida? Iban a estar la gente obrera, republicana, desprevenida, sin armas, como luego ellos las tenían. Así que eso no se prevenía, de la noche a la mañana pasó y pasó. Si ellos, los de la derecha, lo sabían, los de la izquierda no sabían nada. Por lo menos en Coca, yo hablo de aquí, no de otro sitio. Aquí no sabía nadie nada, si no cómo no iban a tener un arma para defenderse, y no que nadie teníamos nada.
E.-La gente, ¿cómo se portaba con ustedes?
R.-A mi casa y a la de mis padres iba a comprar lo mismo la derecha que la izquierda.
E.-¿Y las denuncias?
R.-Pues las denuncias eran de cuatro caciques, cuatro de ellos y nada más, los demás, no. Eran de cuatro caciques que ni aun ellos dieron la cara, pues es que se lo mandaron hacer a gente baja, que luego lo han pagado bien caro. Porque ellos mismos no dieron la cara, porque si al fin y al cabo hubieran dado la cara, pero es que no la dieron. Y a mi casa y a la de mis padres, ya le digo, iba a comprar lo mismo la derecha que la izquierda, y cuando vino el racionamiento lo mismo.
4. ENTREVISTA CON ELEUTERIO M. (24 de mayo de 1986 - 150')
E.-¿En qué año y dónde nació usted?
R.-Pues yo nací en 1915, en Carbajales de la Encomienda, provincia de Zamora.
E.-¿A qué se dedicaba su padre?
R.-Bueno, pues eso tiene una historió íntima y casi no se puede contar. Y o desciendo de maestros, mi abuelo y mi padre fueron maestros. Bueno, pues en aquellos tiempos hay un refrán que dice: «Pasa más hambre que un maestro». Yo no pude cursar ningún estudio, porque en aquellos tiempos al quedarme sin padre, pues no pude optar por ningún estudio, porque no había posibilidades. Creo que valía, según decía un maestro, y como no había medios en aquellos tiempos, le daban a mi madre una peseta diaria de pensión, y entonces, claro, no se podía.
Yo seguí en el colegio hasta los trece años. A los trece años, pues, salí de dependiente, o sea, uno de mi pueblo le dijo a mi madre que si quería yo venir para el comercio, y vine aquí, a Olmedo. Estuve en Olmedo de dependiente, yclaro, el jefe de allí se quedó con un comercio aquí (se refiere a Coca) de un hermano, y yo, como era de confianza del jefe, me mandaba todos los sábados a por la recaudación, la recaudación de toda la semana. Y eso hacía. Estuve así dos años, y después ya las cosas tomaron otra transformación y yo me vine aquí, estuve aquí y ya por cosa de sueldo me tuve que marchar.
E.-¿Cómo era la vida de un dependiente?
R.-Muy mala. Yo, por ejemplo, la vida mía era interna, en la misma casa donde estaba. Bueno, pues a mí me daban de comer, y estuve dos años sin ganar nada, solamente me vestían y me daban de comer. A los quince años ya era dependiente mayor de seis dependientes que éramos allí, en el establecimiento, esto a los quince años. Y claro, pues me daba ya una peseta diaria, la comida y el vestir. Poco valían entonces las cosas, pero no llegaba, con eso era imposible, y estuve peor mucho tiempo.
E.-¿Y el alojamiento?
R.-Dormía allí, era el único que dormía allí, a mí no me costaba nada. Y trabajaba pues nada, yo creo que doce horas sí; me levantaba a las ocho de la mañana y hasta las dos de la noche yo estaba allí, o sea, no tenía ni distracción de nada, cuando la juventud lo menos que se requiere es un poco de distracción; no tenía nada más que libre los domingos, a partir de las dos era cuando dejaba todo, o sea, estaba casi como un esclavo, ésta fue la situación.
Y luego ya digo, en 1933 ya de ahí por cuestión de sueldo no nos conveníamos me fui a Robledo de Chavela, en El Escorial, y allí estuve seis meses, y a los seis meses el mismo jefe que tenía me escribió una carta a mí y otra al jefe que tenía: que por favor le cediera el jefe para que viniera aquí. Y, claro, Lomo yo sencillamente, a pesar del trabajo que tenía, me habían tratado bien, o sea, se habían portado bien, pues digo: -«¿Qué le parece a usted, don Leonardo?, -«Hombre, pues aquí no haces mucha falta, con el
otro dependiente se puede marchar. Si quieres, te puedes marchar». Claro, yo creía que era para Olmedo, pero en vez de para Olmedo era para aquí: el que había cogido el traspaso resulta que se quedó con una venta irrisoria, no tenía ni para el agua que bebía; y entonces dice: -«Tú vas a ir con el fin de que le demuestres que el negocio funciona». Bueno, pues en la cuestión del precio me dieron lo que yo quería. Bueno, total, que me puse aquí en marcha, le puse el negocio en marcha y le demostré que se vendía lo que se vendía, quizá aún más, o sea, que se vendió hasta más. Bueno, pero el jefe que tenía aquí era muy malo y le dije: -«Bueno, usted si me da carta blanca me quedo, si no, no. Usted es el dueño, pero yo aquí tengo que operar como si fuera el dueño, para las cosas de las ventas yo no puedo perjudicar a la casa, tengo que beneficiarla. Déjeme usted libertad para obrar con la clientela». Y entonces así salió, y le puse el negocio en marcha, y después que le puse el negocio en marcha se engalló y claro ya cogimos una disparidad entre los dos que no podía ser. Na, pues entonces, yo ya me había echado la novia, y claro, pues, seguramente que dice: -«Esta como es comerciante, me va a quitar el negocio» y tal; por ahí seguro que vino la disparidad esa.
Yo entonces, yo ya me fui a Iscar, estuve en Iscar con un hermano del jefe que había tenido antes y desde allí me venía todos los domingos a ver a ésta. Y claro, pues luego ya en el año 35, en julio de 1935, nos casamos, y ya nos pusimos por nuestra cuenta; una tiendecita pequeña, en esos tiempos yo no sé si valdría 600 pesetas, o por ahí.
E.-Cuando usted pudo mejorar de posición, ¿cuánto le venían a pagar?
R.-Dos pesetas.
E.-¿Cuál era el sistema de compra?
R.-Había libretas que se decía, donde se apuntaba lo que se llevaba y a lo mejor al mes... Los labradores, los labradores, por ejemplo, llevaban el género hasta que les pagaban la cosecha pára septiembre.
E.-¿Cómo se suministraban los comercios?
R.-Nos suministrábamos de los almacenes todo, de Valladolid, de Madrid, de Barcelona. Recuerdo que cuando lo de Cataluña, la Generalidad de Cataluña, pues el hermano del jefe dice: -«Que no vuelva por aquí ningún catalán, que le mando a hacer puñetas», y claro, pues iban varios de fábricas de tejidos, porque allí trabajaban los tejidos en fuerte.
E.-¿En la tienda se vendía de todo?
R.-Sí, sí. Era mixta, se vendía tejidos, paquetería, era mixta. Y eso, el abastecimiento ya le digo, era de Valladolid, de Madrid, de Barcelona casi todo, y de Medina del Campo.
E.-Cuando usted se establece en Coca, dice que el comercio le pudo costar unas 600 pesetas.
R.-Sí, sí. Era de ultramarinos, y poca cosa de ferretería y calzado.
E.-¿Lo pagó en mano?
R.-Que va. Nos lo prestó mi suegro. Fíjese lo que podía valer, bueno, 600 pesetas de entonces son 600.000 de ahora.
E.-¿Existían vendedores ambulantes?
R.-En Coca, no. Ese se estableció fijo cuando yo entré en el Ayunta¬miento en 1983 (...).
E.-¿La figura del dependiente tenía más consideración social que el trabajador de resina?
R.-Sí, sí. Tenía otra distinción al obrero que iba al tajo, a trabajar los pinos o que estaba en fábrica.
E.-Esta diferencia, ¿en qué se notaba?
R.-En todo. En el vestir, en la forma de tratar al personal, en fin, en todo.
E.-¿Esto influía en que se relacionase con una determinada gente?
R.-Con toda la gente. Teníamos luego los más amigos, que éramos los más distinguidos de aquí. Estábamos un hijo de Oviedo, otro chico que se ha muerto hace poco que estaba de escribiente en el Ayuntamiento, el dependiente de Farmacia. Eramos unos seis. Aunque nosotros íbamos juntos, cuando llegábamos a un bar, pues: -«Ponle un chato a ésos. Sácales un cuartillo», porque entonces se llamaba cuartillo, un medio, pero era un medio de vino, una jarrita. O sea, que había buen trato. Lo que pasa es que nosotros si íbamos de este bar a otro, íbamos los seis, no buscábamos a nadie más, y si llegábamos allí y había alguno, pues les invitábamos, e incluso nos invitaban. Había aquí unas relaciones pasmosas, antes, antes de la guerra era bueno..., ya le digo, me gustaba este pueblo sencillamente porque tenía un trato especial, aquí es que era una armonía entre todos que daba gusto. Y luego, ya a partir de la guerra, se fastidió todo (...).
E.-¿Cuántos establecimientos habría en Coca?
R.-Aquí, cinco y hoy hay veinte o veintidós.
E.-Esos establecimientos, ¿eran mixtos?
R.-Sí, sí, sí. Aquí eran todos mixtos. La ley autorizaba que en poblaciones inferiores a 5.000 habitantes, la matrícula mayor abarca a las pequeñas. Por eso, la mayor se sacaba y se tenía un conjunto de todo para que el cliente se abasteciera de lo que quisiera.
E.-¿Se llevaban bien los comerciantes, se ponían de acuerdo para poner los precios?
R.-No, no, no. Los comerciantes nunca hemos estado de acuerdo para poner los precios, nunca, que hubiera sido bueno.
E.-¿Hubo problemas entre los comerciantes?
R.-Problemas, no; competencia, sí. Si yo veía que éste ponía el aceite, entonces valía a 1,55, y yo podía darle a 1,25... Cada uno quería llevarse su clientela. Pero bueno, aparte de esa competencia, que es competencia leal...
(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Una vez el jefe de éste a mi padre la echó un anónimo, sabe usted que un anónimo es una carta sin firma, pues amenazándole, sabe usted, pues amenazándole, porque mi padre tenía mucha parroquia, mucha (...). Eso era la envidia.
E.-¿Cómo montaron ustedes el negocio?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Mi padre nos dio las 500 pesetas con derecho a no devolvérselas. Y nosotros compramos un saquito de lentejas, un bidón de aceite, un saquito de arroz. (Eleuterio M.): Yo, debido a los conocimientos que tenía, por ejemplo, de Olmedo, me conocía todos los almacenes, y con las influencias de mi suegro, que era un comerciante acreditado, pues yo iba a los almacenes: -«A ver, llévate lo que quieras». He vivido siempre del crédito, además he tenido esa oportunidad (...).
En cuestiones de esto de la guerra tuvimos que cerrar el comercio. Me marché a la mili, se quitó el comercio, estuve tres años y medio en la cárcel; cuando salí nos habíamos quedado ya sin nada (...).
E.-¿Cuántos médicos había aquí? ¿Cómo era el sistema de consultas?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Bueno, cuando estalló el movimiento había uno, un médico. Durante la guerra había dos, que estaba uno que habían quitado la licencia por ser de izquierdas, y vino aquí y se estableció como particular. Y estaban el titular y el particular.
E.-¿El sistema era por iguala?
R.-Sí, era por iguala.
E.-¿Cuánto se pagaba por la iguala?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Bueno, 1,50 se venía pagando al mes.
E.-¿Todo el mundo pagaba lo mismo?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): No, había quien pagaba más, y también había de Beneficiencia. El tiempo que mi marido estuvo en la cárcel yo tenía la beneficiencia.
E.-¿Cuáles eran las diferencias entre las categorías? R.-Primera, Segunda y Tercera. Atendían bien a todo el mundo. E.-¿Quién atendía los partos?
R.-El practicante (...). También estábamos igualados con él.
E.-Cuando usted viene a Coca, ¿qué partidos o tendencias políticas existen?
R.-Yo cuando vine aquí no había distinción de partido aquí. Había republicanos de izquierda o derecha (...). Yo más bien me distinguí como monárquico, en aquella época, porque inclusive entre los amigos, el hijo del médico daba vivas a la República y yo al rey. Tuvimos una discusión, pero no mala, en este sentido, él que viva la República y yo que viva el rey.
Yo me distinguía ya más por la cosa monárquica, luego, ya cuando acontecieron todos estos acontecimientos de la guerra, pues yo vi que sencillamente, que estaba equivocao, no es porque tuviera la culpa la monarquía, pero, por ejemplo, yo entendía que el clero mismo defendiendo una cosa de humanidad como ha defendido siempre, y que debiera de defenderla porque para eso es, cuando tomaron las armas, los mismo sacerdotes empuñan las armas, y los frailes, es ir en contra de lo que Dios ha creado. En vez de socorrer a aquellos necesitaos, entonces es cuando yo tomé una desviación, una desviación no en el sentido de que vaya a ser un revolucionario, no, nunca lo he sido, siempre he querido la paz y siempre el bien, el mío y el de los demás.
E.-¿De dónde le venían las tendencias monárquicas?
R.-No es porque nadie me haya incitado. La disparidad de mis ideas fue a partir de la guerra, por ver estas injusticias, que yo no he sido nunca partidario de injusticias: los humanos somos para protegernos los unos a los otros. Entonces, cuando los curas y frailes empezaron a tomar las armas yo ya empecé a hacer un cambio de postura sin ser revolucionaria (...).
E.-Nos han contado que cuando llegan los falangistas a Coca, con ellos venían personas con apariencia de curas...
R.-Sí, sí, sí. La cosa es clara, los frailes del Henar (...). Cuando ya entraron los falangistas a mi inclusive me llamaron para hacer las guardias. Y la estuve haciendo hasta el día en que se llevaron a mi suegra y entonces me fui a ver el alcalde que era Arturo Acosta, y digo: -«Mira, ya no vengo a hacer guardias, porque es posible que teniendo un fusil en la mano voy a disparar contra ti». Y desde entonces no he vuelto a hacer ninguna guardia.
E.-¿Cuándo llegó Romualdo Acosta a la alcaldía?
R.-Salió en las elecciones de febrero, no, antes, en las elecciones del 32. Era tío del que fue después Arturo Acosta.
E.-¿A qué ideología pertenecía?
R.-Republicano, pero no pertenecía a la Casa del Pueblo (...).
E.-El 18 de julio, ¿qué ocurrió aquí?, ¿usted creía que era posible llegar a una guerra?
R.-Sí, era posible llegar a un alzamiento, pero no creíamos que se iba a llegar a esos términos..., se iba a sofocar. Ya había tenido antes el caso de Sanjurjo.
E.-¿En el ambiente existía una relación tan tirante entre las gentes como para degenerar en guerra?
R.-Pues..., yo creo que no la había. Se veía cuando hay una huelga general o algo así, pero no que iba a llegar a una guerra.
E.-Las reformas que se produjeron durante la República, ¿se notaron en Coca?
R.-No, entonces, no, no había nada. Entonces los medios de comunica¬ción eran muy escasos, no había, por ejemplo, nada más que la prensa y un par de radios.
E.-¿Qué prensa venía?
R.-El Libera¿ el ABC el Ahora, el Adelantado.
E.-¿Usted estuvo afiliado a la Casa del Pueblo? R.-No estaba, no.
E.-¿Qué ocurre en Coca cuando estalla el movimiento?
R.--Pues yo, como era de la quinta del 36, ya en noviembre ya me las piré, ya no me enteraba. Los primeros días decían que si venían por aquí los falangistas, que si venían por allí. Entonces es cuando atravesaron, que yo no sé si llegaron a atravesar algún árbol, me parece que en la carretera de la estación para cortar el tráfico, que creían que iban a cortar el tráfico. Y entonces, pues, armas no había, sencillamente, a lo mejor uno tenía un revólver que ni disparaba ni na, lo único que podía haber era una escopeta de caza (...). (Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Luego, cuando llegaron los falangistas todos estábamos acobardados. Me acuerdo, mis sobrinos se reían mucho cuando se lo contaba: nosotros vivíamos en una calle que daba a la plaza y recuerdo que cuando subía el señor Mariano Oviedo, que era el cacique mayor del pueblo, y venían los falangistas, decía: -«¡Arriba España! ¡Viva España! ¡Que yo soy de España!». Y otra señora que teníamos enfrente decía: -«¡Que yo soy de arriba España! ¡Que mis hijos estuvie¬ron en la guerra de Melilla!». Todos esos jaleos los oíamos, era de miedo, de miedo y de risa a la vez (...).
Porque es que al principio sólo estuvo la Falange, hasta octubre que fue la unificación. Me acuerdo que venía yo de llevar el almuerzo a mi hermano en la cárcel y salió a mí una señora y me dijo: -«Hija, no sufras tanto ya, no sufras, que ya se han unido Falange y el Ejército».
E.-El miedo no era tanto a un Ejército que llegaba como a los falangistas que estaban incontrolados.
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Claro. Oiga, mire, porque es que los falangistas llegaban y decían: -«Venga con nosotros», y le paseaban y le tiraban a la cuneta (...).
E.-¿Cuál es su experiencia de la llegada de los falangistas?
R.-Yo estaba en la cama. Luego me levanté y vine ahí, al Ayuntamiento, a mí me asignaron como una persona de orden.
E.-A usted, ¿cuándo le movilizaron?
R.-Yo me fui en noviembre del 36, en Valladolid, en el grupo de formación de Artillería (...). Ahí no había arengas de ninguna clase, sólo la instrucción militar normal y luego estuve poco tiempo. Salíamos ese día, nos llevaban para Melilla a toda la batería, que éramos unos ochenta; había un practicante que era de Coca y nada más verme bajar la escalera me dijo: -«¿Dónde vas tú?», -«Pues a formar», -«Pero si tú tienes por lo menos cuarenta de fiebre». Me puse el termómetro y tenía 41 de fiebre, me llevaron al hospital, estuve allí un mes, tuve una hemorragia y me declararon inútil total un Tribunal Médico. A los seis meses hubo una revisión y el comandante me dice: -«Usted es un enchufado, usted no tiene nada, lo que tiene es mucho cuento». Yo llevaba toda la documentación anterior. Entonces me mandó al Regimiento de la Victoria, de Salamanca, y de ahí me pasé ya al otro bando.
E.-¿Y cómo es que se pasó?
R.-El motivo era por las injusticias que cometía esa gente. Yo había visto que a mi familia la habían arruinado (...).
E.-Debía de ser difícil pasarse.
R.-Yo estaba en la Cuesta de la Reina. Yo estaba en una avanzadilla, en el puesto de escucha, a las dos de la mañana salgo yo para el puesto de escucha, y me fui a las trincheras de los otros que estaban allí enfrente. Al acercarme, ni siquiera me habían sentido: -«Alto, ¿quién va?»; digo: -«No disparéis, que me vengo para acá». Salió uno de los que estaban de guardia, llamó al cabo de guardia, llegó el cabo de guardia, de allí me bajaron al puesto de mando de Aranjuez y me tomaron declaración. De Aranjuez me mandaron a Carabaña, que estaba el Estado Mayor, de allí a Madrid a una casa que tenía Gil Robles según se va a Barajas, allí estaban concentrados todos los que se evadían (...). Al día siguiente de estar allí; pues, fueron del Centro Segoviano a buscarme, me identifican, pues allí ocho días que estuve el Centro Segoviano me costeó todo, sólo dormía allí, y por la mañana iban a buscarme y todo el día por Madrid con los gastos pagados.
De Madrid nos llevaron a Barcelona, a 15, a prestar declaración ante el Gobierno. Pues allí me dieron 600 pesetas por haberme pasado con el armamento y las bombas. Que allí estuvimos unos días hasta que nos destinaron al Noveno Cuerpo del Ejército, a la 80 Brigada Mixta. Allí estuve de soldado tres o cuatro meses, luego me dijo el comandante: -«¿Quieres ir a hacer un cursillo para teniente a Valencia?», -«Pues sí». Y estuve en la Escuela Popular de Guerra de Valencia, y allí hice un cursillo para teniente, un cursillo de estos acelerado. Y no había salido ni publicao en la Gaceta, que estuve actuando por lo menos cuatro meses, y terminó la guerra.
Al terminar la guerra, el comandante, el comisario y yo, que éramos los tres jefes del batallón, nos pilló allí, e íbamos a coger un avión que salía para no sé si para México o para Rusia, nos faltaba de aquí a ahí cuando salió el avión. Total que nos echaron mano, pero ya no llevábamos uniforme, tan sólo pantalones. Nos metieron en un campo de concentración, dijimos que éramos soldados; tres días estuvimos con una cucharilla de café, no comimos nada más que eso. Luego nos soltaron, cogimos un mercancías y paramos en Alcázar de San Juan, en Alcázar de San Juan nos dieron una lata de lentejas que tenía más bichos... De allí a Madrid, y nos metieron en otro campo de concentración, y luego cada uno nos mandaron por un sitio.
Yo me vine derecho a Coca. Como la mujer estaba detenida, eché una instancia al Gobernador (su mujer echó otra). La dan la libertad y en mayo me detuvieron.
Estuve en Segovia, luego en San Martín de Valdeiglesias y luego en Porlier (...).
(En el resto de la entrevista Eleuterio M. nos relata las dos condenas a muerte que tuvo en Porlier, su condena de 30 años y la estancia en las cárceles españolas.)
5. ENTREVISTA CON LEONCIO (4 de junio de 1986, 90')
E.-Antes de comenzar a hacerle las preguntas le recuerdo que la finalidad de la entrevista es recoger materiales para un Congreso que se celebrará en Salamanca el próximo mes de septiembre. Si no quiere, no tiene que dar nombres ni tampoco contestar a las preguntas que no quiera.
R.-De acuerdo.
E.-Vamos a comenzar entonces, ¿puede decirme dónde y en qué año nació?
R.-Yo nací en Villeguillo, en 1896, en el siglo xix, voy a hacer noventa años el próximo septiembre.
E.-¿Sus padres eran también de Villeguillo?
R.-Mis padres eran de Puras, también en la provincia de Segovia, y estaban de zapateros en el pueblo.
E.-¿Cuántos hermanos eran ustedes?
R.-Eramos ocho y yo era el anteúltimo, el pequeño murió cuando la mili de un ataque cerebral en Cartagena.
E. ¿Pudo ir al colegio?
R.-Sí, desde mi pueblo íbamos a Llano, en Valladolid. Estudié desde los diez a los catorce años y allí aprendí a leer, a escribir, las cuatro operaciones, reglas de tres, números complejos y otras cosas que de no usarlas se han ido perdiendo poco a poco, lo que no he perdido ha sido el conocimiento. Luego, ya me puse con mi padre en el oficio de zapatero, a mi padre le dio un paralís y seguí tres o cuatro años hasta que me casé y vine- a Coca en el año veinte.
E.-Viene a Coca y se establece de zapatero, ¿trabajaba para alguien o monta su propio negocio?
R.-No, no, yo trabajaba de zapatero remendón y no nos hacían pagar matrícula.
E.-¿Cuántos zapateros podría haber en el pueblo entonces?
R.-Habría..., unos cuatro o cinco.
E.-¿Qué cobraban entonces por arreglar unos zapatos?
R.-Me acuerdo todavía: unas medias-suelas de señora podían costar cinco o seis reales, y el kilo de suela, bueno entonces se compraba por libras, podía venir a costar cinco o seis reales, que nos lo vendían en Santa María.
E.-Además de zapatero, ¿tenía alguna dedicación más?
R.-Sí señor, yo iba a segar los veranos y ganábamos un hermano y yo cincuenta duros cada uno por segar cien obradas; empezábamos el día después de San Pedro y acabábamos la víspera de la Virgen de Agosto.
E.-Esas labores tendrían que ser fuera de Coca, que no tiene tierras de labor.
R.-Eso es. He estado en Iscar, en Santiuste, en Donhierro, en Tierra de Segovia y en otros pueblos.
E.-¿Usted recuerda algo de la dictadura de Primo de Rivera? R.-Sí, pero hace tanto tiempo que todo me confundo. E.-¿Recuerda si venían periódicos en aquella época?, ¿usted los leía?
R.-Llegaba «El Liberal», «El Imparcial» y no sé cuántos más y me gustaba leerlos. En casa de mi padre, que es un zapatero que sabía leer muy bien, se recibía desde Madrid.
E.-En los tiempos que usted empieza a vivir en Coca, años veinte, ¿había ya en Coca Casa del Pueblo?
R.-Pues mire usted, le voy a decir. Cuando yo vine tenían una casita hecha los socialistas junto al río, donde me llevaron unos familiares para que la viera. Luego, después, antes del 36, ya hicieron la nueva detrás de la iglesia.
Me hice yo de la Sociedad, para que mi hijo Mariano pudiera estudiar. Me llamó un maestro que había, don Toribio, y me dijo que por mediación de la Casa del Pueblo, nos podrían mandar libros para estudiar; me eché a reír y le dije: -«Como no venda los hijos, no sé cómo les voy a pagar», pero me contestó que era la Casa del Pueblo la que pagana los gastos y que él le acompañaría cuando se tuviera que examinar.
Fui a la Casa del Pueblo y me apunté a la Sociedad para poder luego pedir la ayuda. Cuando pasaron unos meses hablé con el presidente y se lo expuse; reunió la Junta y lo aprobaron. Escribieron a Barcelona para encargar los libros, y cuando estalló la guerra debían de estar los libros de camino.
E.-¿Qué año se inscribió en la Casa del Pueblo?
R.-Yo tenía 39 años, así que fue en el 35.
E. ¿Se reunía con frecuencia la Junta de la Casa del Pueblo?
R.-Eran cuatro o seis, y cuando tenían una cosa que podían resolver ellos solos, lo hacían ellos solos, pero cuando era más complicado, nos consultaban a todos y preguntaban, ¿qué les parece a ustedes?
E.-¿Llegaba prensa a la Casa del Pueblo?
R.-Me parece que papeles venían también.
E.-¿En aquellos meses fueron siempre los mismos quienes dirigían la Casa del Pueblo?
R.-No, al principio había unos, pero como nos parecía que no lo hacían bien, les quitamos y pusimos a otros que luego murieron fusilados durante la guerra. Aquí murieron fusilados seis, tres casados y tres solteros.
E.-Durante la República, el año 32 ó 33 hubo una riña por las fiestas, en la que murió una persona, ¿se acuerda usted cómo pasó aquello?
R.-Sí, me acuerdo, pero no le puedo decir exactamente cómo pasó. Yo estaba en el bar de la Sociedad con unos amigos hablando y tomando un chato, pero nos contaron que el problema vino porque había dos señores que querían tocar en el baile y uno de ellos vino corriendo a dar cuenta a la Sociedad; estábamos cuatro, yo me marché a por un libro al estanco, entonces oí tirar tiros y me asomé a ver lo que pasaba en la plaza. Vi cómo a un hombre, la Guardia Civil le daba un culetazo que le abrió la cabeza; me acerqué y dije que sólo venía a auxiliar en lo que hiciera falta, y... ¿aquí se puede decir lo que sea?, entonces diré que según estaba allí salió un señor de las derechas y pegó un tortazo a un lado y otro, y tiró al suelo a dos hombres. Luego, más abajo, dicen que le pincharon con una navaja, que yo tampoco lo vi, y allí hubo más que voces y más que palabras y aquel muchacho estuvo tres o cuatro días y al final murió.
E.-¿Había entonces tensiones en el pueblo por causa de la política?
R.-Sí, algo había. Ese mismo muchacho que murió con otros amigos suyos, un día en la escuela estuvo a punto de liarse. Estaban acostumbrados a ganar siempre las derechas, y aquel año habían ganado las izquierdas y por la mañana, antes de las doce, esos muchachos iban por la calle y discutieron con otro grupo que estaba sentado junto a la escuela y se pudo preparar muy gorda; menos mal que se pusieron algunas personas mayores y no pasó nada. Y por esas cosas de que querían siempre mandar líos. Otro año también hubo jaleo. Una vez vi a un señor, que ya ha muerto, que quería matar a su hermano y a otro con un cuchillo. Otra vez por las elecciones se liaron a tortazos algunos.
E.-Ya hemos hablado de la Casa del Pueblo, ¿la gente de derechas también tenían sus partidos aquí en Coca?, ¿se conocía la Falange?
R.-Hubo un año, que si no ganábamos las izquierdas, íbamos decididos a partir las urnas de un garrotazo, y porque ganamos no pasó nada. Yo también he andado buscando votos en aquella época.
E.-¿Cómo conseguía usted votos?
R.-Un señor que quena ser del Ayuntamiento nos dio a unos cuantos 25 ó 30 duros y nos los gastamos en vino en la cantina.
E.-Pasando a otras cosas, ¿usted recuerda cuándo se marchó el rey Alfonso XIII?, ¿cómo se enteraron de la noticia?
R.-Pues lo que se oía era que el rey se marchaba porque no quería que se derramase sangre de los españoles.
E.-¿Trajo la República cambios en las condiciones de vida? R.-No recuerdo bien, pero no creo que notáramos mucho cambio.
E.-Antes comentó que había sido durante un tiempo sereno en el pueblo, ¿cuándo comienza usted a serlo?
R.-Estuve tres años, debí de entrar en el 33.
E.-¿Cómo obtuvo el puesto?
R.-Yo estaba trabajando en el monte, en la obradiza por cuenta del Ayuntamiento, y el alcalde que había entonces me mandó llamar y me dijo que uno de los serenos había caído enfermo y que si yo quería hacer la sustitución. Yo no quería, pero al final acepté y estuve unos meses hasta que le dieron por jubilado y sacaron un papel para que se presentara la gente que quisiera ser sereno. Se presentaron tres o cuatro, pero el secretario decía que como yo ya estaba trabajando, tenía preferencia sobre los demás. Pero, aun así, me vi negro para entrar, porque había recomendados; uno era mi primo, hijo de mi tío, que me pedía siempre el voto para las elecciones, y yo fui a verle, pero no quería saber nada de nada, pero al día siguiente, que tuvieron reunión, me dieron el nombramiento de sereno. Ganaba cuatro pesetas.
E.-¿En qué consistía su trabajo exactamente?
R.-Yo entré como sereno de Comunidad, no de Villa, y tenía que vigilar la caja de caudales del Ayuntamiento. Cuando no había dinero tenía que rondar por las calles y yo he silo el único de Coca que ha cogido tres ladrones.
E.-Usted era sereno en el momento en que comienza la guerra, ¿recuerda lo que ocurrió ese día?
R.-Empezaron a tocar las campanas y tomaron el pueblo los de la Sociedad como en Nava.. Yo estuve haciendo servicio esos días hasta que los falangistas llegaron el día 29 por la mañana, a las seis. Yo ya me había ido a casa a dormir, mi mujer no me despertaba, y a media mañana llegó el alguacil del Ayuntamiento y me dijo que tenía, debía presentarme en el Ayuntamiento. Me arreglé y fui, pasé y al nada más entrar por la puerta del secretario me preguntaron mi nombre, el trabajo y que si pertenecía a la Sociedad. Yo hacía poco que pertenecía, pero si digo que no me matan allí. Me dijeron: -«Queda usted destituido de empleo y sueldo hasta nueva orden. Vaya usted a casa y traiga sus ornamentos». Fui a casa, cogí el cíiuzo, el capote, cogí el revólver, la llave del Ayuntamiento y al llevarlo me dijeron: -«Ahora va usted a Madrid a que lo empleen Prieto, Largo Caballero y Azaña». Y un señor me dio un culetazo en la cara; al volverme al otro lado me dieron otro golpe por el otro lado, y para terminación, esa fue la rúbrica, una patada.
E.-¿Le destituyó gente del pueblo?
R.-No señor, era un teniente que decían que era fraile, aunque también estaban algunos del pueblo; estaba un primo carnal de mi mujer, el mismo que estaba recomendado cuando entré de sereno, para coger mi puesto cuando me echaron. No tuvo compasión de que tenía yo hijos, ni nada.
E.-¿Ocurrió algo durante los días que el pueblo fue controlado por la Casa del Pueblo?
R.-Desde el día 18 que estalló la guerra, en el Ayuntamiento había de todo, había socialistas, había falangistas, había requetés, había de todo. Yo tenía un cuñado que llevaba un pincho de pescar peces y otros llevaban terceroles atacas con cuerdas, pero mi escopeta y mi revólver no salieron en esos días de mi casa nada más que para hacer el servicio.
E.-Durante esos días, ¿se molestó a alguien en el pueblo?
R.-Lo que puedo decir muy alto, señor, es que en el pueblo de Coca en el tiempo que estuvieron los socialistas, bueno, y los falangistas, porque había de todo, no se molestó a nadie. En Cocaa hay una mancha muy grande por matar a seis inocentes, a dos hermanos, a otro casado y a tres solteros que eran tres niños y a eso no hay derecho.
E.-¿Cuándo se destituye y se cambia al alcalde?
R.-Se lo voy a contar. Una de las noches que se estaba de guardia, la noche de antes que al pueblo llegaran los falangistas, estaban el presidente de la sociedad, un hermano de él, otro de la Junta y el alcalde con Arturo Acosta, yo venía de hacer servicio y estuve un rato con ellos. Le ofreció el tío al sobrino el bastón de alcalde y no le quiso coger; ya sabía que iban a venir los falangistas y no quiso dar la cara.
E.-¿Qué más cosas ocurrieron al llegar los falangistas?
R.-Dieron una batida con perros y con escopetas por las riberas para coger a los que habían salido corriendo. Cogieron a uno que se llamaba Bernabé y cuando se lo llevaban a la cárcel le gritaba al alcalde: -«¡Arturo, hazte cargo de mis hijos»; un socialista se lo decía a un falangista.
E.-¿Se llevaron detenida a mucha gente?
R.-Sí, mucha. Primero los detenían en el pueblo, en el Ayuntamiento o en el Arco de la Villa, en la muralla, donde estaba la cárcel antigua. Un día, al ver cómo se llevaban en la camioneta a los hermanos Frías, los de la Casa del Pueblo y a otros, yo grité: -«¡Sois unos canallas!», y tuve suerte, porque el falangista que estaba a su cargo era buena persona y no dio cuenta mía, que si no a estas alturas estoy yo espabilado. Mire, aquí en Coca no podíamos ir dos juntos por la calle, no nos dejaban, ni siquiera ir a tomar un chato, y nosotros nos íbamos a la estación. Recuerdo que un día de fiesta que veníamos de la estación, al llegar a la puerta del pueblo fuimos a tomar un vino a un bar; al tiempo de salir llegó el alcalde y sus amigos, nos puso firmes y con las manos arriba, nos registraron y me quitaron una navajita de dos dedos que usaba para partir el pan. Además, nos dijo que no quería ver a más de uno por la calle. No nos dejaron vivir. Otro día estábamos en la puerta de la muralla y llegó un falangista y gritó: -«¡Fuera de aquí, no quiero ver a ningún rojo!», y nos tuvimos que ir.
E.-Entonces toda la guerra vivieron acobardados.
R.-Claro que sí. Otro día cuando tocaron las campanas, de pronto pegué un brinco que me caí de la cama. ¿Dice que si pasamos miedo?, aquí no había más que terror; te insultaban por la calle y los peores eran los que habían sido socialistas antes de la guerra. Un día iba por la calle y estaban pidiendo para una colecta, no me acuerdo de qué, me llamó una chica, me estuvo registrando y le dije: -«¡Pero tú crees que tengo dinero, voy a ver si alguien me paga un vaso!», si no dabas te registraban. Esto no era nada más que en muchas cosas un valle de lágrimas, y hay quien estaba tomando el fresco y venían los serenos y los metían en sus casas a dormir. Dicen que todo esto hay que olvidarlo, pero yo no lo olvido, cada vez que voy al Ayuntamiento, al subir por las escaleras, donde yo me sentaba a echar un pito cuando era sereno, me acuerdo de las horas que pasé vigilando para que luego me echaran.
E.-En aquella época Coca era un pueblo con Comandancia de la Guardia Civil, ¿recuerda lo que hizo al comenzar la guerra?
R.-El 18 de julio se los llevaron a hacer servicio, creo que en Segovia. Luego, durante las denuncias, se acusó a alguno de haber atacado a las familias de los guardias civiles aquellos días, pero todo es mentira, porque yo estaba de servicio y no pasó nada de nada.
E.-Al regresar al pueblo, ¿qué actitud toma la Guardia Civil?
R.-Supongo que ya sabe usted que los guardias civiles antiguamente pegaban mucho, aquí pegaron mucho.
E.-Al quedar despedido del Ayuntamiento, ¿qué trabajo hacía usted?
R.-Ibamos a ver a Arturo Acosta, el alcalde, y nos decía: -«Nadie va a tener trabajo mientras no pase por el aro y se haga falangista». Menos mal que nos dieron trabajo en la resinera, aunque por poco tiempo, porque un día nos despidieron a cuatro por no querer firmar un papel en blanco.
E.-¿Cómo ocurrió aquello?
R.-Durante la guerra vino de encargado de la resinera un santanderino que se llamaba..., bueno no me acuerdo, y un día nos puso un papel para firmarlo y no quisimos; decía que era para reconocer que él era encargado de la fábrica, pero debía ser mentira y por eso sospechábamos y no firmamos, aunque fuimos unos zoquetes, porque si entonces firmamos uno en cada lado anulamos el papel y no sirve para nada.
E.-¿Intentaron reclamar por su despido?
