Dos enmascarados, pistola en mano, asaltan la casa del jefe de estación de Fuente de Santa Cruz
Estación de Fuente de Santa Cruz a mediados de los años 80 (foto cortesía Marisa Gil Pastor) |
Se llevaron 200 pesetas y no vieron 5.000 que había en un aparador
El sábado, cuando ya estaba a punto de salir a la calle la edición de la capital, recibimos noticias de que se había cometido un atraco a mano armada en la estación ferroviaria de Fuente de Santa Cruz. Posteriormente hemos procurado adquirir una versión exacta del escandaloso y exótico suceso por lo que respecta a Segovia y a la provincia.
He aquí la información detallada que hemos podido adquirir.
Esperando el momento oportuno
La estación ferroviaria de Fuente de Santa Cruz, distante del pueblo unos 1.500 metros, se halla enclavada, como se sabe, en una característica paramera castellana. El piso principal de la estación está habitado, actualmente, por el jefe de la misma, don Gregorio Martínez Herrero, su esposa y una sobrina. En un pabellón contiguo a la estación, vive, con su joven esposa, el factor don Antonio Urcelay.
El viernes, a última hora de la tarde, el señor Martínez Herrero y su esposa tuvieron precisión de ir a Fuente de Santa Cruz, y como era propósito del matrimonio regresar enseguida, dejaron al cuidado de la casa a su joven sobrina.
En la oficina de la estación quedó el factor señor Urcelay y no sabemos si algún empleado más de la misma. Lo que si puede afirmarse es que en ella había, al salir los señores de Martínez, una pareja de la Guardia civil que hasta allí había llegado de servicio. Pasado un buen rato, éste emprendió la marcha hacia el puesto de procedencia, que parece era el del citado pueblo de Fuente de Santa Cruz.
Sin duda, nada de esto pasó desapercibido para dos individuos que debían de merodear por aquellas proximidades, pues apenas salió de la oficina el factor señor Urcelay para llegar al pabellón en que habita, entraron en la estación por la puerta de la fachada exterior y tomaron la escalera que conduce a las habitaciones del jefe.
Aparecen dos enmascarados
En el descansillo de la puerta de dicho domicilio había unas vasijas con agua y, para recogerlas, salió la sobrina del señor Martínez Herrero, la cual sufrió una tremenda impresión al observar que subían decididamente dos enmascarados, pistola en mano, con las que encañonaron a la joven.
Uno de ellos cubría su rostro con antifaz; el otro usaba barba larga y bigote, y con el sombrero, se cubría la frente y los ojos. Ambos eran de estatura más que regular.
La impresión paralizó a la señorita, pero enseguida reaccionó y trató de ganar la puerta de la casa con propósito de encerrarse en ella. Más fue advertida imperiosamente por los enmascarados mientras la tenían encañonada con las pistolas:
-¡Quieta, o te volamos la cabeza!
Registrando los muebles de la casa bajo la amenaza de las pistolas
La joven, a punto de caer desmayada, tuvo que permitir llegar a los pistoleros, quienes, sin dejar de encañonarla, la hicieron entrar en la casa y, cerrando ellos cuidadosamente la puerta, obligáronla a abrir todos los muebles en que suponían debía haber dinero.
De uno de ellos tomó la joven una cartera que apareció a la vista de los enmascarados. De ella cogió dos billetes de 100 pesetas y se les entregó diciéndoles que no contenía más dinero, a sabiendas de que quedaba otro billete de 50 pesetas que no vieron los malhechores.
No se dieron éstos por satisfechos, sospechando que en la casa debía haber más dinero. El caso es que llegaron a amenazar de muerte a la señorita en el caso de que no les indicara el sitio en que no guardaba mayor cantidad.
¡No tenemos más dinero!
La pobre joven juró una y mil veces que la cantidad de que se habían apoderado era el único dinero que había en casa. No obstante, la inspección ocular de los enmascarados alcanzó a un aparador en el que nada hallaron, pero en el que, según se nos informa, había guardadas 5.000 pesetas, de lo cual estaba enterada la aterrada señorita.
Terminado el trabajo, los pistoleros, con pasmosa tranquilidad, se repartieron el dinero a presencia de la joven y se dispusieron a salir no sin antes advertir a ésta que si daba cuenta de lo que acababa de suceder, volverían ayer, domingo día 5, a hacerla desaparecer del mundo de los vivos.
Amordazan a la joven y huyen
Renunciamos a describir, por innecesaria, el estado de ánimo de la oven después de tan bárbaras emociones, las cuales culminaron con el amordazamiento de la misma sin que aquellos la maniatasen, ya que debieron darse cuenta de que la infeliz, apenas podía mantenerse en pie.
Antes, el del antifaz, invitó repetidamente a su compañero a quitar la vida a la muchacha, y ésta, al oírle, anegada en llanto, suplicó:
- ¡Llévense todo lo que hay aquí, pero por Dios no me maten! – exclamaba la indefensa señorita.
Ignoramos si por piedad o por no agravar el hecho con un asesinato en el caso de que fueran detenidos, no la mataron a la pobre mujer.
Con la misma facilidad que la entrada realizaron los enmascarados la salida, sin que su presencia fuera advertida por nadie. Es de suponer que, cometido el atraco, desaparecieron a campo traviesa en dirección a Santiuste de San Juan Bautista para internarse en los pinares.
Prestación de auxilio a la joven
Minutos después de desaparecer los pistoleros, llegaba a la estación el jefe de la misma, quien llamó desde abajo a su sobrina, sin que obtuviera contestación de ésta. Volvió a llamar repetidas veces y la joven contestó por fin con acento de dolor, lo cual hizo que el señor Martínez se precipitase en su casa, donde la joven entre sollozos, le dio cuenta de lo que acababa de suceder.
El propio señor Martínez provisto de una escopeta, salió de la estación en persecución de los pistoleros, pero sus pesquisas no dieron resultado.
La Benemérita en acción
Mientras tanto, el factor señor Urcelay, que había sido advertido de lo que acababa de ocurrir, utilizó el teléfono para comunicar el suceso a las estaciones inmediatas, mientras se avisaba al puesto de la Benemérita de Fuente de Santa Cruz, de donde salieron el comandante y algunos números a sus órdenes, que comenzaron con toda actividad la práctica de las investigaciones para detener a los audaces atracadores, en las cuales toman parte también las fuerzas de los puestos del contorno.
Por la forma en que se cometió el atraco, se supone que los malhechores conocían perfectamente el terreno en que han operado.