R.-Sí, después fuimos otro señor y yo a estar con el jefe para ver si podíamos hacer algo para volver a entrar, pero nos dijo que ya no teníamos derecho a entrar otra vez, y entonces, nada, a estar por ahí dando vueltas, ser guarda de las viñas del pueblo, coger a la Guardia Civil cogiendo uvas más de cuatro veces.
E.-¿Vio muchas veces cómo se llevaban a la gente a la cárcel, bien a Santa María o a Segovia?
R.-Sí, y a dos que han muerto ya, les llevaron a Santa María, les cortaron el pelo y les dieron un litro de aceite de ricino. Aquí de Coca, por lo menos ha habido en Pamplona 60 ó 70; cuando la fuga hubo dos que se escaparon a Francia.
E.-En cuanto al hambre, ¿comenzaron a pasarlo durante la guerra?
R.-Sí, mucha. Pero después de pensarlo, tenía, yo perritos de caza y aquellos perritos mataron muchas veces el hambre de mis hijos. Cogía conejos y luego iba a otros pueblos para cambiarlos por comida. Un día teníamos sopas para comer y mi mujer se echó a llorar, yo le dije: -«¿Por qué lloras?,¿no sabes lo que nos ha costado conseguirlo?». ¡Qué bonito es pasar hambre un matrimonio y los siete hijos! Este alcalde nos las ha hecho pasar muy gordas y después de la guerra, cuando Franco ordenó que los despidos sin motivo fueron readmitidos, no quiso escucharme y amenazó con meternos en la cárcel si seguía protestando.
Recuerdo que al empezar la guerra vivíamos en una casa que era propiedad del Ayuntamiento, en el antiguo cuartel de la Guardia Civil. Allí vivíamos siete u ocho vecinos y sólo dejaron a dos, a los demás nos echaron a la calle.
E.-¿Recuerda usted los actos que se celebraban cuando se tomaba alguna ciudad importante?
R.-Había hasta tiros, vamos, cohetes, había procesiones. Acaso fueran más de doscientas personas y todas por gusto, ninguno obligado, porque yo ni aunque me hubieran llevado a rastras.
E.-¿Se paseaban por el pueblo las personas que eran denunciadas?
R.-Sí, recuerdo que una noche que me habían llamado para ir a hacer pan por la noche para mandarlo a otro sitio y esa noche fueron a la casa de al lado para coger a dos chicas que estaban huérfanas para cortarlas el pelo y sacarlas a la calle. Cuando me enteré cogí un horcón y salí a la calle, pero me sujetaron y se las llevaron. ¿Usted cree que cortarles el pelo y pasearlas sólo porque les dio la gana?
E.-¿Cómo se enteraban de la marcha de la guerra?
R.-Pues mire, había aquí dos señoras de Barcelona que les pilló aquí la guerra, y tenían familia en Nava de la Asunción. Yo llegué a ir algunos días a Nava para enterarme de las noticias. Nos juntábamos en una casa y sabíamos las noticias por las cartas que le llegaban de su marido que estaba en las otra zona; cuando le decían: «Está malo fulano, o sigue mejor fulano», ya sabían la noticia que era.
E.-¿Cómo se celebró en el pueblo el fin de la guerra?
R.-El día que acabó la guerra yo estaba con los otros que habían despedido de la resinera, midiendo trigo para el secretario en lo que hoy es la discoteca, en la plaza, y un escribiente que llamaban «Cara-al-sol» nos dijo: -«Venid, que ha acabado la guerra», y nos invitó a una merendola de escabeche. Y venga tocar las campanas, los falangistas se rompían la cabeza de alegría.
Me acuerdo de que cuando al principio de la guerra bombardearon la estación los aviones, yo salí de casa para ver lo que había pasado y al pasar por el castillo me gritaron: -«¡Hay que matar a todos los rojos!», y yo les pregunté: -«¿Vais a matamos a todos?», y me dijeron: -«A todos, no vais a quedar ni uno», y eso que algunos eran amigos míos.
Otro día me acuerdo que un falangista quería dar una paliza a un borracho y yo le defendía, pero le cogió luego en la calle y le pegó todo lo que quiso y sacó una navaja para matarle. ¡Menos mal que le detuvieron. Lo que tiene es que no se acuerda uno de muchas cosas.
E.-¿Hubo muchas denuncias durante la guerra?
R.-De eso poco le puedo decir, pero aquí había apuntadores, esos que apuntaban eran los que mataban. Yo también estaba en la lista, pero no me llevaron.
E.-¿Quiénes apuntaban?
R.-No se lo puedo decir, pero como se lo dijera un falangista a otro, ya estaba el lío.
E.-Antes ha hablado de un escribiente, Cara-al-sol, ¿era él quien dirigía la instrucción de los muchachos en la carretera de Nava?
R.-Sí, era él. Y me acuerdo de que un día estaba yo sentado a la puerta de mi casa al comienzo de la guerra, antes de que me echaran de la casa, y él estaba con unos chicos, que llamaban balillas, me miró y les preguntó: -«¿No sabéis si hay algún rojo por aquí?», y yo me di la vuelta y me metí en casa, porque era el día en que habían matado a algunos en la estación con las bombas y pensé: no sea que me trinquen. Recuerdo que el día del bombardeo hubo suerte, porque en la estación la metralla rozó a la gente y sólo mató a dos.
E.-¿Recuerda cómo funcionaba el comedor de Auxilio Social que daba de comer a los hijos de los presos?
R.-Sí, me acuerdo, aquí hubo muchas tragedias, cuando llevaban a los niños a darles de comer les llamaban cualquier cosa.
E.-¿Quién dirigía ese comedor?
R.-Unas que llamaban de la Sección Femenina, eso es lo que yo oía decir, pero de lo que yo he visto con mis ojos, que no me digan que aquí se han quemado santos e iglesias, porque es mentira, que aquí hay una mancha muy grande por haber matado a seis inocentes.
6. ENTREVISTA CON ANDRÉS (24 de mayo de 1986, 48')
E.-La entrevista que vamos a hacer a continuación tiene como fin recoger datos para el Congreso que se celebrará en Salamancaa el próximo mes de septiembre, con motivo del cincuenta aniversario de la guerra civil. Le recuerdo a usted que no tiene que dar nombres propios si no quiere y que tampoco tiene la obligación de responder a todas las preguntas que yo le haga.
E.-Podemos comenzar entonces, ¿en qué año y en qué lugar nació? R.-En 1903, nací en Coca, en febrero de 1903, el día 15. E.-¿Sus padres eran también de Coca?
R.-Eran de aquí, y mi madre de Chañe.
E.-¿Cuántos hermanos eran?
R.-Eramos siete hermanos.
E.-¿Su padre, a qué se dedicaba, qué oficio tenía?
R.-Pues varios, a mi padre le pasó también lo que a mí, yo he sido resinero y he tenido cabras y con vacas. Estuve 29 años de resinero, luego lo dejé porque me aburría, porque no se ganaba para comer trabajando mucho, luego me puse con la huerta que tengo, y con un par de vaquillas me fui
defendiendo mejor que con los pinos.
E.-Cuando estaba con las vacas; ¿estaba en casa de alguien o era todo por su cuenta?
R.-No, era con mis padres, no por mi cuenta.
E.-¿Usted, hasta qué años fue a la escuela?
R.-Pues pocos. De doce años ya iba con las cabras y de nueve no iba más que en los inviernos, en el momento que podía ganar unas pesetas dejaba la escuela. O sea, que aprendía las cuatro reglas y poco más, y eso que tenía afición, que otros ni eso.
E.-¿Usted era creyente e iba a misa?
R.-Pues no, ni he ido ni me he criado en ese ambiente y tampoco me gusta.
E.-¿Sus padres iban?
R.-Pues no iba casi nadie a misa, no siendo el que era fanático por aquel entonces; pero ellos no iban mucho a misa porque o eran muy creyentes, porque eran siete de familia y había que ir a trabajar para salir adelante y
buscar un pedazo de pan, pues no había tiempo de ir a la iglesia.
E.-¿Se acuerda de las ideas políticas de su padre?
R.-Mi padre era de izquierdas, pero de interesarle la política, pues no, igual que yo soy de izquierdas, pero de meterme en cosas del Ayuntamiento, pues no.
E.-¿Y dentro de esas izquierdas, de la CNT, del Partido Socialista, de la UGT...?
R.-Era de la UGT, y yo también de la UGT.
E.-¿Había Casa del Pueblo en Coca?
R.-Sí, ya la había cuando me afilié.
E.-¿En qué año se afilió usted?
R.-Pues tenía yo..., sería el año 31 ó 32.
E.-¿Cuántos afiliados a la Casa del Pueblo había en aquella época?
R.-Seríamos por lo menos unos ochenta.
E.-¿Petnecían todos a la UGT o había personas de otras tendencias: anarquistas, comunistas, etc.?
R.-Sí, sí, todos pertenecían a la UGT.
E.-¿En el pueblo había otros militantes de izquierdas fuera de la UGT?
R.-Decían que había, pero no estaban declarados esos partidarios. Era cuando empezaba a progresar la política.
E.-¿Tenían las derechas sus propios lugares de reunión?
R.-No tenían así significados. No tenían local, sabíamos que eran de la CEDA que se decía, pero se movían poco.
E.-¿Había Falange en el pueblo?
R.-Ni se conocía.
E.-En 1931 usted tenía 18 años, ¿se enteró de la salida de Alfonso XIII de España?
R.-Sí, sí, nos enteramos cuando el movimiento revolucionario de Jaca y los capitanes Galán y García Hernández.
E.-¿Recuerda si a la Casa del Pueblo venía algún periódico?
R.-Sí, venía "El Socialista", pero no había tiempo para leerlo y entonces los jóvenes sólo nos ocupábamos de divertimos y no nos ocupábamos de la política. Hoy ya sí, porque hoy, como hemos pasado mucho, sabemos que nos tiene cuenta y lo que no nos tiene cuenta y entonces eso no lo sabíamos.
E.-¿Mejoró algo la República sus condiciones de trabajo y los jornales?
R.-Sí, ocurrió lo mismo que ahora con este cambio que hemos tenido, porque a mí que no se diga que no se ha notado el cambio; si ni los perros quieren el pan. Se notó más libertad y más de todo y luego, sin embargo, tuvimos 40 años que hace cuenta que tuvimos la cremallera puesta.
E.-¿En aquella época trabajaba usted ya en la resina?
R.-Sí, yo empecé en la resina con 15 años. En aquella época había más obreros que pinos y hoy es al revés, se han echado fuera de los pinos porque es un trabajo muy duro.
E.-¿Qué hacían en los meses en que no se recoge resina?
R.-Según los años: cortar madera, recoger piñas, limpiar el monte. Es lo que llamamos la obradiza. Todo el año trabajando y malcomiendo. Sacábamos a 11 céntimos el kilo y ahora se paga a 36 pesetas. Antes, encima, había muy malos pinos, todos viejos, y no daban ni tres kilos por temporada.
E. ¿Oyeron hablar de la huelga de campesinos de junio de 1934?
R.-No tengo idea.
E.-Le voy a hacer otra pregunta sobre la Casa del Pueblo, ¿desde cuándo existía?
R.-Creo que empezó el año 30. Recuerdo que uno de los fundadores luego pasó al otro lado, se pasó al enemigo.
E.-¿Había tensión en el pueblo en aquellos años?
R.-Había política y poco cultos que estábamos, porque no habíamos pasad., Ninguna guerra, pues claro, todos defendíamos nuestro ideal, a lo mejor equivocados y no teníamos mala uva. Eso es lo que no debemos hacer,
porque cada uno tiene su idea, pero hay que respetar a los demás. Había odio y malquerer.
E.-En 1936 hubo elecciones en el mes de febrero y las ganó el Frente Popular, ¿aquí también ganó?
R.-Sí, las ganó.
E.-En aquella época había un alcalde republicano, Romualdo Acosta, que era de izquierdas...
R.-Pues no era de izquierdas. porque iba mucho a misa y todo el que va mucho a misa que no me diga que es de izquierdas. Es como el otro, Arturo Acosta, que se come los santos crudos y presume que es de derechas.
E.--Desde febrero a julio, ¿hubo más tensión?, ¿se enteraban de los atentados que había en España?
R.-Todo estaba tranquilo aquí, pero nos enterábamos de quién moría porque le voy a decir, que ya había televisión, o no, lo que había era radio, y si alguien lo ponía en la ventana, lo escuchábamos.
E.-¿La Casa del Pueblo era propiedad de los trabajadores?
R.-No, era de un particular y tenía bar. En sitio determinado había un salón para los socios y no faltaban, que venían ciertas personas a predicar. Decían que eran del partido, y lo que pasa, buscavidas.
E.-¿Había agrupación socialista o no?
R.-No, sólo había UGT.
E.-Llegamos ya al momento de la guerra, ¿cómo se enteraron ustedes?
R.-Nos enteramos el 17 de que había jaleo en Africa y de que bajó Franco, Mola y ese otro..., que se estrechó, no Mola, no, fue Sanjurjo; a Mola lo eliminaron porque tenía que debatir quién se quedaba al mando.
E.-¿Los días anteriores ya esperaban algo como lo que luego pasó?
R.-Ya andaba la cosa revuelta, pero no se sabía lo que iba a pasar hasta que se declaró el asunto.
E.-¿Le sorprendió que se levantaran los militares?
R.-Claro que me sorprendió, porque luego echaban la culpa a los socialistas. Provocaban ellos la guerra y nos la cargábamos nosotros.
E.-¿Hubo alguna reunión ese día en la Casa del Pueblo?
R.-Sí. ¡Si es que se levantó toda España! Todos a hacer guardia para que no pasaran. También yo estuve haciendo guardia hasta que entraron aquí y nos escapamos cada uno por donde pudimos y nos echaban mano por las riberas. Luego nos llevaban a la cárcel, que estaba en el Ayuntamiento. A mí me tuvieron una noche y dos días.
E.-¿Quién les dirigió al hacer guardias?
R.-Los de la Casa del Pueblo. Ibamos por turnos para defender el puesto. Yo estaba parapetado en la carretera de Fuente del Olmo, junto a los caños, por si venían. ¿Qué íbamos a haber hecho con cuatro cacharros viejos que teníamos? Yo no sé si hubiéramos podido disparar siquiera, luego nos reíamos, ¿qué íbamos a poder haber hecho con aquello?
E.-¿Hasta cuándo duró aquella labor de las guardias?
R.--Empezamos el 18 y lo dejamos la víspera de Santiago, porque veíamos que ya estaban al llegar y fue cuando entraron aquí los falangistas y la hostia. Nosotros no nos habíamos metido con nadie y protegíamos a los que pasaban por el pueblo, aunque no sabíamos lo que les iba a pasar en los pueblos del contorno, que también estaban como nosotros.
E.-¿Tenían comunicación con los pueblos del contorno?
R.-Sí, la teníamos.
E.-En aquellos días, ¿viajaban a otros pueblos con la misma libertad que antes?
R.-Si hacías un viaje tenía que ser por necesidad o por urgencia. Todo el mundo se rezagaba y se quedaba en casa.
E.-¿Qué ocurrió exactamente cuando entraron los falangistas?
R.-Yo estaba en casa y descansaba de la guardia. Se oyó ¡Qué vienen! ¡Qué vienen!, y salimos cada uno por ahí corriendo. Serían las siete de la mañana. No quisimos hacer resistencia porque veíamos que era inútil.
E.-¿Qué pasó después?
R.-Dieron una batida por las riberas. ¡Menudo tiroteo que prepararon!, las ramas se nos caían encima.
E.-¿Hirieron o mataron a alguien?
R.-No, no hicieron a ningún herido, pero no fue por falta de tiros.
E.-¿Les descubrieron?
R.-Estuvimos todo el día escondidos, pero ya iban algunos a buscamos y decían: -«¡Que no pasa nada! ¡Que no hacen nada!», pero a mí me dieron una ensalada buena cuando me presenté. Nos presentamos todos menos uno que no quiso.
E.-¿A todos les daban el mismo trato?
R.-A unos nos pegaban y a otros no. Dependía del que estaba allí y al que le tenía entre el ojo le mandaba que le pegaran.
E.-¿Quién era el que lo ordenaba? R.-Arturo, era Arturo. E. ¿A usted le pegaron entonces?
R.-Sí, lo mando Arturo a un teniente que estaba allí y que debía ser un frailazo. Me dieron unas tortas que aún no se me han olvidado.
E.-¿En aquel momento ya era Arturo alcalde? R.-Sí, destituyeron a su tío y le pusieron a él de alcalde.
E.-¿Sabe quién le nombró?
R.-Un teniente que venía. Había muchos frailes.
E.-¿Qué le ocurrió después?
R.-Salimos y ya nada, hasta que me movilizaron. A otros se les llevaron a Santa María y a Segovia. En Santa María les hicieron unas herejías, hacerles de beber aceite de ricino, hacer instrucción con los pies atados hasta que se hacían todo encima.
E.-¿Había gente de Coca al cuidado de los presos en Santa María?
R.-Había de todos los pueblos, pero con los de Coca salían guardias de otro pueblo.
E.-¿Cuánta gente de Coca fue detenida?
R.-Muchos, yo creo que más que en la guerra, más de sesenta.
E.-¿Cuándo le movilizaron?
R.-Muy pronto, el 5 de agosto. Estuve primeramente en Segovia, hasta que en enero del 37 en que me llevaron a La Granja y Balsaín, en que no hubo jaleo hasta el 30 de mayo, que se armó una gorda cuando atacaron los republicanos. Donde yo estaba no atacaron mucho, pero en un momento de la lucha tuvimos que cambiar los cañones de dirección porque casi estábamos cercados. Luego ya empezaron a disparar las piezas nuestras y les destrozaron.
E.-En esa batalla tuvo mucha importancia la actuación del general Varela, ¿ustedes sabían que estaba allí?
R.-Nosotros no sabíamos nada, no veíamos más que los zambombazos nuestros y los que se nos venían.
E.-Usted había sido militante de la UGT, había sido golpeado por los nacionales, pero fue movilizado en la zona nacional, ¿de qué lado hubiera preferido usted combatir?
R.-Pues yo hubiera preferido estar del otro lado, pero en este lado también se hacía sabotaje, porque ya nos conocíamos todos,y según estábamos llevando granada a las piezas, llevábamos las mismas que nos calibraban para hacer sabotaje y en vez de disparar 20 tiros, disparaban dos. Decían: -«Este no calibra. Fuera», y la dejábamos en el mismo sitio y luego la volvíamos a llevar otra vez.
E.-¿Eso pasó en la ofensiva de mayo?
R.-Sí, mucho. Estábamos otro de San Cristóbal, uno de Cuéllar y yo. Los tres éramos los encargados de llevar la, granadas. Nadie lo supo.
E.-¿Alguno de sus hermanos era de sus ideas, o le ocurrió algo parecido?
R.-A otro hermano mío le pasó lo mismo que a mí, y a otro le mataron en Medina del Campo, fusilado porque era comunista. Era chófer de una señora rica.
E.-Durante su estancia en el Ejército, ¿le concedieron algún permiso para venir al pueblo?, ¿qué tal le trataban al venir?
R.-Vine dos o tres veces, y no te decían nada el alcalde y los suyos, pero no te miraban nada bien, ahora que yo no les tenía miedo.
E.-Antes me ha dicho que durante la guerra las cosas cambiaron mucho. Por ejemplo, a nivel político. ¿Aparecieron muchos falangistas en el pueblo?
R.-Sí, hasta muchos que eran socialistas se volvieron la camisa.
E.-¿Hasta cuándo estuvo en el frente?
R.-Estuve hasta octubre del 38 en que me trajeron cuando estaba en Extremadura. Me detuvieron y me trajeron a Segovia, donde me reclamaba el Juzgado porque me habían puesto una denuncia.
E.-¿Quién le había denunciado?, ¿alguien del pueblo?
R.-Sí, sí, del pueblo. Era una denuncia que era como un anónimo, la firmaba una tal María Font y aquí no había ninguna que se llamara así.
E.-¿Usted se imagina quién pudo ser?
R.-Pues sí, luego ya, a la vuelta de los años, lo descubrimos. Nos había denunciado a ocho o diez acusándonos de haber quemado la iglesia y los santos, y el cura les dio la razón. Vino el obispo a investigar a ver si habíamos hecho esa barbaridad, porque se extrañó de que estuviéramos vivos al hacer una cosa de ésas. Vio que no había pasado nada y le echó una charla buena al cura.
E.-¿Cuánto pasó hasta que les juzgaron por fin?
R.-Estuvimos veinte meses hasta que nos salió juicio y a mi me echaron seis n.eses por echar a alguno algo de cárcel, porque nos tenían que haber tenido que absolver.
E.-¿Estuvieron siempre en la cárcel de Segovia?
R.-No. Al acabar la guerra estábamos en la cárcel de Salamanca. Estuvimos muy mal. A lo último ya estaban más asentados, pero al principio había muchos palos y pasábamos mucho hambre. En Salamanca éramos dos mil y pico. Teníamos poca ropa y dormíamos varios en un baldosín de anchura, en el comedor. Teníamos poca ropa y dormíamos varios juntos y teníamos que ponemos de acuerdo para volvernos de lado.
E.-¿En aquella época era frecuente que fusilaran a diario a varios presos?
R.-Pues claro. Vimos salir a bastantes y luego cuando acabó la guerra formaron Consejo de Guerra a muchos que se habían pasado de zona y les fusilaron.
E.-¿Fusilaron a alguien de Coca?
R.-Sí, pero eso fue antes, en mayo del 37. Eran todos de la Casa del Pueblo, uno de ellos era el presidente.
E.-¿Había archivo en la Casa del Pueblo?
R.-Claro que había, pero lo quemamos todo, no cogieron nada.
E.-Al acabar la guerra, usted todavía no había sido juzgado, ¿cómo se enteran de que la guerra ha terminado?
R.-Lo veíamos llegar y no nos sorprendió.
E.-¿Pensaban que duraría tanto tiempo?, ¿quién creía que iba a ganar?
R.-No pensábamos que duraría tanto y que ganarían los republicanos, porque al no copar al Gobierno en el primer golpe pensábamos que el Gobierno ganaría.
E.-¿Qué sintió al acabar la guerra?
R.-Estábamos con la cara muy larga, había muchos portugueses por Salamanca, y nos decían: -«Izquierdis, perdeus! ¡Izquierdis, perdeus!».
E.-En Coca antes de la guerra había Comandancia de la Guardia Civil, ¿qué hicieron al comenzar la guerra?
R.-Aquí a toda la guardia se la llevaron para Segovia y entonces aquí quedaron las mujeres solas. El 18 de julio, sin saber ni cómo ni por dónde, los guardias civiles desaparecieron.
E.-La banda,de Coca, ¿tuvo alguna participación en los acontecimien¬tos?
R.-Nosotros no teníamos ninguna gana de música, pero luego sí. Cada vez que se tomaba alguna población actuaba en lo que llamaban la manifestación.
E.-Usted, dentro de la des-información que padecía, ¿por qué cree que se produjo la guerra?
R.-Pues se produjo por el 16 de febrero, cuando triunfaron las izquierdas, los del Frente Popular, pues les sentó muy mal, como estaban acostumbrados a ir a caballo, ir en la borriquilla y eso era igual que ahora que están preparando tanto sabotaje coi, los obreros parados y no invertir. Había que mandar a fregar a muchas señoritas que están como obreros parados.
E.-¿Quién provocó la guerra según usted?
R.-El clero. El clero y el capital.
E.-¿Su familia fue discriminada durante la guerra?
R.-No mucho, pero algo hubo. Había piojos y prohibían a las familias de los presos, que fueran a lavar a los caños... ¡Y todos tenían piojos y si nosotros los teníamos sería por ellos, c...!
E.-¿Qué sentía usted hacia el alcalde y el resto de sus compañeros?
R.-Le miraba mal, porque no me olvido de la manta de palos que me dieron. Lo masco, pero no lo trago y eso que es primo mío. Trabajé cuidando vacas con él y se iba a ver a la novia a Alcazarén mientras yo me quedaba trabajando. ¡Luego qué pago, me dio!
E.-¿Qué había más en aquella época: gente de izquierdas o de derechas?
R.-Había de todo, porque había muchos que eran obreros y no les interesaba nada, y otros que se iban con los señoritos y luego eran los más desgraciados, y ni unos ni otros les miraban.
7. ENTREVISTA CON FRUTOS (18 de mayo de 1936, 55')
E.-Le recuerdo que esta entrevista es para recoger datos para un Congreso que se va a celebrar en Salamanca en septiembre acerca del cincuentenario de la guerra civil, y que usted no tiene por qué dar nombres propios o hablar de temas que le molesten o no quiera recordar.
R.-Yo, si usted me pregunta y de lo que me pregunte puedo contestarle, le contesto, y si no, pues nada.
E.-Vamos a empezar entonces. ¿En qué año y en qué lugar nació?
R.-Nací en Coca, en el novecientos, de modo que tengo ochenta y seis años, que cumplí en enero.
E.-¿Sus padres también eran de Coca?
R.-Sí.
E.-¿Recuerda hasta qué edad fue al colegio?
R.-Poco, porque mis padres no eran de posición y había que trabajar. E.-Entonces, aprendería a leer y escribir, las cuatro reglas, y poco más.
R.-Le diré que las cuatro reglas, parte de ellas, las aprendí en el servicio, en Ceuta, digo en Tetuán, en Xauen, bajo una higuera. De modo que poco aprendí.
E.-Sus padres tampoco podrían ir a la escuela.
R.-Mi padre, sí, tenía más cosa que nosotros, o sea, que yo no sé por lo que sería, pero el caso es que mi padre escribía bien y leía el papel todos los días.
E.-¿Se acuerda usted de qué periódico era?
R.-«El Liberal», se lo mandaban de Madrid; tanto es, que rifaron una bici y le tocó.
E.-¿Cuántos hermanos eran ustedes?
R.-Pues mire, así en la mesa fuimos ocho, pero mi madre tuvo lo menos diez u once.
E.-¿Cómo estaban repartidos?
R.-Eramos cinco chicos y tres chicas.
E.-Hemos dicho que su padre leía el periódico con mucha asiduidad...
R.-Sí, «Ahora», que ¡era socialista! Sabe, yo recuerdo que mi padre era socialista, pero era un socialista no de los que hay ahora, era un socialista que quería solamente lo suyo, trabajaba y no quería tener nada que ver con nadie. Era monárquico. ¡Socialista monárquico! Fíjese.
E.-¿Su padre intervino alguna vez en política? ¿Se presentó a concejal o para algún puesto?
R.-No, nunca.
E.-¿Usted heredó las ideas de su padre o tiene otra forma de pensar?
R.-Lo mismo que mi padre, lo que pasa que a los cincuenta y tantos años, pues, ¿usted conoce a Arturo Acosta?..., bueno, pues llegó y me dijo: -«Tienes que ser del Ayuntamiento», y fui teniente de alcalde. Le dije: -«Voy a hacer lo que tú digas, pero el primero que se va a enfrentar a ti voy a ser yo», porque mire, yo no sé si a usted le habrán contado algo de Arturo Acosta, pero todo lo que hay hecho en Coca es cosa de él: subir el agua, los barrios nuevos, la cosa del alcantarillado, todo fue cosa de Arturo.
E.-¿Hasta cuándo ha sido alcalde Arturo?
R.-Entró en el 36 y ha sido hasta hace poco, hasta... el sesenta y tantos. E.-Usted ha dicho que cumplió el servicio militar en Africa...
R.-Sí, en Madrid y en Africa. Estuve en Radiotelevisión, no, a veces se me va la cabeza, estuve en Radiotelegrafía sin hilos.
E.-¿Estuvo en la época del desastre de Annual o no le cogió?
R.-No me cogió, me adelantaron la quinta, pero no llegamos a ir, y cuando fuimos ya había pasado lo gordo. Luego ya me tocó algo de la parte de Ceuta y Tetuán, pero poca cosa.
E.-Su padre, ¿a qué se dedicaba?
R.-Resinero.
E.-¿En el pinar o en la fábrica de resinas?
R.-No, no, resinero de explotar el pino.
E.-Ese trabajo no dura todo el año, ¿verdad?
R.-Pues mire, es desde marzo hasta los Santos.
E.-¿Usted también fue resinero?
R.-No, yo fui carretero. Me tocó trabajar mucho y todo lo que tenemos ha sido a fuerza de trabajo, porque nosotros, como aquel que digo, mis padres venían de la nada y nosotros pues lo mismo. Mi padre, muy trabajador, era de los mejores, el mejor resinero de Coca, el que mejor labraba los pinos para que no se escapara la micra, lo que hoy no saben.
E.-Usted era carretero, ¿qué transportaba?
R.-Madera. Madera y resina.
E.-¿Dónde la llevaba?
R.-Ibamos a un sitio que llamaban Castejón y a donde se terciaba, porque aquí hicieron una corta en el Pinar Nuevo que llamamos, pegando a la Balisa, y cortaron todos los pinos albares, los piñoneros y nos empleábamos por dos o tres años.
E.-¿Qué edad tendría en aquella época?
R.-Tuve que empezar a transportar miera a los quince años, con el carrito iba y un serrador me hizo dos palancas de unos seis metros y con ellas no solamente echaba las cubas al carro, que era un carro con llantas de madera y de hierro, también remontaba las cubas unas encima de otras. Gracias a que yo era muy forzudo y podía con ellas, pero me tocó trabajar mucho, de mozo y de casado también.
E.-¿Usted recuerda cuándo se marchó el rey Alfonso XIII? R. ¿Cómo no me voy a acordar? E.-¿Cómo se enteraron ustedes de aquello?
R.-Como estaban los socialistas, Alfonso XIII se marchó sin que le echaran en vez de querer una guerra, no la quiso.
E.-Luego se proclamó la República, ¿se notó en algo el cambio, salarios más altos, menos trabajo...?
R.-Si la República entonces duró muy poco, no llegó ni a cuatro años. Entre el 31 hubo un Gobierno hasta que se marchó el rey; y si Alfonso XIII es malo se lía la guerra, pero quiso a su pueblo y se marchó, de modo que...
E.-¿Usted recuerda si durante la República la gente en Coca se interesaba por la política?, ¿había Casa del Pueblo, partidos políticos?
R.-Je, je. Mire usted, nosotros vivíamos entonces en la plaza, en casa de mis suegros, y teníamos a chicos que no eran malos, pero nos cantaban la Internacional por arriba, por abajo y por todos lados y les había, a pesar de que eran socialistas, muy buenos, porque hay que reconocer lo bueno y lo malo, y los había muy malos, tanto es así que fíjese: estalló la guerra el 21, que todos dicen que fue el 22. ¡El sábado!, ¡fue el sábado!, y llevaba yo un camión en aquella época. Se apoderaron del pueblo los de la Casa del Pueblo y me acuerdo que como los había muy malos, muy malos, una noche iban diciendo algunos: -«¡Con los tiros que llevamos y otros tantos, no hay casa de derechas que se salve!», porque yo siempre he sido de derechas, y nosotros les escuchábamos desde las casas.
E.-Usted entonces no iba a la Casa del Pueblo.
R.-Nada, mire, yo a los socialistas ni hablar. Yo no sé lo que es usted, pero yo digo lo que pienso. A los socialistas ni entonces ni ahora, porque yo soy de derechas, pero no de extrema derecha, sabe, no sé cómo decirle..., conservador.
Entonces, en la casa de mis suegros había una ventana a la calle y al decir aquello de que iban a atacar, dije a mi familia: -«Traed los colchones», y los puse en la ventana. Luego le dije a mi suegro, que tenía una pistola del nueve largo y otra pequeña: -«Usted no haga más que cargarme las pistolas, que yo me encargo de disparar», ya decidido a defenderse uno. Y me acuerdo, je, je, que mi cuñada, que existe, tenía ferretería y dijo: -«Ah, pues yo cojo una hoz».
E.-¿Y vinieron?
R.-No, no, porque dentro de ellos había otros que decían: -«Si traéis de eso, yo me marcho, vosotros no sabéis lo que vais a hacer». Pero si dan gusto a cuatro o seis, porque no eran más que cuatro o seis.
E.-¿Podría calcular la cantidad de afiliados que tenía la Casa del Pueblo, o cuántos iban en los grupos por el pueblo?
R.-Pues mire usted, tenían de cuatro partes, una. Y vivían en la Casa del Pueblo. Bueno, tenían sus reuniones y sus cosas. Pero, que llegó el momento y que éramos de derechas quedamos muy pocos, se volvieron muchos de chaqueta.
E.-¿Qué armamento tenían los de la Casa del Pueblo?
R.-Nada, apenas nada, ¿sabe usted? Había un administrador de la Resinera, y como la Resinera tenía guardias había tercerolas y se hizo socialista, que no lo era, y les entregó las tercerolas y luego metieron a la cárcel a todos los payasos y le dejaron a él, así...
E.-¿Recuerda cuánto ganaba en aquella época?
R.-De catorce reales a cuatro pesetas. Yo tenía un obrero, tenía fábrica de gaseosas porque me casé en el 26, no, en el 27, ¿sabe?, y mi suegro tenía fábricaa de gaseosas y me quedé con ella.
E.-¿La fábrica Aceves?
R.-No, otra. Yo le hacía la competencia. Porque estalló la guerra, si no puedo con él, ya estaba dando las últimas.
E.-Aceves tenía 8 ó 10 empleados, ¿ustedes, cuántos tenían?
R.-Yo tenía a un hermano y a un sobrino. Hacíamos gaseosas y limones, y representaba el Mahou. Hacíamos esto..., ya no me acuerdo, dos clases de refresco en botellas pequeñas.
E.-¿Lo vendían sólo en Coca o también en los pueblos de alrededor?
R.-Tenía una camioneta de Citroén, de chasis largo, y había días que salía dos veces por los pueblos a hacer reparto. El día que estalló la guerra, me acuerdo que era sábado y estuvimos en Fuente del Olmo, en Villaverde, en Iscar, en Pedrajas, de Pedrajas a Alcazarén, y allí nos dijeron: -«Frutos, ha estallado la guerra, están concentrados todos los falangistas en... Mojados». Nosotros desde allí regresamos y hacía un día de calor terrible; como las cosas andaban mal de cuartos, digámoslo así, yo llevaba unas ruedas muy malas y con la calor se me despegaban los parches. Tuvimos tres o cuatro pinchazos, iba un obrero conmigo, ¿sabe?, y ya fuimos a Olmedo y nada más salir de Olmedo por el paso a nivel, pues nada, un pinchazo, y según estábamos arreglando el pinchazo, venían los camiones de los Guardias de Asalto, de Madrid a por los de Valladolid, que luego ya se quedaron en Valladolid.
E.-Entonces, los de Madrid se unieron a los de Valladolid.
R.-No, es que entraron, pero ya no salieron. Iban en camionetas y venga puño en alto.
E.-¿Le molestaron o interrogaron?
R.-A mí no se metieron conmigo para nada. Llego a Ciruelos, y cogimos el camino de Coca, y cuando entramos, al llegar a la plaza, estaba la plaza llena de gente. Había una casa que tenía, esto no lo debía de decir, pero bueno, había una casa que tenía un aparato de radio y era cuando decía la Pasionaria: -«Cortad las carreteras», bueno, hacer todo lo que había que hacer. Al otro día las carreteras cortadas con pinos; pero, bueno, mire, había tíos que por beber un trago de vino se ponían a cortar los árboles, ¿sabe?, que eso era lo malo que había, que ni eran socialistas ni eran nada. Estuvimos dos o tres días; como no podíamos salir de casa, le dije a un obrero que yo tenía, que era primo de mi mujer: -«Mira, bájate por los ribazos y llega a las huertas de los Oviedo, donde tienen caballos, coges uno y te vas a Pedrajas y a Cuéllar, que vengan». Y no anduvo con rodeos, se fue y se presentaron los de Cuéllar y los de Iscar.
Antes de llegar a los caños soltaron unos tiros y los socialistas que sienten los tiros: unos por un lado, otros por otro, hubo señor que se tiró de la torre de San Nicolás abajo, hasta el río, para meterse por las riberas.
E.-Si usted no le avisa es posible que no hubieran venido.
R.-No, claro que no.
E.-Durante los días que el pueblo permaneció en su poder, ¿les molestaron o se metieron con ustedes?
R.-Nada, ni amenazar. Iban por las calles. A mi hermano y a Dionisio Oviedo y a mí también, nos llevaron a declarar a Segovia después, y nos preguntaron que si habíamos visto a gente con armas por la calle aquellos días, y nosotros dijimos que no. El juez siguió insistiendo y al final nos dijo: -«Son ustedes tan rojos como ellos». Pero yo no miento, aunque vaya en contra mía, no miento. Y yo no, porque de rojo nada, pero hacer un mal a una persona por un malquerer tampoco, y los Oviedo lo mismo. Si son malos los Oviedo, encarcelan a medio pueblo y ya les digo, estábamos en casa guardados, pero no nos hicieron nada.
E.-¿De dónde procede el dinero de los Oviedo?
R.-Yo les conocí pobres, pero se quedaron con la madera que se cortaba en el pinar y luego la trabajaban, y la vendían, y se hicieron inmensamente ricos. Mi padre y el suyo no se hablaban, pero yo era amigo del hijo. Yo creo que tenemos que respetar a todos y que cada uno piense como quiera, pero sin meterse con nadie.
E.-Entonces ustedes no denunciaron a nadie. ¿Metieron a alguien del pueblo en la cárcel?
R.-No, nosotros, no. Aunque los hubiera visto no les habría denunciado.
E.-Al venir los nacionales, el pueblo pasa a la zona nacional, ¿el alcalde siguió siendo el mismo o le cambiaron?
R.-Se puso Arturo Acosta, que estuvo más de 25 años, y fue el que hizo que en Coca no se pasara hambre. Hambre pasamos después de la guerra. Cogía un camión y se iba a buscar patatas, garbanzos, tocino, lo que fuera. Verá la que se armó aquí: yo tenía una finca aquí según se cruza el Voltoya a la derecha, tenía una huerta, cogí muchas patatas y las tenía almacenadas, vendía sacos más barato de lo normal; pero empezó él a traer patatas, las puso a tres pesetas y a mí me dejó con kilos sin vender, 20.000 kilos. Yo no se lo tomé a mal, no lo ha hecho por hacerme a mí perjuicio, lo ha hecho por hacer un bien al pueblo. Eso fue al acabar la guerra ya.
E.-Durante la guerra, ¿usted siguió repartiendo gaseosas por los pueblos?
R.-El primer año, sí; luego ya no. Nos quitaron el suministro de azúcar, y a mí no me había gustado trabajar nunca con sacarina y luego cuando nos obligaron a usar sacarina, no quise. Y al acabar la guerra, sifones, botellas y las cuentas que debían, se perdió todo y ya no se abrió la fábrica. Pero al fin y al cabo lo contaba, si llegan a ganar los socialistas en Coca, nos matan lo menos a doscientos.
E.-¿En aquella épocaa usted notaba que había gente que no le saludaba u odiaba?
R.-Sí me hablaban, pero eran muy cobardes y me hablaban falsamente. Hoy en día, gracias a Dios, no queda ninguno de aquello, quedan algunos hijos. Sólo queda una hermana mía, Pedro Velázquez y yo.
E.-¿El precio de los alimentos subió durante la guerra?
R.-No, no subió. Durante la guerra comimos pan blanco y después de maíz. Yo no era «panero», pero mi mujer sí, y mi ración de pan se la comía ella.
E.-Usted fue alguna vez a Segovia durante la guerra, ¿pudo observar la guerra más de cerca en una ciudad cercana al frente?
R.-La gente vivía tranquila, y aquí también.
E.-¿Cuándo vio la guerra de cerca?
R.-Mire, estalló la guerra el 21 y el día de Santiago bombardearon la estación y la carretera de Nava, y eso fue lo más cercano.
E.-¿Cuántos médicos hubo en Coca durante la guerra?
R.-Dos, el titular y otro en el hospital de las monjas.
E.-¿Qué colectas hubo para ayudar a la marcha de la guerra?
R.-No nos pidieron más que cuando hubo que dar el oro para comprar aviones. Me acuerdo que dimos unos anillos y unos pendientes que había comprado a mi mujer, siendo yo novio de ella, en El Henar, que me parece que costaron 35 pesetas en aquellos tiempos. Otros no lo dieron.
E.-¿Aparecieron muchos falangistas con la guerra?
R.-No. Los falangistas que éramos, veníamos ya de eso, de cuando Primo de Rivera.
E.-¿Había oído hablar de Ramiro Ledesma, de Onésimo Redondo o de José Antonio? ¿Les vio alguna vez?
R.-Sí, había oído hablar de ellos, pero aquí no estuvieron. Donde estuvieron fue en Iscar este Onésimo Redondo; y había un chico que era amigo mío, pero era socialista, aunque era una buena persona, y como sabíamos que iban a dar un mitin, yo tenía que ir con gaseosas, dijo: -«Oye, me dejas ir contigo a Iscar, que va a hablar un comunista». Llegamos a Iscar y le dije: -«Me voy al bar a servir gaseosas». El se marchó, al mitin y un amigo mío me dijo: -«Déjale, que es Onésimo Redondo el que va a hablar». Vino, y usted no sabe, me decía: -«Si yo tuvieron que votar hoy, yo a ese señor le daba todo lo que tengo»; le dije: -«¿Pero qué has oído?», me respondió: -«A un señor que habla muy bien». Yo le dije que era Onésimo Redondo al que había oído hablar, y me dijo: -«Sea quien sea, si tuviera que votar ahora, yo le votaba a él».
E.-¿Qué fue de aquel amigo suyo?
R.-Luego, como estaba con los socialistas, no le llevamos a la cárcel. No, vamos, no le denunció nadie porque le conocíamos. Se fue a Samboal a casa de una prima y empezó a hablar, porque hablaba por los codos, y hablando de la guerra dijo: -«Está el niño en pañales. ¡Vamos a ver quién le viste!», dando a entender que iban a ganar la guerra los socialistas, y la prima cogió y le denunció. Subo al Ayuntamiento y le veo y digo: -«¡Me ca... Pero cómo eres tan idiota!». El se calló y no me dijo nada, y luego estuvo en la cárcel cuatro o cinco años, pero era muy bueno.
E.-¿Cómo se enteraban de las noticias de la guerra?
R.-Por la radio.
E.-¿En algún momento vieron que la guerra podría acabarse pronto?
R.-No, no lo pensábamos, porque iban paso a paso y sabíamos que la guerra iba a durar.
E.-¿Sabían cómo se vivía en la otra zona, si se pasaba hambre o había abundancia?
R.-Sí, sabíamos que lo pasaban mal y que el que levantaba que era de derechas las pasaba negras. A mí me mataron a un hermano en la guerra. Lo mataron cerca de Caspe. El mismo día que estalló se marchó, era el que llenaba las gaseosas y me dejó.
E.-¿Se marcharon muchos voluntarios como su hermano, de Coca?
R.-Se marcharon lo menos veinticinco.
E.-¿Todos a las milicias de Falange, o también fueron al Requeté? R.-Todos a Falange, aquí no se conocía el Requeté. E.-Llega el fin de la guerra, ¿cómo se enteran de la noticia? R.-Por la radio.
E.-¿Qué hizo la gente?
R.-Fue el 1 de abril. La gente estaba alegre, pero hacer alardes no, porque, claro, ya habían fusilado a cuatro o seis, y como había muchos en la cárcel no había mucha alegría.
E.-¿Cómo fueron las fiestas de aquellos años?
R.-Eran fiestas de luto, más que de nada, de luto.
E.-¿Y las bodas, hubo menos de lo normal?
R.-Hubo muy pocas, porque, claro, estaban todos en el frente. Yo creo que hemos hablado de casi todos los temas.
E.-Ustedes se ven metidos en la guerra sin tener nada que ver con su iniciación. ¿Qué causas cree usted que la provocaron?
R.-Fue culpa de los socialistas, que en mayo, no, en junio, dos o tres meses antes, hubo un acuerdo de socialistas y otros, no recuerdo bien, y a partir de ahí ya vino todo revuelto.
Aquí, ya dentro de la guerra, ya pasó mucho, por los egoístas de los políticos, porque me acuerdo que estaba Gil Robles, que decía: -«¡A por los trescientos!». Yo llevé dos camionetas de hombres a Medina del Campo al mitin que daba en el castillo de la Mota. De aquí de Coca fueron ochenta, pero de ésos que fueron, cuando llegó el momento del miedo se volvieron la chaqueta y luego se la volvieron otra vez, de eso hubo mucho, y ya le digo, nos cantaban la Internacional por la puerta, por el corral, pero no se metían con nadie.
FIN TRANSCRIPCIÓN DE ENTREVISTAS
Artículo publicado en:
Historia y memoria de la Guerra Civil : encuentro en Castilla y León : Salamanca, 24-27 de septiembre de 1986 / Julio Aróstegui (coordinador)
Publicac[Valladolid] : Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1988.
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Editado electrónicamente por: Asociación Salamanca Memoria y Justicia Reg. nº 0003203 Sección 1ª. CIF-G37418837
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Antonio Fontecha, José Carlos Gibaja, Francisca Bernalte
(...)
TRANSCRIPCIÓN DE ENTREVISTAS
1. ENTREVISTA CON LORENZA (18 mayo 1986, 105')
2. ENTREVISTA CON AGAPITO (24 y 25 de mayo de 1986, 204')
3. ENTREVISTA CON NICOLASA (24 de mayo de 1986 - 180')
4. ENTREVISTA CON ELEUTERIO M. (24 de mayo de 1986 - 150')
5. ENTREVISTA CON LEONCIO (4 de junio de 1986, 90')
6. ENTREVISTA CON ANDRÉS (24 de mayo de 1986, 48')
7. ENTREVISTA CON FRUTOS (18 de mayo de 1936, 55')
1. ENTREVISTA CON LORENZA (18 mayo 1986, 105')
E.-Hoy es el 18 de mayo. y estamos en Coca. Procuraremos no entretenerla mucho. Ya sabe que la finalidad de la entrevista es recoger materiales y documentos para un Congreso de Historia que habrá en Salamanca en septiembre. Si no quiere contestar algo, pues, paramos el cassette. Y tampoco tiene que damos nombres de personas...
¿En qué año nació usted y en qué sitio?
R.-Yo, los años..., 74. Nací en Moraleja, porque fueron mis padres a trabajar ahí y ahí nací.
E.-¿Está eso también en la provincia de Segovia?
R.-Sí, en la provincia. Fueron mis padres a trabajar y allí nací. Pero me trajeron pequeñita aquí. Yo, éste es mi pueblo, eh. El otro no le conozco siquiera. Aunque hubieran puesto Coca es igual. Porque Coca es muy histórico, majo. Coca tiene mucha historia, pero no la sabemos más que los viejos. Los jóvenes no lo saben. Mi hija lo ha vivido porque era pequeña y ha vivido un poco, pero todavía el otro día regañé con ella. No regañé, bueno, ya sabe usted. Me dijo ahora: -«Madre, que la vida está que no dan trabajo, en fin la vida»; «Aunque pase hambre -dije-, no me importa, porque la he pasado ya, y ya estoy acostumbrada».
E.-¿Sus padres también eran de Coca?
R.-Mis padres, de Coca, todos, y mis hijos, todos. Y yo porque fue mi padre a trabajar y eso, y allí me tuvo.
E.-¿Fue a la escuela en Coca?
R.-Poquito, porque entonces no nos mandaban a la escuela. E.-¿Y hasta qué años fue, más o menos?
R.-Pues mire, lo poquito que sé de leer y escribir fue porque había unas monjas que eran muy buenas y llevaban a las mocitas que tenían 12 ó 13 añitos, las llevaban al colegio, y entonces, yo, en vez de irme de paseo, me iba con las monjas, y lo poco que sé es así, y luego me puse a trabajar. Esto es la vida, y después fue el sufrimiento para los que éramos de izquierdas, que para los que eran de derechas fue la vida, que hicieron el caldo gordo.
E.-¿Usted se acuerda, por ejemplo, de cuándo se tuvo que marchar el rey Alfonso XIII y vino la República?
R.-¡Qué lástima que no le pueda oír bien! ¡Me cago en diez!
E.-Que si recuerda usted de cuándo se marchó el rey Alfonso XIII y vino la República.
R.-Sí, hijo, 19 años tenía.
E.-¿Y los celebraron aquí o no?
R.-Aquí no, porque aquí no estaba. Estaba en Madrid trabajando. Porque yo estaba en casa, por eso claro me gusta la religión, estaba en casa de un cura que era el teniente mayor de la parroquia de la Concepción, pero era un republicano cura, ése fue el que me enseñó las instrucciones. Don Juan Ochoa. Allí me tiré yo cuatro años trabajando sirviendo. Estaba de segunda doncella porque tenía cuatro de servidumbre y yo era segunda doncella porque era bajita y había otra más alta. Pero yo casi más, como tenía cuatro sobrinos, el que con el cura más andaba, porque ese señor está en el cielo, si hay algo arriba, porque era santo, se lo digo yo, era buenísimo. Porque iba un pobre a su casa y no se iba sin la limosna. Porque si le veía sin trabajo les mandaba hacer astillas o lo que fuera en su casa. Era bueno, lo que se dice bueno.
E.-Usted, entonces, allá en Madrid, oiría hablar de Azaña, de Lerroux, de...
R.-Sí, sí, sí señor, de eso mucho. El día que se proclamó la República, eso no lo olvido jamás, porque era el señor muy corretón e iba a todos los sitios, no se crea usted. Que tenía su smoking e iba hasta las salas de fiesta. Yo, ya ve, tenía 19 años. Y llorábamos todos: «Ha estallado la República y el señor que no ha venido». Que eran, que estaban dando las doce y el señor entraba en casa. A las doce, un poquito antes. Pues, ¡menudo! Que ya le vemos, ¡ay!: ¿Qué pasa?, por todos los sobrinos, todos, lloriqueando y la servidumbre, porque era bueno, y le digo bueno, era bueno y, ¿sabe usted lo que entró diciendo mi señor?: «¡Viva la República!». Los señoritos se quedaron... «Pero, tío, ¡cómo vienes!». Una República bien montada lo mejor que hay en España, y le cogieron y le subieron en alto, don Juan Ocho, por las calles de Madrid fue paseado por todo Madrid, para que lo sepa usted, y nosotros llorando por él.
E.-¿Y en qué año vino usted luego a Coca? ¿En qué año?
R.-Pues, luego. Mire usted, me tiré yo allí cuatro años, y a los cuatro años -yo tengo una historia muy larga, no crea usted que no-, conocía a mi marido, que no nos conocíamos siquiera, era él del pueblo y yo del pueblo, pero como no estábamos aquí, pues no le conocía. Y hubo una boda aquí, y entonces, ¿sabe usted lo que se le ocurrió a mi marido decir? Dice, iba yo con mi padre agarró: -«Debía ser a estilo Rusia». Dijo esa palabra nunca la olvidaré, y ya ve usted que han pasado años. «Me gusta esta chica para irme con ella, pero con ella para siempre», y salta mi padre, el pobrecito, «Pero, Justo, hijo, Petón -que le llamaban Petón, que por el nombre le tuve que preguntar cuando me fui a casar que cómo se llamaba-, si es mi hija», -«Anda, si tienes esta hija, pues yo la mayor sí que la conozco, pero ésta no te la conozco». Así pasó, en ese momento él ya no me dejó ni a pie ni a sombra, en siete meses me casé con él. Fueron las relaciones que tuve...
E.-¿Y en qué año fue?
R.-Pues fue a los cuatro años de estallar la República, que no pasó nada. Que se proclamó la Repúblicaa y allí no hubo nada, ni un palo ni nada. Nosotros cerramos las puertas y todo, y no pasó nada, porque el señor era cura, y creíamos que al entrar la República pues que mataban a los curas; como había mucha ignorancia. Pues tan panchos diciendo viva la República y le pasearon por allí, porque era republicano. Sabe usted que era cura y era republicano.
E.-¿Y entonces usted, cuando se casó, se quedó a vivir aquí en Coca?
R.-Luego conocía a mi marido y ya mis padres era su ojo predilecto, de mi madre y de mi padre. En cuanto se acercó a mí, ya tuve que decir a los señores que ya mis padres no me dejaban volver y que no me iba. Lo sintieron bastante.
E.-Su marido, ¿qué ideas tenía? ¿Tenía ideas políticas o no le interesaba?
R.-Mi marido, cuando murió, 74 años... Mucho, lo vivía hijo.
E.-¿Y de qué partido era?
R.-Era del partido izquierdas. Aquí no había más que dos partidos, derechas e izquierdas. Las derechas, ¿lo digo?... Fueron muy malos. No sé si ustedes son de derechas...
E.-Nosotros somos historiadores y estamos aquí para escuchar lo que sea.
R.-Si hubieran estado las derechas todavía, no lo digo, que tengo miedo. Las derechas creen que soy de derechas, es mentira, porque soy religiosa. Hay una mano que nos lleva. Ese me dirige a mí; y es verdad, eh, no lo duden. Hay un Dios verdadero. Hay quien dice que no hay Dios, es mentira. Y es verdad, eh, hay Dios. Decimos Dios porque así nos lo han enseñado, pero una mano que nos lleva es verdad, hijo, y eso no lo dudéis, eh, que hay algo.
E.-Cuando su marido pidió a sus padres que si se casaban ustedes, ¿pusieron algún tipo de problemas por las ideas de su marido, o les encantó y no pusieron ningún tipo de problemas?
R.-Pues tuvimos problemas, porque le voy a decir la verdad: como yo siempre he tirado más a las derechas que a las izquierdas, eso es la verdad, pues cuando nos fuimos a casar mi suegro era el republicano del pueblo, porque,dijo al morir: «Cuando yo me muera, nada de lutos, pondréis la gramola y os vistiréis de colorado todos». Pero Dios le escuchó, se murió antes, porque si no se muere antes de la guerra mi suegro es uno de esos que hubieran fusilado. Bueno, los hijos ya han vivido en esa cosa. Toda la familia de mi marido, de esto de la religión y eso no creen nada. El único que le hice creer fue yo a mi marido. Mire usted si se lo tendría metido en los sesos que cuando murió, murió como un verdadero cristiano. Como un religioso, pero bueno, que le dio una lección a todo el pueblo...
E.-Y su suegro, por ejemplo, que dice usted que era republicano, ¿decía él que era republicano o pertenecía él a algún partido?
R.-Pertenecía a la Casa del Pueblo, que aquí formaron una Casa del Pueblo, que fue detrás de la iglesia. Y la Casa del Pueblo mi marido se asoció porque el que no se asociaba no le daban trabajo, hijo. Y entonces había que asociarse todos los obreros allí. Como estalló el movimiento y eran de la Casa del Pueblo, los lagartos de las derechas fueron a por ellos, como, como, como..., como serpientes...
E.-Entonces, el alcalde en la épocaa de la República...
R.-El alcalde le salvó el que luego se hizo aquí alcalde, que era su sobrino. A él le tenían que haber... Si habíamos hecho algo malo, porque él se tiró el primero a la plaza, que yo eso no lo olvido tampoco. No me acuerdo de lo que he almorzado ya, pero esto no se olvida. Se tiró a la calle y nos hizo avanzar a todos a la calle, mujeres, niños y todo, y dijo: «Moriremos todos juntos». El fue el primero que se tiró a la calle cuando estalló el movimiento.
Hubo de huelga, pues, unos..., qué le voy a decir, más de un mes. Pero de miedo que tenían a Coca, porque está amurallado y todo. Nada, no había nada, no teníamos ni una mala escopeta, íbamos con palos, fíjese usted. Pero ellos fueron muy traicionistas. Nosotros no hicimos nada, pero estalló el movimiento, y ¡la que se lió!, majo... Uno a uno, los fueron llevando, y luego escogieon las seis flores de Coca, las mejores, y los mataron. Los mataron, los juzgaron malamente con unas denuncias..., que es cuando yo ya creía en Dios, pero dije yo: -«Esto ya me huele muy mal a mí». Yo creía en algo, pero me cambié la chaqueta y ya no volví a la iglesia. No volvía a la iglesia porque no podía entrar, porque venían con los santos así de grandes y se salían y nos matan; ¿pero, qué era, qué religión era ésa?, es cuando me di cuenta. Pero luego ya, mire usted, como yo siempre he tirado a esa cosa, me iba a confesar a Segovia, porque aquí no entraba. Pero yo, mi conciencia, e iba a confesar cuando me parecía a Segovia. Me confesaba allí y contaba mi historia y decía «Hija, llévalo con paciencia -me decía un Padre-, que Jesucristo llevó su condena así». ¿Sabe usted? Y luego ya, al venir mi marido... Que mire usted la historia de mi marido, que me dejó a mi hija de quince meses y cuando vino no quería a su padre; decía a sus tías: -«Ha venido un señor a mi casa y se acuesta con mi madre. A mí eso no me gusta, eh».
E.-¿A su marido se le llevaron?
R.-El alcalde que es ése que ha estado tantos años, Arturo Acosta, vive todavía, es quinto de mi marido, ése fue el que llevó a mi marido. Y luego mi marido se metió en la cama, y vino a verle, que estaba en la habitación de dentro, y le dijo: -«Justo, quinto, ¡cómo estás, pareces un príncipe!». Dice: «No me falta nada». De nada le faltó a mi marido: «No me falta nada, Arturo, gracias a Dios», «y por eso no te lo ofrezco, Justo». Pero, ¿qué era?, el remordimiento. Y muy bonito meterse en la cama y tenerla limpia, e ir ahora a comulgar, que las hay que tienen que agacharse la cabeza conmigo; porque voy con ellas, sí señor, y las digo que menos comuniones y más acciones, que la comunión se debe de ir como Dios manda.
E.-Al comienzo de la guerra, cuando dice usted que tenía mucho miedo a Coca y que no tenían ustedes escopetas ni nada, ¿vinieron soldados o vinieron falangistas, o vino alguien a tomar el pueblo?
R.-Vinieron los falangistas, hijo. Y vinieron los curas, que llevaban los pantalones abajo, pero eran curas.
E.-¿Y vinieron con fusiles y con armas a tomar el pueblo?
R.-¿Sabe usted lo que dice una sobrina que tengo, de una hermana?. Pues: «Canallas, criminales, bandidos, iros de ahí». Y mi madre, la pobrecita, tapándole la boca: -«Calla, hija, que Maruja...». Y la decía la vecina, que era de derechas, de los que si podían nos fastidiaban, decía: -«Marujita, ¿quién son los criminales y los falangistas?». Y respondía: -«Todos iguales, que a mi tío lo han llevado a la cárcel y era bien bueno». Y, «¿quién le ha llevado?», «los falangistas -decía-, ¿y qué hacen a mi tío los falangistas?». Y mi madre y hermana la pisaban el pie para que se callase: -«No me pises abuela...».
E.-A su marido, cuando se le llevaron, ¿le llevaron a Segovia?
R.-Pues, mire usted, le voy a contar otra poquilla. Es muy larga, así que, aunque estemos mucho tiempo... Cuando estalló el movimiento vinieron los falangistas, ya le digo al mes, porque creían que estaba amurallado, y luego cuando mandaron los Oviedos, ya mandaron los Oviedos que podían venir a tomar el pueblo. Entonces, le tomaron. Andaron los pobres desmandados, con el terror y el miedo, todos huyeron y los iban reconciliando. A unos los maltrataban. Mi marido tuvo suerte, no le tocaron. Eso lo digo, que es verdad, ni en la cárcel, ni dentro, ni fuera. Pero, ¡ay, majo!, pobrecitos, lo que les hicieron a muchos. Muchas cosas. Entonces tomaron el pueblo, y a mí... Estaba de carcelera en el Arco de la Villa, porque recogía a los presos y recogía a los pobres que venían por ahí y yo me levantaba de la cama y los hacía unas sopillas y se las llevaba y me decía mi marido: -«Algún día te vas a encontrar con algo». Y yo le contestaba que no me encuentro con nada, que viene heladito de frío. Hacía las sopillas y se las comían, e inclusive cuántas veces les he dado cobijo de lo que tenía para que se arroparan. Entonces tomaron el pueblo, que como yo era de izquierdas, que mi marido era republicano, en una hora tuve que desalojar la casa, sin tener dónde ir. Esa fue la primera que me hicieron los falangistas. Y una cuñada mía de mi marido dijo: -«Recogedlo, hala, y ponedlo aquí, y ya que sea lo que Dios quiera». Entonces nos fuimos allí, pero ya con el temor, majo. Llegaba anochecido y ya se habían reconciliado todos los hombres, y nos sintió un pánico, que venía una camioneta con una mano negra y venía recogiendo todos los hombres; pegaban a las puertas... ¿Lo está usted grabando? ¡Vaya película que está usted viendo! Entonces mi marido fue el último en salir. Se llevaron a mi cuñado. Y estaba otra cuñada recogida allí con otro marido. Nos miramos, a ver quién tocaba; y me tocó a mí y se le llevaron. Ya, aquella noche sin dormir, y ¿qué hacer? y ¿dónde vamos, si no podíamos salir? Y ni podíamos mover el pico, hijo...«¡Que viva la libertad!». Y yo pensaba, «si pudiera me los comía a todos». «Cállate y no hables», me decía. Encima callar. A los pocos días, hijo, vinieron a por mi marido y vinieron a por el otro cuñado y toda la familia de mi abuela la barrieron, nos quedaron a una anciana. Otro hermano que tenía mi hermano estaba en la zona roja; se pasó aquí. Yo, como tengo una cuñada casada con un hermano mío, que son de pura derechas, que viven muy cerquita de aquí; dice la Angeles, mi cuñada, «que ha escrito Santiago y dice que con un aval le sacan del campo de concentración». ¿Y adónde vamos? Yo he dicho que al señor..., como es de justicia, nos avala y ya está. Pues, vamos allá. Entramos por las puertas, pues tampoco lo olvido, ¡qué lo voy a olvidar!, eso ya lo llevo para dentro; eran vecinos, se habían criado juntos. «Ha escrito Santiago, y le han cogido porque era teniente y estaba en las milicias. Y mire usted, nos dice que con aval del Ayuntamiento, que puede venir con su madre». Y dice, «¿y quién es?». «Pues, Santiago, el hijo de mi suegra, de la abuela Vicenta, ¿no le conoce usted?». Pero, «pues no me dio cuenta, hija». Con que diciendo que no le conocía, nos miramos con mi cuñada y nos salimos y... hasta ahora...
E.-Y, por ejemplo, ¿cómo se enteraron ustedes de que empezó la guerra? ¿Por la radio, alguien que lo dijo, los periódicos?
R.-Nos enteramos de la guerra porque había en casa de Julio Anaya un aparato. Ese nos dijo que «ha estallado un movimiento». Entonces, al decir que había estallado un movimiento, el alcalde dijo que a armarnos, pero nos tiramos a la calle y dijimos que hasta la última gota. Pero, ¡qué gota ni qué narices!...
E.-¿Y tiraron pinos en la carretera para que no pasaran?
R.-Pues, sí, eso sí que lo cortaron, pero muchas cosas que hicieron, no señor. Que pusieron allí, en casa de los Oviedos unas denuncias infames, que habían cortado la vía, que habían hecho esto, que habían hecho lo otro. Mentira, no hicimos na... Y meternos con nadie. Ellos sí que se metieron con nosotros, pero nosotros no nos metimos con nadie. ¿Sabe usted lo que le pasó a mi marido? Le gustaba mucho la pesca y se fue a pescar, porque como estaban en huelga, y no porque fuera mi marido, que era un pobrecito, un buenazo, se fue a pescar; le vio uno de derechas que estaba pescando, le cogió el zarandajo y se quedó con él. ¡Cuántas veces le he dicho en mi vida...!
E.-¿Y su marido, dónde trabajaba, en la resina?
R.-Estaba de obrero en la resinera, de primer obrero. Luego cogió pinos. Era resinero. Luego hemos estado en Galicia. Estaba como forestal en la resinación, que estuvimos siete años por el mundo alante, porque cuando salió de la cárcel le sacaron todavía bajo condi..., vamos que no podía moverse... Porque les echaron el día del juicio 30 años y un día. Fuimos al juicio, 30 años y un día. Y mi marido, como estaba inocente que no había hecho nada, le dijeron que si tenía algo que alegar, y dijo: -«Yo sía, que soy inocente, que yo no he hecho nada de lo que me culpan aquí». Yo a mi marido, entre la camisa le metía las notas, aquí, y no las veía nadie; y le decía: -«Mírate, a ver si te está bien el cuello». Y era la contraseña porque le descosía esto, lo sacaba poquito a poco y ya no lo veía. Y le dijeron a mi marido, el que le denunció, que habían ido a saquearle la casa y que le habían roto colchones y otro, y mi marido no... Estaba casado ese que era el Cuerdo. Y luego mi hija, que sabía que estaba metido por ése, que había puesto la denuncia, pues le decía «Cuerdo marrano», y como no pronunciaba bien, pues el señor ese no entendía y decía: «No sé qué me llama»; y ya un día le dijo: -«¿Qué dices?», «Pues que eres un marrano». Pues todos los días tenía esa canción, porque como vivía cerca de mi madre...
¿Y sabe usté lo que le dijeron? Pues si este señor dice que es inocente, porque es la trinca de los pueblos. Entonces dijo que siguiera y les llevaron a Pamplona, cinco años. Mire, yo jovencita, arrastrándome por todos los sitios para ganar cuatro pesetas. Mi padre el pobrecito llevaba bata y miera de pinos, y sí nos daba de comer a otra hermana y a mí. A otra hermana que estaba peleándose con mis hermanos aquí en la guerra. El cuñado y los hermanos, uno al otro. Nos juntábamos cuatro, y yo tener que mandar a mi marido a la cárcel, porque les daban lentejas con sapos, y pocas... Y cuando los incomunicaban no nos dejaban meterlos merienda, nada más que pan solo. Y raro era el día que no se moría la gente. ¿Eso está grabado? ¡Uy, madre de Dios!
E.-¿Y aquí en el pueblo había muchos de camisa azul, muchos alangistas?
R.-Muchos, porque el que no se hacía le daban la guillotina. Muchos ;ran como nosotros, se volvieron la chaqueta porque, ¿qué remedio les Luedaba? Si yo me dicen, fíjese usted, que mi marido no le llevan a la cárcel, ne pongo siete camisas azules; por el miedo.
E.-¿Y la gente del pueblo, les ayudaba o no les ayudaba?
R.-No. Luego pusieron un comedor y a ese comedor iban todos los Liños de los presos. Yo, como tenía mi niña que tenía 15 meses... Todavía vive la cocinera que guisaba, que bien rebuena fue. Se lo he dicho a mis hijos la he llevado dos veces galletas -«Que no tienes que traer nada», -«Que e las tienes que comer, María». Es la abuela del Facio, de Luis Facio. Pues ;sa se lo digo. Su padre, como era viudo, se casó con la cocinera falangista. castigaban a los chiquitos cuando hacían travesuras y los quitaban el postre, iba la pobrecilla aparte y se lo daba. Y les quitaba los calcetines, que iban ;on las alpargatas mojadas, y se los secaba alrededor. Y llegaba la presidente te la jefe de Falange, que es la Antolina Aceves -bueno, usted, porque no ;s de aquí no conoce a nadie del pueblo-, y decía: -«Pero María, María, Lija, si Dios te lo tiene que tener en cuenta». Porque fue buena, la jefe de ?alange fue buena.
E.-¿Era de la familia de la fábrica?
R.-Ella fue buena. Con los niños fue muy buena y era humanitaria. Pero os falangistas... Había unas allí, donde es el J.J. -la chocolatería- vivían un Ladre, que murió en la guerra, con dos hijas. A la mayor la cortaron el pelo, a pasearon por el pueblo y qué sé yo las cosas que la hicieron. Eso fue sin )ermiso de los jefes de Falange. Ello es que mire usted, acabó la guerra, se üeron del pueblo y no han vuelto. Una ha muerto, pero no quisieron saber cada de Coca, de lo que vieron.
E.-¿Usted cree que en Coca hicieron más barbaridades que en los )ueblos del contorno o no?
R.-Pues no lo sé, porque el pueblo de Coca fue muy castigado. No uvieron que hacer lo que hicieron, porque toda la gente de las izquierdas no ienen valor de matar una mosca, prueba de ello ahora lo tienen. Ahora lo ienen: van a la iglesia, comulgan, hacen lo que sea...
E.-¿Usted se acuerda del párroco de aquella época, del sacerdote, del -ura?
R.-Ese en los infiernos arde. Mire usted, un día estábamos en el ,ementerio. No acabamos nunca. No me callo. Ni me he callado, ni me callo, si me quieren hacer algo que me lo hagan. -«Uy, qué raro, esta sepultura ;stá al revés». -Pero, mujer -dijo una que estaba allí y era de derechas-, -s don Anastasio». Digo. «Ay, Dios mío, que si creo que hay Dios, en los nfiernos está ardiendo».
E.-¿Se llamaba Anastasio Heredero?
R.-Se llamaba Anastasio, sí. Ese tiene que arder vivo. No tiene perdónde Dios, si le hay, que yo creo que le hay, no tiene perdón. Fueron cuando ya iban a fusilar a los de Coca, que eran dos flores, el presidente de la Casa del Pueblo y otro hermano, tipazos, buenos, fuertes, no porque sean lo que sean, pero eran muy buena gente, y otros dos chiquitos, uno de diecisiete años, que era una madre que tenía ocho hijos, y era la flor, que todavía tengo grabadas las palabras que me dijo cuando ya les iban a fusilar. Que eran las cuatro de la tarde, y no nos habíamos desayunado las familias y yo. Porque de ellos algunos eran algo familia mía y me dijo: -«Lorena, vengad nuestras muertes, vengad nuestras muertes, que vamos inocentes a morir». Eso me dijeron hijo.
E.-¿Y los fusilaron en Segovia?
R.-Y mire usted por qué nos enteramos que los fusilaron. Había una gitana incluida con los de Coca, que al gitano también le iban a matar y esa gitana se subía en un árbol todos los días para ver cuándo fusilaban a su novio, que eran novios. Y entonces iban las mujeres de aquí, derechitos porque fueron a un lado, a otro y no les encontraban, no les localizaban. Y entonces dijo: -«Que están ya en la cárcel nueva, y los tienen preparados ya para llevarlos, y ya les habían matado». Pero estaba la gitana en el árbol, y dice: -«Señores, ¿adónde van ustedes?», -«A ver qué han hecho con los de Coca», -«Vuélvanse, que ya están muertos todos». Dice: -«Todos han muerto con los puños en alto -dice-, menos uno gordo que ha dado la espalda y no ha podido dar la cara, que ha muerto por detrás», que fue el padre de los Madraos...
E.-¿Y la Casa del Pueblo la cerraron y nada?
R.-Todo, lo deshicieron todo.
E. ¿Sabe usted si en las casas de los que se llevaron se quedaban alguien con ellas y las vendieron o las subastaron o algo así?
R.-Las familias recogieron a -las familias, y las demás, que no tenían amparo, de rondada... Con la gente, ¿sabe usted lo que hacía? Tenía yo una sobrina que era el mayor de mi suegra, porque ésos tienen mucha historia, porque son los únicos socialistas del pueblo, ¿sabe usted? Esos no, no, jamás. No le digo más que cuando yo me fui a casar, me dijo mi suegro: -«Hija, siento mucho, pero no te voy a poder acompañar», -«¿Y eso?», -«Yo a la iglesia no entro». Y entonces dije yo: -«Bueno, hijo, pues si usted no entrra y mi padre tampoco, pues qué le vamos a hacer, salirnos antes...». Y entonces dijo mi marido: -«Yo me caso por la Iglesia, porque así le gusta a mi novia». Y metí a mi suegro, y metí a todos en la iglesia, para que lo sepa usted... O sea, que me ha gustado. No es de ahora, me ha gustado, y nada más. Pero a mí no me gusta, sepa usted, ir a la iglesia y luego no salir y hacer mal. Yo si puedo hacer un bien se lo hago al que sea, y por decir la verdad..., la digo a quien sea, aunque sepa que voy a morir, la digo. Me matan, ¿qué voy a hacer?...
E. ¿Se acuerda usted, el comedor de los niños acogidos, dónde estaba? R.-Pues mire usted, estaba donde el transformador del agua, en esto de
las monjas. Ahí estaban las monjas.
E.-¿Eran las jesuitinas?
R.-Está ahora, vive una. Está muy derrumbado, pero ahí era el comedor le los niños, que era un convento donde tenían unas monjas, que luego al estallar la República las mandaron y lo quitaron. Porque, claro, la República, los hay republicanos que creen en que hay algo y hay republicanos que no ,reen en nada.
E.-Aquellas monjas, las que echaron, ¿daban clase a las criadas?
R.-Sí señor, daban dos horas. Yo allí fui. Y luego decían: -«La que se quiera quedar, puede quedarse una horita o dos». Yo me quedé y lo poquito que sé me lo enseñaron ellas. Siquiera, mire, luego me marché a Madrid y me sabía defender allí, y ver las calles por donde iba y esas cosas.
E.-¿Usted se enteraba de cómo iba la guerra, de quién iba ganando, de lo que iban tomando?
R.-Yo me creía siempre que ganaban los de izquierdas, pero venía mi hermano, que estaba en el Alto de León, que fue uno, que vive aquí, muy cerquita de aquí, y venía y me decía lo contrario, y me peleaba con él. Algunas veces hasta nos queríamos pegar. Y, ¿sabe usted que mi hermano era uno de los que se quedaron en el alto sujetando el Alto del León?, cuando llegaron las tropas quedaban 8. Y fue uno mi hermano, que tiene sus medallas.
E.-¿Su hermano del lado nacional?
R.--Sí. Le cogió un capitán que era de aquí de Coca y le alzó el gorro así: “Coño, Tapia, quítate de ahí, que quiero mucho a tu madre". Entonces le metió le cocinero en los sótanos abajo, y guisaba para los mayores. Y por eso se salvó, porque ahí sembraron el campo... Y mi hermano metido entre las trincheras, así está ahora de reuma, ¿sabe? Y el vientre de vez en cuando le duele mucho.
E.-¿Se fueron muchos voluntarios de aquí, de Coca, a luchar?
R.-Los falangistas, pues muchos fueron. El pueblo de Coca es muy..., que le voy a decir, que va al sol que más calienta. Ahora la familia de mi marido, que mi hijo ya lo lleva en la sangre de su padre; y ese, lo que es, es y no se cambia la cha¬lueta. Que aquí somos muy chaqueteros, que van al sol que más calienta. Y me piden parecer: -«En la guerra, éstos fueron buenos»... Cuando elegimos al alcal¬le que tenemos hoy, a mí no me engañó, pero le cogió a mi hijo muy jovencito y le metió en la política. Tenían sus reuniones y todo, y se pusieron los indepen¬3ientes, y mi marido sentado me dijo: -Lorena, qué traición le vamos a dar». Y salieron los independientes. Se volvió a colocar y le volvió a apoyar. Ha sido el traidor más grande de Coca.
E.-¿Ya vivía en tiempos de la guerra el alcalde de ahora?
R.-Sí, él era jovencito. Ya sabe usted lo que le dije a mi hijo: -«No, hijo, que te tiene engañado...». No quiero que los grabe.
E.-Ahora ya grabamos otra vez. ¿Ustedes cómo se enteraron de que había acabado la guerra?
R.-Pues eso, radió la radio y dijo que había estallado el movimiento. Al empezar.
E.-¿Y cuando acabó, cómo se enteraron?
R.-Pues lo mismo. Parece que lo estoy viendo a Julio, me dijo: -«Lorena, que ya ha acabado la guerra y van a soltar a los presos». -«¡Ay!, hijo, Dios lo quiera».
E.-¿Y usted, qué sintió cuando acabó la guerra y ganaron los...?
R.-Mucha emoción, pero mucho disgusto. Mucho disgusto, porque se lo dejaron llevar.
E.-¿Y usted, por qué cree que se produjo la guerra?
R.-¿Cómo? ¿Que por qué empezó la guerra? Quítalo... (CORTE).
E.-¿Cuántos maestros había entonces en el pueblo?
R.-Pocos. Dos, y nos daban poca lección. Así sabían los chicos, así eran de analfabetos. Ya podía estar ahora la guerra, que se iban a dejar como mi marido.
E.-¿Y les hicieron algo a los maestros o no les molestaron para nada?
R.-No, nada. Ellos, mire usted, iban «ordeno y mando», «chito-callón». A ver. Una vez hablé yo con el que era alcalde, que, lo puso Segovia, y no sé qué le dije. Y dice: -«Oye, parece que te estás subiendo de tono. Me estás insultando. A ver si vas a ir a la cárcel». Digo: -«Pues por menos metieron a mi marido», le contesté. No hizo nada y estuvo cinco años, con que yo te haya dicho esa palabra, si me quiere meter..., o sea, no se podía hablar nada.
E.-¿Y el Ayuntamiento daba mantas, comidas, esas cosas a la gente, o no?
R.-El Ayuntamiento, estábamos igual que estábamos antes. No ha habido cambios. Estamos igual. No hay ningún socialista... Aquí, mira, el pueblo de Coca estamos gobernados por derechas. De izquierdas no hay porque quisimos meter a un Galindo: Resulta que no es Galindo, que es la mujer la «Galinda». Aquí no ha habido cambio de ningún estilo. Si va usted a la iglesia, mucho de aquí, mucho de aquí, pero nada de lo demás. Y aquí lo que hace falta es poner un alcalde, un obrero, que mire por el pueblo y los intereses del pueblo, pero no para sí...
E.-¿Usted se acuerda si durante la guerra había fiestas?
R.-¡Qué va a haber alegría, hijo! No había nada, no había más que odio, odio y miedo, las dos cosas.
E.-¿La gente, por la calle, se miraba mal? ¿Había problemas?
R.-Nos mirábamos de reojo, hijo. Y no te creas que algunas miran todavía muy derechas, que algunas que son fuertes aún miran torcidas. Las que somos mayores, como yo, aún guardamos el miedo. Yo, el miedo, no se me_ ha quitado. Y le voy a decir otra cosa, y el odio de lo que me hicieron tapoco, porque a mí me destrozaron la vida. Estaba empezando a vivir, me desalojaron la casa, tuve que vender todos los trastos, porque todo se me hacía poco para mi marido, para sacarle de donde le habían metido. Me quedé tristemente con la cama. Cuando llegó mi marido, mi madre tuvo que decir: -«Arma la cama, que yo creí que no la ibas a armar». Y tuvimos que irnos a un trabajo que le solicitaron a mi marido, allá en Albacete. Y yo me casé dos veces, la primera y la segunda. Porque fíjese después de cinco años, cómo iba yo a creer que me iba a juntar con mi marido. Así que me casé dos veces con el mismo.
E.-¿Y para ir de un pueblo a otro había libertad? ¿O había vigilancia por las carreteras y registraban a la gente?
R.-No, los guardias andaban y vigilaban porque había mucho estraperlo, el pan y todas las cosas. Unos hacían el caldo gordo y otros estaban con el diente así de largo... Entre cuatro de ellos lo tenían, y los demás a rabiar. No teníamos nada. Cayó una nevada así de grande, y me encontré con un primo carnal y me tuve que tirar a la calle, que venía la hora del talego de mi marido y no tenía pan ni nada que darle. Pues no hay más remedio que reconocer a todos los primos. Y mi madre descendía de Ciruelos, y era mi abuela de todos los labradores. Eran riquillos, porque tenían cuatro tierras. Pues' reconocí a todos los primos, hijo, no tuve más remedio que pasarme la mano por la cara. Tenía una hermana de mi madre allí casada, en Ciruelos, y me encontré en el pinar, salí, heladita, y al llegar veo a uno con unas alforjas y se destapa Flores. Era un primo carnal mío, y -«¿Dónde vas?», -«En ca de tía a ver si me da una mediana, que estamos en casa rabiando de hambre», y entonces, -«Vamos allá, que nos da la tía bien de almorzar». En cuanto vimos una hogaza de pan, nos miramos el uno al otro. Esto no crea usted que es mentira, que es el Evangelio. -«Pero hijos, qué hambre traéis», dijo mi tía; -«Y más que no sabes, tía». Y el médico que había allí en Ciruelos, que era del puño, le pedía a mi tía Señora María, una hogaza de pan dele usted a su sobrina de mi parte para su marido». Fulano, y las alforjas llenas. Con la nevada que había, cogimos las alforjas y venía mi primo más contento... Y tan contenta, a comer pan, hijo, porque estábamos rabiando de hambre. Y de eso hay muchas.
E.-Hubo una vez aquí en Coca una reunión de todos los falangistas de la provincia, en el castillo...
R.--No me lo mientes hijo, lo que le tocó a esta hacer, majo: coser todas las flechas para todos los falangistas y mi suegra de ochenta y tantos años, que nunca había dicho señorito a nadie: -«Hija, que yo tenga que llamar señorito». Y les limpié las botas, y les cosí las flechas, y más porque no valí para ello, pero que lo sepa usted...
E.-Y el último día hubo un gran banquete... ¿A la gente del pueblo les convitaron algo?
R.-Yo pasé mucho hambre, pero tenía una compañera que verá usted lc que me pasó. No olvido nunca. La dije: -«Cristina, qué hambre tengo. Nc puedo aguantar más». Me dijo: -«¿Es que tienes tanta hambre?», y me di( un cacho de pan... Me vas a recordar eso, a mí, hijo, ¡por Dios!, si llevi churros a vender que los hacía una cuñada mía. Si ese día, el último me puse hasta un mostrador allí para vender a todos los jefates esos gordos y ganamo: unas perrillas; ¡qué contentas estábamos con las perrillas que ganamos! Y ¿sabes lo que me dijo el alcalde que es hoy?, por eso vino a ver a mi marido porque tenía también la conciencia un poco sucia... Había la otra que era un poco joven, como yo, pero era de otra manera que yo no era. No quiero de más, ni me quiero molestar, tenga cuidado. Cada uno es su alma. Yo tenía ,In cuñada que hace los churros, que vive todavía, se ha quedado ahorexcelentes; yo iba con mi cesta, con un mandil blanco que me puse, pero corazón lo llevaba negro, a vender churros para los falangistas. Di-«Abuela, he cosido cinco flechas, seis flechas, siete flechas, ocho flechas-«Hija, lo que tienes que hacen», -«Pero miralo que me han pagad-«Yo decir señorito, hija», decía mi pobrecita suegra. Pues, ¿sabe lo que dijo el alcalde, -«Cuando usted haya vendido una cesta, ésta tiene que venotra». Porque los churros, a los falangistas no les gustaban de la otra. D-«No hagas más, porque me ha dicho Arturo que no venda más». ¿Sabe uslo que dijo uno que era de Cuéllar, -«Y, ¿por qué no vende usted churros-«Por que no me deja el alcalde de mi pueblo»; dice: -«Pero si tengo para comprar todo éste... este territorio de aquí de Coca y todos los pinostodos los Acosta y todo». Y, ¿sabe usted lo que hizo aquel falangista?, qvendiera yo los churros. Y le dije que no, que estaba a la orden de mi alcalde,
para que lo sepa usted. Me va usted a recordar a mí eso, hijo, que lo he vivido en la guerra... ¡Bendito sea Dios!
E.-Las radios, ¿las tendría la gente rica? R.-Había dos o tres en Coca. E.-¿Había médicos y botica?
R.-Sí, médico siempre ha habido. Médico en Coca, siempre. El médico se portó bien... El hospital funcionaba bien, porque teníamos una monja que ha estado aquí mucho tiempo, que era maravillosa, que era tan médicaa como los médicos. Se llamaba Elena, era de Navas de la Asunción, y mi marido tuvo un grano así, que le salió después de la guerra, cuando nos fuimos a Galicia. Así pasó 37 años y de eso murió, y le supuraba. Y la monja dijo: -«Deja al mundo como está». Era mayor cinco años, pero nada viejo y más tieso que mi nieto, y más salao que las pesetas. Ibamos a bailar a los 64 años o se enganchaba a una joven... Se jubiló a los 65 años, pero él ha seguido trabajando hasta el último, porque llevaba a sus hijos.
E.-¿Y todos los compañeros de trabajo de sus amigos, pensaban igual?
R.-Todos eran de la Casa del Pueblo. Había que asociarse, si no, no había trabajo. Y por eso eran todos.
E.-¿Y había algún partido de derechas con nombre?
E.-Eso lo tenían en secreto. Aquí era una plaza que iban muchos a ver
lo que pasaba. Se sabía que iban a lo que iban, pero no había más que una Casa del Pueblo para todos.
E.-¿Y en la Casa del Pueblo había anarquistas y comunistas, o eran todos socialistas?
R.-Todos éramos de izquierdas, aquí no había más que dos partidos: derechas e izquierdas. Las derechas a un lado, las izquierdas a otro. Así que nos dividieron en la guerra: las piojosas a Escalleres, las que no eran piojosas a los caños. Y no podías chillar, porque en el momento que chillabas: -«Que vas donde está fulano, ¡eh!». Es la primera palabra, así que tenías que callarte, no te decían más que eso.
E.-Aquí, ¿vinieron militares, bombardeos, vieron la guerra de cerca?
R.-Pues no. Bombardearon una vez la estación y mataron a uno o dos. Es lo que vimos más cerca. Bombardeo aquí no se vio. Aquí la guerra lo tomaron, nos quedamos con éstos y se pasó todo. El que lo tenía lo cogía y el que no lo ayunaba. Y como estaba entre cuatro de ellos, iban las izquierdas a pedir a las derechas, y sabes lo que decía la madre del alcalde: -«Que os lo remedie Largo Caballero». Eso nos lo han dicho a una sobrina mía que todavía vive, que quedó con cinco y fue la desaparición de Pamplona, que fue una fuga muy grande. Pues en la fuga esa, quince días antes pasó mi mardio desde el penal de Pamplona aquí con otros. Tuvo suerte. Porque prestaron voluntarios quién quería trabajar y entonces mi marido el primero; entonces le trajeron con otros del pueblo. Fíjese usted en cómo vendría que no le conocieron y en la estación al ver la escolta, dice: -«La familia de Galindo pasa para Cuéllar. Un hijo de Galindo. Que den recuerdos en casa de Emilio Tapia». Y el jefe de la estación se lo vino a decir a mi madre: -«Ha pasado un chico, pero yo no sé quién es». Venía..., pero, majo, viene. Y yo quería ir a verle. Entonces, otra vez a las derechas. Mi cuñada tenía unos tíos en Cuéllar, que eran los guardias del penal, más malos que..., y digo: -«Ha pasado Justo». Que luego, vaya lección que le dio cuando ha muerto: no sabe usted lo bien que se han portado con mi marido, mi hermana y mi cuñada, porque han visto lo que era mi marido, que según se estaba muriendo caían las lágrimas de unos y otros hasta el suelo. Las cosas que decía mi marido..., históricas. Y digo: -«María, que como están sus tíos de guardianes, yo quería llevar a la niña para que la viera su papá», -«Bueno, pues ya se lo diré yo a a mis tíos». Mire, yo los conocía los que eran de derechas y los que eran de izquierdas a la legua; porque los de derechas me daban con las culatas de los fusiles y los de izquierda me decían: -«Acércate, acércate». Entonces la vestí a mi niña, la corté el faldón de cuando nació, porque no teníamos ropa para ponernos. Ibamos cubiertas algunas de sacos, de sacos. Que yo la, corté el faldón a mi niña y la llevaba como un sol. La puse un collar, que la hice una fotografía aquel día, una fotografía que todavía la tengo, y la llevé a ver a su padre. Pero tuve una suerte..., pero yo fui rezando por el camino, majo, y no me oían las otras, porque si me oyen me pondrían de carca. Y yo, -«Y si mi niña pudiera ver a su padre». Aquello fue una película y bonita. La guardia era de izquierdas, un sargento así. Entonces yo no me atrevía por temor, porque tenía tanto temor que no me atrevía a arrimarme al penal. Que lo levantó mi marido el penal de Cuéllar, le levantó con otros muchos. Todos trabajando. Allí trabajó la negra. Venía a trabajar, para que lo sepa usted. Con más miedo... Y entonces, se acerca a mi Julia, que era muy salada, como es, -«Soldadito, majo», fue y le dio un beso, -«¿Eres mi papá?». El sargento se le saltan las lágrimas, dice: -«No soy tu papá, pero te ayudaré a que le veas»..., la dijo a la niña. Venga, venga, hasta que se le cayó el anillo y lo perdió. -«Deja, hija, ya te hará papá otro». Yo, del sitio que me dejó allí me quedé. Entonces dijo: -<¿Cómo se llama tu papá?», --«Mi papá?, Justo», -«Y el apellido», -«Galindo», -«Pues mira, tú te vas a poner aquí, donde está tu madre, y yo voy a ir a por tu papá». Lo ves lo que hacían las cosas de la política... Dios me iluminó y yo así con mi niña. Y mi marido, le veo que sale con un carretillo de tierra desde el penal afuera, que lo mandó él, el sargento aquél. Pero no me atrevía a echarme a mi marido. Me entró un... Ya me estaban entrando escalofríos, hijo. Y yo, parada. Y el sargento: -«Salude a su marido, que no le pasa nada, que me juego yo todo lo que tengo de sargento, que tengo una hija, que tengo más ganas de verla...». Era casado, claro. Yo que no me atrevía, y la chicaa según estábamos hablando esto, como las películas, se echó a su padre y dijo: -«Este es mi padre querido». Le abrazó así y fíjese usted qué película, y la madre que no se atreve a abrazarle. Con que ya sale para afuera, y el sargento tras de mí, y yo que no me atrevo, y dice: -«Abrace usted a su marido, y estese hablando todo el tiempo que quiera, que pierdo los galones hoy», me dijo el sargento. Y un ratito, y nada, no me salía nada de dentro, no tenía qué decirle, pero nos vimos y nos abrazamos, y llevamos mucho tiempo sin vernos. Yo, las lágrimas hasta el suelo, y mi marido, las lágrimas hasta el suelo, y digo: -«¡Ay, Dios mío!, nc siento más que si le comprometo a usted»; y, -«No, señora, no me comprende usted». Mi marido se mete al penal, ni niña me agarra a mí: -«Ya sé quién es mi padre». Pero desde aquel día hasta luego que salió, ya no le conocía a su padre. Cuando vino ya dijo que no era su padre y no era su padre, que el vio ella no era ése. Como luego ya le metíamos comida, cada quince días. Llevábamos aceite, llevábamos patatas, llevábamos de todo, y una señora la teníamos allí pagada para que metiera a seis de Coca la comida calentita. Había uno que estaba enfermo, y mi marido tenía el dinero y todc de él, de aquí de Coca. Le decía: -«Petón, tú eres el padre de mi hijos. Yo, ya sabes que voy a morir aquí, pero tú serás el padre de mis hijos». Nc queremos que usted no vea, porque salió de la cárcel y al poquito tiempo se murió. No crea usted que no es película.
E.-Pues esto que nos cuenta usted, si no nos lo cuenta usted no lc sabemos, no podemos saberlo nunca, porque en los libros no viene, no viene En los libros vienen las batallas, vienen los «altos», lo que le pasaba a la gente no lo sabemos...
R.-Y mire usted, los incomunicaron cuando la fuga de Pamplona y ¿sabes dónde se subía esta vieja? A un alto que había altísimo, altísimo, el Cuéllar, que le conocerá usted... Allí me subía, y mi marido desde una ventana teníamos la contraseña de que me soltaría un pañuelito, y ya ve usted... Y yo le hacía así. Y cuando la guardia era buena, pues nos decía -«Bajaros del muro. Bajar para abajo». Y metíamos la comida, y metíamosbde todo, porque nos lo dejaban. Y cuando eran..., nos quitaban la comida: -«Llevadlo a casa, que con pan y agua no se mueren». Que eso es el Evangelio, lo que le cuente es la verdad. Sí, señor, hay muchas cosas, muy largas de contar. Me llevé yo allí en Cuéllar muchos culetazos de los falangistas. Que a mí no me hablen de Falange, eso si que no...
E.-Mientras iba a Cuéllar, ¿dejaba a la niña con sus suegros?
R.-Ibamos cada ocho días. Mi hija se quedaba con mis padres, que mi padre me recogió siendo mayor, y me mantenía y mantenía a mi hija hasta que pusieron el comedor. Porque luego esa que he dicho yo... Yo mire, todo lo que la doy me parece poco. A la cocinera, pues la dije yo: -«María, maja, lo siento mucho, pero me han quitado a mi marido y a mi hija no me la arrebatan de comer. Arañaré y comeré piedras, pero yo tengo que comer con mi hija». Y, ¿sabe usted lo que me dijo la cocinera?: -«Yo, vas a traer una cazuelita, y voy a apartar la comida a la niña, y tú comes con tu niña». Esa era, y echaron una papelita más y daban dos platos. A los niños les dieron muy bien de comer.
E.-¿Y la comida de esos niños, quién la daba?
R.-Falange. La Angelina y esa gente que era buena. Sí señor, las cosas hay que decirlas como son. Pero, ¿sabe usted lo que hacían? Iba a decir un pecado. (CORTE DEL APARATO GRABADOR EN CASSETTE.)
E.-¿Pedían por el pueblo limosnas o dinero y ponían una banderita para «Auxilio del Combatiente»? ¿No venían chicas de Falange a pedir dinero?
R.-Nada, una corona para los falangistas, una corona para éstos, y para los tiraos nada. Y a los pobrecitos de izquierdas, ¡Uy, Dios mío!, ¿y eso lo va usted a grabar?
E.-Si quiere usted, sí; si no, no...
R.-Les dieron las corrientes hasta en sus partes. Y los dieron a uno, que se ha muerto ahora hace poco, un litro de aceite de ricino, y los cortaron el pelo y los mandaron a casa. Uno de aquí del pueblo. Que el otro día una cuñada mía, que es muy dura... Porque hay aquí tres o cuatro que ésas aunque las maten... Y va la hermana ahora a jugar la partida. Porque tenemos la partida. Ahora mi cuñada está en una comunión, y echamos una partidita las mayores. -«Mira, Gloria -su padre, el cajero, era muy bueno, pero su hermano mayor fue el sinvergüenza más grande del pueblo- y que nunca te lo he dicho, pero te lo voy a decir ahora, si te enfadas como si te contentas, Gloria: tu hermano quiso matar a mi marido, porque no le dejaban que si no le mata». --«¿Mi hermano?», se quedó la chica, -«Tu hermano». Y ya le digo, se ha deshecho la partida por haber hablado eso.
E.-Y durante la guerra hubo odios y enfrentamientos. Antes de la guerra, durante la República, ¿ya había odios y enfrentamientos entre la gente, o no?
R.-Andaba un retintín, porque las derechas, porque las izquierdas. Pero bueno.
E.-¿La gente tomaban vinos en la taberna, los de unos y los de otros juntos?
R.-Sí, alternaban, lo que nada más unos se picaban a otros, 'pero picadito, pero sin violencia. El odio vino de la guerra y los ideales vinieron de la guerra... Porque si de derechas son, y buenos son, dice que el quinto no matar, ¿por qué mataron?... Ya sabe usted que las obras de misericordia son catorce, pero ellos no las ejercieron... Como le dije una vez aquí a uno de derechas: -«¿Tú te sabes las obras de misericordia?», -«Sí», -«Pues poco las ejerces. Hay que ejercerlas, que no las enseñó Dios...».
E.-¿En aquella época estos barrios, estas casas, existían, o no estaba hecho?
R.-No, esto nos lo hizo el alcalde. Nos hizo mucho mal, pero luego mucho bien. Porque luego, ¿sabe usted?, pudo hacer otras cosas más grandes. Pero bueno...
E.-¿Se acuerda usted en qué año?
R.-Sí, está puesto en el encabezamiento, en la calle. Los ladrillos y los adobes están hechos a cuatro pesetas la lanzada. Y aquí hicieron un rollo muy grande. Aquí, estas casas estaban en 14.000 pesetas, y luego hicieron un rollo, que hasta que lo solucionó con la escritura. Y estuvieron por ahí y salieron por 32.000 ó 33.000. Pero él se metió muchos millones.
E.-El Instituto, ¿tampoco estaba?
R.-El Instituto y estas casas, todas estas barridas. Echó una de cal y otra de arena. Luego nos dio y se portó muy bien el alcalde con nosotros, porque estábamos ya en Galicia y recibimos una carta del alcalde, y nos decía: -«Amigo Justo, te tengo una casa reservada». Este era el Almacén de donde tenían todos los materiales. Y la tuvo. Cartas, porque ya no íbamos a venir, y para quitárnosla y eso. Pero él dijo que esta casa era para su amigo Justo, que eran quintos losdos. El alcalde viejo, y nos la guardó. Y fue mi padre con la brazaleta que puso y la medalla y las cosas: -«La cosa sigue igual. La casa es para Justo, no hay quién me la revoque». Y vinimos, y vinimos a la casa Y él nos la cedió. O sea, me metió a mi marido en la cárcel, pero luego nos dio vivienda para vivir, y nos traía lentejas sin sapas y con sapos, y muchas lentejas y muchos garbanzos, que nos mató mucho el hambre. Pero no hizo todo lo que debió de hacer, porque nos debió plantar aquí una fábrica, para todos los obreros, que no se tuvieran que ir a la emigración, como se tuvieron que ir. Con la emigración de Francia, se marchó el hambre de esta casa. Que dicen que si hay ahora obreros, pues entonces también los había. Lo que es, que se fueron a Francia, como le tocó a mi hijo de dieciséis años; de dieciséis años tuvo que ir a Francia, a dar el callo, con su hermana. Y ya me vino la alegría a mi casa. Ya con las perras que me trae mi hijo, lo primero que ganó, fue los dientes que tiene su madre puestos, que los tenía hasta malos de tanto, de tanto comer bien... Y ya esta casa fue la alegría y ya teníamos comida. Pero nunca se ha vivido como se vive hoy, te lo juro. Cuando se fue mi hijo a Francia, aquí en casa no había nada de nada; con decirte que cuando se casó mi hija hicimos el gasto mi yerno y yo: aquí di la comida yo, en este comedor, vinieron los más allegados, y me dijo... -porque tengo unos yernos que Dios me ha ayudado, tengo tres yernos que son tres tesoros, ni escogido no sé quién es el mejor de los tres. Son los tres iguales-. Y se fueron a Francia, y ya mi hijo me trajo las cuatro perras. Tenía dieciséis años, le pisaba los riñones su hermana, porque no podía, pero dura como una piedra. No crea usted que ha dejado de trabajar. No crea usted que no es historia la que tengo. Si aparece usted aquí ocho días, aquí se lo cuento...
E.-Cincuenta años no se pueden contar en ocho días, ni en una hora, ni en dos semanas.
R.-Dicen que las películas, ¿qué más película que la mía?
E.-Pues por eso estamos aquí, para que la gente sepa no solamente la historia de los grandes, sino la gente..., la mayoría.
R.-Pues espérese usted, que todavía muchas cosas no las cuento, porque tengo el miedo todavía metido dentro. Que lo dice mi hijo: --«Madre, que todavía estás con el miedo». Ay, tira una de cal y otra de arena, que vi lo que hicieron con mi marido y si cambiara me lo hacían con mi hijo. Porque mi hijo lo lleva en la sangre; ése es socialista, mi hijo. Aquí hay pocos socialistas, son pancistas. Tenemos el gobierno formado aquí del pueblo, que no hay ninguno de izquierdas, ninguno... Les hay, pero figuran. Resulta que dice, entre todos los Galindos, socialistas, vamos a meter a uno. Ya le he dicho, que hemos metido a uno que no es Galindo. La «Galinda» era la hija. Teníamos que haber puesto a la hija de concejala, porque su marido no es Galindo. Es otra cosa, porque ésa tiene una historia que si la fuera usted a recoger, más grande que la mía, y mire usted que es grande, pues ella la tiene más grande... Esa pobrecita se quedó más jovencita todavía que yo, y su marido lo ha sabido hacer muy bien y ahora le tenemos de concejal. Se va al frente, lo cogen prisionero. Como aquí no tenía partida, la mujer se echó fuera. Vuelve a las filas, se pasa él, a contar todo lo que le ha pasado a su familia, con los Galindo. Entonces quiere volverse a pasar aquí otra vez. Andaba en la guerra, así en Madrid. Cuatro penas de muerte, ninguna le mataron. No creas que no es historia, hijo...
E.-Sí, desde luego, una capacidad de supervivencia...
R.-La cogen a la mujer, con una hija que se le ha muerto luego, pequeñita, a la cárcel, porque su marido se ha pasado a la otra zona. Es la Nicolasa. Llevaba la contabilidad del economato de todo lo que tenía. Se lleva a la niña. La daban las viruelas allí, que ya se le ha muerto la niña. Lo que pasó la Nicolasa, usted no lo sabe. Fue otra vez la Nicolasa. Sale de la cárcel, que estuvo la madre, se volvió loco el hermano y ya se ha muerto el pobrecito. El padre, si arriba hay algo, está en buen sitio, porque era... Con todo lo que pasó y todo lo que le hicieron, se ponía detrás de la iglesia y oía misa y se la sabía. Era el mayor converso del pueblo. La familia de mi marido, la más castigada del pueblo. Ha sido la familia que más ha sufrido, la nuestra. Son los socialistas, y no han cambiado la chaqueta, porque tengo algunos cuñados, y le digo muchas veces a algún primo mío. Y son buenos como el pan, pero lo llevan en la sangre. Los han zurrado y cualquiera los olvida. La familia de mi marido son los socialistas. Y a mí, se muere mi marido, me dejaron una paguita, y ya 15.600 pesetas. Usted sabe, tres años que cogí la paguita, lo feliz que he sido en esta casa, lo que he disfrutado con mi familia, las cositas que compraba y lo que yo he disfrutado esos tres años... Se murió mi marido y me le llevaron, que me quitan la paga de mi marido, y me dejan 10.000 pesetas. ¿Quién lo ha hecho todo? Las derechas, que no gobernaban todavía las izquierdas. A los ocho meses sale González y yo con las lágrimas aquí, solita en el comedor, si me hubiera usted visto lo que yo viví aquella noche, y recordando mi marido, y diciéndole: -«Viva, y viva»... Y que te quiero ver siempre ahí, hasta que te mueras; y aunque me muera, yo le quiero a González. El voto mío es para él, siempre, siempre, siempre... Porque si tenemos que pasar hambre, ya estamos acostumbrados. Pero si tienes que llamarle a uno lo que le tienes que llamar, se lo llamas y se tiene que aguantar. Y como es verdad, tiene que agachar las orejas, ¿no comprende usted?
E.-¿Usted cree que habría alguien más de su edad, amigas suyas, hombres o mujeres, con los que podríamos hablar?
R.-No sé. Si te quisieran contar la historia...
E.-Aunque no fueran cosas muy... Simplemente hablar un rato.
R.-Una cuñada mía, que también te daba buen repertorio. Porque a mi cuñado le hicieron mucho, mucho, mucho... Yo, ya digo, yo, mi marido le conocía. Ya le digo que ha muerto como un cristiano, pero como un santo. Ahí están mis hijas, que yo desde entonces comulgaba todos los días, pero al morir mi marido, y ver las cosas que decía, le dio por la religión... ¡Ay, qué maravilla! ¿Y sabe usted lo que dice mi nuera, que se le ha muerto ahora el marido?: -«No seas tonta, no seas ignorante, que te dio el abuelo gusto hasta para morir». Yo no sé, pero era maravilloso. ¿Sabe usted lo que nos dijo con las manos así en alto?: -«Hijos, amaros los unos con los otros. Hijos, el que tenga pan que se lo dé al que no tenga. Hijos, yo no voy a estar aquí -pero no dijo que se moría-, pero esta casa seguirá igual que cuando yo estaba. Todos juntos y a hacer las cosas». Y así sigue esta casa, para que lo sepas. Lleva cuatro años que va a hacer el día 29 que murió, pero aquí el día de Nochebuena se reúnen todos cuando vivía y siguen las cosas igual. Si tiene que hacerse la familia, todos estamos unidos. Todos, todos unidos.
2. ENTREVISTA CON AGAPITO (24 y 25 de mayo de 1986, 204')
(Parte de los párrafos de la presente entrevista están resumidos)
E.-Estamos en Coca, es 24 de mayo. Vamos a hablar con Agapito para el trabajo que presentamos al Congreso de Historia y Memoria de la Guerra Civil que se va a celebrar en Salamanca a últimos de septiembre...
R.-Mañana, 25, mataron a seis de Coca. Uno que mataron en Pamplona, siete. Otro que se escapó cuando la fuga, en el 38, no estoy seguro. Mataron de Cocaa a dos, un hermano mío. Hubo una fuga en el penal. Además, con fusil en mano quién es el que no sale a la calle. Todos fuera, todos fuera, pues todos a la calle. Ya venían con los focos, venían como leones para nosotros. El que fue un poco más vivo se echó. Salieron 700 u 800 y la mitad quedó en el camino.
E.-¿Usted es de Coca?
R.-No soy de Coca, pero llevo aquí sesenta y tantos años. Ahora, soy de Coca. Nací en Almuña.
E.-¿Fue al colegio?
R.-Al colegio, nada. Nosotros tuvimos mala suerte. Mi padre tuvo quince de familia, y a comer en la mesa doce hemos estado muchos años. Todos en familia y todos comíamos de la misma cazuela. Si eran patatas, todos patatas. Y si daban media docena de sardinas para los doce, las partían por la mitad, cola y cabeza. Hasta el 28. Yo nací en el 11. Tengo 75 años. Y me han pegado muchos palos. Y me han quitado la piel que me echó mi madre, de palos. Es de palos. He echado piel nueva y es más dura que aquélla. Tenía veinticinco años cuando me cogieron. Que yo no había hecho nada, y nada había hecho, nada. Estábamos en la zona «nacionales», decían aquéllos. Yo creo que era al revés, que los nacionales eran los otros y éstos eran los revolucionarios. Bueno, pues nacionales, rojos, blancos... Pero es que tenían la sangre blanca y criminales. Yo te digo que un hombre, no me he metido con nadie, porque tenía buena conducta. Y tenía el estómago así. Y una o dos.: ¡O reviento o resisto! En la placa que pusieron hay un hermano mío. Los Frías era el presidente de la Casa del Pueblo. El Galindo, Mariano Galindo, es el hermano mío, que quedó en Pamplona. Todo el tiempo que estuvimos juntos nos llevaban conducidos siempre a los dos hermanos. Ellos no lo sabían... Si íbamos a una celda o a una nave, hemos tenido la suerte de ir juntos.
E.-Bueno, entonces, hemos quedado que a la escuela no pudo ir.
R.-Cuando he ido yo a la escuela ha sido en el 33 ó 34, que hubo un maestro aquí que, por bueno y que porque enseñaba, se sacó unos discípulos. Tenía un sobrino que murió y ése era un hombre maravilloso de listo. Ese enseñó a algunos en el pueblo de Coca, una media docena que salieron destacados. En la cárcel estudió y era un chico que venía cualquiera... A ver una cuenta... Lo decía de cabeza. No le hacía falta a él... Le echaron fuera al maestro, antes todavía de la guerra. Llevamos más de cien años que hemos estado sometidos a cuatro de ellos y al tío que no le convenía le daban el bote. «Esto no nos conviene», porque a lo mejor habla contra ellos. Sacó unos discípulos muy buenos. Viven cuatro o cinco. Mi sobrino en la cárcel se volvió loco. Loco, no, tonto. Estaba ido. Y su madre ha estado en la cárcel más tiempo que yo y allí se volvió loca de las cosas que la hicieron. No ha salido de casa, que vive y tiene muy cerca de los noventa años. Aquí la llaman la «pasionaria». Y los canallas, en casa de unos ricos había una burra y todos los satélites y todos ellos la llamaban la «pasionaria» a la burra. Y vive todavía. Ha estado loca, hoy no la ataca tanto...
E.-¿Usted, cuándo empezó a trabajar?
R.-Yo he empezado a trabajar a los nueve años. Estuve en la resina, porque mi padre era resinero y todos los hermanos íbamos a los pinos.
Mayores y pequeños teníamos que trabajar a la fuerza. Y cuando llegó ya que cogí los quince años, nos tuvimos que ir de la provincia de Madrid, que estuvimos cinco años pasando hambre. Eramos muchos y el kilo de miera recogida valía cinco céntimos... Entonces no había seguros, ni subsidio. El subsidio se ha puesto estando con la dictadura de los fascistas. Había el subsidio de la perra gorda, y te daban una miaja de jubilación. Pero mi padre no la llegó a cobrar. Yo creo que la tendría que haber cobrado, pero cuando me he jubilado a los 62 años, porque yo ya no quería que me agotaran... Me jubilé con 1.600 pesetas y he estado tirando ocho o diez años. No era jubilado total, sino podía trabajar no siendo en la resina 90 días al año. No sé si tenía suerte o me querían, o era trabajador, no me faltaba nunca trabajo. Yo he trabajado de todo, la resina, he pelado con el hacha, sacar los tocones verdes en la postguerra, he cargado muchos camiones de madera, he cargado muchos en el tren, también la madera, he sacado patatas... Y entonces estaba en fábrica de Aceves, pero no me interesaba. Hoy está la fábrica, pero no existe. Y he pasado hambre de todo. Y le voy a decir más: cuando mi familia tenía un duro, porque desde el año 30 ó 32, trabajando, nosotros veníamos todos los inviernos desde Albacete y aquí estábamos en el invierno, porque teníamos que ir allí ya que aquí no había trabajo para todos. Había trabajo en Coca, a lo mejor para mi padre, pero para todos los hijos no. Y allí ganábamos siete pesetas, que era un invierno y era un jornal. Mi padre mataba dos o tres cerdos. Y creían que éramos tragones. Y los matábamos para el verano y los metíamos en las ollas para llevarlos allí, para luego comer allí y traer cuatro perras. Vino esto: «a la puta calle». Nueve de familia hemos estado en la cárcel. Hermanos hemos estado tres, cuatro, cinco; una hermana, seis; una sobrina, siete; una bisobrina, ocho, y el marido de mi sobrina, ése tuvo pena de muerte.
E.-Me parece que hemos entrevistado a alguien de su familia. Se llamaba Lorenza. La semana pasada...
R.-Sí, es cuñada mía.
E.-Y sus amigos del pueblo, ¿se movían, más o menos, en el mismo nivel?
R.-Entonces no contaba eso, porque, aunque los hubiera de... Le voy a decir que entonces no lo sabíamos si éramos de derechas o de izquierdas. Luego lo supimos después y cada uno pensó como pensó. Se conoce que nací con esas ideas, así sigo... Y luego he venido de la cárcel y he tenido amigos de derechas, y en el hogar hay quien vota a Alianza Popular, y conmigo no se han metido y yo no me he metido con ellos. Yo salgo a los bares, y no hay quien me diga «Agapito es malo o es jodido». Se lo dicen ellos hablando, «ése no hay quien lo tuerza». Yo he seguido y sigo, y si a alguien le tengo que decir que es un canalla o un criminal, se lo digo a la cara... Ahora, ellos no pueden decir nada. ¿Por qué me metieron en la cárcel? «Porque entonces estábamos todos confundidos». Eso lo decís ahora, si España tuvo una guerra que no la tenía que haber tenido. Tuvimos la guerra con vosotros. Por mí, no, porque yo no quiero las armas. No he tenido nunca un arma, y si tengo una navaja tiene que ser chiquinina, para comer, porque no tengo dientes. Si me da la locura... Ahora, si tú me quieres decir que si es negro me dices blanco, pues no. Yo te digo esto, esto. ¿A mí qué me importa? Yo no voy a sufrir. Amigos, pero de aquí no te pases conmigo. Yo te respeto, respétame. Lo primero para llevarse uno bien te tienes que respetar y hacerte respetar para que te respeten.
E.-Ya me ha contado usted cómo era el trabajo...
R.-La resina, después han venido doscientos mil trabajos.
E.-¿Y el nivel de vida?
R.-No podíamos ahorrar mucho, pero después vino la guerra y nos quedamos en la puta calle. Mas le voy a decir: mi hermana y mi cuñado, el padre de ese chico que era inteligente, la saquearon... Tenía el comercio más grande que había en Coca. Y era el comercio de los pobres. Entodavía, si no ha roto los libros, los tiene así, llenos, porque no los habían pagado. La casa de los pobres y luego la saquearon, se llevaron todo lo que tenían. Fue a la cárcel. Luego mi cuñado ha estado trapicheando con lo poco que le dejaron, sacando para malcomer. Así hasta que murió.
E.-¿Cuántos habitantes eran entonces?
R.-500. Las cosas de aquí no estaban hechas. He tenido yo una suerte loca, pero de mal. Yo me casé a los 32 años, después de venir de la cárcel. No la conocía muy bien a la mujer, que estaba sirviendo aquí en una casa. Pero bueno, entonces yo no me acordaba. A los 25 años me metieron en la cárcel y he salido a los 30 casi.
Después de venir de la cárcel ibas a pedir trabajo y te decían: -«Ya te pondré un bujerillo». Y no iba a pedir trabajo. Como era trabajador tenían que buscarme.
El alcalde es el culpable de todo. El no los metería, pero no se quería manchar los dedos por si venían torcidas. No se quería lavar las manos... Esos hombres, pues, ¿cómo te van a atender a ti o a otro que vaya? Y si te atienden te dicen lo contrario. Hoy está medio payaso, medio tonto, pero todavía chincha a los demás.
E.-No, si ha ido mi amigo, que es profesor aquí destinado en el Instituto, y no le quiso contestar.
R.-A lo mejor le conozco, porque voy a tomar café donde ellos. Casualmente hay uno pequeño, morenete, que estuve hablando con él ayer, del Líbano, y los cojones ésos, y de Suárez. Si no mete al Partido Comunista no hay democracia. Tenemos que estar todos en el bombo. Y el chaval ese decía que había estado en la Universidad y los comunistas catedráticos eran los más listos (disgresión sobre Tamames, los comunistas, la Universidad, los profesores, etc., de unos siete, ocho o nueve minutos). Ahora lo que se debe de evitar es tener mala sangre. Respetarnos y ser como tiene que ser y todos a vivir y ayudar. Unos que sepan más, otros que sepan menos, poner un granito de arena. Teníamos que ser como las hormigas y cada uno llevar su granito de comida, de trigo, de cebada o de hierba a guardarlo. Nosotros matamos por ocio, porque un animal que mate por comer, se puede perdonarlo. Y tú, si matas a una persona humana, ¿por qué la matas? Yo creo que la persona humana es peor que las fieras.
E.-Vamos a hablar sobre la infraestructura sanitaria, los comercios, las escuelas.
R.-Pues, comercios había cinco ó seis. Médicos, antes de la guerra había dos. Uno tenía la titular y otro puso una consulta, tan lleno o mejor que el de la titular y más bueno que el de la titular. Porque el de la titular se fue a la guerra y allí murió, y le estuvo bien. Si hubiera estado cuidando a los enfermos... Se fue a la guerra. Yo creo que le dieron el título de alférez, porque tenía una carrera, pero le vino mal la guerra...
E.-¿Había gente que iba más tiempo al colegio, los Oviedo o los Aceves?
R.-En esa época salían pocos, no iban a estudiar. De mi quinta a lo mejor dos o tres a estudiar fuera. Iban a hacer una carrera de médico o lo que fuera y no ha llegado ninguno. Los Gruños, que son los más ricos del pueblo, de las tierras de su familia, que eran ricas y habrán ido comprando. Tienen tierras y riberas, todo eso (y Agapito describe las propiedades de esa familia en centros urbanos), pero no llegó a médico, sino a maestro interino. Ya ves qué listo sería, cómo tuvo que dejarlo. La televisión habla de los hombres sabios después de muertos. Si eso no me hace falta a mí que me digan. Los hombres inteligentes, la mayoría eran pobres que no tenían dos reales, como los poetas. Muchos han salido con su carrera y no son inteligentes. Si es inteligente no le ha hecho falta el dedo. Todo el inteligente ha salido porque ha valido, y al valer no han tenido más remedio que reconocerlo. Los españoles llevamos siglos. Hemos tenido una raza, otro, otra... Unos celtas, otros árabes, otros íberos, que tenemos una ensalada que hasta que no se pueda remediar, no hay Dios que nos entienda. ¿Es verdad lo que digo?
Yo, trabajador, si estoy con un patrono tengo que dejarle un duro. Pero que me dé mis derechos y no se los coma. Yo le pongo el trabajo para que él viva y él me pone el dinero. Tú trabaja y pides tus derechos. Trabaja y luego pides tus derechos.
E.-¿Había teatros, charlas y cines?
R.-Sí, teatro venían algunos rodados. Teníamos una sociedad en el pueblo que era un organillo. Aquí desapareció. También la banda del pueblo, que lleva mucho tiempo... Además, hay tres o cuatro orquestas para tocar a otros pueblos si los llaman, porque aquí no hay vida. La banda que tenemos nosotros aquí la patrocina el Ayuntamiento casi desde que se fundó. El pueblo no paga a los músicos, más que al director. Entonces a lo mejor les daban una prima de dos duros o más. Tenemos banda en el pueblo porque van a tocar a otros sitios y allí les dan dinero. El director se lleva casi millón y medio que se lleva, y otro millón y medio o más que se sacaa porque es el capitán de los bandidos, y hace dos o tres partes para él y la otra para los que quedan. El cine lo pusieron después. Con la dictadura de Franco había más cine, y ya había televisión. Yo me acuerdo que si alguien tenía dos o tres televisiones, que una la tenía el cura en su casa para explotar a los parroquianos y les pedía un real o una peseta.Si te voy a decir la verdad, había algunas a-radios, cinco o seis. Uno la tenía el estanco. Otro lo teníamos nosotros en la Sociedad del baile. En el Centro Obrero no había para a-radio, no había para nada. No conocíamos las radios. Pues eso, que todos decían que éramos humanos y hermanos, y luego vino lo que vino, y vaya...
E.-¿Se notó en Coca que vino la República?
R.-Cuando vino la República, ya sabes quién la trajo... Los canallas de los militares. ¿Cuando echaron al rey, quién fue? Queipo de Llano, el otro, el otro... Dice que no quería sangre y se fue, o le dijo: -«Vete, que si no, te voy a liquidar». Y luego los militares quitaron la República y montaron una gorda. El canalla de Queipo de Llano, que era el yerno de Alcalá Zamora. Que soy poco inteligente, pero lo sabía. El Alcalá Zamora es de la provincia de Valladolid, de Tordesillas, y era el yerno de Alcalá Zamora. Y entró Azaña y no les pareció bien, y después Largo Caballero, y no les convenía. Y te voy a decir la verdad, y si no vienen los animales, los alemanes y los italianos, el franquismo ni triunfa, porque sin armas nos les comemos a todos. Aquí vienen a experimentar las armas. Si no, el cabrón de Franco, que es un cabrón, que no ha defendido ni siquiera su pueblo... He sabido que siendo él de Vigo, no tenían cartilla de racionamiento los gallegos. Al no mirar por su pueblo, no va a mirar por los demás.
E.-Entonces, los diferentes partidos, ¿cuáles eran?
R.-Era la Casa del Pueblo. No había ni socialistas, ni coministas, ni na. Era Casa del Pueblo. El que no tenía trabajo, si podía, le daba trabajo. Era un sindicato, suponiendo como ahora se dice el sindicato de UGT. Entonces estaba la UGT, porque lleva muchos años, pero aquí era la Casa del Pueblo. Todo el que quería ir allí, pues iba. Estaban todos juntos, derechas también. Lo único que hacía la Casa del Pueblo era dar trabajo. Nosotros, cinco o seis resineros que no lo eran, les dimos pinos. Y tenían más libertad que el que sabía y a vivir se ha dicho. Lo único malo que ha hecho es favorecer a todo el mundo. Ahora, si hubiera hecho algo malo también lo habría dicho. La Casa del Pueblo llevaba muchos años. No había nacido yo y ya había Casa del Pueblo. Era del pueblo, como si fuera una oficina, y a funcionar. Los afiliados pagaban una cuota, como se paga en Comisiones Obreras o en UGT. Para escribir cuatro papeles.
Se organizaba igual que un sindicato. Y ya te digo, a buscar trabajo. Pero entonces negociar salarios no existía. Buscar trabajo, eso sí. Entonces no había convenios. Con el sindicato vertical no era ningún convenio legal.
E.-¿En la Casa del Pueblo tenían literatura, prensa...
R.-Si acaso, podía haber algún periódico: El Adelantado de Segovia. Entonces no había nada. En Madrid, sí; en los pueblos, no. ¿Pero es que nos íbamos a preocupar entonces de leer el periódico? Te voy a decir la verdad, yo no he aprendido a leer y escribir hasta que he estado en la cárcel, porque allí tenía tiempo y no antes. No iba a la escuela, porque tenía que ayudar a mis padres, y no me preocupaba. A ver si puedo aprender a escribir una carta a mi familia, a mi madre, que todavía existía... Que si sé muchas cosas de los
puntos cardinales de España, lo sé porque he andado mucho y lo otro se me ha quedado en el oído. He corrido mucho España, pero no los puertos de mar, porque estaba en las afueras, y no creo que llegue ya.
E.-¿Había mítines o charlas?
R.-Sí, hombre, cómo no va a haber. Los de la Casa del Pueblo. La Casa del Pueblo era un centro de trabajo, abierto a todos. Partido político no era ninguno. Era un centro, un centro, un centro. Entonces no podía haber desunión de sindicatos de unos o de otros. Todos creíamos que éramos unas hermanas buenas. Vivíamos en comunidad de otros, no pensando en que uno te estaba metiendo la pucha por el otro lado. No se echó a ver hasta que no se reventó el saco. Los ricos de siempre, buenos ricos no había aquí, porque los labradores pasaban hambre. Esperaban que vendieran las cosechas y después pagaban. El que estaba más saneao podía tener 1.000 duros, que eran un capital entonces, y tenía que esperar...
E.-Es usted muy amable, pero vamos a concretar porque me da reparo molestarle. Ya llevamos hablando casi hora y media.
R.-Mira, yo no puedo decir lo que no es. Si no, sería dar contra mí. Decir una cosa falsa yo, jamás, jamás lo diré. Si tengo que decirle algo a alguno, tengo valor para decírselo en la cara. Lo que he pasado por ser una persona humana es lo único que puedo decir. Pero yo digo la verdad y lo que me ha pasado. No voy a decir lo que le ha pasado a Fulano, que lo diga él. Y yo digo la realidad, y si alguno le sienta mal que venga y me lo diga aquí. Y se acabó. Si no lo hubiera sabido, no se lo digo.
E.-¿Y las elecciones, se acuerda?
R.-Una vez me parece que vino este médico, que era el cuñado de los Basilios Mesas de Navas de Oro, que era el que pitaba en Segovia. Vino a dechar una charla, que no puedo decirle cómo era. Ni haberle visto, acaso.
E.-Y el 18 de julio del 36, Coca queda en poder republicano...
R.-La huelga general ya estaba el 17. Me parece que el movimiento estalló el 17 en Africa y aquí el 18. Le voy a decir más. El jefe del movimiento no estaba aquí, estaba en Portugal, era Sanjurjo. Luego pusieron a Cabanellas, que era en la Zaragoza y estuvo cuatro meses. No sé, pero mira... Yo era joven y recuerdo, ¿me entiendes? Yo creo que si no le eliminaron, bueno... Le echaron a la reserva. Y luego fue cuando Franco, que estaba en Canarias. Y a Franco le trajo una avioneta de Inglaterra. ¿Es verdad? Mira que yo... Franco estaba camuflado allí. Nunca ha tenido barba y yo creo que allí la tenía. Y ya tuvo una revolución antes, estando en la República. Y para dejarle libre le mandaron a Canarias. Si le hubieran metido en la cárcel..., pues no hace lo que hizo.
E.-¿Se llegaron a enterar de la revolución de Asturias?
R.-Ya había movimientos antes del 34. En el 32, estando en la mili yo, hubo revoluciones en Asturias, en Salamanca y una reflesta cojonuda en Casas Viejas. Ahí me pilló a mí haciendo guardias en el juicio, eso porque duró ocho días o más. Estaba yo en el cuartel militar de Salamanca. Te puedo decir quién fueron los defensores y otros. Fue el que fue ministro del Gobierno, el de los trescientos, Gil Robles por la Guardia Civil, y Manso por los obreros. Y te voy a decir más: luego, cuando estalló el movimiento a Manso le mataron como a un toro, en Salamanca. Y todo eso lo tengo yo mamao, porque lo he visto. Pues me enteré, claro, estaba haciendo guardia. En la parte de la misma compañía. El juicio estaba en una sala que tenemos para los soldados. En el 33, no sé si en marzo, abril o mayo. Las guardias no las hacíamos en las garitas, porque había miedo. En los sótanos, arriba, hacíamos las guardias, en la azotea, no sea que te echaran mano en las garitas.
E.-¿Y en el pueblo, qué sucede?
R.-Algún curioso, algún tío de mala leche que era de ellos, estando aquí de guardia tiró un tiro o dos para decir luego después que habían tirado tiros. Yo lo único que puedo decir es que no ha pasado nada. El fulano tiró un tiro para enrollar a los inocentes. Y después aparecieron falangistas... Te voy a decir la verdad... Después de estar aquí los ocho días no pasó nada. Antes de entrar los falangistas, y algunos nos tiramos al campo, por lo menos para evitar la avalancha esa.
Estuve yo dos días, con otro compañero, a ver si me podía escapar a la zona roja. Pero dio la casualidad que fue la época de cuando mataron a Décimo (sic) Redondo. Teníamos que pasar por el puente de Voltoya, y para atrás, escondido entre las matas. Comíamos frutas verdes, lo que podíamos comer, lo que pillamos. Y cuando regresamos nos echaron el alto falangistas, pero eran del pueblo. Y los que estaban en el Ayuntamiento no eran del pueblo. El primero no tenía insignia alguna. Le llamaban teniente y era un fraile que llevaba un crucifijo así. Era un fraile vestido de falangista y con un crucifico así. Nos tomaron declaraciones'y nos pedían armas. No tenía armas. Y sí la tenía, tuve el valor de una escopeta de mi casa, que era de mi padre, yo no la podía entregar. Y la enterré. Vine de la cárcel, y voy a buscarla y ya no la encontré. Muchos del pueblo que pidieron las escopetas se quedaron con ellas. Todavía las tienen algunos vecinos. ¿Hay derecho a eso?
E.-Entonces sucedió lo del alcalde, ¿no?
R.-Mira, te voy a decir la verdad. Entonces el alcalde no estaba en el pueblo. Seria el jefe de Falange. Yo siempre le he conocido ordeñando vacas y llevando leche a la estación. Tendría él en Valladolid algo. Según dicen, fue una figura y fue diputado y todo. O eran todos como él, digo yo. Y me acuerdo que venía por la carretera de Nava con el caballo, como diciendo, haciendo ver que traía miedo. Y con el caballo al pueblo...
Pero, de los que cogieron no todos eran dirigentes: el secretario, el presidente, el tío del otro alcalde, así. Los demás no eran de la Junta. A lo mejor, incluso algunos que no estaban. Mataron a tres que eran menores de edad, a los 18 años. Entonces, la mayoría de edad era a los 20 6 a los 22. Mataron a los tres menores de edad. A mi sobrino, que era menor de edad le echaron veinte años y luego le quédó en seis, no tenía los 18 años. A otro hermano del secretario, de Pinilla, pues también. Que si tienen los 18 años los matan también. Y ya te digo, mataron a un compañero mío que le llamaban Rigaera, a otro que está en Arévalo y a uno que había cojo, compañero mío,y ésos son los que estaban liados con las denuncias del alcalde. Pero, por librar al alcalde, su sobrino, pues mataron a los que no tenían pena de muerte. Se las pusieron después. El que estaba con pena de muerte era Romualdo, Riguera y el Cabra, y Mauricio González. Pero para salvar a su tío hicieron el cambio, mataron a los otros y se salvaron. A la mayoría los echaron treinta años. Luego vino la revisión de causa y nos los dejaron en menos. Pero como los tíos era para salvar a mi tío y salvar a éstos y meter a éstos.
Eso fue la verdad. Si tenían el delito esos señores, que no tienen delito alguno. Dijeron que encontrados con el Régimen. Pero, si no había régimen. Era el Gobierno español y lo cambiaron. Si tienen delito, bien, que los maten. Si éste ha hecho algo, que es responsable, hay que matarle, pero no matar al inocente.
E.-Después, ¿hubo más denuncias? ¿A cuántos cogieron?
R.-Mira, no estoy seguro de los que metieron. A éste, a los dos Frías, seis, a mi hermana, ésta que te he dicho. Eso fue el día 16 de septiembre. Les llevaron a Segovia y soltaron al presidente, a Frías, y estuvo en casa dos días. A los dos días, fue el 12, le volvieron a coger. Y luego el día 16 nos cogieron otra redada donde otros eran como yo, mi hermano y los jóvenes. Luego tardaron también otros dos días y otra remesa, que fue el alcalde y otros cuantos. En total, seríamos unos veintitantos. Después de que nos juzgaron ya no hicieron más remesas.
E.-¿Los pusieron a todos juntos?
R.-Yo estuve... Estábamos repartidos. Unos estaban en el hospital Penitenciario para los enfermos. Tres fuimos a la cárcel Nueva y otros fueron a la Vieja. Luego, a los dos meses, o no sé. Sacaron antes muchos de la cárcel para hacer un cementerio. Se conoce que ya habían llenado el viejo y se hicieron un cementerio nuevo. Sacaban por brigadas. Sacaron también a hacer una carretera desde Santa María de Nieva a este jodido pueblo de la parte de Avila, aquí abajo..., ahí, cerca, cerca... Bueno, por ahí. A lo mejor, hablando así me acuerdo. Pero bueno, ya sacaron a algunos. Y a mí también me sacaron y a mi hermano. Trabajar de esta manera no me gustaba, pero no iba a decir que no. Nos sacaron. Llegamos a Santa María y pasamos la noche allí y por la noche va el guardián y nos llama que nos preparemos que mañana a las siete van para Segovia. Tú verás, con los recorridos que nos habían dado... Llegar por la tarde en coche de linea y luego darnos la cena, y al poco tiempo, estén preparados. Y yo pensando que nos iban a sacudir en el camino, otra vez. Pero nos cambiaron de coche y a la cárcel otra vez. Y a mi hermano y a mí nos confudieron y en vez de la Cárcel Nueva nos llevó al Penitenciario. Mi hermano se cayó, se mareó, se cayó dentro y se partió todos los dientes... Y dice el oficial: -«Estos señores, no son para aquí. Son para la Cárcel Nueva».
Y así estuviemos cuatro meses. Luego nos trasladaron a la Vieja y allí nos hicieron el sumario.
E.-¿Y allí estaban juntos con otra gente del pueblo?
R.-Del pueblo y de toda la zona. Sí, había algunos de la Casa del Pueblo, porque no nos metieron a todos. Los repartieron. En la Cárcel Nueva, por regla general, nos daban bien de comer. Por lo menos te daban de comer Ahora, agua no.
E.-¿Entonces, cómo se las arreglaban?
R.-Te lo voy a decir. La gente de Segovia andaba mal de agua o lo que fuera. Iban con botijos. Llevaban los botijos a la cárcel y a los presos no nos la daban. Daban un traguito, una copita de anís, es lo que te daban de agua. La gastarían para hacer la comida o tirarla.
E.-¿Y la gente no se ponía enferma con esas raciones de agua?
R.-El que se moría, se moría. El que no, le sacaban. Esa es la realidad, que la gente de la capital no tenía agua. Pero a nosotros no nos llegaba. Y lo demás, el rancho de la Cárcel Vieja era malísimo y tenían que pasar.
E.-¿Ustedes tenían noticias de la gente que había quedado en el pueblo?
R.-Mi padre había muerto ya, el 35. Mi madre, sí. Ya te digo, mis hermanos y mi cuñado también estuvieron en la cárcel. Y quedaron, pues, de varones, uno. Que ha muerto hace tres o cuatro años. Y también le llamaron al Ayuntamiento y salió un individuo falangista y dijo: «Pero, oye, rojo, ¿qué haces aquí? Venga, vente conmigo». Y le sacó del Ayuntamiento. Y fue el único que se salvó, porque tendría amistades o lo que fuera. Los demás hemos estado todos en la cárcel. Uno, en el Segre le echaron mano, estaba en la zona roja; y que era capitán. Había llegado a capitán. El entró como voluntario y había terminado la mili, pues era dos años mayor que yo. Y estuvo, pues, corrió todo. Ya te digo... En la zona ésta, al otro lado de la sierra estuvo aquí mucho tiempo. Allí estaba el suministro para lo militar. De militar se pasó a carabinero y cogió el grado de sargento. Luego, por el Segre, le cogieron y estuvo en el campo de concentración.
E.-Entonces, llegó un momento que llegaron a estar prácticamente todos los hermanos varones en la cárcel.
R.-Y casados también. El más pequeño, dos años menor que yo; como estalló, le llamaron a la quinta en el 34, y se pasó a la Legión. Y en la Legión le echaron mano, y estuvo en la cárcel.
E.-¿Y su madre, cómo se las arreglaba para tener noticias de ustedes, de todos los hijos?
R.-Si se quedó con los nietos y con la viuda. Se quedó con los nietos y la viuda. A ver, los demás estábamos todos en la cárcel. La viuda andaba por ahí para fregar, para dar de comer a los hijos, que eran pequeños, y mi madre estaba imposibilitada. Así, hasta que vine yo, y tardé dos o tres años en casarme y ayudaba yo. Poco, porque a primeros no te daban trabajo. Luego, después, sí, y ya íbamos tirando.
E.-Vamos a ver el papelito éste. ¿Cómo piensa que actuaron las gentes?
R.-Pues mira, te voy a decir una cosa según pienso yo. Yo no lo veo tan malo. Se podía haber hecho más, digo yo. Han hecho cosas buenas y cosas malas.
E.-En la cárcel, por ejemplo, ¿les echaban charlas?
R.-Lo único que nos decían era sacarnos al patio y levantar la mano y decir «¡Franco!», «¡Franco!». Y decíamos «¡Rancho!», «¡Rancho!». No tenían capacidad de decirnos eso, porque a lo mejor algunos habíamos sido más y les hubiéramos convencido al revés. No eran capaces más que de estar allí, y como no os damos de comer ni os damos na, moriros y a tomar por culo, y se acabó. Ellos creían que dejarlos y que se iban a morir solos.
E.-¿En qué año le soltaron a usted? ¿Y me puede contar algo de Pamplona?
R.-Mi hermano salió y no volvió. Me parece que fue el 1 ó 2 de mayo del 38. Ahora, la fecha del 21 ó el 22 de mayo, por ahí. Me parece que el 20 salió mi hermano de Pamplona para Cuéllar, y al otro día fue cuando se hizo lo que se hizo. Yo no estaba al alcance de eso; en el 40 volví.
E.-¿Cómo encontró el pueblo al llegar?
R.-¡Ufl, pues la misma gente. Ni te hablaban, ni te querían ver. Ya sabes, unas redes, pero no grave. Algún chivatazo que hubo y detuvieron a uno o fue y el que tiró de la otra manera, ni verte, de verdad, ni verte.
E.-¿Y usted se juntaba con otros afiliados a la Casa del Pueblo?
R.-Yo me he estado jugando el tipo muchos años. Yo, con unos compañeros, en el pueblo de Coca, teníamos una célula comunista. Pillaron unas redes, pero no grave. Algún chivatazo que hubo y detuvieron a uno o dos. Un compañero mío estuvo en la cárcel tres o cuatro días. No lo sabía, nada más que nosotros. Hace falta tener... Venir de allí sabiendo lo que te habían hecho, te la estabas jugando. Pero, a mí, como no me importaba. Y hoy se lo digo yo a éstos: -«Canallas. Vosotros sois unos peleles».
E.-Claro, es que todos y todo hay que entenderlo...
R.-Y teníamos una peña que estábamos enrollados con los falangistas. Eramos, me parece, que cinco de nuestra parte y treinta y dos para salir por el pueblo de Coca. Y habíamos las de San Quintín, sin meternos con nadie. Armábamos el escándalo y llevábamos hasta gente de Somatén. Eramos los dueños del pueblo, hostias, 32 tíos los domingos y los días de fiesta. Nos íbamos a las cantinas y a cantar por la calle. El que sabía la aragonesa, la aragonesa; el que sabía otra, otra. No, antes de la guerra salían cuatro o seis amigos, pero como ésa no ha habido otra en el pueblo. Además que eran amigos nuestros; 32 tíos como uña y carne.
E.-Y ya la última pregunta que le voy a hacer: ¿usted piensa que fue irremediable el conflicto bélico?
R.-Sí, se pudo evitar. No sé la causa. Yo digo que si hubiera habido un diálogo entre una parte de los militares, otra parte de la República. Pero se conoce que no hubo nada. Si éstos tuvieron culpa, aquéllos también. Yo los culpo más a éstos que no a aquéllos, porque aquéllos en paz estaban. Estaban al mando del pueblo, lo habían sacado y no puedo decir otra cosa. Si le lió, el perjudicado soy yo. ¡Pues que me muera! Y muchos estarán ahí, porque ya les va quedando poco. Y peor que yo. Porque yo dormía; ellos no dormían. Digo yo qde les saldrían las sábanas blancas o los fantasmas.
Ahora, mira, te voy a decir una cosa. Si esto se publica, escucha: si se pone en el periódico, quisiera coger un periódico de esta encuesta y lo que yo diga... Yo tengo ese capricho.
E.-Esto lo hacemos para que la gente se entere. A los historiadores profesionales de toda la vida no les importa esto.
R.-Y que lo nuestro no figura en ningún sitio. Ahora, si hubiéramos sido sabios, sí. Si hubiéramos sido sabios o hubiéramos matado, a lo mejor hubiéramos tenido un fichero ahí. Aunque a lo mejor en el cuartel de la Guardia Civil estamos fichados.
E.-Otra cosa, ¿qué pasó con la Guardia Civil aquí, esos días?
R.-Se marcharon a Segovia, y los que quedaron aquí no se supo nada, no se movieron. Luego, cuando entraron, levantaron la cabeza. Bueno, detenernos, eran los falangistas. A mí me detuvieron tres falangistas del pueblo.
Otra cosa curiosa. Un día vino el «pájaro negro». Y habíamos ido mi hermano y yo con ideas de estar toda la noche pescando, pero a la puesta del sol viene el «pájaro negro». Tiró bombas y nos marchamos para la casa. Me acuerdo que había esa noche arroz, arroz con patatas, y a lo mejor una cola de bacalao. Según estaba yo cenando, me quedé con la cuchara en la boca, y llegaron para detenerme. Y al Ayuntamiento, cerrado toda la noche, hasta el otro día, el 16 de septiembre. Cogieron unos ocho o diez. Yo creo que el más joven era yo. Yo estaba cansado de oír cuando salí de las checas, y me lo tenía que tragar. Si en el otro lado había checas, aquí sí que las he visto yo. Había dos cantinas de la misma familia, y ahí era donde firmaban las denuncias. Muchos los llamaban y si no llamaban tenían que firmar por huevos. Mucha gente no se daba cuenta que aquí había checas.
E.-Bueno, pues le quedo muy agradecido. Es lo menos que puedo decir.
R.-Pues, mira, además, tengo el Sumario del Consejo de Guerra. Tiene mucho, ¿eh? Hay las denuncias y lo que pusieron para juzgarnos.
3. ENTREVISTA CON NICOLASA (24 de mayo de 1986 - 180')
E.-Podríamos empezar diciéndome en que año nació usted.
R.-Pues yo nací un 6 de diciembre de 1917, aquí, en Coca.
E.-Su padre, ¿en qué trabajaba?
R.-Mi padre era comerciante. Fuimos siete hermanos, se murieron dos pequeños y quedamos cinco. Luego en la guerra se murió una niña de nueve años.
E.-El comercio de su padre, ¿en qué consistía?
R.-¿El comercio de mi padre? Ferretería. Tenía comercio mixto:
tornillos, cazuelas, pucheros, ultramarinos, se vendía fruta... Más o menos un comercio mixto como el mío.
E.-¿De dónde se surtía su padre?
R.-Bueno, mi padre era de Carbonero, mi madre era de Coca. Entonces mi padre vino aquí de panadero, en casa de un señor que era panadero, como empleado. Aquí conoció a mi madre y se casaron, y nada más casarse pues se establecieron ya ellos con su negocio.
Se suministraban de Valladolid, de Medina del Campo, de Madrid. Los tejidos y la ferretería la traían de Madrid. De Segovia, no; de Avila, también. En Segovia no porque había poco.
E.-¿Podían comprar directamente los productos a los campesinos?
R.-Sí, sí, sí. Les compraban los garbanzos y las judías... Y mi madre solía cambiar; por ejemplo, si una señora tenía una huerta, iban las señoras y decían: -«Aurelia -a mi madre todo el mundo la conocía por Aurelia-, ¿me cambias cinco kilos de judías, por arroz, azúcar o aceite», -«Pues sí», mi madre, sí. Mi padre andaba de ambulante, por ejemplo, en los pueblos de Ciruelos..., casi más traía a cambio que en dinero, porque decían: -«Te vendemos una fanega de garbanzos a cambio de unas sábanas», o lo que sea. Entonces regía poco el dinero. Pollos, mi padre traía, y mi hermano y yo salíamos a venderlos. Y así pues casi todo.
E.-¿La cultura de sus padres?
R.-Bueno, pues mi padre era listo, pero no había estudiado. Mi padre, sus principios quiso haber sido cura, pero sus medios no le llegaron...
Y mi madre es que era muy lista. Fue una criada de servicio, pero desde niña tenía la inclinación de vender, porque ella desde chiquitita ya vendía con una cesta castañas, naranjas; se ponía en la plaza, iba a pescar -pescaba cangregos y luego los vendía-. Siempre le tiró esa inclinación. Mi madre tenía, ¿cuántos hermanos fuerón?, espere..., mi abuela tuvo 17 y a la mesa fueron 12 hermanos; y mi madre era la tercera, y entonces se la llevaron unos abuelos, a mi madre la criaron unos abuelos, y para no hacer gravoso a mis bisabuelos, ella iba a vender sus cositas. Y luego a mi madre la enseñaron un poquito de cosas, mis bisabuelos la llevaron a Valladolid y allí la dieron unas lecciones de coser. Mi madre era muy lista, y era guapa y presentable; lo era y lo es, porque tiene noventa y dos años, y aún vive, a pesar de lo que pasó ella en la guerra porque la metieron hasta en la cárcel, sí señora.
E.-¿En el orden de hermanos, qué lugar ocupaba usted?
R.-Yo era la mayor. Me tocó luchar mucho con mis hermanos y ayudar mucho a mi madre, porque yo a los nueve años ya no fui al colegio.
E.-¿Fue a las jesuitinas?
R.-Sí, pero hasta los nueve años nada más.
E.-¿No pasó al otro colegio?
R.-No. Había dos colegios, el de los maestros, había una maestra y un maestro, el maestro para los chicos y la maestra para las chicas. Y había las jesuitinas. Ibamos desde los tres años, por ejemplo, hasta los siete; y a los siete pasaba la que quería a los adultos, que ya era de pago, hasta los siete años era gratis, pero al pasar los siete años pasábamos a las adultas, de pago.
E.-¿Qué les enseñaban? ¿cuántas horas de clase tenía?
R.-Bueno, pues teníamos de las 9 a las 12, y luego desde las 2 hasta las 5. Por la mañana llegábamos al colegio y leíamos «El Libro del Corazón», dábamos luego el catecismo, y luego pues escribíamos al dictado, y luego las cuenta. Teníamos días: por ejemplo, el lunes a mí no me gustaba ir el lunes, porque yo de matemáticas estaba muy mal, y así he seguido toda la vida, y como era los lunes, muchos lunes hacía novillos. Luego, los martes a lo mejor se daba aritmética, gramática. El sábado escribíamos al dictado y leíamos «Las Visitas», que se llamaban entonces «Las Reglas de Urbanidad». Y por la tarde llegábamos al colegio y leíamos «El Libro del Corazón» y luego nos poníamos a la costura, ¿me entiende?, rezábamos nuestro rosario y un día le tocaba a una y otro día le tocaba a otra. Y teníamos una media hora de recreo, ¿me entiende?, por la mañana y por la tarde.
E.-¿Iba mucha gente?
R.-Sí, íbamos muchas. Estaba el colegio lleno.
E.-¿Había diferencias entre las niñas que pagaban las jesuitinas y las que pasaban al Colegio Nacional, que era gratuito?
R.-Sí, claro, sí. Al colegio de las jesuitinas iban siempre las que vivían un poquito desahogadamente en su casa.
E.-A los maestros, ¿les pagaba el pueblo?
R.-Bueno, les pagaba, supongo yo, el Ministerio. Luego había también, luego ya, por las tardes, un maestro, que se llamaba don Toribio, que sacó unos muchachos muy listos, entre ellos mi hermano.
E.-¿Sus padres eran religiosos?
R.-Mi padre, mucho, mi madre también, aunque luego durante la guerra les señalaron como antirreligiosos, pero mis padres, fíjese usted la voy a contar, ¿quiere usted que se lo cuente?
E.-Sí, claro.
R.-Bueno, pues mi padre era de Carbonero el Mayor, y en Carbonero el Mayor son muy religiosos. Ya le he dicho a usted que mi padre quiso estudiar carrera de cura, pero era hijo de un guarda y no pudieron dársela; pero mi padre se sabía mejor la misa que el señor cura, porque cuando iba aquí les sacaba las faltas. Tanto es así, que cuando murió mi padre le dejó escrito cómo le teníamos que decir la misa, pero no se la dijimos así, ¿me entiende? Creía en todo, en todos los santos religiosos, a nosotros..., yo he sido hija de donde se rezaba el rosario por las noches. Y mi padre, pues, tuvimos una niña muy mala, ¿me entiende?, pues entonces mi padre ofreció a la Virgen de su pueblo el gustar que él rodaría la carroza y todo lo que pesara mi hermana se lo regalaría en cera; y le llevaron dos cirios de los kilos que pesaba mi hermana. Mi madre ofreció la mortaja de mi hermana, porque estuvo amortajada,
porque ya la creían muerta, ¿me entiende? Y allí estaba en la Virgen del Henar el retrato de una hermana más de treinta años. Mi padre rodó la carroza, que la tenían que rodar doce, y él dijo que la rodaba solo, la carroza de su pueblo. Pertenecían a todas las cofradías: mi padre era de San Roque, de la Santa Cruz;; y mi madre era la fundadora del Carmen, nos metió a todos del Niño Jesús y de la Purísima. Pero, amiga, cuando estalló la guerra la pusieron una denuncia de antirreligiosa, la condenaron a nueve años.
E.-Nos han contado en otras entrevistas que después de un primer momento hubo muchas denuncias, a veces sin motivo.
R.-Sí, sí. Hubo muchas denuncias, pero algunas no, siempre hay algún motivo. Pero denuncias todas falsas, porque ahí tiene usted una de ellas. Porque cuando a mi madre la juzgaron, ¿me entiende?, pues claro, como la pusieron una denuncia por antirreligiosa, y había sido religiosa y estaba cotizando al Carmen y Santa Agueda, que cogió la bara dos o tres años, porque no quería serlo nadie, y a sus hijos les tenía en la Purísima, en todo. Cuando se la murieron los hijos, les enterró como Dios manda; me casé yo la primera, en plena República, que era el 35, me casó; nacieron niños durante ese tiempo, les bautizó, ¿me entiende? Eso no es de ser ninguna antirreligiosa, en cambio la pusieron una denuncia por antirreligiosa.
E.-Volviendo a lo que estábamos hablando. A los nueve o diez años sale usted del colegio, ¿antes había ayudado usted a sus padres?
R.-Bueno, pues ayudaba a mis padres si me decían despacha. Ellos se echaban la siesta y nos quedábamos mi hermano y yo a despachar. Y mi madre, como era muy lista y muy viva, nos decía: -«Hijos, tenéis que ir a vender», y cogía y nos preparaba unas crucecitas con unas puntillas, nos ponía el precio, y mi hermano y yo íbamos por las calles vendiendo; y cuando no eran las puntillas o las cintas, era fruta o patatas que nos la ponía en unas cestas con papeles diviviendo los kilos. Y nosotros nos ganábamos el pan. Así que hemos trabajado desde niños.
E.-¿Por qué dejó el colegio?
R.-Bueno, pues dejé el colegio, pues porque tenía que ayudar a mi madre, y el negocio pues no daba para meter una criada extraña, pues no daba. Mi madre tuvo, sí tuvo una criada y tuvimos una niñera y todo, pero de más joven; luego, ya se llevaba sobrinas, las pagaba como criadas, pero eran sobrinas, porque en una tienda no puede entrar cualquiera. Primero, se llevó a una que estuvo nueve o diez años, y luego se llevó a otra que era de mi tiempo y dejábamos todo sin hacer y nos íbamos por ahí, ¿me entiende? Y ya me sacó de la escuela y a ayudar a mi madre. A esa edad yo ya sabía de todo: yo lavaba, yo planchaba, yo hacía la comida, yo cuidaba a los niños. Porque mi madre, eso sí, ha sido muy señorita. A ver si me entiende, ella atendía el comercio, se levantaba tarde, y yo me levantaba a dar las papillas a los niños, a ponerles las bragas, desde pequeñita, desde que se fue mi prima la criada, yo ya me las entendía solita, solita, ¿me entiende? Y mi madre, luego se levantaba y se ponía detrás del mostrador, y ella ya no se preocupaba de hacer camas, lavar, ni de barrer, solamente de hacer la comida, y algunas
veces, que yo de chiquitita también las hacía. Yo he sido, como decía mi madre: -«Eras mis pies y mis manos». Yo me casé muy joven.
E.-¿A qué edad?
R.-A los diecisiete años.
E.-¿Cómo se conocieron?
R.-Bueno, pues ya lo diré. Yo era una chica que no aparentaba tener pocos años, siempre me he criado robusta y era una chica alegre, y me gustaba mucho el baile, y los chicos me bailaban mucho porque estaba de buen ver. Mi marido vino de dependiente a un comercio y le conocí en una borrachera.
E.-Pero, ¿no era de aquí?
R.-No, mi marido es zamorano. Y vino aquí de dependiente en el 32. Y yo no me había fijado nunca en él, pero llegó el Día de los Santos y había cine y estaba borracho, y me hizo tanta gracia que me fije en él. Y al poco tiempo nos hicimos novios, y me casé de diecisiete años y el de veinte.
E.-El paso, por ejemplo, a la República, ¿se notó en algo?
R.-Sí, sí. Mis padres eran republicanos, aunque eran religiosos, pero eran republicanos, eso no tiene nada que ver. Ya sabe usted lo que son las cosas, mi padre cuando entró la República era concejal con Berenguer, con la dictadura de Berenguer, y luego entró la República y echaron a los concejales. Fue concejal por mayorista, por mayorista de matrícula; en la dictadura de Berenguer se conocía que entraban los que tenían mayores matrículas, y mi padre fue uno de ellos.
E.-¿Su padre pertenecía a algún partido?
R.-Pues mi padre pertenecía a un partido..., esto a la Sociedad, a una Sociedad que había de republicanos.
E. ¿Aquí, en Coca?
R.-Sí, aquí, detrás de la iglesia, se llamaba Centro Republicano. Mi padre fue tesorero, pero fue tesorero un par de años.
E.-Esta sociedad, ¿tenía que ver algo con la Casa del Pueblo?
R.-Era ésa, la Casa del Pueblo era de republicanos. Mi padre fue tesorero.
E.-¿Qué recuerda usted de la actividad de su padre?
R.-Tenía reuniones cuando tocaba, pues, hacer cosas... Pero nunca para hacer mal a nadie. Aquí tuvimos un baile republicanos.
E.-¿Y cómo se organizaba el baile?
R.-Muy bien. Bueno, el baile republicano se organizó porque aquí hubo unos sucesos en el 32 entre republicanos y no republicanos.
E.-Una mujer nos ha contado que hubo una pelea en un baile...
R.-Sí, ¿quiere usted que le cuente toda la historia?
E.-Sí.
R.-Pues, para que vea, lo tengo escrito. A mí no me importa, porque como es verdad, esto no lo oculto ni a San Pedro bendito. Vamos a ver..., como fui poco a la escuela yo no tengo ortograña.
«La guerra civil en Coca no empezó en 1936 sino en 1932. Una tarde, el 29 de julio, San Pedro, como la derecha siempre ha tenido muy mal perder, pues esa tarde empezó la guerra civil en Coca. Unos cuantos mozos de derechas empezaron, esa tarde, a dar Viva a la República, y otros decían abajo (los mismos derechistas), éstos habían bebido. Por la noche, como era festivo, había baile en el Salón; estaba tocando el baile un chico de 17 años que se llamaba Joselito, de izquierda (que luego se volvió falangista), y sus padres también lo eran por esas fechas. Este chico solía dejar tocar el pianillo al joven que se lo pedía. Y fue un muchacho de izquierdas y le dijo: -"Me dejas tocar". Y éste le dejó. Entonces fue el de la derecha, como estaban faltones le quitó la manivela de tocar y discutieron. Entonces el muchacho que tocaba el piano se la quitó a los dos, y el de derechas que era de los caciques del pueblo por entonces, le pegó, y éste fue corriendo a casa de su madre. En lugar de quitarle importancia al muchacho la madre, ésta fue a la Casa del Pueblo, que allí estaba su marido con los socios pasando el rato, y al ver a la señora que iba gritando: -"¡Que a mi hijo le han pegado los de derechas!".
Los de izquierdas fueron al baile, y allí se preparó un buen jaleo pegándose unos a otros, y salieron a la calle porque todo el baile estábamos asustados, porque ya sacaron armas blancas. Abrieron las puertas y salíamos todos envueltos entre grandes escombros, que por cierto estaban todos por la calle repartidos porque se los tiraron unos a otros. Vino la Guardia Civil, y un guardia tiró tiros al aire y mientras éste tiraba al otro fue herido, y un muchacho de derechas, uno de los que empezó el jaleo. Pero lo que son las injusticias, el muerto no le mató el de izquierdas, sino el de derechas, que según iba a meterse se cruzó y le mató a su compañero. Todo esto pasó enfrente de la casa de mis padres que vivían enfrente del baile, que mis padres tenían un comercio y abrieron las puertas. Las gentes se metieron donde pudieron.
Al morir el chico de derechas, los de izquierda nos separamos de la derecha (¿me entiende?) y abríamos un baile en otro salón, para no tener ningún contacto, y le llamábamos el baile republicano (que luego nos marchamos al otro baile porque decían los chicos de derechas: -"Veniros con nosotros, que sois muy guapas. Nosotros, ¿qué tendremos que ver?"). Cuando salió el juicio fueron a casa mis padres para que hicieran de testigos; y como mis padres no vieron quién fue, ellos dijeron que no podían actuar de testigo falso para nadie, no porque pasara el suceso enfrente de su casa lo tenían que haber visto, que ellos estaban por dentro y no habían visto nada. Y de allí vino las venganzas en la guerra de 1936.»
E.-¿Usted cree que en algún momento, cuando empezó la guerra, que la denuncia aquélla estaba relacionada con este suceso?
R.-Sí, sí, sí. Es que mi madre no tuvo una denuncia sola, tuvo muchas. Tuvo una, cuando estalló la guerra civil. ¿Sigo o lo dejo?
E.-Yo prefiero que me lo vaya usted contando en vez de leerlo.
R.-Bueno, pues mire, cuando estalló el movimiento, no sé si sabrá usted que se proclamó una huelga general. Los obreros bajaban al pinar con el burro a por leña. Al subir con la leña les cogieron los guardias y les llevaron a la cárcel. Las cargas de leña las llevaron al retén, unos corrales que tenía el Ayuntamiento adonde tenían que ir a por la leña cuando pagaban la multa, ¿entiende? Bueno, pues a esos señores, como estaban en huelga, en el paro, fueron y les cogió la Guardia Civil y les levantó un atestado y les paró al juez. Entonces, pues, ya le he dicho que mi madre era muy lista, unas señoras quisieron ir a hablar con el juez para que a esos señores les dieran las herramientas y los burros. Y fueron a por mi madre, porque era más educada que todas ellas.
E.-¿Cuándo ocurrió esto?
R.-En 1936. Unos días antes, unos días antes del 18 de julio. Y luego ese señor juez le puso una denuncia como que mi madre, le había roto el expediente.
E.-¿Había manifestaciones aquí en Coca?
R.-Sí, sí. Y luego, durante la guerra, fueron garrafales. Había manifestaciones el 1 de mayo, que fue ahí donde a mi madre la pusieron otra denuncia por llevar la bandera, y mi madre no llevó bandera, que la llevó una hermana suya, pero esa hermana no tenía valor y mi madre sí que lo tenía, porque mi madre había dado de comer a mucha gente, ¿sabe?, a mucha gente, a muchos obreros, porque mi madre daba cartillas hasta que la podían pagar. Y mi madre hacía ventas a plazos, y había vestido a todo el pueblo. Porque caía uno enfermo, y yo soy testigo de ello, porque mi madre me mandaba a mí con la cesta llena de leche, de azúcar..., hasta que ese enfermo se ponía bueno; y caía otro enfermo y mandaba a las que traían la leche: -«Lleva la leche a esa señora dos meses». Podía usted preguntar a cualquiera. Y claro, pues, como mi madre era muy lista, y era una mujer que valía y todo, pues entonces iban a por ella las otras.
E.-Nos han contado que desde el 18 al 30 no llegaron los falangistas a Coca.
R.-Sí. El 26 ó el 27 fue cuando vinieron aquí los falangistas, entraron por los cuatro costados disparando, y ese amanecer fue horroroso. Porque, aunque estaban en huelga, aquí estaba todo pacífico, aquí no pasó nada de nada, nada, ¿me entiende?, nada de nada. Sí, una vez dijeron que entraban los falangistas y los pobrecitos, fíjese usted, salieron con palos a recibirles; ya ve usted, cuando ellos entraban con ametralladoras. Bueno, pues aquí cuando entraron con los golpes de mano, el 26 o el 27 (...). Que aquí se sabían las noticias por una radio que había en el estanco.
E.-¿El periódico?
R.-El periódico yo creo que vino hasta el día 16, el Ahora. Nosotros cogíamos el Ahora. Y yo creo que vino el periódico cuando traía la muerte del teniente Castillo y la muerte de Calvo-Sotelo.
E.-Además de el Ahora, ¿se recibieron otros periódicos?
R.-Sí, sí. Se recibía El Liberal, el ABC. A mí me gustaba Ahora, porque venía todo fotografiado. Y ya le digo, que a partir de esta fecha que venían los falangistas por la carretera de la Nava, y resulta que era una camioneta con unos cables de teléfono. Y salieron los pobrecillos obreros con palos.
E.-Nos han dicho que con los falangistas llegaron frailes.
R.-Sí, sí, e hicieron mucho bien, porque cuando estaban registrando la casa de mis padres, abrieron el cajón de la cómoda nuestros escapularios, los libros de misa, las medallas, los escapularios, y entonces uno que iba con ellos dijo: -«Pero qué hacemos aquí, si somos todos iguales».
E.-¿Antes había en Coca falangistas?
R.-Si los había no lo sabíamos. Aquí se llamaba derechas y republicanos. De cara a la gente no había falangistas. Luego ya, a partir de esta fecha, ya sí, ya salieron muchos falangistas. Que me acuerdo que ese día cuando entraron los falangistas llevaron al Ayuntamiento a todos los hombres, lo mismo de derechas que de izquierdas, les llevaron al Ayuntamiento, y allí había un señor que seleccionaba, que él había sido el del baile, precisamente, que había sido de izquierdas y luego se hizo falangista e iba diciendo «este rojo», «este azul». Y así transcurrieron unos días, hasta el día 5 de agosto pasaron unos aviones, había unos falangistas en la estación, tiraron al avión y éste respondió y mató a dos falangistas. Entonces esa noche vinieron a por treinta. Los falangistas venían cargaditos de coñac, que venían cargaditos de coñac... Vinieron los falangistas de fuera, a por 30 socialistas, para sacarlos de sus camas y matarlos, darles el paseo; pero entonces, las autoridades que había entonces, Arturo Acosta y los que hubiera, ¿me entiende?, pues ya se opusieron y ya no sacaron a ninguno.
E.-El nuevo Ayuntamiento, además del alcalde, el resto de la gente que estaba en él, ¿era marcadamente de derechas?
R.-Sí, toda. A dedo, todas escogidas a dedo de derechas; aquí, eso ya no, de socialistas nada, todos ya eran escogidos a dedo, ¿me entiende?
E.-Entonces, ya luego viene una época de denuncias...
R.-Sí, mire. Eso pasó el día 10, el día 5 de agosto, luego ya pues se les fueron llevando poco a poco. El primer grupo que salieron fueron nueve, entre ellos mi madre, el día 10 de septiembre. Pero no la he contado lo que vinieron a hacer el día 11 de agosto, que se lo voy a contar. El día 11 de agosto, pues, salieron las quintas, la quinta del 32, 33 y 34, me parece que eran esas quintas, las que venían a por ellas, ¿me entiende?, entonces en esas quintas iba un hermano de mi madre, y vino mi madre y mi padre a despedirlo a la plaza, y al regresar de la plaza estaba un coche de Segovia de falangistas esperándoles a la puerta y cuando llegaron mis padres les preguntaron: -«¿Este es el comercio de Aurelia?», y dijeron que sí. Y entonces entraron dentro y le saquearon a mi padre, llevándose lo que quisieron: piezas de pana, lienzos, zapatillas, ultramarinos, todo les venía bien, ¿me entiende? Y había uno apuntando con otro fusil, estaba para que no entrase nadie, entonces llegué yo, porque fueron mis hermanas a decirlo lo que estaba sucediendo, y fui a entrar y no me dejó, y me dijo que me sentara en un cantoncito allí en la puerta, y le dije que yo era de la familia, y me dijo: -«Usted no va a remediar allí dentro, nada. Lo único es que va a pasar un mal rato y va a dar el pecho malo a la niña», porque yo llevaba a mi niña de diez meses. Y luego volví a entrar, y ya me dejaron, y vi a esos señores que todo les parecía poco, ¿me entiende? Ya cargaron y dejaron a mi padre las estanterías medio vacías, y nos dijeron: -«¡Arriba España! ¡Viva España!», y con eso nos pagaron.
Cuando se fueron, mi padre se fue a estar con Arturo Acosta y le dijo: -«Isaac, te has opuesto a ello», y mi padre dijo: -«Pero hombre, ellos con fusiles y yo con las manos en los bolsillos, ¿qué iba a pintar yo?», y dijo: -«Si vienen mañana haz lo mismo». Entonces nosotros al día siguiente, al amanecer, pues las cosas que había de valor, las sacamos en casa, pues de las personas que había buenas de derechas, porque en las derechas había personas muy buenas que nos querían, que nos ayudaron en la guerra a sufrir con nosotros los malos ratos que pasamos, porque luego pasábamos unos cuantos malos ratos.
Eso pasó el día 11 de agosto. Y así se transcurrió, registros y registros cuando les daba la gana en casa de mis padres. Y el día 10 de septiembre fue la primera saca, la, primera saca de los socialistas para la cárcel, entre ellos iba mi madre. Los detuvieron a las diez u once de la noche, y los tuvieron hasta las dos de la madrugada ahí en el Ayuntamiento, a ella y a otros ocho con ella. Y al sacarla, a los hombres los llevaban en la camioneta, en una camioneta, ¿me entiende? Mi madre montó en la cabina con el jefe de Falange de Sanchidrián, y al subirla, pues, la dijo a mi madre: -«No tema usted -porque a mi madre le dio un mareo porque en ella eran frecuentes-, que yendo conmigo no la pasará nada», entonces la dijo a mi madre; -«Ya se habrán quedado a gusto algunas señoras de su pueblo, porque por ellas la habíamos sacado a fusilar a la torre de San Nicolás». Cogió el señor, abrió su termo y la dio un vasito de café y una copita de coñac, y fue con ella a Santa Maria.
En la cárcel de Santa María de Nieva, allí la metieron y estuvo no sé si fueron dos noches y un día. La metieron en una habitación que había tenido carbón, que estaba llenita de ratas, que la comida que le daban a mi madre se la tenía que dar a las ratas para que no la mordieran, ¿entiende? Y ahí, uno del pueblo, un falangista, la confesó; cogió los hábitos de los jueces, que estaba el Juzgado y la cárcel juntos, cogió la túnica de uno de los jueces y la confesó. Y la preguntó por mi primo; la dijo estas palabras: -«¿Conoces a tu primo Marino el de Olmedo? -dijo, "sí"-, pues vas a correr tú el mismo riesgo». Le habían afusilado a ese chico, le habían dejado en las carreteras de Olmedo, ¿me entiende?, de pena. Y luego cogieron a mi madre y a esos ocho, y los llevaron a Segovia, al Gobierno Civil de Segovia.
En Segovia los hombres los metieron en el sótano, para darles la paliza, que les daban una paliza, y a mi madre la llevaron a una habitación, ¿me entiende?, pues allí las mujeres de los guardias, cuando llevaban la comida a su marido, allí a mi madre la insultaron, la quisieron cortar el pelo y pasearla por Segovia, pero no lo hicieron, no lo hicieron, ¿sabe? Nada más que eso, que al montarla en el coche para asustarla más, también le dijeron: -«Echad
la pala y el azadón -fíjese usted que maldad-, y al kilómetro dos con ella». Y como siempre hay buenas personas por todos los sitios, pues el portero la dijo: -«No se asuste usted, señora, que el kilómetro dos es la cárcel».
Y fíjese usted si iría asustadita mi madre, que a los dos años cuando entré yo en la cárcel y me fueron a mí a cachear, me dijo la directora: -«Pobrecita de tu madre, cuando la fuimos a cachear nos dijo, "pero es que me vais a quitar la ropa para que me entren mejor las balas"»; y la dijo la directora: -«Usted no se apure, esto es la cárcel y aquí no la va a pasar nada», eso la pasó a mi madre. Allí estuvo, pues, unos meses, en la cárcel de Segovia, que, por cierto, cuando tomaron Toledo también le dieron un mal rato los moros, porque querían entrar en ella, y mi madre del susto que se llevó se mordió el dedo y se lo atravesó.
Mi madre fue trasladada luego a La Granja, ¿sabe?, y allí la pobrecita, pues, lo llevó muy mal, la cárcel la llevaba muy mal, porque cuando fuimos nosotros a Segovia a verla nos estuvo contando esto que le cuento a usted, y cuando fuimos a verla por primera vez estaba hecha un mar de lágrimas, allí no había consuelo para ella, y nos decía que por qué a ella le tenía que pasar esto, que por qué. Total, que estuvo unos meses en Segovia y la trasladaron a La Granja, y allí cogió las calenturas palúdicas; no tuvo asistimiento de nada, de nada, el único asistimiento fue la quinina que le llevaba mi padre, ¿sabe? Y allí ella, como no tenía ganas de comer, apañó una anemia y se nos trastornó, se nos trastornó, y así ha estao..., bueno, está hasta la fecha, que tiene 92.
E.-¿Y cuando sale su madre?
R.-Espere... Allí estuvo en La Granja hasta el 38, en octubre del 38 la trasladaron otra vez a Segovia, porque dijeron que por el suceso ese de Segovia iban a entrar los rojos en Segovia, el caso es que a los de La Granja, porque estuvo por allí el frente, les trasladaron a Segovia, que estaba yo aquí ya en la cárcel, estuvo aquí unos días. Y luego, ya el día 14, nos trasladaron a Santa María de Nieva, aquí ya conmigo y con mi niña, ¿me entiende?
Yo entré en la cárcel el 20 de mayo de 1938, y en Segovia estuve seis meses y en Santa María cinco. En Segovia estuvimos muy bien. Yo tenía mi camita, y en fin, muy bien, nos daban escuela, ¿me entiende?, allí había hasta una maestra que nos daba varias horas colegio, nos daban muy bien de comer, los directores eran muy buenos y la comida en abundancia. Pero en Santa María muy mal, hija, en Santa María muy mal. Una cárcel que tocábamos con la mano el techo, el piso de ladrillo, 80 mujeres en una nave con diez niños, en un rincón (...), con dos cubos allí hacíamos nuestras necesidades, y luego los teníamos que sacar, mejor dicho, los tenían que sacar los ordenanzas y les dábamos a los ordenanzas de los hombres, y tenían que sacar los pobrecitos nuestra mierda. Porque nos daban una hora solamente para bajarnos a asear al patio, y no había water, había una pocita y allí hacíamos nuestras necesidades; y allí en una hora teníamos que comer, teníamos que lavarnos, teníamos que lavar la ropa y todo.
Ahora, yo en eso tuve suerte, porque los directores fueron para mí muy buenos, tanto el director como la directora. A mí me pusieron de ordenanza en Santa María, y me pusieron como una especie de economato y despachaba a las reclusas lo que me pedían, chocolate y, en fin, cosas que se podían vender en la cárcel, y estuve allí, aparte lo mal que estábamos, muy mal, pues estaba considerada por ellos. Pero comíamos muy mal, hija, muy mal, si aquello era comer que baje Dios y lo vea. Comíamos unas lentejas con más bichos, llenas de paja, y ¿qué más nos daban de comer?, sí nos daban de comer zanahorias y nabos, que no los había comido en mi vida...
E.-¿Cuándo salen ya?
R.-Estuvimos, yo estuve allí cinco meses, yo salí a la terminación de la guerra, el 29 de abril de 1939. Pero mi madre no, rica, mi madre después de haber estado tres años de gubernativa, ¿me entiendes?, a la revisión de causa, pues, de Santa María me la llevaron al Asilo Penitenciario de Segovia otra vez, pues la procesaron, de Santa María ya fue procesada, que tuvo mi madre un careo con el juez, precisamente con el del atestado.
Pues a mi madre, como la digo, se la llevaron al Asilo Penitenciario, ya iba mi madre trastornada, porque había perdido las facultades mentales. En el juicio la condenaron a nueve años. Mi madre allí estuvo unos meses y después fue trasladada a las Ventas, a la cárcel de las Ventas de Madrid; desde las Ventas, estuvo otros días en Guadalajara, de Guadalajara a Gerona, y allí estuvo trastornada perdida, y cuando la dieron la libertad tuvo que escribir una carta el señor director a mi padre para decirle que fuera a por ella, «...porque esta señora no puede ir sola». Y mi madre cuando salió de casa salió con 72 kilos y cuando entró pesaba 35 kilos. Como estaba enferma no comía, y cuando se la llevaron lejos nosotros estuvimos un año sin verla, porque había pocos medios, porque todos habíamos estado en la cárcel. Cada quince días mi padre iba a vemos, a llevamos el paquete, nos dejaba cinco duros.
E. ¿Y su hermano, que huye cuando llegan los falangistas a Coca?
R.-Sí. Bueno, pues total, la quiero decir que mi padre se quedó con cuatro estanterías, entre unos que le robaban y otros que nos lo llevaba para comer, pues se fue quedando el pobrecito sin nada, ¿me entiende? Y luego a mi padre le embargaron lo único que tenía, la casa, porque ya le quedaba poco. A unos les embargaron y luego se lo dieron, a mi padre no se lo devolvieron.
¿Mi hermano?, y ¡mi marido! Si tengo un buen repertorio, hija. Mi hermano, el 24 de septiembre de 1936 le metieron en la cárcel, un chico con dieciséis años. Y a primeros de octubre le llevaron a Santa María. Pero entre medias, entre medias ya unos falangistas, cuando estaba aquí en la cárcel, quisieron entrar a pegarle, a él y a otros dos que había, pero un sereno les dijo: -«Tenéis que entrar por encima de mi cadáver para entrar a pegar a estos muchachos, que no se han metido nunca con vosotros». ¿Me entiende? Así que mi hermano, pues, luego a primeros de octubre le llevaron a Santa María de Nieva, y en Santa María de Nieva estuvo mes o mes y algo, luego le trasladaron a la Cárcel Vieja y estuvo en la Cárcel Vieja hasta que salió el juicio en marzo. Salieron unos 40 con Consejo de Guerra que les formaron; salieron nueve penas de muerte, me parece que fueron 31 penas de treinta años, y mi hermano y otro chico, como eran menores de edad, pues a veintiún años y un día. Mi hermano estuvo en la cárcel, como era listo, porque mi hermano era muy listo, pues estuvo enseñando a mucha gente a leer y escribir; estuvieron unos profesores dándole allí clases, y mi hermano en matemáticas no había otro.
E.-¿Le conmutaron la pena?
R.-Sí. Mi madre estuvo cinco años y medio y mi hermano seis años, el pobre, salió de 22. Estuvo cuatro años, y a los cuatro años al ver a mi madre que estaba así, enloqueció, se trastornó él también. Y así le hemos tenido hasta el año pasado, que ha muerto de 65 años. Un niño de dieciséis con esos malos ratos ya me dirá usted a mí si no es para volverse loco. Le tuvimos ingresado dos veces en el manicomio, hija mía.
E.-¿Algún otro miembro de su familia estuvo en la cárcel?
R.-Sí, hija, sí. Todos 1ol hermanos de mi madre fueron a la cárcel, porque mis tíos eran obreros. Los hermanos de mi madre eran obreros, porque aquí se vive de la resina, y mis tíos eran obreros y pertenecían, pues, a la Casa del Pueblo. Entonces vinieron y éste quiero, éste no quiero y se les fueron llevando. Y también les salieron treinta años, a mis tíos, y uno en los sucesos de Pamplona quedó, allí murió un tío mío. Luego fueron viniendo, les conmutaron las penas y fueron viniendo.
E.-¿De sus hermanos...?
R.-Mis hermanos, pues eran pequeños. Mi hermana tenía once años, otra de nueve y otra de siete. Esa pobrecita de siete se nos murió a los nueve años, cuando terminó la guerra, y ella no vio a su madre, ni su madre a la hija. Y mi madre sigue creyendo que vive, no que está muerta, sino que vive. Pero no acaba ahí, salgo yo de la cárcel, pero a los ocho días me meten a mi marido.
E.-¿Y eso por qué?
R.-Pues porque mi marido se fue con los rojos. Estaba aquí, en este bando, y a mí que me tenían que dar el subsidio de él, pues hasta eso me lo quitaban, no me lo daban, yo me tenía que morir de hambre y mi niña. Mi marido tenía que estar peleando para ellos, yo me tenía que morir de hambre y su hija. No me daban el subsidio porque era hija de Isaac, porque así se lo dijeron, como yo era hija de Isaac pues yo me tenía que morir. Y mi marido le cogieron y a los ocho días de venir le metieron en la cárcel, y estuvo en Segovia hasta septiembre, y en septiembre le trasladaron a San Martín de Valdeiglesias, y de San Martín de Valdeiglesias le metieron en la cárcel de Porlier, hasta mediados de diciembre, que le salió un Consejo de Guerra y le salió pena de muerte.
E.-¿A usted, por qué la detienen?
R.-A mí me cogen como rehén, porque al marcharse él me cogieron a mí.
E.-Entonces a su marido le meten en la cárcel por cambiarse de bando en un momento determinado.
R.-Sí, que a mi juicio hizo lo que debía, porque, fíjese usted, a mí me tenían que haber dado el subsidio por estar él en el frente y hasta eso me lo quitaban.
E.-Nos ha contado alguna señora que por sus maridos que estaban en el frente les daban nueve duros, y tenían derecho a escardar.
R.-Sí, eran... me parece que eran tres pesetas diarias, que no estoy segura, porque no me lo llegaron a dar. A mí no me lo dieron porque la Junta... El capitán de mi marido me mandó unos papeles que yo tenía que llevar al Ayuntamiento, y el Ayuntamiento mandar adonde fuera para que me dieran el subsidio. Entonces, como era hija de Isaac, no me rellenaron los papeles y no me los mandaron. Entonces yo me presenté a cobrar y me dijo el alcalde, que, por cierto, le tomé un odio que no puedo verle todavía, y me dijo: -«Aquí no viene usted», y yo le contesté: -«Claro, si no he ido como voy a venir. Y como nunca falta quién te dice las cosas, pues uno de la Junta se lo dijo a mi padre, que era del pueblo de mi padre y, amigo de mi padre, y le dijo a mi padre: -«Mira, a tu hija no le dan el subsidio porque es hija tuya».
E.-Aquí existía un comedor...
R.-Sí, aquí había el Auxilio Social que se llamaba, que era socorrido por todos, porque, aunque a mi padre le habían hecho lo que le habían hecho, mi padre se puso con un kilo de lentejas mensual, ¿entiende?, y se socorría se conoce entre toda la gente del pueblo.
E.-¿Se les pasaba alguna clase de «auxilio» a las mujeres con los esposos detenidos?
R.-Nada, nada. Tenían que ir con el cacharrillo al Auxilio Social a por la comida, y los niños a comer, ése era el auxilio que tenían, ni más ni menos. Y luego venía, y a lo mejor le decía una señora, pues, «vete a coger miera», y la pagaba el jornal, ni más ni menos, hija, que las pobrecitas no sé cómo sobrevivieron.
E.-Nos han dicho también que los falangistas celebraron reuniones en
Coca, e incluso hacían instrucción por las calles del pueblo.
R.-Anda, claro, hacían instrucción y pasaban todas las noches vestidos, haciendo guardias, que también metían su miedo.
E.-¿Quién organizó las fuerzas falangistas en Coca una vez comenzada la guerra civil?
R.-Bueno, pues eso sería la central de Segovia, supongo yo. E.-¿Ustedes seguían los partes de guerra?
R.-¿Los partes de guerra? Pero si aquí no había ningún..., a los de izquierdas les requisaron los aparatos, el que tuviera se los requisaron. Aquí no había nadie más que tuviera que Julio en panadero.
E.-¿Qué año se pasó su marido al otro bando? y ¿cuándo la detienen a usted?
R.-A mí me detuvieron el 20 de mayo de 1938, y él se pasa el 25 de marzo de 1938, cuando la Aurora Boreal, que hubo una Aurora Boreal.
E.-¿Usted sabía que existía este medio de coacción?
R.-Se oyó decir que se tomaban esas represalias para que no se pasaran más.
E.-Usted se llevó a su hija...
R.-Sí, cuando llegó aquí la Guardia Civil a detenerme, el 20 de mayo por la tarde, fue el cabo Arévalo y otro guardia, el marido de la Josefa, que entonces estaba soltera -que, por cierto, a ése se le caían buenos lagrimones cuando me fue a detener-; y le dijo mi padre: -«Pero otro más, hasta mi hija se llevan», y se echó a llorar mi padre, y yo entonces dije: -«Yo quiero llevarme a mi niña conmigo, donde vaya yo tiene que ir mi hija», y entonces me dijeron: -«Bueno, si se porta usted bien...». (Corte de la entrevista porque la entrevistada temía que el relato perjudicase a segundas personas que la ayudaron en los momentos difíciles.)
E.-Entonces, ¿usted ya viene a Coca cuando acaba la guerra?
R.-Sí. Y luego a trabajar...
E.-Después de todo lo que han vivido usted y su familia, ¿cree que la situación estaba tan tensa en Cocaa cuando se proclama la guerra como para provocar todos los odios y rencillas que se sucedieron?
R.-Pues no, no. Yo creo que aquí fue a partir de eso del baile... E.-¿Y que se provocaría una guerra?
R.-No, hija. ¿Usted cree que de saber que venía una guerra iba a estar la gente desprevenida? Iban a estar la gente obrera, republicana, desprevenida, sin armas, como luego ellos las tenían. Así que eso no se prevenía, de la noche a la mañana pasó y pasó. Si ellos, los de la derecha, lo sabían, los de la izquierda no sabían nada. Por lo menos en Coca, yo hablo de aquí, no de otro sitio. Aquí no sabía nadie nada, si no cómo no iban a tener un arma para defenderse, y no que nadie teníamos nada.
E.-La gente, ¿cómo se portaba con ustedes?
R.-A mi casa y a la de mis padres iba a comprar lo mismo la derecha que la izquierda.
E.-¿Y las denuncias?
R.-Pues las denuncias eran de cuatro caciques, cuatro de ellos y nada más, los demás, no. Eran de cuatro caciques que ni aun ellos dieron la cara, pues es que se lo mandaron hacer a gente baja, que luego lo han pagado bien caro. Porque ellos mismos no dieron la cara, porque si al fin y al cabo hubieran dado la cara, pero es que no la dieron. Y a mi casa y a la de mis padres, ya le digo, iba a comprar lo mismo la derecha que la izquierda, y cuando vino el racionamiento lo mismo.
4. ENTREVISTA CON ELEUTERIO M. (24 de mayo de 1986 - 150')
E.-¿En qué año y dónde nació usted?
R.-Pues yo nací en 1915, en Carbajales de la Encomienda, provincia de Zamora.
E.-¿A qué se dedicaba su padre?
R.-Bueno, pues eso tiene una historió íntima y casi no se puede contar. Y o desciendo de maestros, mi abuelo y mi padre fueron maestros. Bueno, pues en aquellos tiempos hay un refrán que dice: «Pasa más hambre que un maestro». Yo no pude cursar ningún estudio, porque en aquellos tiempos al quedarme sin padre, pues no pude optar por ningún estudio, porque no había posibilidades. Creo que valía, según decía un maestro, y como no había medios en aquellos tiempos, le daban a mi madre una peseta diaria de pensión, y entonces, claro, no se podía.
Yo seguí en el colegio hasta los trece años. A los trece años, pues, salí de dependiente, o sea, uno de mi pueblo le dijo a mi madre que si quería yo venir para el comercio, y vine aquí, a Olmedo. Estuve en Olmedo de dependiente, yclaro, el jefe de allí se quedó con un comercio aquí (se refiere a Coca) de un hermano, y yo, como era de confianza del jefe, me mandaba todos los sábados a por la recaudación, la recaudación de toda la semana. Y eso hacía. Estuve así dos años, y después ya las cosas tomaron otra transformación y yo me vine aquí, estuve aquí y ya por cosa de sueldo me tuve que marchar.
E.-¿Cómo era la vida de un dependiente?
R.-Muy mala. Yo, por ejemplo, la vida mía era interna, en la misma casa donde estaba. Bueno, pues a mí me daban de comer, y estuve dos años sin ganar nada, solamente me vestían y me daban de comer. A los quince años ya era dependiente mayor de seis dependientes que éramos allí, en el establecimiento, esto a los quince años. Y claro, pues me daba ya una peseta diaria, la comida y el vestir. Poco valían entonces las cosas, pero no llegaba, con eso era imposible, y estuve peor mucho tiempo.
E.-¿Y el alojamiento?
R.-Dormía allí, era el único que dormía allí, a mí no me costaba nada. Y trabajaba pues nada, yo creo que doce horas sí; me levantaba a las ocho de la mañana y hasta las dos de la noche yo estaba allí, o sea, no tenía ni distracción de nada, cuando la juventud lo menos que se requiere es un poco de distracción; no tenía nada más que libre los domingos, a partir de las dos era cuando dejaba todo, o sea, estaba casi como un esclavo, ésta fue la situación.
Y luego ya digo, en 1933 ya de ahí por cuestión de sueldo no nos conveníamos me fui a Robledo de Chavela, en El Escorial, y allí estuve seis meses, y a los seis meses el mismo jefe que tenía me escribió una carta a mí y otra al jefe que tenía: que por favor le cediera el jefe para que viniera aquí. Y, claro, Lomo yo sencillamente, a pesar del trabajo que tenía, me habían tratado bien, o sea, se habían portado bien, pues digo: -«¿Qué le parece a usted, don Leonardo?, -«Hombre, pues aquí no haces mucha falta, con el
otro dependiente se puede marchar. Si quieres, te puedes marchar». Claro, yo creía que era para Olmedo, pero en vez de para Olmedo era para aquí: el que había cogido el traspaso resulta que se quedó con una venta irrisoria, no tenía ni para el agua que bebía; y entonces dice: -«Tú vas a ir con el fin de que le demuestres que el negocio funciona». Bueno, pues en la cuestión del precio me dieron lo que yo quería. Bueno, total, que me puse aquí en marcha, le puse el negocio en marcha y le demostré que se vendía lo que se vendía, quizá aún más, o sea, que se vendió hasta más. Bueno, pero el jefe que tenía aquí era muy malo y le dije: -«Bueno, usted si me da carta blanca me quedo, si no, no. Usted es el dueño, pero yo aquí tengo que operar como si fuera el dueño, para las cosas de las ventas yo no puedo perjudicar a la casa, tengo que beneficiarla. Déjeme usted libertad para obrar con la clientela». Y entonces así salió, y le puse el negocio en marcha, y después que le puse el negocio en marcha se engalló y claro ya cogimos una disparidad entre los dos que no podía ser. Na, pues entonces, yo ya me había echado la novia, y claro, pues, seguramente que dice: -«Esta como es comerciante, me va a quitar el negocio» y tal; por ahí seguro que vino la disparidad esa.
Yo entonces, yo ya me fui a Iscar, estuve en Iscar con un hermano del jefe que había tenido antes y desde allí me venía todos los domingos a ver a ésta. Y claro, pues luego ya en el año 35, en julio de 1935, nos casamos, y ya nos pusimos por nuestra cuenta; una tiendecita pequeña, en esos tiempos yo no sé si valdría 600 pesetas, o por ahí.
E.-Cuando usted pudo mejorar de posición, ¿cuánto le venían a pagar?
R.-Dos pesetas.
E.-¿Cuál era el sistema de compra?
R.-Había libretas que se decía, donde se apuntaba lo que se llevaba y a lo mejor al mes... Los labradores, los labradores, por ejemplo, llevaban el género hasta que les pagaban la cosecha pára septiembre.
E.-¿Cómo se suministraban los comercios?
R.-Nos suministrábamos de los almacenes todo, de Valladolid, de Madrid, de Barcelona. Recuerdo que cuando lo de Cataluña, la Generalidad de Cataluña, pues el hermano del jefe dice: -«Que no vuelva por aquí ningún catalán, que le mando a hacer puñetas», y claro, pues iban varios de fábricas de tejidos, porque allí trabajaban los tejidos en fuerte.
E.-¿En la tienda se vendía de todo?
R.-Sí, sí. Era mixta, se vendía tejidos, paquetería, era mixta. Y eso, el abastecimiento ya le digo, era de Valladolid, de Madrid, de Barcelona casi todo, y de Medina del Campo.
E.-Cuando usted se establece en Coca, dice que el comercio le pudo costar unas 600 pesetas.
R.-Sí, sí. Era de ultramarinos, y poca cosa de ferretería y calzado.
E.-¿Lo pagó en mano?
R.-Que va. Nos lo prestó mi suegro. Fíjese lo que podía valer, bueno, 600 pesetas de entonces son 600.000 de ahora.
E.-¿Existían vendedores ambulantes?
R.-En Coca, no. Ese se estableció fijo cuando yo entré en el Ayunta¬miento en 1983 (...).
E.-¿La figura del dependiente tenía más consideración social que el trabajador de resina?
R.-Sí, sí. Tenía otra distinción al obrero que iba al tajo, a trabajar los pinos o que estaba en fábrica.
E.-Esta diferencia, ¿en qué se notaba?
R.-En todo. En el vestir, en la forma de tratar al personal, en fin, en todo.
E.-¿Esto influía en que se relacionase con una determinada gente?
R.-Con toda la gente. Teníamos luego los más amigos, que éramos los más distinguidos de aquí. Estábamos un hijo de Oviedo, otro chico que se ha muerto hace poco que estaba de escribiente en el Ayuntamiento, el dependiente de Farmacia. Eramos unos seis. Aunque nosotros íbamos juntos, cuando llegábamos a un bar, pues: -«Ponle un chato a ésos. Sácales un cuartillo», porque entonces se llamaba cuartillo, un medio, pero era un medio de vino, una jarrita. O sea, que había buen trato. Lo que pasa es que nosotros si íbamos de este bar a otro, íbamos los seis, no buscábamos a nadie más, y si llegábamos allí y había alguno, pues les invitábamos, e incluso nos invitaban. Había aquí unas relaciones pasmosas, antes, antes de la guerra era bueno..., ya le digo, me gustaba este pueblo sencillamente porque tenía un trato especial, aquí es que era una armonía entre todos que daba gusto. Y luego, ya a partir de la guerra, se fastidió todo (...).
E.-¿Cuántos establecimientos habría en Coca?
R.-Aquí, cinco y hoy hay veinte o veintidós.
E.-Esos establecimientos, ¿eran mixtos?
R.-Sí, sí, sí. Aquí eran todos mixtos. La ley autorizaba que en poblaciones inferiores a 5.000 habitantes, la matrícula mayor abarca a las pequeñas. Por eso, la mayor se sacaba y se tenía un conjunto de todo para que el cliente se abasteciera de lo que quisiera.
E.-¿Se llevaban bien los comerciantes, se ponían de acuerdo para poner los precios?
R.-No, no, no. Los comerciantes nunca hemos estado de acuerdo para poner los precios, nunca, que hubiera sido bueno.
E.-¿Hubo problemas entre los comerciantes?
R.-Problemas, no; competencia, sí. Si yo veía que éste ponía el aceite, entonces valía a 1,55, y yo podía darle a 1,25... Cada uno quería llevarse su clientela. Pero bueno, aparte de esa competencia, que es competencia leal...
(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Una vez el jefe de éste a mi padre la echó un anónimo, sabe usted que un anónimo es una carta sin firma, pues amenazándole, sabe usted, pues amenazándole, porque mi padre tenía mucha parroquia, mucha (...). Eso era la envidia.
E.-¿Cómo montaron ustedes el negocio?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Mi padre nos dio las 500 pesetas con derecho a no devolvérselas. Y nosotros compramos un saquito de lentejas, un bidón de aceite, un saquito de arroz. (Eleuterio M.): Yo, debido a los conocimientos que tenía, por ejemplo, de Olmedo, me conocía todos los almacenes, y con las influencias de mi suegro, que era un comerciante acreditado, pues yo iba a los almacenes: -«A ver, llévate lo que quieras». He vivido siempre del crédito, además he tenido esa oportunidad (...).
En cuestiones de esto de la guerra tuvimos que cerrar el comercio. Me marché a la mili, se quitó el comercio, estuve tres años y medio en la cárcel; cuando salí nos habíamos quedado ya sin nada (...).
E.-¿Cuántos médicos había aquí? ¿Cómo era el sistema de consultas?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Bueno, cuando estalló el movimiento había uno, un médico. Durante la guerra había dos, que estaba uno que habían quitado la licencia por ser de izquierdas, y vino aquí y se estableció como particular. Y estaban el titular y el particular.
E.-¿El sistema era por iguala?
R.-Sí, era por iguala.
E.-¿Cuánto se pagaba por la iguala?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Bueno, 1,50 se venía pagando al mes.
E.-¿Todo el mundo pagaba lo mismo?
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): No, había quien pagaba más, y también había de Beneficiencia. El tiempo que mi marido estuvo en la cárcel yo tenía la beneficiencia.
E.-¿Cuáles eran las diferencias entre las categorías? R.-Primera, Segunda y Tercera. Atendían bien a todo el mundo. E.-¿Quién atendía los partos?
R.-El practicante (...). También estábamos igualados con él.
E.-Cuando usted viene a Coca, ¿qué partidos o tendencias políticas existen?
R.-Yo cuando vine aquí no había distinción de partido aquí. Había republicanos de izquierda o derecha (...). Yo más bien me distinguí como monárquico, en aquella época, porque inclusive entre los amigos, el hijo del médico daba vivas a la República y yo al rey. Tuvimos una discusión, pero no mala, en este sentido, él que viva la República y yo que viva el rey.
Yo me distinguía ya más por la cosa monárquica, luego, ya cuando acontecieron todos estos acontecimientos de la guerra, pues yo vi que sencillamente, que estaba equivocao, no es porque tuviera la culpa la monarquía, pero, por ejemplo, yo entendía que el clero mismo defendiendo una cosa de humanidad como ha defendido siempre, y que debiera de defenderla porque para eso es, cuando tomaron las armas, los mismo sacerdotes empuñan las armas, y los frailes, es ir en contra de lo que Dios ha creado. En vez de socorrer a aquellos necesitaos, entonces es cuando yo tomé una desviación, una desviación no en el sentido de que vaya a ser un revolucionario, no, nunca lo he sido, siempre he querido la paz y siempre el bien, el mío y el de los demás.
E.-¿De dónde le venían las tendencias monárquicas?
R.-No es porque nadie me haya incitado. La disparidad de mis ideas fue a partir de la guerra, por ver estas injusticias, que yo no he sido nunca partidario de injusticias: los humanos somos para protegernos los unos a los otros. Entonces, cuando los curas y frailes empezaron a tomar las armas yo ya empecé a hacer un cambio de postura sin ser revolucionaria (...).
E.-Nos han contado que cuando llegan los falangistas a Coca, con ellos venían personas con apariencia de curas...
R.-Sí, sí, sí. La cosa es clara, los frailes del Henar (...). Cuando ya entraron los falangistas a mi inclusive me llamaron para hacer las guardias. Y la estuve haciendo hasta el día en que se llevaron a mi suegra y entonces me fui a ver el alcalde que era Arturo Acosta, y digo: -«Mira, ya no vengo a hacer guardias, porque es posible que teniendo un fusil en la mano voy a disparar contra ti». Y desde entonces no he vuelto a hacer ninguna guardia.
E.-¿Cuándo llegó Romualdo Acosta a la alcaldía?
R.-Salió en las elecciones de febrero, no, antes, en las elecciones del 32. Era tío del que fue después Arturo Acosta.
E.-¿A qué ideología pertenecía?
R.-Republicano, pero no pertenecía a la Casa del Pueblo (...).
E.-El 18 de julio, ¿qué ocurrió aquí?, ¿usted creía que era posible llegar a una guerra?
R.-Sí, era posible llegar a un alzamiento, pero no creíamos que se iba a llegar a esos términos..., se iba a sofocar. Ya había tenido antes el caso de Sanjurjo.
E.-¿En el ambiente existía una relación tan tirante entre las gentes como para degenerar en guerra?
R.-Pues..., yo creo que no la había. Se veía cuando hay una huelga general o algo así, pero no que iba a llegar a una guerra.
E.-Las reformas que se produjeron durante la República, ¿se notaron en Coca?
R.-No, entonces, no, no había nada. Entonces los medios de comunica¬ción eran muy escasos, no había, por ejemplo, nada más que la prensa y un par de radios.
E.-¿Qué prensa venía?
R.-El Libera¿ el ABC el Ahora, el Adelantado.
E.-¿Usted estuvo afiliado a la Casa del Pueblo? R.-No estaba, no.
E.-¿Qué ocurre en Coca cuando estalla el movimiento?
R.--Pues yo, como era de la quinta del 36, ya en noviembre ya me las piré, ya no me enteraba. Los primeros días decían que si venían por aquí los falangistas, que si venían por allí. Entonces es cuando atravesaron, que yo no sé si llegaron a atravesar algún árbol, me parece que en la carretera de la estación para cortar el tráfico, que creían que iban a cortar el tráfico. Y entonces, pues, armas no había, sencillamente, a lo mejor uno tenía un revólver que ni disparaba ni na, lo único que podía haber era una escopeta de caza (...). (Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Luego, cuando llegaron los falangistas todos estábamos acobardados. Me acuerdo, mis sobrinos se reían mucho cuando se lo contaba: nosotros vivíamos en una calle que daba a la plaza y recuerdo que cuando subía el señor Mariano Oviedo, que era el cacique mayor del pueblo, y venían los falangistas, decía: -«¡Arriba España! ¡Viva España! ¡Que yo soy de España!». Y otra señora que teníamos enfrente decía: -«¡Que yo soy de arriba España! ¡Que mis hijos estuvie¬ron en la guerra de Melilla!». Todos esos jaleos los oíamos, era de miedo, de miedo y de risa a la vez (...).
Porque es que al principio sólo estuvo la Falange, hasta octubre que fue la unificación. Me acuerdo que venía yo de llevar el almuerzo a mi hermano en la cárcel y salió a mí una señora y me dijo: -«Hija, no sufras tanto ya, no sufras, que ya se han unido Falange y el Ejército».
E.-El miedo no era tanto a un Ejército que llegaba como a los falangistas que estaban incontrolados.
R.-(Intervención de la mujer de Eleuterio M.): Claro. Oiga, mire, porque es que los falangistas llegaban y decían: -«Venga con nosotros», y le paseaban y le tiraban a la cuneta (...).
E.-¿Cuál es su experiencia de la llegada de los falangistas?
R.-Yo estaba en la cama. Luego me levanté y vine ahí, al Ayuntamiento, a mí me asignaron como una persona de orden.
E.-A usted, ¿cuándo le movilizaron?
R.-Yo me fui en noviembre del 36, en Valladolid, en el grupo de formación de Artillería (...). Ahí no había arengas de ninguna clase, sólo la instrucción militar normal y luego estuve poco tiempo. Salíamos ese día, nos llevaban para Melilla a toda la batería, que éramos unos ochenta; había un practicante que era de Coca y nada más verme bajar la escalera me dijo: -«¿Dónde vas tú?», -«Pues a formar», -«Pero si tú tienes por lo menos cuarenta de fiebre». Me puse el termómetro y tenía 41 de fiebre, me llevaron al hospital, estuve allí un mes, tuve una hemorragia y me declararon inútil total un Tribunal Médico. A los seis meses hubo una revisión y el comandante me dice: -«Usted es un enchufado, usted no tiene nada, lo que tiene es mucho cuento». Yo llevaba toda la documentación anterior. Entonces me mandó al Regimiento de la Victoria, de Salamanca, y de ahí me pasé ya al otro bando.
E.-¿Y cómo es que se pasó?
R.-El motivo era por las injusticias que cometía esa gente. Yo había visto que a mi familia la habían arruinado (...).
E.-Debía de ser difícil pasarse.
R.-Yo estaba en la Cuesta de la Reina. Yo estaba en una avanzadilla, en el puesto de escucha, a las dos de la mañana salgo yo para el puesto de escucha, y me fui a las trincheras de los otros que estaban allí enfrente. Al acercarme, ni siquiera me habían sentido: -«Alto, ¿quién va?»; digo: -«No disparéis, que me vengo para acá». Salió uno de los que estaban de guardia, llamó al cabo de guardia, llegó el cabo de guardia, de allí me bajaron al puesto de mando de Aranjuez y me tomaron declaración. De Aranjuez me mandaron a Carabaña, que estaba el Estado Mayor, de allí a Madrid a una casa que tenía Gil Robles según se va a Barajas, allí estaban concentrados todos los que se evadían (...). Al día siguiente de estar allí; pues, fueron del Centro Segoviano a buscarme, me identifican, pues allí ocho días que estuve el Centro Segoviano me costeó todo, sólo dormía allí, y por la mañana iban a buscarme y todo el día por Madrid con los gastos pagados.
De Madrid nos llevaron a Barcelona, a 15, a prestar declaración ante el Gobierno. Pues allí me dieron 600 pesetas por haberme pasado con el armamento y las bombas. Que allí estuvimos unos días hasta que nos destinaron al Noveno Cuerpo del Ejército, a la 80 Brigada Mixta. Allí estuve de soldado tres o cuatro meses, luego me dijo el comandante: -«¿Quieres ir a hacer un cursillo para teniente a Valencia?», -«Pues sí». Y estuve en la Escuela Popular de Guerra de Valencia, y allí hice un cursillo para teniente, un cursillo de estos acelerado. Y no había salido ni publicao en la Gaceta, que estuve actuando por lo menos cuatro meses, y terminó la guerra.
Al terminar la guerra, el comandante, el comisario y yo, que éramos los tres jefes del batallón, nos pilló allí, e íbamos a coger un avión que salía para no sé si para México o para Rusia, nos faltaba de aquí a ahí cuando salió el avión. Total que nos echaron mano, pero ya no llevábamos uniforme, tan sólo pantalones. Nos metieron en un campo de concentración, dijimos que éramos soldados; tres días estuvimos con una cucharilla de café, no comimos nada más que eso. Luego nos soltaron, cogimos un mercancías y paramos en Alcázar de San Juan, en Alcázar de San Juan nos dieron una lata de lentejas que tenía más bichos... De allí a Madrid, y nos metieron en otro campo de concentración, y luego cada uno nos mandaron por un sitio.
Yo me vine derecho a Coca. Como la mujer estaba detenida, eché una instancia al Gobernador (su mujer echó otra). La dan la libertad y en mayo me detuvieron.
Estuve en Segovia, luego en San Martín de Valdeiglesias y luego en Porlier (...).
(En el resto de la entrevista Eleuterio M. nos relata las dos condenas a muerte que tuvo en Porlier, su condena de 30 años y la estancia en las cárceles españolas.)
5. ENTREVISTA CON LEONCIO (4 de junio de 1986, 90')
E.-Antes de comenzar a hacerle las preguntas le recuerdo que la finalidad de la entrevista es recoger materiales para un Congreso que se celebrará en Salamanca el próximo mes de septiembre. Si no quiere, no tiene que dar nombres ni tampoco contestar a las preguntas que no quiera.
R.-De acuerdo.
E.-Vamos a comenzar entonces, ¿puede decirme dónde y en qué año nació?
R.-Yo nací en Villeguillo, en 1896, en el siglo xix, voy a hacer noventa años el próximo septiembre.
E.-¿Sus padres eran también de Villeguillo?
R.-Mis padres eran de Puras, también en la provincia de Segovia, y estaban de zapateros en el pueblo.
E.-¿Cuántos hermanos eran ustedes?
R.-Eramos ocho y yo era el anteúltimo, el pequeño murió cuando la mili de un ataque cerebral en Cartagena.
E. ¿Pudo ir al colegio?
R.-Sí, desde mi pueblo íbamos a Llano, en Valladolid. Estudié desde los diez a los catorce años y allí aprendí a leer, a escribir, las cuatro operaciones, reglas de tres, números complejos y otras cosas que de no usarlas se han ido perdiendo poco a poco, lo que no he perdido ha sido el conocimiento. Luego, ya me puse con mi padre en el oficio de zapatero, a mi padre le dio un paralís y seguí tres o cuatro años hasta que me casé y vine- a Coca en el año veinte.
E.-Viene a Coca y se establece de zapatero, ¿trabajaba para alguien o monta su propio negocio?
R.-No, no, yo trabajaba de zapatero remendón y no nos hacían pagar matrícula.
E.-¿Cuántos zapateros podría haber en el pueblo entonces?
R.-Habría..., unos cuatro o cinco.
E.-¿Qué cobraban entonces por arreglar unos zapatos?
R.-Me acuerdo todavía: unas medias-suelas de señora podían costar cinco o seis reales, y el kilo de suela, bueno entonces se compraba por libras, podía venir a costar cinco o seis reales, que nos lo vendían en Santa María.
E.-Además de zapatero, ¿tenía alguna dedicación más?
R.-Sí señor, yo iba a segar los veranos y ganábamos un hermano y yo cincuenta duros cada uno por segar cien obradas; empezábamos el día después de San Pedro y acabábamos la víspera de la Virgen de Agosto.
E.-Esas labores tendrían que ser fuera de Coca, que no tiene tierras de labor.
R.-Eso es. He estado en Iscar, en Santiuste, en Donhierro, en Tierra de Segovia y en otros pueblos.
E.-¿Usted recuerda algo de la dictadura de Primo de Rivera? R.-Sí, pero hace tanto tiempo que todo me confundo. E.-¿Recuerda si venían periódicos en aquella época?, ¿usted los leía?
R.-Llegaba «El Liberal», «El Imparcial» y no sé cuántos más y me gustaba leerlos. En casa de mi padre, que es un zapatero que sabía leer muy bien, se recibía desde Madrid.
E.-En los tiempos que usted empieza a vivir en Coca, años veinte, ¿había ya en Coca Casa del Pueblo?
R.-Pues mire usted, le voy a decir. Cuando yo vine tenían una casita hecha los socialistas junto al río, donde me llevaron unos familiares para que la viera. Luego, después, antes del 36, ya hicieron la nueva detrás de la iglesia.
Me hice yo de la Sociedad, para que mi hijo Mariano pudiera estudiar. Me llamó un maestro que había, don Toribio, y me dijo que por mediación de la Casa del Pueblo, nos podrían mandar libros para estudiar; me eché a reír y le dije: -«Como no venda los hijos, no sé cómo les voy a pagar», pero me contestó que era la Casa del Pueblo la que pagana los gastos y que él le acompañaría cuando se tuviera que examinar.
Fui a la Casa del Pueblo y me apunté a la Sociedad para poder luego pedir la ayuda. Cuando pasaron unos meses hablé con el presidente y se lo expuse; reunió la Junta y lo aprobaron. Escribieron a Barcelona para encargar los libros, y cuando estalló la guerra debían de estar los libros de camino.
E.-¿Qué año se inscribió en la Casa del Pueblo?
R.-Yo tenía 39 años, así que fue en el 35.
E. ¿Se reunía con frecuencia la Junta de la Casa del Pueblo?
R.-Eran cuatro o seis, y cuando tenían una cosa que podían resolver ellos solos, lo hacían ellos solos, pero cuando era más complicado, nos consultaban a todos y preguntaban, ¿qué les parece a ustedes?
E.-¿Llegaba prensa a la Casa del Pueblo?
R.-Me parece que papeles venían también.
E.-¿En aquellos meses fueron siempre los mismos quienes dirigían la Casa del Pueblo?
R.-No, al principio había unos, pero como nos parecía que no lo hacían bien, les quitamos y pusimos a otros que luego murieron fusilados durante la guerra. Aquí murieron fusilados seis, tres casados y tres solteros.
E.-Durante la República, el año 32 ó 33 hubo una riña por las fiestas, en la que murió una persona, ¿se acuerda usted cómo pasó aquello?
R.-Sí, me acuerdo, pero no le puedo decir exactamente cómo pasó. Yo estaba en el bar de la Sociedad con unos amigos hablando y tomando un chato, pero nos contaron que el problema vino porque había dos señores que querían tocar en el baile y uno de ellos vino corriendo a dar cuenta a la Sociedad; estábamos cuatro, yo me marché a por un libro al estanco, entonces oí tirar tiros y me asomé a ver lo que pasaba en la plaza. Vi cómo a un hombre, la Guardia Civil le daba un culetazo que le abrió la cabeza; me acerqué y dije que sólo venía a auxiliar en lo que hiciera falta, y... ¿aquí se puede decir lo que sea?, entonces diré que según estaba allí salió un señor de las derechas y pegó un tortazo a un lado y otro, y tiró al suelo a dos hombres. Luego, más abajo, dicen que le pincharon con una navaja, que yo tampoco lo vi, y allí hubo más que voces y más que palabras y aquel muchacho estuvo tres o cuatro días y al final murió.
E.-¿Había entonces tensiones en el pueblo por causa de la política?
R.-Sí, algo había. Ese mismo muchacho que murió con otros amigos suyos, un día en la escuela estuvo a punto de liarse. Estaban acostumbrados a ganar siempre las derechas, y aquel año habían ganado las izquierdas y por la mañana, antes de las doce, esos muchachos iban por la calle y discutieron con otro grupo que estaba sentado junto a la escuela y se pudo preparar muy gorda; menos mal que se pusieron algunas personas mayores y no pasó nada. Y por esas cosas de que querían siempre mandar líos. Otro año también hubo jaleo. Una vez vi a un señor, que ya ha muerto, que quería matar a su hermano y a otro con un cuchillo. Otra vez por las elecciones se liaron a tortazos algunos.
E.-Ya hemos hablado de la Casa del Pueblo, ¿la gente de derechas también tenían sus partidos aquí en Coca?, ¿se conocía la Falange?
R.-Hubo un año, que si no ganábamos las izquierdas, íbamos decididos a partir las urnas de un garrotazo, y porque ganamos no pasó nada. Yo también he andado buscando votos en aquella época.
E.-¿Cómo conseguía usted votos?
R.-Un señor que quena ser del Ayuntamiento nos dio a unos cuantos 25 ó 30 duros y nos los gastamos en vino en la cantina.
E.-Pasando a otras cosas, ¿usted recuerda cuándo se marchó el rey Alfonso XIII?, ¿cómo se enteraron de la noticia?
R.-Pues lo que se oía era que el rey se marchaba porque no quería que se derramase sangre de los españoles.
E.-¿Trajo la República cambios en las condiciones de vida? R.-No recuerdo bien, pero no creo que notáramos mucho cambio.
E.-Antes comentó que había sido durante un tiempo sereno en el pueblo, ¿cuándo comienza usted a serlo?
R.-Estuve tres años, debí de entrar en el 33.
E.-¿Cómo obtuvo el puesto?
R.-Yo estaba trabajando en el monte, en la obradiza por cuenta del Ayuntamiento, y el alcalde que había entonces me mandó llamar y me dijo que uno de los serenos había caído enfermo y que si yo quería hacer la sustitución. Yo no quería, pero al final acepté y estuve unos meses hasta que le dieron por jubilado y sacaron un papel para que se presentara la gente que quisiera ser sereno. Se presentaron tres o cuatro, pero el secretario decía que como yo ya estaba trabajando, tenía preferencia sobre los demás. Pero, aun así, me vi negro para entrar, porque había recomendados; uno era mi primo, hijo de mi tío, que me pedía siempre el voto para las elecciones, y yo fui a verle, pero no quería saber nada de nada, pero al día siguiente, que tuvieron reunión, me dieron el nombramiento de sereno. Ganaba cuatro pesetas.
E.-¿En qué consistía su trabajo exactamente?
R.-Yo entré como sereno de Comunidad, no de Villa, y tenía que vigilar la caja de caudales del Ayuntamiento. Cuando no había dinero tenía que rondar por las calles y yo he silo el único de Coca que ha cogido tres ladrones.
E.-Usted era sereno en el momento en que comienza la guerra, ¿recuerda lo que ocurrió ese día?
R.-Empezaron a tocar las campanas y tomaron el pueblo los de la Sociedad como en Nava.. Yo estuve haciendo servicio esos días hasta que los falangistas llegaron el día 29 por la mañana, a las seis. Yo ya me había ido a casa a dormir, mi mujer no me despertaba, y a media mañana llegó el alguacil del Ayuntamiento y me dijo que tenía, debía presentarme en el Ayuntamiento. Me arreglé y fui, pasé y al nada más entrar por la puerta del secretario me preguntaron mi nombre, el trabajo y que si pertenecía a la Sociedad. Yo hacía poco que pertenecía, pero si digo que no me matan allí. Me dijeron: -«Queda usted destituido de empleo y sueldo hasta nueva orden. Vaya usted a casa y traiga sus ornamentos». Fui a casa, cogí el cíiuzo, el capote, cogí el revólver, la llave del Ayuntamiento y al llevarlo me dijeron: -«Ahora va usted a Madrid a que lo empleen Prieto, Largo Caballero y Azaña». Y un señor me dio un culetazo en la cara; al volverme al otro lado me dieron otro golpe por el otro lado, y para terminación, esa fue la rúbrica, una patada.
E.-¿Le destituyó gente del pueblo?
R.-No señor, era un teniente que decían que era fraile, aunque también estaban algunos del pueblo; estaba un primo carnal de mi mujer, el mismo que estaba recomendado cuando entré de sereno, para coger mi puesto cuando me echaron. No tuvo compasión de que tenía yo hijos, ni nada.
E.-¿Ocurrió algo durante los días que el pueblo fue controlado por la Casa del Pueblo?
R.-Desde el día 18 que estalló la guerra, en el Ayuntamiento había de todo, había socialistas, había falangistas, había requetés, había de todo. Yo tenía un cuñado que llevaba un pincho de pescar peces y otros llevaban terceroles atacas con cuerdas, pero mi escopeta y mi revólver no salieron en esos días de mi casa nada más que para hacer el servicio.
E.-Durante esos días, ¿se molestó a alguien en el pueblo?
R.-Lo que puedo decir muy alto, señor, es que en el pueblo de Coca en el tiempo que estuvieron los socialistas, bueno, y los falangistas, porque había de todo, no se molestó a nadie. En Cocaa hay una mancha muy grande por matar a seis inocentes, a dos hermanos, a otro casado y a tres solteros que eran tres niños y a eso no hay derecho.
E.-¿Cuándo se destituye y se cambia al alcalde?
R.-Se lo voy a contar. Una de las noches que se estaba de guardia, la noche de antes que al pueblo llegaran los falangistas, estaban el presidente de la sociedad, un hermano de él, otro de la Junta y el alcalde con Arturo Acosta, yo venía de hacer servicio y estuve un rato con ellos. Le ofreció el tío al sobrino el bastón de alcalde y no le quiso coger; ya sabía que iban a venir los falangistas y no quiso dar la cara.
E.-¿Qué más cosas ocurrieron al llegar los falangistas?
R.-Dieron una batida con perros y con escopetas por las riberas para coger a los que habían salido corriendo. Cogieron a uno que se llamaba Bernabé y cuando se lo llevaban a la cárcel le gritaba al alcalde: -«¡Arturo, hazte cargo de mis hijos»; un socialista se lo decía a un falangista.
E.-¿Se llevaron detenida a mucha gente?
R.-Sí, mucha. Primero los detenían en el pueblo, en el Ayuntamiento o en el Arco de la Villa, en la muralla, donde estaba la cárcel antigua. Un día, al ver cómo se llevaban en la camioneta a los hermanos Frías, los de la Casa del Pueblo y a otros, yo grité: -«¡Sois unos canallas!», y tuve suerte, porque el falangista que estaba a su cargo era buena persona y no dio cuenta mía, que si no a estas alturas estoy yo espabilado. Mire, aquí en Coca no podíamos ir dos juntos por la calle, no nos dejaban, ni siquiera ir a tomar un chato, y nosotros nos íbamos a la estación. Recuerdo que un día de fiesta que veníamos de la estación, al llegar a la puerta del pueblo fuimos a tomar un vino a un bar; al tiempo de salir llegó el alcalde y sus amigos, nos puso firmes y con las manos arriba, nos registraron y me quitaron una navajita de dos dedos que usaba para partir el pan. Además, nos dijo que no quería ver a más de uno por la calle. No nos dejaron vivir. Otro día estábamos en la puerta de la muralla y llegó un falangista y gritó: -«¡Fuera de aquí, no quiero ver a ningún rojo!», y nos tuvimos que ir.
E.-Entonces toda la guerra vivieron acobardados.
R.-Claro que sí. Otro día cuando tocaron las campanas, de pronto pegué un brinco que me caí de la cama. ¿Dice que si pasamos miedo?, aquí no había más que terror; te insultaban por la calle y los peores eran los que habían sido socialistas antes de la guerra. Un día iba por la calle y estaban pidiendo para una colecta, no me acuerdo de qué, me llamó una chica, me estuvo registrando y le dije: -«¡Pero tú crees que tengo dinero, voy a ver si alguien me paga un vaso!», si no dabas te registraban. Esto no era nada más que en muchas cosas un valle de lágrimas, y hay quien estaba tomando el fresco y venían los serenos y los metían en sus casas a dormir. Dicen que todo esto hay que olvidarlo, pero yo no lo olvido, cada vez que voy al Ayuntamiento, al subir por las escaleras, donde yo me sentaba a echar un pito cuando era sereno, me acuerdo de las horas que pasé vigilando para que luego me echaran.
E.-En aquella época Coca era un pueblo con Comandancia de la Guardia Civil, ¿recuerda lo que hizo al comenzar la guerra?
R.-El 18 de julio se los llevaron a hacer servicio, creo que en Segovia. Luego, durante las denuncias, se acusó a alguno de haber atacado a las familias de los guardias civiles aquellos días, pero todo es mentira, porque yo estaba de servicio y no pasó nada de nada.
E.-Al regresar al pueblo, ¿qué actitud toma la Guardia Civil?
R.-Supongo que ya sabe usted que los guardias civiles antiguamente pegaban mucho, aquí pegaron mucho.
E.-Al quedar despedido del Ayuntamiento, ¿qué trabajo hacía usted?
R.-Ibamos a ver a Arturo Acosta, el alcalde, y nos decía: -«Nadie va a tener trabajo mientras no pase por el aro y se haga falangista». Menos mal que nos dieron trabajo en la resinera, aunque por poco tiempo, porque un día nos despidieron a cuatro por no querer firmar un papel en blanco.
E.-¿Cómo ocurrió aquello?
R.-Durante la guerra vino de encargado de la resinera un santanderino que se llamaba..., bueno no me acuerdo, y un día nos puso un papel para firmarlo y no quisimos; decía que era para reconocer que él era encargado de la fábrica, pero debía ser mentira y por eso sospechábamos y no firmamos, aunque fuimos unos zoquetes, porque si entonces firmamos uno en cada lado anulamos el papel y no sirve para nada.
E.-¿Intentaron reclamar por su despido?
R.-Sí, después fuimos otro señor y yo a estar con el jefe para ver si podíamos hacer algo para volver a entrar, pero nos dijo que ya no teníamos derecho a entrar otra vez, y entonces, nada, a estar por ahí dando vueltas, ser guarda de las viñas del pueblo, coger a la Guardia Civil cogiendo uvas más de cuatro veces.
E.-¿Vio muchas veces cómo se llevaban a la gente a la cárcel, bien a Santa María o a Segovia?
R.-Sí, y a dos que han muerto ya, les llevaron a Santa María, les cortaron el pelo y les dieron un litro de aceite de ricino. Aquí de Coca, por lo menos ha habido en Pamplona 60 ó 70; cuando la fuga hubo dos que se escaparon a Francia.
E.-En cuanto al hambre, ¿comenzaron a pasarlo durante la guerra?
R.-Sí, mucha. Pero después de pensarlo, tenía, yo perritos de caza y aquellos perritos mataron muchas veces el hambre de mis hijos. Cogía conejos y luego iba a otros pueblos para cambiarlos por comida. Un día teníamos sopas para comer y mi mujer se echó a llorar, yo le dije: -«¿Por qué lloras?,¿no sabes lo que nos ha costado conseguirlo?». ¡Qué bonito es pasar hambre un matrimonio y los siete hijos! Este alcalde nos las ha hecho pasar muy gordas y después de la guerra, cuando Franco ordenó que los despidos sin motivo fueron readmitidos, no quiso escucharme y amenazó con meternos en la cárcel si seguía protestando.
Recuerdo que al empezar la guerra vivíamos en una casa que era propiedad del Ayuntamiento, en el antiguo cuartel de la Guardia Civil. Allí vivíamos siete u ocho vecinos y sólo dejaron a dos, a los demás nos echaron a la calle.
E.-¿Recuerda usted los actos que se celebraban cuando se tomaba alguna ciudad importante?
R.-Había hasta tiros, vamos, cohetes, había procesiones. Acaso fueran más de doscientas personas y todas por gusto, ninguno obligado, porque yo ni aunque me hubieran llevado a rastras.
E.-¿Se paseaban por el pueblo las personas que eran denunciadas?
R.-Sí, recuerdo que una noche que me habían llamado para ir a hacer pan por la noche para mandarlo a otro sitio y esa noche fueron a la casa de al lado para coger a dos chicas que estaban huérfanas para cortarlas el pelo y sacarlas a la calle. Cuando me enteré cogí un horcón y salí a la calle, pero me sujetaron y se las llevaron. ¿Usted cree que cortarles el pelo y pasearlas sólo porque les dio la gana?
E.-¿Cómo se enteraban de la marcha de la guerra?
R.-Pues mire, había aquí dos señoras de Barcelona que les pilló aquí la guerra, y tenían familia en Nava de la Asunción. Yo llegué a ir algunos días a Nava para enterarme de las noticias. Nos juntábamos en una casa y sabíamos las noticias por las cartas que le llegaban de su marido que estaba en las otra zona; cuando le decían: «Está malo fulano, o sigue mejor fulano», ya sabían la noticia que era.
E.-¿Cómo se celebró en el pueblo el fin de la guerra?
R.-El día que acabó la guerra yo estaba con los otros que habían despedido de la resinera, midiendo trigo para el secretario en lo que hoy es la discoteca, en la plaza, y un escribiente que llamaban «Cara-al-sol» nos dijo: -«Venid, que ha acabado la guerra», y nos invitó a una merendola de escabeche. Y venga tocar las campanas, los falangistas se rompían la cabeza de alegría.
Me acuerdo de que cuando al principio de la guerra bombardearon la estación los aviones, yo salí de casa para ver lo que había pasado y al pasar por el castillo me gritaron: -«¡Hay que matar a todos los rojos!», y yo les pregunté: -«¿Vais a matamos a todos?», y me dijeron: -«A todos, no vais a quedar ni uno», y eso que algunos eran amigos míos.
Otro día me acuerdo que un falangista quería dar una paliza a un borracho y yo le defendía, pero le cogió luego en la calle y le pegó todo lo que quiso y sacó una navaja para matarle. ¡Menos mal que le detuvieron. Lo que tiene es que no se acuerda uno de muchas cosas.
E.-¿Hubo muchas denuncias durante la guerra?
R.-De eso poco le puedo decir, pero aquí había apuntadores, esos que apuntaban eran los que mataban. Yo también estaba en la lista, pero no me llevaron.
E.-¿Quiénes apuntaban?
R.-No se lo puedo decir, pero como se lo dijera un falangista a otro, ya estaba el lío.
E.-Antes ha hablado de un escribiente, Cara-al-sol, ¿era él quien dirigía la instrucción de los muchachos en la carretera de Nava?
R.-Sí, era él. Y me acuerdo de que un día estaba yo sentado a la puerta de mi casa al comienzo de la guerra, antes de que me echaran de la casa, y él estaba con unos chicos, que llamaban balillas, me miró y les preguntó: -«¿No sabéis si hay algún rojo por aquí?», y yo me di la vuelta y me metí en casa, porque era el día en que habían matado a algunos en la estación con las bombas y pensé: no sea que me trinquen. Recuerdo que el día del bombardeo hubo suerte, porque en la estación la metralla rozó a la gente y sólo mató a dos.
E.-¿Recuerda cómo funcionaba el comedor de Auxilio Social que daba de comer a los hijos de los presos?
R.-Sí, me acuerdo, aquí hubo muchas tragedias, cuando llevaban a los niños a darles de comer les llamaban cualquier cosa.
E.-¿Quién dirigía ese comedor?
R.-Unas que llamaban de la Sección Femenina, eso es lo que yo oía decir, pero de lo que yo he visto con mis ojos, que no me digan que aquí se han quemado santos e iglesias, porque es mentira, que aquí hay una mancha muy grande por haber matado a seis inocentes.
6. ENTREVISTA CON ANDRÉS (24 de mayo de 1986, 48')
E.-La entrevista que vamos a hacer a continuación tiene como fin recoger datos para el Congreso que se celebrará en Salamancaa el próximo mes de septiembre, con motivo del cincuenta aniversario de la guerra civil. Le recuerdo a usted que no tiene que dar nombres propios si no quiere y que tampoco tiene la obligación de responder a todas las preguntas que yo le haga.
E.-Podemos comenzar entonces, ¿en qué año y en qué lugar nació? R.-En 1903, nací en Coca, en febrero de 1903, el día 15. E.-¿Sus padres eran también de Coca?
R.-Eran de aquí, y mi madre de Chañe.
E.-¿Cuántos hermanos eran?
R.-Eramos siete hermanos.
E.-¿Su padre, a qué se dedicaba, qué oficio tenía?
R.-Pues varios, a mi padre le pasó también lo que a mí, yo he sido resinero y he tenido cabras y con vacas. Estuve 29 años de resinero, luego lo dejé porque me aburría, porque no se ganaba para comer trabajando mucho, luego me puse con la huerta que tengo, y con un par de vaquillas me fui
defendiendo mejor que con los pinos.
E.-Cuando estaba con las vacas; ¿estaba en casa de alguien o era todo por su cuenta?
R.-No, era con mis padres, no por mi cuenta.
E.-¿Usted, hasta qué años fue a la escuela?
R.-Pues pocos. De doce años ya iba con las cabras y de nueve no iba más que en los inviernos, en el momento que podía ganar unas pesetas dejaba la escuela. O sea, que aprendía las cuatro reglas y poco más, y eso que tenía afición, que otros ni eso.
E.-¿Usted era creyente e iba a misa?
R.-Pues no, ni he ido ni me he criado en ese ambiente y tampoco me gusta.
E.-¿Sus padres iban?
R.-Pues no iba casi nadie a misa, no siendo el que era fanático por aquel entonces; pero ellos no iban mucho a misa porque o eran muy creyentes, porque eran siete de familia y había que ir a trabajar para salir adelante y
buscar un pedazo de pan, pues no había tiempo de ir a la iglesia.
E.-¿Se acuerda de las ideas políticas de su padre?
R.-Mi padre era de izquierdas, pero de interesarle la política, pues no, igual que yo soy de izquierdas, pero de meterme en cosas del Ayuntamiento, pues no.
E.-¿Y dentro de esas izquierdas, de la CNT, del Partido Socialista, de la UGT...?
R.-Era de la UGT, y yo también de la UGT.
E.-¿Había Casa del Pueblo en Coca?
R.-Sí, ya la había cuando me afilié.
E.-¿En qué año se afilió usted?
R.-Pues tenía yo..., sería el año 31 ó 32.
E.-¿Cuántos afiliados a la Casa del Pueblo había en aquella época?
R.-Seríamos por lo menos unos ochenta.
E.-¿Petnecían todos a la UGT o había personas de otras tendencias: anarquistas, comunistas, etc.?
R.-Sí, sí, todos pertenecían a la UGT.
E.-¿En el pueblo había otros militantes de izquierdas fuera de la UGT?
R.-Decían que había, pero no estaban declarados esos partidarios. Era cuando empezaba a progresar la política.
E.-¿Tenían las derechas sus propios lugares de reunión?
R.-No tenían así significados. No tenían local, sabíamos que eran de la CEDA que se decía, pero se movían poco.
E.-¿Había Falange en el pueblo?
R.-Ni se conocía.
E.-En 1931 usted tenía 18 años, ¿se enteró de la salida de Alfonso XIII de España?
R.-Sí, sí, nos enteramos cuando el movimiento revolucionario de Jaca y los capitanes Galán y García Hernández.
E.-¿Recuerda si a la Casa del Pueblo venía algún periódico?
R.-Sí, venía "El Socialista", pero no había tiempo para leerlo y entonces los jóvenes sólo nos ocupábamos de divertimos y no nos ocupábamos de la política. Hoy ya sí, porque hoy, como hemos pasado mucho, sabemos que nos tiene cuenta y lo que no nos tiene cuenta y entonces eso no lo sabíamos.
E.-¿Mejoró algo la República sus condiciones de trabajo y los jornales?
R.-Sí, ocurrió lo mismo que ahora con este cambio que hemos tenido, porque a mí que no se diga que no se ha notado el cambio; si ni los perros quieren el pan. Se notó más libertad y más de todo y luego, sin embargo, tuvimos 40 años que hace cuenta que tuvimos la cremallera puesta.
E.-¿En aquella época trabajaba usted ya en la resina?
R.-Sí, yo empecé en la resina con 15 años. En aquella época había más obreros que pinos y hoy es al revés, se han echado fuera de los pinos porque es un trabajo muy duro.
E.-¿Qué hacían en los meses en que no se recoge resina?
R.-Según los años: cortar madera, recoger piñas, limpiar el monte. Es lo que llamamos la obradiza. Todo el año trabajando y malcomiendo. Sacábamos a 11 céntimos el kilo y ahora se paga a 36 pesetas. Antes, encima, había muy malos pinos, todos viejos, y no daban ni tres kilos por temporada.
E. ¿Oyeron hablar de la huelga de campesinos de junio de 1934?
R.-No tengo idea.
E.-Le voy a hacer otra pregunta sobre la Casa del Pueblo, ¿desde cuándo existía?
R.-Creo que empezó el año 30. Recuerdo que uno de los fundadores luego pasó al otro lado, se pasó al enemigo.
E.-¿Había tensión en el pueblo en aquellos años?
R.-Había política y poco cultos que estábamos, porque no habíamos pasad., Ninguna guerra, pues claro, todos defendíamos nuestro ideal, a lo mejor equivocados y no teníamos mala uva. Eso es lo que no debemos hacer,
porque cada uno tiene su idea, pero hay que respetar a los demás. Había odio y malquerer.
E.-En 1936 hubo elecciones en el mes de febrero y las ganó el Frente Popular, ¿aquí también ganó?
R.-Sí, las ganó.
E.-En aquella época había un alcalde republicano, Romualdo Acosta, que era de izquierdas...
R.-Pues no era de izquierdas. porque iba mucho a misa y todo el que va mucho a misa que no me diga que es de izquierdas. Es como el otro, Arturo Acosta, que se come los santos crudos y presume que es de derechas.
E.--Desde febrero a julio, ¿hubo más tensión?, ¿se enteraban de los atentados que había en España?
R.-Todo estaba tranquilo aquí, pero nos enterábamos de quién moría porque le voy a decir, que ya había televisión, o no, lo que había era radio, y si alguien lo ponía en la ventana, lo escuchábamos.
E.-¿La Casa del Pueblo era propiedad de los trabajadores?
R.-No, era de un particular y tenía bar. En sitio determinado había un salón para los socios y no faltaban, que venían ciertas personas a predicar. Decían que eran del partido, y lo que pasa, buscavidas.
E.-¿Había agrupación socialista o no?
R.-No, sólo había UGT.
E.-Llegamos ya al momento de la guerra, ¿cómo se enteraron ustedes?
R.-Nos enteramos el 17 de que había jaleo en Africa y de que bajó Franco, Mola y ese otro..., que se estrechó, no Mola, no, fue Sanjurjo; a Mola lo eliminaron porque tenía que debatir quién se quedaba al mando.
E.-¿Los días anteriores ya esperaban algo como lo que luego pasó?
R.-Ya andaba la cosa revuelta, pero no se sabía lo que iba a pasar hasta que se declaró el asunto.
E.-¿Le sorprendió que se levantaran los militares?
R.-Claro que me sorprendió, porque luego echaban la culpa a los socialistas. Provocaban ellos la guerra y nos la cargábamos nosotros.
E.-¿Hubo alguna reunión ese día en la Casa del Pueblo?
R.-Sí. ¡Si es que se levantó toda España! Todos a hacer guardia para que no pasaran. También yo estuve haciendo guardia hasta que entraron aquí y nos escapamos cada uno por donde pudimos y nos echaban mano por las riberas. Luego nos llevaban a la cárcel, que estaba en el Ayuntamiento. A mí me tuvieron una noche y dos días.
E.-¿Quién les dirigió al hacer guardias?
R.-Los de la Casa del Pueblo. Ibamos por turnos para defender el puesto. Yo estaba parapetado en la carretera de Fuente del Olmo, junto a los caños, por si venían. ¿Qué íbamos a haber hecho con cuatro cacharros viejos que teníamos? Yo no sé si hubiéramos podido disparar siquiera, luego nos reíamos, ¿qué íbamos a poder haber hecho con aquello?
E.-¿Hasta cuándo duró aquella labor de las guardias?
R.--Empezamos el 18 y lo dejamos la víspera de Santiago, porque veíamos que ya estaban al llegar y fue cuando entraron aquí los falangistas y la hostia. Nosotros no nos habíamos metido con nadie y protegíamos a los que pasaban por el pueblo, aunque no sabíamos lo que les iba a pasar en los pueblos del contorno, que también estaban como nosotros.
E.-¿Tenían comunicación con los pueblos del contorno?
R.-Sí, la teníamos.
E.-En aquellos días, ¿viajaban a otros pueblos con la misma libertad que antes?
R.-Si hacías un viaje tenía que ser por necesidad o por urgencia. Todo el mundo se rezagaba y se quedaba en casa.
E.-¿Qué ocurrió exactamente cuando entraron los falangistas?
R.-Yo estaba en casa y descansaba de la guardia. Se oyó ¡Qué vienen! ¡Qué vienen!, y salimos cada uno por ahí corriendo. Serían las siete de la mañana. No quisimos hacer resistencia porque veíamos que era inútil.
E.-¿Qué pasó después?
R.-Dieron una batida por las riberas. ¡Menudo tiroteo que prepararon!, las ramas se nos caían encima.
E.-¿Hirieron o mataron a alguien?
R.-No, no hicieron a ningún herido, pero no fue por falta de tiros.
E.-¿Les descubrieron?
R.-Estuvimos todo el día escondidos, pero ya iban algunos a buscamos y decían: -«¡Que no pasa nada! ¡Que no hacen nada!», pero a mí me dieron una ensalada buena cuando me presenté. Nos presentamos todos menos uno que no quiso.
E.-¿A todos les daban el mismo trato?
R.-A unos nos pegaban y a otros no. Dependía del que estaba allí y al que le tenía entre el ojo le mandaba que le pegaran.
E.-¿Quién era el que lo ordenaba? R.-Arturo, era Arturo. E. ¿A usted le pegaron entonces?
R.-Sí, lo mando Arturo a un teniente que estaba allí y que debía ser un frailazo. Me dieron unas tortas que aún no se me han olvidado.
E.-¿En aquel momento ya era Arturo alcalde? R.-Sí, destituyeron a su tío y le pusieron a él de alcalde.
E.-¿Sabe quién le nombró?
R.-Un teniente que venía. Había muchos frailes.
E.-¿Qué le ocurrió después?
R.-Salimos y ya nada, hasta que me movilizaron. A otros se les llevaron a Santa María y a Segovia. En Santa María les hicieron unas herejías, hacerles de beber aceite de ricino, hacer instrucción con los pies atados hasta que se hacían todo encima.
E.-¿Había gente de Coca al cuidado de los presos en Santa María?
R.-Había de todos los pueblos, pero con los de Coca salían guardias de otro pueblo.
E.-¿Cuánta gente de Coca fue detenida?
R.-Muchos, yo creo que más que en la guerra, más de sesenta.
E.-¿Cuándo le movilizaron?
R.-Muy pronto, el 5 de agosto. Estuve primeramente en Segovia, hasta que en enero del 37 en que me llevaron a La Granja y Balsaín, en que no hubo jaleo hasta el 30 de mayo, que se armó una gorda cuando atacaron los republicanos. Donde yo estaba no atacaron mucho, pero en un momento de la lucha tuvimos que cambiar los cañones de dirección porque casi estábamos cercados. Luego ya empezaron a disparar las piezas nuestras y les destrozaron.
E.-En esa batalla tuvo mucha importancia la actuación del general Varela, ¿ustedes sabían que estaba allí?
R.-Nosotros no sabíamos nada, no veíamos más que los zambombazos nuestros y los que se nos venían.
E.-Usted había sido militante de la UGT, había sido golpeado por los nacionales, pero fue movilizado en la zona nacional, ¿de qué lado hubiera preferido usted combatir?
R.-Pues yo hubiera preferido estar del otro lado, pero en este lado también se hacía sabotaje, porque ya nos conocíamos todos,y según estábamos llevando granada a las piezas, llevábamos las mismas que nos calibraban para hacer sabotaje y en vez de disparar 20 tiros, disparaban dos. Decían: -«Este no calibra. Fuera», y la dejábamos en el mismo sitio y luego la volvíamos a llevar otra vez.
E.-¿Eso pasó en la ofensiva de mayo?
R.-Sí, mucho. Estábamos otro de San Cristóbal, uno de Cuéllar y yo. Los tres éramos los encargados de llevar la, granadas. Nadie lo supo.
E.-¿Alguno de sus hermanos era de sus ideas, o le ocurrió algo parecido?
R.-A otro hermano mío le pasó lo mismo que a mí, y a otro le mataron en Medina del Campo, fusilado porque era comunista. Era chófer de una señora rica.
E.-Durante su estancia en el Ejército, ¿le concedieron algún permiso para venir al pueblo?, ¿qué tal le trataban al venir?
R.-Vine dos o tres veces, y no te decían nada el alcalde y los suyos, pero no te miraban nada bien, ahora que yo no les tenía miedo.
E.-Antes me ha dicho que durante la guerra las cosas cambiaron mucho. Por ejemplo, a nivel político. ¿Aparecieron muchos falangistas en el pueblo?
R.-Sí, hasta muchos que eran socialistas se volvieron la camisa.
E.-¿Hasta cuándo estuvo en el frente?
R.-Estuve hasta octubre del 38 en que me trajeron cuando estaba en Extremadura. Me detuvieron y me trajeron a Segovia, donde me reclamaba el Juzgado porque me habían puesto una denuncia.
E.-¿Quién le había denunciado?, ¿alguien del pueblo?
R.-Sí, sí, del pueblo. Era una denuncia que era como un anónimo, la firmaba una tal María Font y aquí no había ninguna que se llamara así.
E.-¿Usted se imagina quién pudo ser?
R.-Pues sí, luego ya, a la vuelta de los años, lo descubrimos. Nos había denunciado a ocho o diez acusándonos de haber quemado la iglesia y los santos, y el cura les dio la razón. Vino el obispo a investigar a ver si habíamos hecho esa barbaridad, porque se extrañó de que estuviéramos vivos al hacer una cosa de ésas. Vio que no había pasado nada y le echó una charla buena al cura.
E.-¿Cuánto pasó hasta que les juzgaron por fin?
R.-Estuvimos veinte meses hasta que nos salió juicio y a mi me echaron seis n.eses por echar a alguno algo de cárcel, porque nos tenían que haber tenido que absolver.
E.-¿Estuvieron siempre en la cárcel de Segovia?
R.-No. Al acabar la guerra estábamos en la cárcel de Salamanca. Estuvimos muy mal. A lo último ya estaban más asentados, pero al principio había muchos palos y pasábamos mucho hambre. En Salamanca éramos dos mil y pico. Teníamos poca ropa y dormíamos varios en un baldosín de anchura, en el comedor. Teníamos poca ropa y dormíamos varios juntos y teníamos que ponemos de acuerdo para volvernos de lado.
E.-¿En aquella época era frecuente que fusilaran a diario a varios presos?
R.-Pues claro. Vimos salir a bastantes y luego cuando acabó la guerra formaron Consejo de Guerra a muchos que se habían pasado de zona y les fusilaron.
E.-¿Fusilaron a alguien de Coca?
R.-Sí, pero eso fue antes, en mayo del 37. Eran todos de la Casa del Pueblo, uno de ellos era el presidente.
E.-¿Había archivo en la Casa del Pueblo?
R.-Claro que había, pero lo quemamos todo, no cogieron nada.
E.-Al acabar la guerra, usted todavía no había sido juzgado, ¿cómo se enteran de que la guerra ha terminado?
R.-Lo veíamos llegar y no nos sorprendió.
E.-¿Pensaban que duraría tanto tiempo?, ¿quién creía que iba a ganar?
R.-No pensábamos que duraría tanto y que ganarían los republicanos, porque al no copar al Gobierno en el primer golpe pensábamos que el Gobierno ganaría.
E.-¿Qué sintió al acabar la guerra?
R.-Estábamos con la cara muy larga, había muchos portugueses por Salamanca, y nos decían: -«Izquierdis, perdeus! ¡Izquierdis, perdeus!».
E.-En Coca antes de la guerra había Comandancia de la Guardia Civil, ¿qué hicieron al comenzar la guerra?
R.-Aquí a toda la guardia se la llevaron para Segovia y entonces aquí quedaron las mujeres solas. El 18 de julio, sin saber ni cómo ni por dónde, los guardias civiles desaparecieron.
E.-La banda,de Coca, ¿tuvo alguna participación en los acontecimien¬tos?
R.-Nosotros no teníamos ninguna gana de música, pero luego sí. Cada vez que se tomaba alguna población actuaba en lo que llamaban la manifestación.
E.-Usted, dentro de la des-información que padecía, ¿por qué cree que se produjo la guerra?
R.-Pues se produjo por el 16 de febrero, cuando triunfaron las izquierdas, los del Frente Popular, pues les sentó muy mal, como estaban acostumbrados a ir a caballo, ir en la borriquilla y eso era igual que ahora que están preparando tanto sabotaje coi, los obreros parados y no invertir. Había que mandar a fregar a muchas señoritas que están como obreros parados.
E.-¿Quién provocó la guerra según usted?
R.-El clero. El clero y el capital.
E.-¿Su familia fue discriminada durante la guerra?
R.-No mucho, pero algo hubo. Había piojos y prohibían a las familias de los presos, que fueran a lavar a los caños... ¡Y todos tenían piojos y si nosotros los teníamos sería por ellos, c...!
E.-¿Qué sentía usted hacia el alcalde y el resto de sus compañeros?
R.-Le miraba mal, porque no me olvido de la manta de palos que me dieron. Lo masco, pero no lo trago y eso que es primo mío. Trabajé cuidando vacas con él y se iba a ver a la novia a Alcazarén mientras yo me quedaba trabajando. ¡Luego qué pago, me dio!
E.-¿Qué había más en aquella época: gente de izquierdas o de derechas?
R.-Había de todo, porque había muchos que eran obreros y no les interesaba nada, y otros que se iban con los señoritos y luego eran los más desgraciados, y ni unos ni otros les miraban.
7. ENTREVISTA CON FRUTOS (18 de mayo de 1936, 55')
E.-Le recuerdo que esta entrevista es para recoger datos para un Congreso que se va a celebrar en Salamanca en septiembre acerca del cincuentenario de la guerra civil, y que usted no tiene por qué dar nombres propios o hablar de temas que le molesten o no quiera recordar.
R.-Yo, si usted me pregunta y de lo que me pregunte puedo contestarle, le contesto, y si no, pues nada.
E.-Vamos a empezar entonces. ¿En qué año y en qué lugar nació?
R.-Nací en Coca, en el novecientos, de modo que tengo ochenta y seis años, que cumplí en enero.
E.-¿Sus padres también eran de Coca?
R.-Sí.
E.-¿Recuerda hasta qué edad fue al colegio?
R.-Poco, porque mis padres no eran de posición y había que trabajar. E.-Entonces, aprendería a leer y escribir, las cuatro reglas, y poco más.
R.-Le diré que las cuatro reglas, parte de ellas, las aprendí en el servicio, en Ceuta, digo en Tetuán, en Xauen, bajo una higuera. De modo que poco aprendí.
E.-Sus padres tampoco podrían ir a la escuela.
R.-Mi padre, sí, tenía más cosa que nosotros, o sea, que yo no sé por lo que sería, pero el caso es que mi padre escribía bien y leía el papel todos los días.
E.-¿Se acuerda usted de qué periódico era?
R.-«El Liberal», se lo mandaban de Madrid; tanto es, que rifaron una bici y le tocó.
E.-¿Cuántos hermanos eran ustedes?
R.-Pues mire, así en la mesa fuimos ocho, pero mi madre tuvo lo menos diez u once.
E.-¿Cómo estaban repartidos?
R.-Eramos cinco chicos y tres chicas.
E.-Hemos dicho que su padre leía el periódico con mucha asiduidad...
R.-Sí, «Ahora», que ¡era socialista! Sabe, yo recuerdo que mi padre era socialista, pero era un socialista no de los que hay ahora, era un socialista que quería solamente lo suyo, trabajaba y no quería tener nada que ver con nadie. Era monárquico. ¡Socialista monárquico! Fíjese.
E.-¿Su padre intervino alguna vez en política? ¿Se presentó a concejal o para algún puesto?
R.-No, nunca.
E.-¿Usted heredó las ideas de su padre o tiene otra forma de pensar?
R.-Lo mismo que mi padre, lo que pasa que a los cincuenta y tantos años, pues, ¿usted conoce a Arturo Acosta?..., bueno, pues llegó y me dijo: -«Tienes que ser del Ayuntamiento», y fui teniente de alcalde. Le dije: -«Voy a hacer lo que tú digas, pero el primero que se va a enfrentar a ti voy a ser yo», porque mire, yo no sé si a usted le habrán contado algo de Arturo Acosta, pero todo lo que hay hecho en Coca es cosa de él: subir el agua, los barrios nuevos, la cosa del alcantarillado, todo fue cosa de Arturo.
E.-¿Hasta cuándo ha sido alcalde Arturo?
R.-Entró en el 36 y ha sido hasta hace poco, hasta... el sesenta y tantos. E.-Usted ha dicho que cumplió el servicio militar en Africa...
R.-Sí, en Madrid y en Africa. Estuve en Radiotelevisión, no, a veces se me va la cabeza, estuve en Radiotelegrafía sin hilos.
E.-¿Estuvo en la época del desastre de Annual o no le cogió?
R.-No me cogió, me adelantaron la quinta, pero no llegamos a ir, y cuando fuimos ya había pasado lo gordo. Luego ya me tocó algo de la parte de Ceuta y Tetuán, pero poca cosa.
E.-Su padre, ¿a qué se dedicaba?
R.-Resinero.
E.-¿En el pinar o en la fábrica de resinas?
R.-No, no, resinero de explotar el pino.
E.-Ese trabajo no dura todo el año, ¿verdad?
R.-Pues mire, es desde marzo hasta los Santos.
E.-¿Usted también fue resinero?
R.-No, yo fui carretero. Me tocó trabajar mucho y todo lo que tenemos ha sido a fuerza de trabajo, porque nosotros, como aquel que digo, mis padres venían de la nada y nosotros pues lo mismo. Mi padre, muy trabajador, era de los mejores, el mejor resinero de Coca, el que mejor labraba los pinos para que no se escapara la micra, lo que hoy no saben.
E.-Usted era carretero, ¿qué transportaba?
R.-Madera. Madera y resina.
E.-¿Dónde la llevaba?
R.-Ibamos a un sitio que llamaban Castejón y a donde se terciaba, porque aquí hicieron una corta en el Pinar Nuevo que llamamos, pegando a la Balisa, y cortaron todos los pinos albares, los piñoneros y nos empleábamos por dos o tres años.
E.-¿Qué edad tendría en aquella época?
R.-Tuve que empezar a transportar miera a los quince años, con el carrito iba y un serrador me hizo dos palancas de unos seis metros y con ellas no solamente echaba las cubas al carro, que era un carro con llantas de madera y de hierro, también remontaba las cubas unas encima de otras. Gracias a que yo era muy forzudo y podía con ellas, pero me tocó trabajar mucho, de mozo y de casado también.
E.-¿Usted recuerda cuándo se marchó el rey Alfonso XIII? R. ¿Cómo no me voy a acordar? E.-¿Cómo se enteraron ustedes de aquello?
R.-Como estaban los socialistas, Alfonso XIII se marchó sin que le echaran en vez de querer una guerra, no la quiso.
E.-Luego se proclamó la República, ¿se notó en algo el cambio, salarios más altos, menos trabajo...?
R.-Si la República entonces duró muy poco, no llegó ni a cuatro años. Entre el 31 hubo un Gobierno hasta que se marchó el rey; y si Alfonso XIII es malo se lía la guerra, pero quiso a su pueblo y se marchó, de modo que...
E.-¿Usted recuerda si durante la República la gente en Coca se interesaba por la política?, ¿había Casa del Pueblo, partidos políticos?
R.-Je, je. Mire usted, nosotros vivíamos entonces en la plaza, en casa de mis suegros, y teníamos a chicos que no eran malos, pero nos cantaban la Internacional por arriba, por abajo y por todos lados y les había, a pesar de que eran socialistas, muy buenos, porque hay que reconocer lo bueno y lo malo, y los había muy malos, tanto es así que fíjese: estalló la guerra el 21, que todos dicen que fue el 22. ¡El sábado!, ¡fue el sábado!, y llevaba yo un camión en aquella época. Se apoderaron del pueblo los de la Casa del Pueblo y me acuerdo que como los había muy malos, muy malos, una noche iban diciendo algunos: -«¡Con los tiros que llevamos y otros tantos, no hay casa de derechas que se salve!», porque yo siempre he sido de derechas, y nosotros les escuchábamos desde las casas.
E.-Usted entonces no iba a la Casa del Pueblo.
R.-Nada, mire, yo a los socialistas ni hablar. Yo no sé lo que es usted, pero yo digo lo que pienso. A los socialistas ni entonces ni ahora, porque yo soy de derechas, pero no de extrema derecha, sabe, no sé cómo decirle..., conservador.
Entonces, en la casa de mis suegros había una ventana a la calle y al decir aquello de que iban a atacar, dije a mi familia: -«Traed los colchones», y los puse en la ventana. Luego le dije a mi suegro, que tenía una pistola del nueve largo y otra pequeña: -«Usted no haga más que cargarme las pistolas, que yo me encargo de disparar», ya decidido a defenderse uno. Y me acuerdo, je, je, que mi cuñada, que existe, tenía ferretería y dijo: -«Ah, pues yo cojo una hoz».
E.-¿Y vinieron?
R.-No, no, porque dentro de ellos había otros que decían: -«Si traéis de eso, yo me marcho, vosotros no sabéis lo que vais a hacer». Pero si dan gusto a cuatro o seis, porque no eran más que cuatro o seis.
E.-¿Podría calcular la cantidad de afiliados que tenía la Casa del Pueblo, o cuántos iban en los grupos por el pueblo?
R.-Pues mire usted, tenían de cuatro partes, una. Y vivían en la Casa del Pueblo. Bueno, tenían sus reuniones y sus cosas. Pero, que llegó el momento y que éramos de derechas quedamos muy pocos, se volvieron muchos de chaqueta.
E.-¿Qué armamento tenían los de la Casa del Pueblo?
R.-Nada, apenas nada, ¿sabe usted? Había un administrador de la Resinera, y como la Resinera tenía guardias había tercerolas y se hizo socialista, que no lo era, y les entregó las tercerolas y luego metieron a la cárcel a todos los payasos y le dejaron a él, así...
E.-¿Recuerda cuánto ganaba en aquella época?
R.-De catorce reales a cuatro pesetas. Yo tenía un obrero, tenía fábrica de gaseosas porque me casé en el 26, no, en el 27, ¿sabe?, y mi suegro tenía fábricaa de gaseosas y me quedé con ella.
E.-¿La fábrica Aceves?
R.-No, otra. Yo le hacía la competencia. Porque estalló la guerra, si no puedo con él, ya estaba dando las últimas.
E.-Aceves tenía 8 ó 10 empleados, ¿ustedes, cuántos tenían?
R.-Yo tenía a un hermano y a un sobrino. Hacíamos gaseosas y limones, y representaba el Mahou. Hacíamos esto..., ya no me acuerdo, dos clases de refresco en botellas pequeñas.
E.-¿Lo vendían sólo en Coca o también en los pueblos de alrededor?
R.-Tenía una camioneta de Citroén, de chasis largo, y había días que salía dos veces por los pueblos a hacer reparto. El día que estalló la guerra, me acuerdo que era sábado y estuvimos en Fuente del Olmo, en Villaverde, en Iscar, en Pedrajas, de Pedrajas a Alcazarén, y allí nos dijeron: -«Frutos, ha estallado la guerra, están concentrados todos los falangistas en... Mojados». Nosotros desde allí regresamos y hacía un día de calor terrible; como las cosas andaban mal de cuartos, digámoslo así, yo llevaba unas ruedas muy malas y con la calor se me despegaban los parches. Tuvimos tres o cuatro pinchazos, iba un obrero conmigo, ¿sabe?, y ya fuimos a Olmedo y nada más salir de Olmedo por el paso a nivel, pues nada, un pinchazo, y según estábamos arreglando el pinchazo, venían los camiones de los Guardias de Asalto, de Madrid a por los de Valladolid, que luego ya se quedaron en Valladolid.
E.-Entonces, los de Madrid se unieron a los de Valladolid.
R.-No, es que entraron, pero ya no salieron. Iban en camionetas y venga puño en alto.
E.-¿Le molestaron o interrogaron?
R.-A mí no se metieron conmigo para nada. Llego a Ciruelos, y cogimos el camino de Coca, y cuando entramos, al llegar a la plaza, estaba la plaza llena de gente. Había una casa que tenía, esto no lo debía de decir, pero bueno, había una casa que tenía un aparato de radio y era cuando decía la Pasionaria: -«Cortad las carreteras», bueno, hacer todo lo que había que hacer. Al otro día las carreteras cortadas con pinos; pero, bueno, mire, había tíos que por beber un trago de vino se ponían a cortar los árboles, ¿sabe?, que eso era lo malo que había, que ni eran socialistas ni eran nada. Estuvimos dos o tres días; como no podíamos salir de casa, le dije a un obrero que yo tenía, que era primo de mi mujer: -«Mira, bájate por los ribazos y llega a las huertas de los Oviedo, donde tienen caballos, coges uno y te vas a Pedrajas y a Cuéllar, que vengan». Y no anduvo con rodeos, se fue y se presentaron los de Cuéllar y los de Iscar.
Antes de llegar a los caños soltaron unos tiros y los socialistas que sienten los tiros: unos por un lado, otros por otro, hubo señor que se tiró de la torre de San Nicolás abajo, hasta el río, para meterse por las riberas.
E.-Si usted no le avisa es posible que no hubieran venido.
R.-No, claro que no.
E.-Durante los días que el pueblo permaneció en su poder, ¿les molestaron o se metieron con ustedes?
R.-Nada, ni amenazar. Iban por las calles. A mi hermano y a Dionisio Oviedo y a mí también, nos llevaron a declarar a Segovia después, y nos preguntaron que si habíamos visto a gente con armas por la calle aquellos días, y nosotros dijimos que no. El juez siguió insistiendo y al final nos dijo: -«Son ustedes tan rojos como ellos». Pero yo no miento, aunque vaya en contra mía, no miento. Y yo no, porque de rojo nada, pero hacer un mal a una persona por un malquerer tampoco, y los Oviedo lo mismo. Si son malos los Oviedo, encarcelan a medio pueblo y ya les digo, estábamos en casa guardados, pero no nos hicieron nada.
E.-¿De dónde procede el dinero de los Oviedo?
R.-Yo les conocí pobres, pero se quedaron con la madera que se cortaba en el pinar y luego la trabajaban, y la vendían, y se hicieron inmensamente ricos. Mi padre y el suyo no se hablaban, pero yo era amigo del hijo. Yo creo que tenemos que respetar a todos y que cada uno piense como quiera, pero sin meterse con nadie.
E.-Entonces ustedes no denunciaron a nadie. ¿Metieron a alguien del pueblo en la cárcel?
R.-No, nosotros, no. Aunque los hubiera visto no les habría denunciado.
E.-Al venir los nacionales, el pueblo pasa a la zona nacional, ¿el alcalde siguió siendo el mismo o le cambiaron?
R.-Se puso Arturo Acosta, que estuvo más de 25 años, y fue el que hizo que en Coca no se pasara hambre. Hambre pasamos después de la guerra. Cogía un camión y se iba a buscar patatas, garbanzos, tocino, lo que fuera. Verá la que se armó aquí: yo tenía una finca aquí según se cruza el Voltoya a la derecha, tenía una huerta, cogí muchas patatas y las tenía almacenadas, vendía sacos más barato de lo normal; pero empezó él a traer patatas, las puso a tres pesetas y a mí me dejó con kilos sin vender, 20.000 kilos. Yo no se lo tomé a mal, no lo ha hecho por hacerme a mí perjuicio, lo ha hecho por hacer un bien al pueblo. Eso fue al acabar la guerra ya.
E.-Durante la guerra, ¿usted siguió repartiendo gaseosas por los pueblos?
R.-El primer año, sí; luego ya no. Nos quitaron el suministro de azúcar, y a mí no me había gustado trabajar nunca con sacarina y luego cuando nos obligaron a usar sacarina, no quise. Y al acabar la guerra, sifones, botellas y las cuentas que debían, se perdió todo y ya no se abrió la fábrica. Pero al fin y al cabo lo contaba, si llegan a ganar los socialistas en Coca, nos matan lo menos a doscientos.
E.-¿En aquella épocaa usted notaba que había gente que no le saludaba u odiaba?
R.-Sí me hablaban, pero eran muy cobardes y me hablaban falsamente. Hoy en día, gracias a Dios, no queda ninguno de aquello, quedan algunos hijos. Sólo queda una hermana mía, Pedro Velázquez y yo.
E.-¿El precio de los alimentos subió durante la guerra?
R.-No, no subió. Durante la guerra comimos pan blanco y después de maíz. Yo no era «panero», pero mi mujer sí, y mi ración de pan se la comía ella.
E.-Usted fue alguna vez a Segovia durante la guerra, ¿pudo observar la guerra más de cerca en una ciudad cercana al frente?
R.-La gente vivía tranquila, y aquí también.
E.-¿Cuándo vio la guerra de cerca?
R.-Mire, estalló la guerra el 21 y el día de Santiago bombardearon la estación y la carretera de Nava, y eso fue lo más cercano.
E.-¿Cuántos médicos hubo en Coca durante la guerra?
R.-Dos, el titular y otro en el hospital de las monjas.
E.-¿Qué colectas hubo para ayudar a la marcha de la guerra?
R.-No nos pidieron más que cuando hubo que dar el oro para comprar aviones. Me acuerdo que dimos unos anillos y unos pendientes que había comprado a mi mujer, siendo yo novio de ella, en El Henar, que me parece que costaron 35 pesetas en aquellos tiempos. Otros no lo dieron.
E.-¿Aparecieron muchos falangistas con la guerra?
R.-No. Los falangistas que éramos, veníamos ya de eso, de cuando Primo de Rivera.
E.-¿Había oído hablar de Ramiro Ledesma, de Onésimo Redondo o de José Antonio? ¿Les vio alguna vez?
R.-Sí, había oído hablar de ellos, pero aquí no estuvieron. Donde estuvieron fue en Iscar este Onésimo Redondo; y había un chico que era amigo mío, pero era socialista, aunque era una buena persona, y como sabíamos que iban a dar un mitin, yo tenía que ir con gaseosas, dijo: -«Oye, me dejas ir contigo a Iscar, que va a hablar un comunista». Llegamos a Iscar y le dije: -«Me voy al bar a servir gaseosas». El se marchó, al mitin y un amigo mío me dijo: -«Déjale, que es Onésimo Redondo el que va a hablar». Vino, y usted no sabe, me decía: -«Si yo tuvieron que votar hoy, yo a ese señor le daba todo lo que tengo»; le dije: -«¿Pero qué has oído?», me respondió: -«A un señor que habla muy bien». Yo le dije que era Onésimo Redondo al que había oído hablar, y me dijo: -«Sea quien sea, si tuviera que votar ahora, yo le votaba a él».
E.-¿Qué fue de aquel amigo suyo?
R.-Luego, como estaba con los socialistas, no le llevamos a la cárcel. No, vamos, no le denunció nadie porque le conocíamos. Se fue a Samboal a casa de una prima y empezó a hablar, porque hablaba por los codos, y hablando de la guerra dijo: -«Está el niño en pañales. ¡Vamos a ver quién le viste!», dando a entender que iban a ganar la guerra los socialistas, y la prima cogió y le denunció. Subo al Ayuntamiento y le veo y digo: -«¡Me ca... Pero cómo eres tan idiota!». El se calló y no me dijo nada, y luego estuvo en la cárcel cuatro o cinco años, pero era muy bueno.
E.-¿Cómo se enteraban de las noticias de la guerra?
R.-Por la radio.
E.-¿En algún momento vieron que la guerra podría acabarse pronto?
R.-No, no lo pensábamos, porque iban paso a paso y sabíamos que la guerra iba a durar.
E.-¿Sabían cómo se vivía en la otra zona, si se pasaba hambre o había abundancia?
R.-Sí, sabíamos que lo pasaban mal y que el que levantaba que era de derechas las pasaba negras. A mí me mataron a un hermano en la guerra. Lo mataron cerca de Caspe. El mismo día que estalló se marchó, era el que llenaba las gaseosas y me dejó.
E.-¿Se marcharon muchos voluntarios como su hermano, de Coca?
R.-Se marcharon lo menos veinticinco.
E.-¿Todos a las milicias de Falange, o también fueron al Requeté? R.-Todos a Falange, aquí no se conocía el Requeté. E.-Llega el fin de la guerra, ¿cómo se enteran de la noticia? R.-Por la radio.
E.-¿Qué hizo la gente?
R.-Fue el 1 de abril. La gente estaba alegre, pero hacer alardes no, porque, claro, ya habían fusilado a cuatro o seis, y como había muchos en la cárcel no había mucha alegría.
E.-¿Cómo fueron las fiestas de aquellos años?
R.-Eran fiestas de luto, más que de nada, de luto.
E.-¿Y las bodas, hubo menos de lo normal?
R.-Hubo muy pocas, porque, claro, estaban todos en el frente. Yo creo que hemos hablado de casi todos los temas.
E.-Ustedes se ven metidos en la guerra sin tener nada que ver con su iniciación. ¿Qué causas cree usted que la provocaron?
R.-Fue culpa de los socialistas, que en mayo, no, en junio, dos o tres meses antes, hubo un acuerdo de socialistas y otros, no recuerdo bien, y a partir de ahí ya vino todo revuelto.
Aquí, ya dentro de la guerra, ya pasó mucho, por los egoístas de los políticos, porque me acuerdo que estaba Gil Robles, que decía: -«¡A por los trescientos!». Yo llevé dos camionetas de hombres a Medina del Campo al mitin que daba en el castillo de la Mota. De aquí de Coca fueron ochenta, pero de ésos que fueron, cuando llegó el momento del miedo se volvieron la chaqueta y luego se la volvieron otra vez, de eso hubo mucho, y ya le digo, nos cantaban la Internacional por la puerta, por el corral, pero no se metían con nadie.
FIN TRANSCRIPCIÓN DE ENTREVISTAS
Artículo publicado en:
Historia y memoria de la Guerra Civil : encuentro en Castilla y León : Salamanca, 24-27 de septiembre de 1986 / Julio Aróstegui (coordinador)
Publicac[Valladolid] : Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1988.
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